El sol empezaba a declinar en aquella tarde de finales de la primavera en las estribaciones del macizo de Gredos. El Infante, después de unas horas de reposo, se animó a dar un paseo por los espaciosos jardines que rodeaban el palacio. Antes se acercó a la biblioteca donde su amigo y fiel colaborador se afanaba en catalogar las últimas obras que había recibido de la corte.
- Vamos, Miguel, ya has trabajado hoy lo suficiente, vamos a dar un paseo, que hace una tarde demasiado agradable para desperdiciarla encerrado...
- Buenas tardes, Alteza, enseguida termino...
Miguel Ramón y Linacero, además de bibliotecario, numismático y asesor cultural del Infante, era su amigo. Sabía que cuando se acercaba por la biblioteca para invitarle a dar un paseo, era porque quería hablar. El Infante, de carácter retraído y abúlico, no era muy dado a las confidencias, y sólo con los muy allegados y en contadas ocasiones, tenía esos momentos de confidencias en los que le gustaba rememorar los felices años de su niñez.
Yo había llegado a Arenas de San Pedro para visitar a don Miguel Ramón Linacero, al que conocía de cuando fue cura párroco de Chinchón.
Don Luis, que ahora le gustaba ser llamado Conde de Chinchón, había nacido en el año 1727, hijo de Felipe V y de su segunda esposa Isabel de Farnesio. Sus primeros años los pasó en Sevilla, porque allí se había trasladado la corte para que el rey pudiese superar uno de sus estados de postración en los que caía frecuentemente. A los seis años regresa a Madrid y vive en el Palacio del Buen Retiro y en los distintos Sitios Reales, bajo la tutela de su viejo ayo, el marqués Aníbal Scotti, demasiado mayor para imponer ninguna clase de disciplina al displicente infante, que no mostraba demasiado entusiasmo por el aprendizaje.
Su madre, autoritaria y ambiciosa, se había ocupado en buscar para todos sus descendientes honores y títulos; y como no quedaban en Europa más reinos por repartir, para el pequeño Luis Antonio le reservó altos honores eclesiásticos y a los 7 años es nombrado arzobispo de Toledo. El papa Clemente XII no había visto con buenos ojos este nombramiento pero tiene que claudicar y concederle el capelo cardenalicio y 4 años después es, también, nombrado arzobispo de Sevilla. Estos dos cargos eclesiásticos eran los que mayores rentas disponían en toda España.
-Señor conde, quiero que vea este librito que me ha traido mi amigo Manolo “El Eremita” desde Chinchón. Es una traducción que hize yo mismo de una obra francesa, que titulé "Conversaciones familiares de doctrina cristiana entre gentes del campo, artesanos, criados y pobres" y que la adapté a la forma de ser de sus feligreses. Me dice que esta edición ha tenido mucho éxito en el pueblo.
Don Miguel Ramón y Linacero, fue Capellán Mayor de la Capilla de la Piedad y Cura propio de la villa de Chinchón.
- ¿Tienes alguna noticia del hermano de don Francisco?
- Me ha contado mi amigo que Camilo Goya ha tomado ya posesión de su capellanía y que tanto él como su familia le están muy agradecidos a su alteza, por el favor que le ha concedido.
- Seguro que algo tuviste tú que ver en la petición del pintor... No paras de hablar de Chinchón, de lo bien que vive allí, de sus buenos vinos y de su aguardiente...Por cierto que le tienes que pedir que me informe de la marcha de la Sociedad Económica de Amigos de País, que creásteis para la formación de niños pobres.
- Parece que están teniendo más problemas de los previstos y que no están consiguiendo los resultados que ellos querían. Pero les pediré que envíe un informe detallado.
Miguel Ramón y Linacero era un hombre culto que desde su puesto de máxima responsabilidad en el clero local se había preocupado por el bienestar religioso, social y económico de sus feligreses de Chinchón.
Además de la traducción del libro, antes mencionado, que realizó en el año 1778, fue el promotor, junto con otros clérigos y hombres principales del pueblo, de la Sociedad Económica de Amigos del País de Chinchón, la tercera que se creó en España, después de la Vascongada y la Matritense, el día 2 de octubre de ese mismo año. Esta Sociedad Económica fue autorizada por el propio Carlos III, para lo cual tuvo que intervenir su hermano el Conde de Chinchón, y tenía como fin la creación de unas escuelas de hilados para enseñar el oficio a los niños pobres de la localidad.
