Detalle del estudio de Eduardo Carretero en Chinchón.
Remedios Sánchez García, es Catedrática del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura, de la Facultad de Ciencias de la Educación, en la Universidad de Granada, y además una de las amigas de Eduardo Carretero, allí en su Ganada natal. Como no podía ser de otra forma también ha querido dar su último adiós a Eduardo, que os trascribo a continuación.
En la fotografía, la autora del artículo en la inauguración del monumento de "La Piedad" en el Cementerio de Granada, el pasado mes de Febrero.
"Eduardo Carretero, palabra serena, ojos sagaces, corazón blanco, manos ágiles, inteligencia clara, actitud discreta y mirada tan limpia. Eduardo Carretero digo, serenidad en la vida, magia en las manos, creatividad en la frente, sabiduría en el alma, se nos ha ido en uno de los últimos crepúsculos claros de este octubre, cuando la luz se derrama lentamente buscando la paz de anochecida, con la misma delicadeza con la que moldeaba la arcilla virginal. Y como hemos perdido un genio bueno, yo debo decirlo, avisar a los pardales de Chinchón de que la casa queda triste y apagada, que la luz de su presencia no se siente, que la ausencia va a pesar como una herida cuando todo sea silencio por la tarde.
Se nos fue el filósofo escultor, el maestro de la piedra y la prudencia, a buscar el encuentro con su amada, que Isabel y Eduardo fueron uno hasta que las parcas o el destino, quién lo sabe, desgajó el almendro de su vida. Y Eduardo siguió allí, embarcado en sus quehaceres, resignado a los golpes de la vida, al dolor tan oscuro de la pena, pero dicen que ya nunca fue el mismo, que añoraba cada instante de su musa, la sonrisa tan lorquiana de Isabel, la guitarra y las canciones de sus labios, con la Alhambra de Granada como fondo.
Porque la casa es un recuerdo permanente de la tierra que al final fue biennacida, agradeciendo al artista su talento, la grandeza hecha ‘Piedad’ del cementerio que es recuerdo de un oscuro pasado ignominioso, desleído por los gritos ya tardíos. Y desde su casa de maestro del bronce fue pensando una España diferente, con los hombres más puros por bandera, a pesar de lo difícil de su vida, recordando aquel joven brigadista, derrotado por los campos de concentración pero fuerte en ideales de concordia, no esperando ya nada de la vida, sólo paz y armonía entre las gentes, que Eduardo no sabía de rencores.
La paciencia de los soles tamizada por el verde inmaculado de sus parras que recogen la sombra más fragante, pues las rosas se entremezclan en la casa, bien rodeado de figuras sin su firma, han sido esencia de su vida, que Eduardo fue cantero de ideario y la escultura una fuente entre sus manos. E Isabel, permanente, allá a su lado, si acudían los amigos de visita, en las mañanas, mediodías o las noches, cuando los trabajos permitían la templanza de un rato de descanso. La tertulia de risas protectoras, aplacaba soledades y tristezas, el recuerdo imborrable de Isabel, siempre la brisa de su nombre en la garganta y el acero del destino por castigo. Ahora, con la pena de su marcha, ya sólo nos queda la esperanza de este reencuentro ansiado largo tiempo. Que sus almas se unan para siempre y que el viento, ágil patrón de desamparos, nos traiga una amapola purísimamente escarlata que proclame la noticia de su dicha.