El pasado domingo de Ramos, en el Teatro Lope de Vega de Chinchón, tuvo lugar el Pregón de la Pasión, que este año pronunció el mismísimo evangelista San Juan, eso sí, representado muy dignamente por José Luis Magallares Ruiz, ya que durante 42 años había interpretado, desde el inicio, su personaje en la Pasión de Chinchón. Nadie mejor que él para narrarnos sus comienzos.
Por su interés, he considerado que debía publicar, para general conocimiento, el texto íntegro del pregón:
“PREGON DE LA
PASION DE CHINCHON”
DOMINGO DE RAMOS DE LA SEMANA SANTA DE 2017
I N T R O I TO:
(Fragmento de
Toccata y fuga, de J.S. Bach.)
“Chinchón de Castilla, noble pueblo donde la
tradición y la riqueza de sus costumbres han quedado esculpidas en estos bellos
rincones. Cualquier calle, cualquier plaza, donde aploma el sol en verano y
juegan los niños, se ha parado en la historia más importante de la humanidad,
hace XXI siglos”.
“Pero
he aquí que un hombre desconocido, un labrador de este pueblo que ha recorrido
el camino de la vega y el secano, va a reencarnar la historia de la pasión,
muerte y triunfo de Cristo Jesús. Lo que vais a oír y ver, sucedió en verdad”.
“Yo, Juan, hijo del Cebedeo, hermano de Santiago,
pescador del Tiberiades, discípulo de Jesús de Galilea y por el Espíritu Santo
ministro de la palabra de Dios, doy fe en este Evangelio de la pasión de Cristo”.
¡La paz sea con
vosotros!
Amigas y amigos, buenos días
a todos.
Tiene repetido D. Luis de Lezama Barañano, autor del
guión sobre la Pasión de Jesús que, cuando aún era seminarista en 1962, le
surgió la idea de escribir “en varias noches de vela” e inspirado en los
Evangelios de S. Mateo y S. Juan, un VIA CRUCIS para ser representado por los
niños en la catequesis; y que éste dio origen a la PASION DE CHINCHON a la que
voy a dedicar mi Pregón, en relación a sus comienzos y evolución hasta nuestros
días, previniendo por anticipado que, teniendo en cuenta lo mucho que se ha
dicho y publicado acerca de este acontecimiento -entre lo que cabe destacar el
extenso artículo de nuestra admirada Isabel Montejano publicado en el diario
ABC cuya portada tomo prestada para ilustrar estas páginas, y, sobre todo, los
dos minuciosos libros, el del escritor Manuel Carrasco Moreno y el de cuatro
memorialistas de la Pasión, respectivamente-, corro el inevitable riesgo de coincidencia
en puntos concretos de mi relato, extremo éste que no dudo sabrán comprender y
disculpar.
*
Daba comienzo el año 1963 cuando en este mismo lugar
donde ahora nos encontramos, un grupo de jóvenes actores aficionados al teatro
dirigidos por Pilar Montero Roldán -empleada textil y hasta su fallecimiento en
2008, el alma de la Pasión-, ensayábamos la comedia “La viuda es sueño”, interpretada en sus distintos papeles por Ataúlfo
Manquillo, Rosario y Tanci de las Heras, Aurora Montes, Pepe Recuero, Petri
Esteban, Pilar García, Valentín Sánchez, Mercedes González, José Luis Juaranz y
quien les habla. El estreno de la función tuvo lugar los días uno y dos de
Marzo de ese mismo año, a beneficio de las obras parroquiales de nuestro pueblo.
Quiso la providencia que un año antes, en septiembre de
1962, el antedicho seminarista fuese nombrado sacerdote destinado como
coadjutor a esta Parroquia, quien, sorprendido e impresionado desde el momento
mismo de su llegada al pueblo por la nobleza y sencillez de sus gentes; la
hondura de sus raíces religiosas; su historia y costumbres, sus calles, su plaza…, le faltó tiempo al joven cura para
(dicho sea en expresión coloquial) “tirarle los tejos” a nuestra citada
directora, proponiéndola fuese ella quien se encargara de dar vida en la ya
próxima Semana Santa, a su proyecto de escenificación del primer Vía Crucis
viviente de la “PASION DE CHINCHON” por las calles de nuestra ciudad; y ésta se
los recogió. (Donde quiera que ahora estés, Pilar, descansa en paz sabiendo que
por tus muchos méritos logrados a base de esfuerzo, dedicación y amor a tu
pueblo sin esperar nada a cambio, ocupas y ocuparás siempre el lugar de honor
en la historia de “TU” Pasión.)