Se interesó por la arqueología, rescatando piezas de indudable valor de las épocas romanas y árabes, y consiguió que el mismo Conde se ocupase del estado de la Capilla de la Piedad, enviando a su amigo Ventura Rodríguez para que dirigieses, personalmente, las obras necesarias para su remodelación.
-Vale, deja ya todos esos libros, y vamos a dar un paseo antes de que empiece a refrescar la tarde.
A la invitación del señor Conde, me uní a los dos amigos.
Cuando llegarmos a la balaustrada de la escalera que daba acceso al jardín, pudimos admirar la gran sinfonía de color que se desprendía de los parterres que en aquellos primeros días de junio mostraban su máximo esplendor. Los vivos colores de las flores salpicaban el verde de las praderas y de los setos primorosamente cuidados. El olor dulzón de las rosas se mezclaba con el agreste de los arbustos, que circundaban el palacio, y el característico olor a la tierra que mojaban los surtidores de la gran fuente que era el epicentro de todo el conjunto. El rumor de las copas de los árboles que se mecían con una suave brisa serrana era el contrapunto de la melodía de unos violines que se escapaba por la ventana del estudio donde Luigi Boccherini ensayaba su última composición con los hermanos Font.
En aquel paradisíaco escenario de Arenas de San Pedro, el Infante don Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, vivía desde 1777, su dorado exilio, impuesto por su hermano Carlos, el rey de España, aunque en un principio lo hicieron en el Palacio Viejo (casa de los Frías) y ocupando su séquito un buen número de casonas y corrales.
- Ahora es cuando, por fin, puedo disfrutar de la paz que no he tenido durante toda mi vida.
- Alteza, durante toda su vida ha podido disfrutar de toda clase de honores y reconocimientos...
- Pero todos ellos me dieron más sinsabores que satisfacciones... A los veintinueve años tuve que renunciar a los honores eclesiásticos, que había recibido cuando era un niño, porque mi conciencia no me permitía vivir una vida que no fuese acorde con las altas dignidades que ostentaba... aunque, bien es verdad, con ello no perdí las rentas de las mitras de Toledo y de Sevilla, que me han permitido realizar el sueño de construirme esta pequeña corte en Arenas de San Pedro y terminar de construir el palacio de Bobadilla que había diseñado mi amigo Ventura Rodríguez...
El Infante hablaba despacio, y en sus pausas se quedaba pensativo contemplando las flores que bordeaban el paseo. Su amigo, procuraba intervenir lo menos posible, porque sabía que no le gustaba que le interrumpiesen. Yo guardaba un respetuoso silencio, sin atreverme a intervenir.
- Luego llegaron aquellos años de desenfreno con mi amigo Luis Paret. ¡Cómo nos lo pasábamos con aquellas mozas! Aunque él bien lo pagó. Aún sigue en su destierro de Puerto Rico... Yo salí a mi padre; aunque siempre he sido de carácter retraído, la pasión de la carne me ha consumido y nunca me importó demasiado la clase social de mis conquistas... la pobre Antonia María Rodríguez, a la que tanto quise y que fue desterrada por el confesor de mi hermano... el obispo al que llaman "el alpargatilla"... y también Mariquita García que también fue desterrada a Palencia, pero que conseguí que volviera a mi lado y entonces levantaron el infundió de que me era infiel y que el hijo que tuvo no era mío, cuando yo sabía que sólo había estado conmigo... Mi hermano Carlos ha sido siempre un beato y no me explico cómo desde que se quedó viudo, hace tantos años, no ha vuelto a estar con una mujer...
Efectivamente, el Infante don Luis había heredado de su padre los peores rasgos de su carácter. Era tímido, débil, apático, retraído, melancólico, de triste figura, pero de una insaciable actividad sexual. Pero al contrario que su padre que había sido educado por Francois de Salignac de la Mothe, "Fenelón" con unos criterios restrictivos e intransigentes, a él le fueron permitidos todos sus caprichos. En principio ninguno de los dos estaban destinados a reinar. Su padre llegó a ser rey de España por una carambola del destino, y él o sus herederos no lo fueron por las artimañas de su hermano Carlos III que se encargó de urdir una sofisticada trama que se plasmó en la real Pragmática que se publicó el 27 de marzo de 1776.
