En las películas se puede morir de sida, asesinados, arrollados por un tren o atropellados por un coche al que persigue la policía, pero a nadie le duele un juanete, tiene erupciones cutáneas y muy probablemente nunca le dolerá una muela. En el cine sólo nos cuentan trocitos de la vida, los más trágicos, los más cómicos o los más románticos. Nadie nos dice lo que pasa desde que termina una escena hasta que empieza la siguiente. A mí me gustaría ver lo que hace Scarlett inmediatamente después de jurarse que no volverá a pasar hambre y a donde va Bogart cuando Ingrid Bergman se monta en el avión. Y es que eso sería demasiado prosaico. Posiblemente la O`Hara se tomaría un buen plato de frijoles y Hamprey pasaría por los urinarios antes de marcharse a casa.
Por eso nuestras vidas tienen tan poco glamour. Eructamos después de comer las judias y no tenemos más remedios que visitar el escusado periódicamente. Pero el caso es que vemos demasiadas películas y llegamos a pensar que sólo allí está la realidad y lo nuestro no es nada más que un mal sueño que es mejor no tomar demasiado en serio.
Las relaciones amorosas, en el cine son mucho mejor. Una pareja pasa de verse por primera vez a retozar en la cama en dos o tres secuencias; y lo que es mucho mejor, se pasa de la pasión incontrolable al más escéptico desamor en no más de un cuarto de hora. Nos han evitado eso tan ordinario de empezar a conocerse, las dudas, las indecisiones, y sobre todo las tediosas horas de incertidumbre que preceden a una ruptura. Allí todo es más fácil y múcho más interesante. Y el problema es que cuando somos los protagonistas de una situación parecida a la que hemos visto en el cine, tenemos que tomar las decisiones rápidamente, como si un implacable director o un productor desalmado nos urgieran a empezar la próxima secuencia. Y eso que en el cine siempre sale bien, a nosotros nos sale fatal. El gran problema es que nosotros no tenemos guionista y la mayoría de las veces tenemos que improvisar, sobre todo cuando actuamos en las escenas importantes de nuestra vida. Escenas en las que no suele haber una segunda toma y la mayoría de las veces ni las hemos ensayado. Porque las otras escenas, las rutinarias, en las que ya tenemos práctica, las que repetimos todos los días, normalmente sin espectadores, esas sí nos salen muy bien. Lavarnos los dientes, recoger la correspondencia del buzón, bajar la basura al portal o hacernos el nudo de la corbata no requerirían ninguna repetición.
Por eso nuestras vidas tienen tan poco glamour. Eructamos después de comer las judias y no tenemos más remedios que visitar el escusado periódicamente. Pero el caso es que vemos demasiadas películas y llegamos a pensar que sólo allí está la realidad y lo nuestro no es nada más que un mal sueño que es mejor no tomar demasiado en serio.
Las relaciones amorosas, en el cine son mucho mejor. Una pareja pasa de verse por primera vez a retozar en la cama en dos o tres secuencias; y lo que es mucho mejor, se pasa de la pasión incontrolable al más escéptico desamor en no más de un cuarto de hora. Nos han evitado eso tan ordinario de empezar a conocerse, las dudas, las indecisiones, y sobre todo las tediosas horas de incertidumbre que preceden a una ruptura. Allí todo es más fácil y múcho más interesante. Y el problema es que cuando somos los protagonistas de una situación parecida a la que hemos visto en el cine, tenemos que tomar las decisiones rápidamente, como si un implacable director o un productor desalmado nos urgieran a empezar la próxima secuencia. Y eso que en el cine siempre sale bien, a nosotros nos sale fatal. El gran problema es que nosotros no tenemos guionista y la mayoría de las veces tenemos que improvisar, sobre todo cuando actuamos en las escenas importantes de nuestra vida. Escenas en las que no suele haber una segunda toma y la mayoría de las veces ni las hemos ensayado. Porque las otras escenas, las rutinarias, en las que ya tenemos práctica, las que repetimos todos los días, normalmente sin espectadores, esas sí nos salen muy bien. Lavarnos los dientes, recoger la correspondencia del buzón, bajar la basura al portal o hacernos el nudo de la corbata no requerirían ninguna repetición.
Pero cuando tenemos que hablar con nuestros hijos, cuando tienes que decir al marido que ya no le quieres, cuando alguien te pone en evidencia por algo que has hecho, difícilmente vas a encontrar los consejos creíbles, las palabras delicadas o las frases ingeniosas, adecuadas para cada momento.
Mi consejo es que no te creas nunca lo que pasa en el cine; que todo es mentira, que no da resultado, que todo es ficticio y como se ve en las películas no se podría vivir, porque si te has dado cuenta, en el cine nadie defeca. (Bueno, casi nadie.)
Mi consejo es que no te creas nunca lo que pasa en el cine; que todo es mentira, que no da resultado, que todo es ficticio y como se ve en las películas no se podría vivir, porque si te has dado cuenta, en el cine nadie defeca. (Bueno, casi nadie.)