Ni que decir tiene que la vista de lince e inteligencia
de Cardona del primero, unido al poder de persuasión y firme carácter de la
segunda, formaron un tándem capaz de comerse el mundo entero, como así quedó patente
en el caso que nos ocupa.
Sellado el acuerdo, ya se disponía de una parte
importante de los elementos necesarios para emprender el camino: el guión y la
dirección; faltaba solamente -que no era poco-: los actores; la localización de
los escenarios naturales y su itinerario; personal colaborador; vestuario, medios
materiales, económicos, etc., por lo que se pusieron ambos manos a la obra -nunca
mejor dicho-, comenzando en primer lugar por la recluta de intérpretes de entre
la gente del pueblo, conforme a la siguiente selección:
Don Luis Lezama Barañano
Pilar Montero Roldán
- Cinco agricultores: Antonio Catalán
Torres (representando a Jesús); Julio García López (a Pilatos); José Carrasco
Sáez (a Simón de Cirene); Jesús Rojo Ruiz (Soldado) y Santiago Ontalva García
(2º. Sayón).
-Dos estudiantes: Aurora Montes Paños (a
la Virgen María) y Tanci de las Heras Montes (a la Verónica).
-Dos herreros: Teresiano García Marcó
(Apóstol Pedro) y su sobrino Pedro García Catalán (1º Sayón).
- Una dependienta de zapatería: Petri
Esteban González (de Santa Mujer).
- Dos oficiales de organismos públicos:
Juan Colmenar Gállegos (1º. Lector) y Federico Vega Chamorro (2º. Lector).
- Tres jornaleros: José Buitrago
Martínez y los hermanos Gregorio y Pablo Martínez González (Soldados).
- Dos autónomos: José L. Juaranz López
(a Judas) y José Varea Heras (Centurión). Y, por último,
- Un demandante de empleo : José L.
Magallares Ruiz (Apóstol Juan).
El Pretorio de Pilatos
En cuanto a los escenarios y
su recorrido, el tiempo ha confirmado lo acertado que se estuvo, optándose por los
siguientes:
En el modesto portal de una humilde vivienda en el conocido
como Altillo de los Solares con acceso para la ocasión por su puerta trasera y
tras cruzar un corral vecinal, convinieron
la escenificación de El Cenáculo,
al que acudiría el Maestro acompañado de sus tres únicos discípulos de ese
primer año (Pedro, Judas y Juan) para celebrar con ellos la última cena, episodio
éste en el que se contiene el lavatorio de pies y la institución del Sacramento
de la Eucaristía. (La realización de
este primer acto de los ocho que en principio constaba la representación, se
trasladó, después de varios años de acomodo, primero, a los soportales de la
Plaza Mayor; después, al también soportal del Ayuntamiento y definitivamente,
por último, al primer balcón de este Consistorio; todo ello, a fin de dotarle
de la relevancia y lucimiento que el cuadro merecía).
Unas eras de vega salpicadas de higueras, granados y
espinos a las afueras del pueblo junto a
la arroyada que las circundaba, destinadas al cultivo de hortalizas, fueron
convertidas en el Getsemaní de Jesucristo, lugar escogido para la escena de La Oración y Prendimiento del
Mesías tras la traición de Judas por treinta piezas de plata. (Pasados ya treinta
y cuatro años desde su retiro, aún sigo sintiendo cerca de mí la presencia del
Apóstol Pedro encarnada por tan apreciado amigo como excelente persona, Tere el
herrero, en cuyo regazo tantos años
recliné mi cabeza simulando dormir, mientras Jesús, alzando angustiado sus ojos
al cielo, oraba en la peña al Padre para que, si fuese posible, apartara de sí
el cáliz de su amargura).
A pocos pasos de allí, en la balconada que hace esquina a
las calles Molinos Baja y Contreras, comúnmente conocida por Esquina Olalla,
situaron El Pretorio de Pilatos,
en donde el gobernador romano juzgaría al arrestado entre burlas y torturas de
los sayones, acusado presuntamente de pretender ser el Rey de los judíos y a
quien sentenciaría y condenaría a muerte a pesar de no encontrar en El ninguna culpa.
