El otro día me invitó mi amigo Elpidio a la primera comunión de su hija que la celebraba en una parroquia de Madrid. La niña, que tiene ya diez años, estaba preciosa. Lucía un vestido de seda natural con bordados a mano que, según me confesó, había costado un pastón a sus suegros, que quisieron hacerle este regalo. Todos los niños estaban guapísimos y la ceremonia fue muy emotiva para los padres y abuelos, aunque un poco pesada para todos los demás, porque duró algo más de hora y media y los niños estaban deseando llegar al restaurante para recibir los regalos de sus familiares.
El cura se alargó durante casi tres cuartos de hora queriendo explicar a los niños lo importante que era recibir a Jesús que debía ser lo más importante de sus vidas, cosa que no sé si logró porque ya se sabe que los niños -y los mayores- estamos acostumbrados a la televisión, donde son capaces de contarnos toda una historia en poco más de veinte segundos, y estar atentos durante casi una hora a lo que dice un señor que parece no haberse preparado demasiado la homilía, es casi imposible.
Me preguntaba mi amigo Elpidio si conocía de la existencia de alguna estadística de cuantos niños hacían la cuarta y la quinta comunión y cúantos de ellos seguían asistiendo a misa pasado un año de este día, que según dice un sus recordatorios, es “el más feliz de su vida”.
Desconozco si existe la estadística y lo que pueda decir, lo que sí sé es que después de la misa, la mayoría de los niños estaban contentísimos con su “play”, su movil con cámara de fotos y su equipación con el 9 de Ronaldo, que para muchos de ellos era lo verdaderamente importante de este día.