Cien días dan para mucho. Pero Iglesias y Sánchez han estado tropezando contra las paredes de sus laberintos mentales.
Juan José Millas. El País, 1 de abril de 2016.
Los desajustes entre el audio y la imagen, en el cine, proporcionan una perturbación irritante, bien porque las expresiones de los actores llegan tarde a las palabras, bien porque las palabras llegan tarde a las expresiones. Se produce una extrañeza semejante cuando la cinta de las escaleras mecánicas del metro sobre la que apoyas la mano va más deprisa o más despacio que las propias escaleras. Todo lo que, debiendo coincidir, diverge, produce sorpresa. Sorprendidos, pues, nos hallamos ahora, tras una espera durante la que los contribuyentes nos hemos movido con una diligencia que ha faltado a los políticos. O nosotros vamos muy deprisa o ustedes muy despacio. Durante los últimos 100 días (el invierno de nuestro descontento) se han muerto amigos y han nacido sobrinos o nietos. Hemos leído muchísimos poemas a la caída de la tarde, hemos pasado cientos de horas frente a la tele, esperando noticias, hemos recorrido miles de metros por el parque, con el auricular de la radio en la oreja, por si de repente la realidad hubiera comenzado a moverse por arriba también.
Cien días dan para mucho. Hay gente que ha cogido la gripe y la ha soltado, ha sido Navidad y Año Nuevo y Semana Santa y hasta el Día del Padre (se avista, de hecho, el de la Madre). Si preguntas a un carnicero, te dirá que ha servido miles de lonchas de jamón de York; si a un pescadero, que ha eviscerado cientos de sardinas. ¿Cuántos rollos de papel higiénico se habrán gastado en las sedes de los diferentes partidos? Pero Iglesias y Sánchez, uno en busca del otro, han estado tropezando contra las paredes de sus laberintos mentales. El miércoles se encontraron milagrosamente en la carrera de San Jerónimo. Pero se dieron un paseo, como si no tuvieran prisa.Los desajustes entre el audio y la imagen, en el cine, proporcionan una perturbación irritante, bien porque las expresiones de los actores llegan tarde a las palabras, bien porque las palabras llegan tarde a las expresiones. Se produce una extrañeza semejante cuando la cinta de las escaleras mecánicas del metro sobre la que apoyas la mano va más deprisa o más despacio que las propias escaleras. Todo lo que, debiendo coincidir, diverge, produce sorpresa. Sorprendidos, pues, nos hallamos ahora, tras una espera durante la que los contribuyentes nos hemos movido con una diligencia que ha faltado a los políticos. O nosotros vamos muy deprisa o ustedes muy despacio. Durante los últimos 100 días (el invierno de nuestro descontento) se han muerto amigos y han nacido sobrinos o nietos. Hemos leído muchísimos poemas a la caída de la tarde, hemos pasado cientos de horas frente a la tele, esperando noticias, hemos recorrido miles de metros por el parque, con el auricular de la radio en la oreja, por si de repente la realidad hubiera comenzado a moverse por arriba también.
Cien días dan para mucho. Hay gente que ha cogido la gripe y la ha soltado, ha sido Navidad y Año Nuevo y Semana Santa y hasta el Día del Padre (se avista, de hecho, el de la Madre). Si preguntas a un carnicero, te dirá que ha servido miles de lonchas de jamón de York; si a un pescadero, que ha eviscerado cientos de sardinas. ¿Cuántos rollos de papel higiénico se habrán gastado en las sedes de los diferentes partidos? Pero Iglesias y Sánchez, uno en busca del otro, han estado tropezando contra las paredes de sus laberintos mentales. El miércoles se encontraron milagrosamente en la carrera de San Jerónimo. Pero se dieron un paseo, como si no tuvieran prisa.