- Debió ser muy doloroso para su alteza todo este asunto urdido desde la Corte...
- Y mucho más cuando tomé la decisión de contraer matrimonio. Entonces, mi hermano, vio amenazado el derecho de sus hijos al trono, porque según la ley Sálica no podían reinar los no nacidos en España, y ellos habían nacido en Nápoles, y se negó sistemáticamente a que me casase con mujer de igual condición. Se negó a que me casase con la heredera del Ducado de Alba, María Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, tampoco permitió que me casase con su propia hija, mi sobrina María Josefa, lo cual fue para mí un alivio porque la pobrecita era pequeña de cuerpo y contrahecha... y todo para que perdiese mis derechos dinásticos... Nunca se llegó a convencer que yo no tenía, ni tengo, ninguna ambición sobre la corona... Después, al fin, permitió mi boda con doña María Teresa, que era demasiado joven para mí... Yo tenía entonces 49 años y ella sólo 17.
- La boda fue todo un acontecimiento...
- Nos casamos en Olias del Rey el día 27 de junio de 1776, en el Palacio de Fernardina. Yo le había colmado de regalos y en la ceremonia se estrenó la Serenata en Re Mayor que había compuesto Boccherini expresamente para ese día...
El bibliotecario no quiso hacer ningún comentario sobre la evolución del matrimonio. Efectivamente, doña María Teresa de Vallábriga y Rozas, era una niña que no había recibido una educación acorde con la categoría que había conseguido con su matrimonio y pronto dio muestras de su mal carácter. Se había rumoreado, incluso, que le era infiel al Conde y mantenía relaciones con cierto sirviente llamado Francisco del Campo, que fue trasladado a Madrid.
Era evidente la forma despótica con que se dirigía a su esposo, al que, en ocasiones le obligaba a pedirle perdón de rodillas, aún delante de la servidumbre... Por su falta de carácter, el Infante nunca supo ponerse en su sitio...
Los dos hombres pasaron junto al cercado donde el señor conde se había ocupado personalmente de ir reuniendo un pequeño zoo de animales, que hacían las delicias de sus pequeños hijos.
- Pero la Divina Providencia premió a su Alteza con la bendición de unos hijos preciosos....
- Sí eso es verdad, primero Luis María, que nació en el palacio de Villena de Cadalso de los Vidrios, el 22 de mayo de 1777.
Luego, aquí en Arenas, nació, el 6 de marzo de 1779, mi segundo hijo que llamamos Antonio María, y que fue apadrinado por el obispo de Ávila, Don Miguel Fernando Merino. Aunque Dios quiso que el pobre sólo viviese unos meses y murió en diciembre de ese mismo año.
Los ojos del viejo conde se humedecieron por unas lágrimas que apenas si llegaron a ser percibidas por su interlocutor, recordando aquel frió día invernal cuando despidió el cadáver de su hijo para que fuese enterrado en la cripta de la Iglesia de Chinchón. Allí don Miguel Ramón, que entonces era todavía el párroco de Chinchón, mandó colocar una lápida en la que aún se lee:
ANTONIO MARIAE AEXIMIAE VENVSTATIS
CVMVLO
QVI COCLO DIGNVS TERRAM NONDUM
ACCAM COMPLETIS MESIBVS
TENVIY
DILECTISSIMO FILIO
LVDOVICVS HISPANOVM INFANS
ET MARIA TERESA DULCISSIMA CONJVS
HOC SVAE PIETATIS TESTIMONIVM
ET
MAXIMI AMORIS MONIMENTVM
R
Don Luis desechó aquellos tristes pensamientos y esbozando una sonrisa continuó:
- Mis dos hijas nacieron en el palacio de Velada, porque a mi mujer le daba miedo volver a parir en Arenas; el 26 de noviembre de 1780 nació María Teresa Josefa y el 6 de junio de del año pasado, María Luisa Fernanda.
