Dice el Génesis que Dios creo al hombre a su imagen y semejanza; yo creo que no, que fue el hombre el que se fabricó un dios a su interés y conveniencia. Dios, allá en el Cielo, debe estar hasta las narices de cómo los hombres, en toda la épocas han intentado usar su nombre en vano, para justificar lo injustificable, y si no ha mandado ya una rayo fulminante es porque su bondad es infinita y no se parece en nada a los humanos que ya nos habríamos exterminado por mucho menos, porque y se sabe que la paciencia no es una de las virtudes que más nos adornan a los hombres.
Los hombres somos muy dados a opinar de lo humano y lo divino y todos tenemos en nuestro interior un seleccionador de fútbol y un predicador siempre dispuesto a dar la lista definitiva para la Eurocopa o dogmatizar sobre lo que Dios verdaderamente quiere, aunque no hayamos hecho el curso de entrenadores o no hayamos leído un libro de teología en nuestra vida.
Yo, que también se mucho de fútbol y de teología, también me atrevo a dar mi alineación o dogmatizar sobre cualquier cuestión que se plantee de moral, buenas costumbres o dogmas religiosos. Pero debo confesar que de lo que yo digo no tiene ninguna culpa ni Dios ni Vicente del Bosque.
Cuando empecé a escribir este artículo pensaba poner a parir a los que se atreven a escudarse en Dios para rebatir lo que a ellos no les gusta, y sobre todo a defender lo que ellos no suelen practicar; pero me he dado cuenta de que estaba a punto de caer en lo que yo quería rebatir.
Así que, solo quiero decir que no. Que Dios no tiene la culpa; que El está en su Cielo soportando las chorradas de los que dicen defenderlo y es tan paciente que no les manda a sus ángeles con las espadas flamígeras para callarlos de una vez... Aunque yo creo que ganas no le deben faltar, y desde luego estoy seguro que se cuidaría de utilizar los hirientes apelativos de "grueso anticlerical", "comecuras", "laicistas rancios", "ateos combativos", "partidarios del exterminio de la religión católica", etcétera... que el otro día utilizaba en su artículo don Carlos Herrera para denostar a los que, según el, no comparten algunas de las premisas de la Iglesia católica.