Estos días se ha puesto de moda el hablar de los daños que puede ocasionar a nuestra salud el comer carne. Un amigo, que entiende de todo un poco, me ha mandado unas reflexiones sobre el asunto, que me han parecido de interés, por lo que he querido compartirlas con todos vosotros. Las titula como la cabecera de esta entrada.
Todo lo que comemos, según parece, es nocivo en algún sentido. Porque
está procesado, porque está congelado, porque es transgénico, porque es
cancerígeno, porque engorda, porque tiene cafeína, porque eleva el nivel
de colesterol.
La alternativa es no comer, sólo que no comer también mata,
de hecho mucho más rápido.
Otra alternativa es combinar todos los males para diluir sus efectos. Comer
carne, pero poca, mezclando la roja y la blanca, con el pescado, con la
verdura, con el aceite de oliva, con la leche de soja, con la sacarina,
durmiendo ocho horas, corriendo cinco kilómetros, y naturalmente
dejando de trabajar cuando no nos apetezca, que es lo peor para la salud
de todo.
Ante la alarma generada por el informe de la OMS, una legión de expertos
exégetas viene explicando en las últimas horas que es verdad que todo es
malo, pero que siendo todo malo tampoco hay que caer en la histeria,
alarmarse también quita años. Se están matizando algunas afirmaciones del
informe de la OMS, o al menos algunas interpretaciones sobre él, en el
sentido de que comer un chuletón no es tan peligroso como esnifar
amianto o comer tropezones de plutonio, como casi se había entendido al
principio.
Resulta difícil evitar la reflexión sobre el informe de la OMS en cuanto a la
diferencia entre vida y calidad de vida. Supongamos que la OMS
determinara que lo mejor para la salud consistiera en una dieta exclusiva
de semen de koala. Puede que viviéramos 100 años con esa dieta, pero
sería una vida lamentable y penosa.
Por otra parte, nadie podría garantizar que con una dieta de semen de
koala por lo menos fuera a vivir 100 años.
Una mañana cualquiera un
seguidor de esta dieta, de 30 años, podría cruzar la calle, vestido con su
chándal, dispuesto a correr sus 5 kilómetros antes de dormir sus ocho
horas diarias, y ser atropellado por un Volkswagen diesel, conducido por
un tipo que iba al híper a comprar panceta para hacer una barbacoa. Tal
vez en la vida haya que buscar un compromiso entre cantidad de vida y
calidad de vida, entre riesgo y seguridad.
Tan insensato puede ser el adicto
a los excesos como el obsesionado por la salud. De hecho puede existir un
exceso perjudicial para la salud consistente en preocuparse demasiado por
la salud.
Al fondo de este ataque al jamón, las hamburguesas, las salchichas y la
carne roja parece que asoma un poco, además de la salud, el viejo debate
del vegetarianismo, la sostenibilidad y el exceso de población.
En 1980 Isaac Asimov publicaba una recopilación de artículos (bajo el título
“¡Cambio! 71 visiones del futuro”) uno de los cuales se llamaba “La
Cuaresma venidera”. Más que por la salud, Asimov planteaba el posible
triunfo del vegetarianismo por una cuestión de sostenibilidad. La eficiencia
energética de los animales ronda el 10%. Esto significa que para mantener
10 kilos de vida animal hacen falta 100 kilos de vida vegetal. A su vez, si un
animal se alimenta de otros animales, hacen falta 100 kilos de oveja para
sostener 10 kilos de lobo. La conclusión es que si los humanos nos
alimentáramos sólo de vegetales, podríamos sostener a 10 veces más de
población. Al escribir el texto la población mundial era de 4.000 millones
de personas y Asimov proyectaba que en 2010 habría cerca de 8.000
millones de humanos, por lo que habiendo ya entonces hambre en el
mundo de alguna forma habría que afrontar el mantenimiento de todo este
incremento de población. No obstante, siendo cierto que la población
mundial actual efectivamente se va acercando a los 8.000 millones, la
realidad es que comemos más carne que nunca y que el hambre ha
descendido en el mundo. Y es que la producción agrícola y ganadera
tampoco es constante, sino tan creciente o más que la población.
Como recapitulación de todo lo anterior, lo que parece probable después
de todo el enorme debate que se está organizando es que la conclusión va
a ser la de siempre, la de nuestras abuelas: que hay que comer variado y
con moderación. Que lo fresco y natural es mejor que lo procesado. Que
comamos lo que comamos moriremos, aunque al menos no de hambre.
Las otras conclusiones son que no podemos concebir la vida sin alarmas
sanitarias y que no debe haber nada más triste en el mundo que una cesta
de Navidad de la OMS.