Un poema de Paul Eluart:
Descendíamos hacia el río fiel: ni su ola ni nuestros ojos habían
abandonado a París.
No pequeña ciudad, sino ciudad infantil y maternal.
Ciudad que todo lo atraviesa, como un sendero de verano,
lleno de flores y de pájaros, como un beso profundo, lleno también
de niños sonrientes, y de madres frágiles.
No una ciudad en ruinas, sino una ciudad compleja,
marcada por su desnudez.
Ciudad entre nuestras muñecas como una atadura rota, entre nuestros
ojos como un ojo ya visto, ciudad repetida indefinidamente como un
poema.
Ciudad siempre semejante a sí misma.
Vieja ciudad… Entre la ciudad y el hombre no había ni siquiera el espesor
de un muro.
Ciudad de la transparencia, ciudad inocente.
había más que
el espesor de un espejo.
Sólo había una ciudad que presentaba
los colores del hombre, tierra
y carne, sangre y savia.
El día que juguetea en el agua,
la noche que muere sobre la tierra.
El ritmo del aire puro es más fuerte que la guerra.
Ciudad con la mano tendida,
y, entonces, todo mundo ríe y todo mundo
goza. Ciudad ejemplar.