Consumado el acto y tras lavarse las manos en señal de su inocencia, Pilatos lo
entregaría al pueblo para ser crucificado. (El porte y recia voz que imprimía
al personaje citado nuestro recientemente fallecido Julio García López, difícilmente
podrán ser olvidados por cuantos tuvimos el placer de disfrutar su
interpretación).
Seguidamente, una comitiva al mando de un
Centurión y cuatro soldados conduciría al reo hasta el Monte de los Olivos ascendiendo
por Contreras, en cuya esquina con Amargura se fijaría la primera caída del
condenado y el forzamiento por parte de la tropa a Simón, un campesino que
regresaba del campo, para ayudarle a llevar la pesada cruz en su penoso camino,
quedando allí ubicada la escena de El
Cirineo y en ella plasmada la naturalidad y sencillez del también recordado
José Carrasco Sáez. (Actualmente, esta primera caída se desarrolla a la altura de las calles
Morata con Cuesta Salobre)
El cortejo continuaría su marcha hacia el patíbulo, en el
que, a su transcurso, se representarían dos de las escenas más humanas y
enternecedoras de la Pasión. En la confluencia de Amargura con Morata se situaría
La Verónica, aquella mujer
que, compadecida del dolor y sufrimiento del Nazareno arrastrando los pecados
del mundo en su segunda caída por las calles de Jerusalén, enjugó con un paño
su maltratado rostro quedando éste reflejado en el lienzo; y metros más arriba,
El Encuentro, en el que Jesús
cae por tercera vez y su Madre, traspasada de dolor, corre desesperadamente a
socorrerle tratando de abrirse paso entre la multitud, en un vano intento de
estrechar al Hijo entre sus brazos y rescatarlo de tanta humillación y maldad.
(Como todos sabemos, estas dos escenas pasaron después y hasta la fecha a
desarrollarse, la primera, a la entrada de la plaza por la calle de Morata,
frente a la Columna de los Franceses; la segunda, entre el Café de la Iberia y
el Arco del Barranco).
El Cenáculo
Calvario se situaría
ese primer año en la puerta de acceso a la Iglesia por la calle de su nombre, trasladándose
posteriormente su ubicación, para una mejor visualización del acto por parte de
los espectadores, sobre el pilón de la Plaza Mayor, y ésta, por último, a un
cadalso construido de espaldas a su frente, convenientemente disfrazado con
ramas, arbustos y olivos simulando la colina del Gólgota, donde el Hijo de Dios
sería crucificado entre dos ladrones, expoliado de sus ropas y echado a suertes
su túnica. Años más tarde, este singular escenario se enriquecería más aún con
la incorporación de dos nuevas escenas: El
Descendimiento, en el que José de Arimatea, con la autorización de
Pilatos, liberaría del madero al ajusticiado para entregárselo a su Madre. (Su contemplación, ahora como
espectador, sigue produciéndome el mismo desasosiego que cuando formaba parte
de su representación; y es que la dificultad que presenta la colocación de tan
larga sábana por entre los brazos de Cristo en la cruz me quitaba el sueño, a
pesar de repetir sus pasos una y cien veces durante los ensayos. Curiosamente,
llegado el momento de su realización, todo se desarrollaba con total normalidad,
para descanso mío). Y, El Entierro,
en el que una vez envuelto en la sábana el cuerpo del Señor, éste sería llevado
por el sanhedrita hasta el sepulcro excavado en la peña de un huerto cercano.
El último acto de la obra artístico-religiosa que
comentamos, La Resurrección, se
decidió situarlo igualmente en el mismo frontal de dicha iglesia y espacio ya
señalado para el Calvario. En él se escenificaría la resurrección de Jesucristo
y su ascensión a los cielos entre sonar de campanas y el Aleluya de Haendel. (Obligado
es resaltar la admiración y el respeto que suscita este maravilloso cuadro entre
el gentío que año tras año llena nuestra monumental plaza, por su verismo,
grandiosidad y, sobre todo, sentido
religioso).
