"Somos los quintos de hogaño,
tocamos la pandereta,
el que no nos quiera oir
que se vaya a hacer puñetas."
Cuando nombramos los carnavales se nos viene a la mente dos características. La primera, la máscara; la segunda, la copla satírica. No se puede entender los carnavales sin máscaras, sin disfraces que oculten la verdadera personalidad. Era la oportunidad de poder hacer, bajo la máscara, lo que no te atrevías con la cara descubierta; pero esa máscara también permitía la crítica mordaz amparada en el anonimato de las "chirigotas", las "murgas" y las "comparsas".
Es evidente que no existe una tradición de los carnavales en Chinchón. Nos cuentan que, aunque hubo período de tiempo de una mayor permisividad, siempre estuvo mal vista la costumbre de disfrazarse, comentan que por los desmanes que se cometían amparados en el anonimato; además, en la zona centro, nunca logró enraizar el Carnaval con el carácter más sobrio de los castellanos viejos.
Pero el otro aspecto del carnaval, el satírico, sí caló hondo en nuestro pueblo y fue asumido por los jóvenes que eran llamados a quintas. Aunque no estaban amparados por un disfraz, sí conseguían el anonimato dentro del grupo y así se atrevían a satirizar a las personas y a las costumbres. Muchas veces eran diatribas mordaces hacia los poderes fácticos, otras, la crítica social, el descubrimiento de un turbio asunto, incluso el ataque frontal a un enemigo, pero todo salpicado de ingenio en sencillos versos octosílabos con rima en los versos pares.
Debió ser de tal importancia esta costumbre que cuando se hace la jota de Chinchón, se incluyen varias estrofas dedicadas a los quintos; la primera que encabeza este capítulo y las dos siguientes, que son un ejemplo claro de lo comentado anteriormente, ya que se ridiculiza a los "señoritos" y a una moza que debía se algo ligera de cascos:
La farola de mi pueblo
se está muriendo de risa
por ver a los señoritos
con corbata y sin camisa.
En Chinchón hay una moza
que se tiene por formal
y en la Puerta de la Villa
ha perdido el delantal.
El día en que los mozos tenían que tallarse, que era el acto previo al sorteo de los reemplazos para alistarse en el servicio militar, era un gran día de fiesta, puesto que el hecho de ir al Servicio Militar suponía, hasta bien entrado el siglo XX, un acontecimiento de máxima importancia para la vida de los mozos de Chinchón. Para muchos iba a ser la primera vez que salían del pueblo, incluso su oportunidad para aprender a leer y a escribir y, desde luego, posiblemente la única oportunidad de "conocer mundo". Si el mozo "salía mal", que era si era destinado a África, suponía un drama familiar digno de consuelo de parientes y vecinos que se apresuraban a mostrar su pesar a los padres del joven que no sabía muy bien donde estaba África, y que sólo tenía un poco claro que por allí estaban los moros.
En cambio, si "salía bien" - esto es, si se quedaba en la Península -era motivo de alegría para todos los allegados y para el propio interesado al que se le presentaban ante sí promisorias aventuras militares, culturales e, incluso, amorosas, aunque esto último sembraba el desasosiego en la novia que era consciente de la obligación de esperar a su amado recluida en su casa para no verse en boca de los quintos del año siguiente que, en caso contrario, no dudarían en sacarla en sus cantares.
Con motivo de la llamada a quintas se compraba al mozo una dote completa, casi como si se tratase del ajuar de novio: Traje, camisas, ropa interior, zapatos, pañuelos, calcetines, etc. etc. que estrenaban el día de la talla. Ese día se reunían todos los mozos de la quinta en la Plazuela del Pozo, con sus trajes nuevos, y acompañados por los músicos, se dirigían hacia la Plaza entonando sus coplas satíricas. En el centro de la plaza, rodeados por gran cantidad de paisanos que celebraban sus ocurrencias, cantaban todo su repertorio hasta que a las doce en punto de la mañana se entraba en el Ayuntamiento donde el secretario oficiaba de maestro de ceremonias y en presencia del señor Alcalde se procedía a tallar a todos y cada uno de los mozos.
Durante los días previos habían ido pidiendo a familiares y vecinos una ayuda para sufragar los gastos de esta celebración que tenía un carácter casi iniciático. Además de la trasgresión verbal de las canciones, siempre se cometían excesos en la bebida, lo que no estaba mal visto; incluso, durante años, se solía recordar la borrachera más sonada, lo que concedía un cierto prestigio al protagonista.
Después se reunían todos a comer un guiso que preparaba algún familiar en la corraliza de alguno de los quintos.