Fue precisamente ese año, 1783, cuando decidieron trasladarse al nuevo palacio que se estaba construyendo, bajo la dirección de Ventura Rodríguez, en el propio Arenas de San Pedro, aunque no estaba totalmente terminado. Al palacio se le dotó de jardines, escalinata, torreones, oratorio, etc.
Y allí traslado su selecta biblioteca a cuyo frente colocó a don Miguel Ramón y Linacero, que se lo trajo de Chinchón, compuesta por gran número de obras raras, de incunables, primeras ediciones y numerosos manuscritos. También su importante colección de monedas con singulares piezas de gran valor, que acabaría en la colección real a la muerte del infante. Mando montar un laboratorio de física y astronomía donde disponía de curiosos y precisos instrumentos.
Organizó un gabinete de ciencias naturales con animales disecados de todo tipo, cebras, lobos, venados, tejones, leopardos, aves, peces y mariposas. Entre todos ellos destacaba un ejemplar rarísimo: un cordero de una sola cabeza y dos cuerpos, que causaba sensación en todos los visitantes.
En los alrededores del palacio habían abundante caza y allí se ejercitaba el señor conde diariamente, recordando los años en que acompañaba a su hermano el rey a todas las cacerías que organizaba. Posiblemente fuese la caza lo único que tenían en común los dos hermanos.
Todavía, de tarde en tarde, solía acercarse hasta Madrid para visitar a su hermano, pero siempre sin la compañía de su esposa e hijos que tenían vetada su presencia en la corte.
Habíamos llegado al límite del jardín, y volvimos hacia la entrada del palacio. Los obreros habían terminado ya su tarea y junto a la escalinata se había formado la tertulia vespertina, que componían sus colaboradores más cercanos.
Allí, sentados alrededor de un pequeño velador, formaban círculo el pintor genovés Francesco Susso, el escultor Juan Chez, el grabador Gregorio Ferro, el arquitecto Ventura Rodríguez y el compositor Luigi Boccherini.
Ellos eran los más representativos de lo que se conocía como el "Cuarto del Infante", pequeña corte dotada de una numerosa servidumbre nombrada por el rey o directamente por el propio infante, en la que había capellanes, médicos, sangradores, cirujanos, tapiceros, sastres, pintores, escultores, relojeros, arcabuceros, cerrajeros, etc., así como un buen número de personal para proveer de todo lo necesario para la caza.
Cuando el señor conde, su bibliotecario y yo nos acercamos, todos ellos se levantaron y un criado acercó tres sillas y nos sirvió un refresco en las copas que había acercado en una bandeja de plata.
- Tomad asiento, hace hoy una tarde que invita a la tertulia.
Los reunidos siguieron su animada charla, y todos aprovecharon para informar al infante de sus progresos y también para pedirle lo que cada uno necesitaba.
- Ventura, tienes que llamar a tu amigo, Francisco Goya. Ya sabes que me gustó mucho el retrato que me hizo el año pasado y también el de la Condesa y los de mis pequeños; he pensado que tiene que hacernos un retrato familiar, y tengo algunas ideas que pienso que le van a gustar, porque hemos congeniado muy bien y entiende perfectamente mis gustos. Además es un buen cazador y casi tiene tanta afición como yo... y no tira mal del todo...
- Le escribiré para ver si puede venir conmigo el mes próximo que tengo que ir a Madrid. Por cierto, me escribió hace poco y me contaba que su hermano Camilo estaba muy feliz en Chinchón.
- Ya tenía noticias de ello... Chinchón es un buen lugar para vivir. Mi padre siempre hablaba muy bien de ese pueblo. Allí pernoctó una noche, el 27 de febrero de 1706, cuando aún se ponía en entredicho su derecho a la corona. Allí, en la plaza le aclamaron como rey de España. En agradecimiento les concedió el título de "Muy noble y muy Leal" y años después compró el condado para mi hermano Felipe, quien después me lo vendió a mí en el año 1761.
- Realmente debe, Su Alteza, apreciar mucho a ese pueblo, pues ha decidido utilizar el título de Conde de Chinchón en lugar de los otros muchos que posee.
- Posiblemente porque es el único que yo he conseguido por mí mismo...
