Cuando llegan las fiestas (también las religiosas) en pueblos y ciudades, parece que se abre la veda para que cada cuál de rienda suelta en su afán de hacer el bestia; o sea, es el momento oportuno para que esos pueblos y ciudades opten al título de ser el más bruto del país. Por ejemplo, el tocar el tambor puede ser una forma de armar jaleo para unirse a la celebración festiva; y así, muchos pueblos emplearon esta demostración sonora en sus celebraciones. Calanda, Donoti, Hellin, y otros muchos han ido uniendo sus nombres a las tamborradas, con lo que han alcanzado un cierto renombre y reconocimiento. Pero, parece ser que eso de atronar al respetable no les parecía suficiente y se inició una especie de competición con el fin de batir cualquier récord. Así, en Hellin se consiguió reunir más de 20.000 tamborileros, tocando al unísono para mayor sufrimiento de los paisanos. Y resulta que como batir ese numero era difícil para el pueblo de Tobarra, también de Albacete, allí no se les ocurrió nada más adecuado que los tamborileros locales estuvieran tocando el tambor nada menos que 104 horas seguidas en la Semana Santa. Ignoro cuál será la opinión de los vecinos después de padecer este martirio sonoro durante tanto tiempo, y me figuro que tendrán que proveerse de tapones de los oídos para poder dormir. Cuentan también que es muy valorado el que sangren las manos de los tamborileros.
Dentro de otro orden de cosas, también se valoran el peso de los tronos procesionales y el número de costaleros que son necesarios para levantarlos, dándose más valor cuanto más peso tiene que soportar cada uno de ellos. Es muy valorado, sobre todo por los comentaristas televisivos, el valor económico y el número de flores empleados en la ornamentación de los pasos, así como el número de penitentes que procesionan descalzos. Como parece ser que lo importante es "ser más", son muy apreciadas las procesiones "más largas", en el recorrido o en el tiempo y se unen ambos conceptos, eso es ya el no va más.
Como se puede observar todas estas cuestiones son de vital importancia para calibrar el sentido religioso que todas estas manifestaciones y procesiones tienen para los fieles; pero, sobre todo, es un buen baremo para que los defensores de esta clase de demostraciones religiosas puedan discernir quienes son los enemigos de la fe, en los que se les ocurre criticar la desmesura y el sinsentido de la mayoría de estos actos.
Posiblemente, lo único razonable es la valoración económica que estas celebraciones de Semana Santa tiene para los profesionales turísticos, a quienes les favorece que el componente folclórico de estos se potencie al máximo, aún a costa de que se pierda el verdadero sentido religioso que debería tener la Semana Santa; aunque no parece que estén dispuestos a colaborar en los gastos que ocasionan y siguen pidiendo que sean los ayuntamientos quienes corran con parte de su financiación.
Nota: Las fotografías que acompañan el articulo corresponden a la retransmisión efectuada por Telemadrid, de la procesión del Cristo de Medinaceli de Madrid, durante la cual, los comentaristas no pararon de resaltar que la túnica era de color blanco lujosamente bordada.