Pedro invitó a su amigo Tony a esquiar. Cargaron todo en su nuevo Mercedes, y se fueron a Farellones.
Apenas salieron de Lo Barnechea, el tiempo se puso muy feo. El cielo se oscureció, empezó a soplar un fuerte viento inesperado para esa época del año, y los primeros ramalazos de aguanieve sacudieron el vehículo.
En ese momento vieron las luces de una casa sobre la ruta. Sin dudarlo, enfilaron en esa dirección para pedir refugio.
Salió a recibirlos una mujer vestida con pantalones y casaca que no lograban ocultar su esbelta figura, con los cabellos rubios ensortijados húmedos.
Acabo de dar una vuelta para controlar que todo está en orden, explicó, y veo que esta noche vamos a tener una fuerte tormenta. Pero sucede que yo he quedado viuda hace pocas semanas, y si los dejo dormir en mi casa temo que la gente hable. Es algo que no me gusta para nada y que no me conviene.
No se preocupe, señora, dijo Pedro. Nos basta con que deje que metamos el coche en las caballerizas que se ven al lado de la casa. Podemos refugiarnos ahí para pasar la noche. Nos iremos a primera hora de la mañana.
La señora aceptó, ambos hombres se dirigieron a las caballerizas y se acomodaron para pasar la noche. No bien despuntó la mañana se encontraron con que el tiempo había aclarado, y viendo que en la casa estaba todo en silencio y con las persianas cerradas, se marcharon.
Ese fin de semana ambos disfrutaron de lo lindo esquiando en Farellones.
Nueve meses después, Pedro recibió una carta inesperada enviada por un estudio jurídico. Se devanó los sesos pensando de quién podía tratarse, hasta que al fin se dio cuenta de que era de los abogados de esa atractiva viuda que habían conocido aquel fin de semana.
Subió a su Mercedes nuevo y se fue a casa de su amigo Tony.
Tony, quiero preguntarte algo, le dijo. ¿Te acuerdas de esa viuda tan buena moza de...
Sí, me acuerdo, respondió de inmediato Tony.
Dime la verdad: esa noche, mientras dormíamos en el coche, ¿te levantaste y fuiste a la casa a verla?
Sí, confesó Tony, algo avergonzado al haber sido pescado en falta, a ti no te puedo mentir, Sí, lo hice pasamos una noche de locura tremenda.
¿Por casualidad le diste mi nombre, haciéndote pasar por mí, y le diste mi dirección como si fuera la tuya?, preguntó Pedro con voz incrédula.
Tony enrojeció. Sí, lo siento, Pedrules. Yo tenía en la cartera la tarjeta que me habías dado cuando te separaste, y le di ésa. Tú no tienes compromisos, vives solo, ...' Se encogió de hombros. '¿Por qué? ¿Pasó algo?'
Sí ...
Murió el mes pasado, y me dejó toda su fortuna.
(Pensaste que el final iba a ser diferente, ¿eh? Ahora mantén esa sonrisa por el resto del día.)
Nota: El cuento no es mío, me lo ha enviado un amigo, pero me ha gustado y lo he querido compartir con todos vosotros.