- Alteza, ¿qué hay de cierto en los rumores que corren en la Corte de una orden dictada por Su Majestad el Rey, para que fuesen destruidos unos cuadros en los que aparecen mujeres desnudas?
Era el genovés Francesco Susso. Esta era la cuestión que estaban tratando antes de llegar el infante y el bibliotecario, y sólo él se atrevió a preguntar.
- Parece que es verdad que mi hermano, seguro que instigado por su confesor, que es un ser intransigente y con una obsesión enfermiza de puritanismo, dio la orden de que fuesen destruidos varios cuadros como La Danae y Los Baños de Diana del Ticiano; Andan y Eva de Durero; El Bacanal de Rubens; el Juicio de París de Jordáns... y no sé cuantos más. Menos mal que Mengs y don Alejandro de la Cruz, han logrado salvarlos, aduciendo que sólo serían utilizados para estudio de los alumnos de pintura y nunca serían expuestos al público...
Mientras los mayores continuaban con su animada tertulia, los niños Luis María y María Teresa jugaban en el jardín y una niñera se encargaba de la pequeña María Luisa Fernanda que apenas contaba un año.
Un criado se acercó al Conde y le informó que la cena ya estaba preparada en el comedor y todos nos fuimos levantando. En unos minutos el jardín del palacio quedó en calma.
Yo dejé el palacio al día siguiente para volver a Chinchón. Francisco de Goya volvió, de nuevo, aquel verano y pintó el cuadro de la familia del Infante Luis, que rompió todos los moldes académicos de la época, en el que supo captar los gustos de su anfitrión y plasmar el carácter de un hombre que nunca demostró ambiciones de poder y que quiso pasar a la posteridad sentado, después de cenar, jugando un solitario de cartas mientras peinaban a su esposa y los criados se acercaban para despedirse antes de ir a descansar.
Al año siguiente, en 1785, el infante acudió a la Corte a las bodas de los infantes Carlota Joaquina y Gabriel, con príncipes portugueses. Volvió muy enfermo y resentido al comprobar de nuevo la consideración desigual de que siempre había sido objeto por parte del rey.
El 30 de marzo de ese año, había escrito Goya a su amigo Zapater: "ayer fue el rey con su familia a Atocha, el pobre Infante Don Luis no pudo salir a despedirles, pues se encontraba en el Palacio, está muy malo. Hoy le he besado la mano por despedida, que se marchaba a su casa de Arenas, le he visto a menudo estos días y creo que no saldrá de esta ..."
Los síntomas eran de neumonía o de cáncer de aparato digestivo.
La enfermedad empeoraba y se pidió permiso al rey para trasladar al infante al clima más fresco de Boadilla, pero concedida la autorización, se negó don Luis a viajar por no poder hacerlo con su familia. A fines de junio no pudo escribir a su hermana la reina de Cerdeña por encontrarse muy débil. El 5 de agosto recibe la extrema unción y escribe su última carta al rey: "Hermano de mi alma me acavan de sacramentar, te pido por el lance en que estoi que cuides de mi muger y de mis Hijos y de mis pobres criados y a Dios."
La muerte le vino el 7 de agosto de 1785, a las seis menos cuarto de la mañana.
Había dado orden en su testamento de que se diesen 2000 misas por su alma y ser enterrado en la capilla de su palacio de Boadilla y si no era posible, en la de Chinchón. Sin embargo, el rey ordenó que se le diese sepultura en la Capilla Real de Santuario de San Pedro de Alcántara, centro de espiritualidad de toda la comarca.
El rey decretó luto por tres meses en la corte, el primero de ellos riguroso. El cadáver del Infante permaneció cinco días de cuerpo presente, por voluntad del mismo y en plenomes de agosto, como queriendo que su hermano se desplazara a Arenas (cosa que no hizo).
Le enterraron el 11 de agosto, el féretro se cerró con tres cerraduras, una de plata y dos de bronce; una llave permaneció en el convento y las otras dos, se las entregaron al Rey.
Y así termina esta historia de un hombre; hijo y hermano de reyes, que pudo ser el heredero de la corona de España, que fue Arzobispo de Toledo y Sevilla y Cardenal de Santa María della Scala, pero que prefirió adoptar el título de Conde de Chinchón.