(Finalizada la hasta aquí descripción de estaciones, permítaseme
decir bajo mi personal valoración y a sabiendas de que ello no es posible, que
motivos de sobra habría para que, con todo merecimiento, pudiera añadirse a las
ya nombradas, una más, denominada La
Casa de Flores, también en los Solares, en la que escenificar la
conversión de esta casa en albergue de caridad al servicio de la Pasión con la
complacencia de toda la familia, y que, desde el primer año de representación, hasta
ahora, sigue utilizándose como antesala, camerino, salón de peluquería, e
incluso aseos, de los actores. ¡Todo un ejemplo de solidaridad! Vaya desde aquí
mi personal gratitud a tía María e Isabelita, a quienes durante tanto tiempo
confié la supervisión de mi túnica y manto).
Prosigo mi exposición señalando que ningún problema hubo
en conseguir los colabores necesarios para que, llegado el momento, se
implicasen en la instalación de decorados, maquillaje, iluminación, aportación
de animales y aperos de labranza, mobiliario, menaje..., así como para la
confección a base de retales en casas particulares, de túnicas, mantos,
cortinas…, a excepción de los trajes de soldado, que, por la complejidad de su
fabricación, hubieron de ser alquilados.
En cuanto a la captación de fondos con los que sufragar
los muchos gastos de la representación, no fue tan sencillo; y es que, tratándose
de dinero… ya se sabe, lo que obligó, tanto entonces, como después, a recurrir
a las socorridas rifas de cestas, loterías y demás etcéteras, que tan
eficazmente Pilar y sus ayudantas promocionaban. ¡Nunca agradeceremos bastante
la abnegada labor desarrollada por todas las mujeres participantes a la sombra
en la Pasión, sin cuyo impecable trabajo habría sido -y es- imposible la
representación!
Con todos estos “mimbres” preparados, dieron comienzo los
ensayos para la construcción del “cesto” -con perdón-. Durante sus primeros
días, en el Centro Parroquial y el colegio de Cristo Rey, dependiendo de la
climatología; después, ya próxima la representación, por los distintos
escenarios de su recorrido. Estos se iniciaban terminada la jornada laboral y
solían prolongarse hasta altas horas de la noche, lo que no era motivo para
que, ilusionados de la aventura emprendida, ni el horario, la lluvia, el viento
o el frío invernal, fuesen causa del menor desaliento por cuantos lo padecimos.
Teresiano García Marcó
Merece elogiar a este
respecto la fraternal convivencia y mutuo respeto dispensado entre autor, directora,
actores y colaboradores, cada uno en su
cometido e iguales en su importancia, afortunados todos en haber tenido el
honor de poner la primera piedra de esta gran obra, cual es la PASION DE
CHINCHON.
*
Por fin, el 13 de Abril de 1963, al anochecer, con escasa
asistencia de público -la mayor parte feligreses del pueblo y otros curiosos de
“…a ver qué pasa”-, tuvo lugar el tan esperado evento. El lógico nerviosismo
del momento por tanta responsabilidad, unido a la precariedad de los medios de
que se disponía, hizo que el análisis de su resultado fuese muy dispar.
Mientras que en Mayo de ese año Mateo de las Heras, a la ocasión cronista de
esta localidad, en su artículo publicado en el nº. 2 de “Fuentearriba” calificó
la representación de “…muy buena en general…” sin duda movido por la pasión que
sentía por las cosas de su pueblo -según escribió-, el público lo consideró
manifiestamente mejorable; y el autor, la directora y la mayor parte de los
actores opinamos a coro que fue, sencillamente, lamentable.
A pesar de lo anterior, lo cierto es que este digamos
“ensayo general” sirvió para, en años posteriores, ir subsanando errores,
remediando carencias, allegando recursos, modificando escenarios, ampliando
actores...; en una palabra, mejorando lo que, con el trabajo de todos y a lo
largo del tiempo, se ha ido consiguiendo hasta la fecha.
