El pasado martes anunciaba que había recibido la noticia del fallecimiento de don José Manuel de Lapuerta. Hacía ya unos años que estaba enfermo y estaba internado en una residencia. En distintas ocasiones he recordado sus versos, sobre todo a los dedicados a Chinchón.
Hace ahora cincuenta y siete años que llegó a nuestro pueblo, unos días después de haber sido ordenado sacerdote.
Durante los dos años que estuvo en nuestro pueblo hizo una importante labor con los más jóvenes, pero además aquí buscó inspiración para componer sus mejores poesías que dedicó a Chinchón, muchas de ellas cuando estaba en Roma los años siguientes.
En el año 2002 el Colectivo Fuente Pata de Chinchón publicó parte de sus poemas en un libro que se tituló “CHINCHÓN EN MI RECUERDO” Pueden leer algunos de los poemas pinchando sobre la carátula del libro que está en este mismo blog.
Posteriormente hice una recopilación de otras muchas poesías que no habían aparecido en el libro mencionado y que agrupé en un liiibro que titulé “CAMINOS DE SILENCIO”, que no llegó a ser publicado.
Para esta este libro escribí un prólogo que ahora os quiero ofrecer como homenaje a este saccerdote, queademás de su labor pastoral, demostró un gran cariño por nuestro pueblo:
"Un hombre que busca en el silencio los caminos intrincados que le llevan a su Dios, a través de un mundo en el que se van mezclando las penas, los recuerdos, la melancolía y la esperanza, desde la paz inquieta de sus jóvenes años castellanos, hasta la madurez sosegada de peregrino, con el paréntesis romano en el que descubrió su vocación de poeta".
Esto es "Caminos de Silencio", la recopilación de la obra poética de José Manuel de Lapuerta.
El libro está estructurado en cuatro partes: Mi Dios, Mi Mundo, Mi Pueblo, Mis Hermanos y un epílogo: Mis Villancicos.
La primera parte recoge sus poemas místicos. En ellos encontramos un Dios cercano, tangible; es más que fe. Un Dios que descubrió en el silencio, porque está omnipresente, y porque le va encontrando en todo lo que le rodea: en el niño que llora, en el amanecer de cada día, en los hermanos que sufren.
Un Dios a quien necesita para seguir viviendo, porque sin El no puede hacer nada: necesita su luz para descubrir su camino, necesita su sonrisa que le alegre el alma, necesita su fuerza para alentar su esfuerzo. Un Dios, Padre y Amigo, a quien le pide que tenga paciencia porque le dan miedo sus prisas, a quien le pide comprensión porque su débil condición humana desfallece en el camino y necesita su sonrisa.
Y muchas veces no puede más. El camino sembrado de piedras puntiagudas se le hace penoso y se acuesta a la sombra de un árbol claudicando en su esfuerzo; pero entonces llora arrepentido, y grita angustiado, y le implora que no le deje, entre lágrimas de alegría.
Y siente su alma herida y se pregunta si será por miedo a perderle...
En la más pura tradición de la poesía religiosa, los versos le fluyen como fiel reflejo de unas vivencias místicas. Versos sentidos, coloristas y evocadores. Utilizando gran diversidad de versificaciones, desde el clásico soneto a la décima, consigue que las ideas vuelen libres sin encorsetadas por métricas y rimas forzadas.
La idea del peregrinar que ha sido constante en su vida la plasma también en sus versos. Es un peregrinar por los caminos de la vida que le llevan a Dios. Una peregrinación que es la búsqueda de la verdad. Un peregrinar penoso, un peregrinar a oscuras que, muchas veces, le hace vacilar hasta que encuentra, siempre en el silencio, la mano tendida de Dios que le da fuerzas para seguir su camino.
Pero su mundo, aparentemente triste, está lleno de vida. Esa vida que tiene penas, tardes grises y noches oscuras, que le hace vivir en vigilia mientras los demás duermen, porque sabe que mañana volverá a salir el sol en un amanecer jubiloso, fiel reflejo de su amor a los hermanos, que son los que darán sentido a su existencia.
Y en su mundo hay mares que no duermen, niños que juegan a la cometa, desvanes con arcones repletos de recuerdos, lunas que se bañan en los ríos en las noches de verano, rejas que se quedan tristes cuando muere su geranio, espigas, viñas y olivares, estíos calurosos y otoños melancólicos en los que una niña, tras los cristales de su ventana, contempla una lluvia de nadie que cae sobre el estanque desierto del parque.
Un mundo donde todos los caminos no sólo llevan a Roma, sino también a Chinchón. Y allí, por sus cuestas empinadas, por su plaza, a los pies de su castillo y a la sombra de su torre, van brotando sus versos más auténticos. La nostalgia, el recuerdo y la añoranza de sus días jóvenes, que allí pasó, prestan a su poesía la inspiración y el sentimiento que, en la lejanía, van tiñendo con un halo mágico toda la geografía de este pequeño pueblo castellano.
Desde la ventana de su recuerdo pasea a los pies de su castillo, levantando un polvo reseco que no duerme, como duermen los olivos; pone a repicar sus versos de bronce en la torre sin campanas, canta a la niña que teje y al labrador que sube de la vega, en los días calurosos del agosto, para ver a la moza que le espera; y, cuando empieza a hablar el silencio, llena su plaza de versos y cantares.
Pero en su mundo también, y sobre todo, hay hombres: sus hermanos. Sus hermanos, los de abajo, que le piden que se quede con ellos. Con los amigos que se van, con el compañero que se ordena sacerdote, con la niña que hace su primera comunión, con los cursillistas, con los que lloran y con los que necesitan su consejo. Con el mozo que piropea a su amada y con el camarero que se afana en su quehacer. Y sobre todo con los hijos que Dios le daba, como premio, por otros hijos que por El renunciara.
Y, como epílogo, unos tiernos Villancicos, en los que vemos correr a los pastores hasta el portal donde ha florecido María; donde José, el carpintero no entiende muy bien lo que está pasando; donde los ángeles entonan un concierto de voces blancas bajo la batuta de Gabriel, y donde nos invita, a todos, a bajar a Belén, corriendo por el camino, porque cesaran nuestras penas cuando besemos al Niño.
Cuando tengas el libro en las manos, no intentes leerlo de una vez; no. Puedes ojearlo, darle un repaso rápido, quizás detenerte en alguna de sus páginas, pero después lo vas cogiendo de vez en vez; cuando estés triste, cuando estés hastiado, cuando te parezca que no merece la pena seguir luchando, cuando, en las grises tardes otoñales, la lluvia llora, cansina, sobre los cristales empañados de tu melancolía; entonces podrás descubrir todo el encanto y la profundidad de estos sencillos y sentidos versos y descubrirás que estás un poquito más cerca de Dios y de tus hermanos; y que el mundo es hermoso, porque después de la tormenta lucen las estrellas y que después de todo está la luz de nuevo. Y, como el poeta, te podrás sentir peregrino sin posada y romero de mil caminos y hallarás que en el centro de tu alma, también hay, siempre, un campo de olivos.
Las fotografías corresponden a la presentación del libro "Chinchón en mi recuerdo" en el Restaurante "Café de la Iberia" de Chinchón.