Cuando entró en la alcoba ella estaba dormida. En la semipenumbra de la habitación pudo distinguir su exuberante cuerpo desnudo bajo la sábana de satén blanco.
La tela dibujaba sus redondeces anunciando la generosidad de sus senos y una de sus largas piernas emergía procaz de entre sus pliegues.
Durante unos instantes contempló ensimismado el espectáculo de sombras y luces que formaba su cuerpo provocador recortado en el blanco inmaculado de la cama.
Su pelo rubio ensortijado se despeñaba por sus hombros desnudos hasta descansar en la almohada que parecía no soportar más peso que la brisa de su lento y pausado respirar...
Temió que se despertara y con sigilo salió de la habitación, volvió a saltar por la ventana y pensó que no era el día apropiado para robar en aquella casa... la contemplación de aquel cuerpo era para él un botín más que suficiente.