Es muy difícil hablar. Me estoy refiriendo a dialogar. No estamos acostumbrados. Además, para hablar hay que tener facilidad de palabra, una mente ágil y el don de la oportunidad. Muchas veces no encontramos las palabras adecuadas, no somos capaces de dar con la réplica idónea o, en demasiadas ocasiones, nuestras palabras no son las más oportunas para dirigirnos a nuestro interlocutor.
Y es que estamos acostumbrados a los diálogos de las películas, de las novelas o del teatro, y claro, nosotros no somos ni tan listos, ni tan graciosos, ni tan perspicaces. Generalmente, cuando dialogamos, cuando hablamos, no tenemos tiempo para escoger nuestras palabras y luego sale lo que sale.
Escribir es más fácil. (Por lo menos, a mí me sale mejor) Cuando escribimos solemos estar solos, tenemos tiempo para pensar, si lo que hemos escrito no nos gusta, lo borramos y buscamos otras palabras que indiquen mejor lo que queremos decir. Difícilmente, en un escrito vamos a poner aliteraciones, se nos van a escapar rimas enojosas y expresiones malsonantes. Otra cosa es la ortografía, porque en eso, la comunicaciòn hablada no va a poner en evidencia nuestra incultura y nuestra falta de formación.
Todo esto se me ha ocurrido viendo esta fotografía que tomé en el Parque del Retiro. Dos jóvenes, sentados en un banco, uno junto al otro, a la sombra de una acacia, “dialogan” a través de su teléfono móvil. Se lo podrían decir al oído y mirándose a los ojos, pero eso, hoy, iba a llamar demasiado la atención. Es mejor así. Un “t.q.” tiene mucho más fuerza que una declaración de amor a la antigua usanza. Y además se termina mucho antes, porque ya se sabe que hoy en día la rapidez y la inmediatez son muy valoradas.
Después se cogerán de la mano y pasearán entre los árboles, camino del Palacio de Cristal, para echar de comer a los patos; pero en silencio; porque ya se lo habrán dicho todo por el “wassap” de su teléfono. ¡Juventud, divino tesoro!