La Plaza de Chinchón, los domingos y los días de fiesta de la primera mitad del siglo XX, presentaba un aspecto apacible aunque bullicioso. Los niños jugaban a la “pídola”, a las “canicas”, a los “güitos”, a la “taba”, a la “chita” y al “rescatao”. Las niñas jugaban a los alfileres, al aparato, a la “comba” y a los cinturones. Los jóvenes paseaban intentando acercarse a las mozas, que siempre en grupo, se dirigían a los soportales para ver las carteleras de la película que esa tarde ponían en el Teatro Lope de Vega. En uno de esos domingos, un niño llamado Pepe, el del tío Venancio, iba a comprar una entrada de gallinero para ver su primera película. La tía Nuncia, junto a la Columna del Café - también llamada de los franceses - preparaba su cesta de mimbre sobre una pequeña mesita de madera, y se sentaba en un pequeño asiento de anea, esperando que llegasen los niños con su perra gorda para comprar los dulces de malvavisco, las bolitas de anís y los chicles de "Bazoca" que cortaba con un cuchillo en trozos pequeños para poderlos vender más baratos. Años después el tío Huete montó un puesto de chucherías en una especie de carromato que colocaba en los soportales; eran los primeros indicios del desarrollo, de las multinacionales y de la globalización.
También en los soportales se montaba un pequeño mercadillo en el que se cambiaban los tebeos del "Guerrero del Antifaz", de "Roberto Alcázar y Pedrín" y de las "Hazañas bélicas", el "TBO" y "Pulgarcito"; después vendrían los del "Jabato" el "Capitán Trueno" con Crispín y Goliat. y mucho después "Superman". Los tebeos nuevos se compraban en el estanco que regentaban Juana y su hermana Enriqueta en la calle de los Huertos, donde las niñas también compraban los recortables con los vestidos para sus muñecas de papel. También se cambiaban los cromos de futbolistas que salían en el chocolate Dulcinea de Quintanar de la Orden. Cuando reunías toda la colección podías canjearlo por un balón de fútbol o una muñeca "gisela" para las niñas. Era la democratización de los juguetes. Hasta entonces sólo las niñas ricas podían tener una "Mariquita Pérez" y tener una pelota de goma era un signo de riqueza digno de la envidia generalizada de todos los chavales.
En el centro de la plaza se colocaban el Ariza y el tío Eustaquio con sus puestos de frutos secos. Las "alcagüeses", las chufas, los garbanzos tostados, las pasas en sacos de lona blanca y las aceitunas que tenían puestas en agua en un pequeño tonelito de madera y que sacaban con un cazo con agujeros en el fondo.
- Ariza, ponme un surtido que voy "pa" la "regunión".
En un cucurucho de papel de estraza colocado en uno de los platos dorados de la balanza iba echando, cuidadosamente, con un cacillo de hojalata un poco de cada producto, hasta que vencía el peso del otro plato en el que unas pesas negras y redondas marcaban la cantidad de la compra.
- Son dos reales.
El hombre, después de pagar los cincuenta céntimos, guardaba la compra en uno de los grandes bolsillos de su blusa negra, sacaba de su faja la petaca y un librillo de papel "Dominó" y liaba, con parsimonia, uno de "caldo de gallina", que para eso era domingo y estaba en la plaza. Sacudía con la palma de su mano izquierda la ruedecilla que rascaba la piedra de su mechero hasta que una chispa lograba prender la mecha, ayudada por la fina brisa que entraba por la Puerta de la Villa.
Mientras, los otros "amigos" preparaban la "limoná".
Los hombres, en Chinchón, formaban las "reuniónes". Un grupo de amigos - de los de toda la vida- se reunían todos los domingos por la tarde, rotativamente, en casa de cada uno de ellos. Preparaban una limonada, compraban frutos secos y entre "reo" y "reo" jugaban a las cartas -generalmente al mus, al tute y al julepe - y comentaban los acontecimientos y "discutían" de todo lo divino y de los humano. Las mujeres no participaban en estas reuniónes, y como mucho, llegaban acompañadas de los niños, a la caída de la tarde, para volver con su marido a casa al finalizar la reunión. En ocasiones muy señaladas se reunían también para comer.
También se celebraban mucho los cumpleaños, en los que familiares y amigos iban a la caída de la tarde, a “dar los días” al anfitrión y eran obsequiados con toda la gama de dulces que se hacían la misma casa, mantecados, repápalos, rosquillas, bartolillos, magdalenas, flores, etc. etc. y todo ello regado con una buena limonada y, acaso, con una copita de anís.