Nadie, en mi opinión, incluido el propio de Lezama -padre espiritual y a la vez del texto-, podía llegar a imaginar que
aquel experimento -entre comillas- llevado a cabo por un puñado de personas de
distinta clase y condición el Sábado de Gloria de aquella Semana Santa, iba a
llegar a ser, tras de sus 54 años de andadura, una de las representaciones
vivientes de la Pasión de Cristo más importantes de España, para gozo de
cuantos miles de personas acuden cada año a Chinchón para presenciarla. No hay
más que observar -ahora lo hago yo en mi condición de “relevado”-, la presencia
de ánimo que delatan sus rostros a la conclusión, para darse cuenta de que el
acto dista mucho de ser lo que algunos piensan a su principio que van a ver: una
especie de visita guiada por los escenarios naturales de un bello pueblo castellano
sobre la vida de Cristo, teatralizada en ocho actos por un grupo de aficionados
y, para más decir, gratuita, y lo realmente contemplado: “un acto de fe entre
el pueblo y Dios” -en palabras de Montejano- sobre los sucesos protagonizados
por Jesucristo entre la última cena y Su resurrección, que cala en el corazón
de los concurrentes, como así lo demuestra el cerrado aplauso con el que a su
final premia a la representación.
José Luis Magallares en el descendimiento de la cruz.
En lo que a mí se refiere, cuántas
veces me he preguntado -y cuántas otras no me he sabido responder- sobre qué ha
supuesto para mí la Pasión. Hoy, al fin, con la clarividencia que infunden los
años, ninguna duda tengo en afirmar que, en gran medida, fue quien me ayudó a
superar los momentos difíciles de juventud, dio sentido y motivó mi formación
como persona y afianzó mis creencias religiosas a lo largo de mi existencia.
Llegado a este punto y aun a riesgo de inoportunidad, permitidme
que, a modo de simple comentario, dé a
conocer aquí, por su especial trascendencia para mí, lo ocurrido durante mi
permanencia en la Pasión:
Hace
ya trece años recibí una carta anónima de un amigo -según él-en la que, además
de duros calificativos acerca de mi persona y trabajo, me decía textualmente en
uno de sus párrafos: “…creemos muchos de los que participamos en la Pasión que
deberías dar paso a otra persona en el personaje que representas,
es decir, que dejes de hacer de san Juan y pongan una persona más acorde al
papel que tu. los años no pasan en balde ni para ti ni para nadie y aunque tu
crees que tu físico te puede permitir el
hacer tu papel la verdad es que no es así…(sic)” (Fin de la cita).
No renuncié a contestarle; a vuelta de correo y con
profunda tristeza, le dirigí una carta
abierta a mi interlocutor haciéndole constar en esencia que quizá fuese cierto
-como apuntaba- que mi físico no se ajustaba ya, por la edad, al personaje que
representaba, alegándole en descargo la razón de mi continuidad, que no era
otra sino la profunda identificación que yo sentía con el apóstol Juan,
causante de mi ignorada ceguera. Un año después, en 2004, tras de meditada y
dolorosa reflexión, solicité y obtuve mi sustitución.
Desde entonces, en mis visitas al templo parroquial y
llevado por mis sentimientos, no puedo evitar fijar los ojos en el medio punto
de su retablo mayor para contemplar en él la escena del Calvario, -que hago
mía- en la que se representa a María siendo consolada por la otra María, la de
Cleofás; frente a ellas, de pie, a María Salomé “…y cerca de ellas a Juan, el
discípulo amado…”, de rodillas y hundido de pena a los pies del Crucificado.
La Resurrección.
Ello así, mi nostalgia se
compensa con creces al comprobar con profunda satisfacción el crecimiento
alcanzado en todos los órdenes por la Pasión en este relativamente corto
espacio de tiempo de su andadura, así como al percibir felizmente que la PASION
DE CHINCHON goza de una envidiable salud; y que el espíritu de aquel 63, origen
de su creación, ha prendido con fuerza en el ánimo de quienes ahora asumen la enorme
responsabilidad de, no solo conservarlo y acrecentarlo, sino también de transmitir
tan preciado legado a las generaciones venideras, para culto a Dios, disfrute
de la humanidad y orgullo de Chinchón, como así es mi deseo.
Finalizo aquí mi intervención, temiendo haber superado el
tiempo de que para la ocasión disponía, no sin antes mostrar mi sincero
agradecimiento, en primer lugar, a los componentes de la “ASOCIACION CULTURAL PASION
DE CHINCHON”, por haberme confiado inmerecidamente ser su pregonero en esta
Semana Santa que hoy comienza; después, a cuantos de una u otra forma han
intervenido en algún momento en cualquiera de los trabajos realizados en pro de
la Pasión, especialmente a nuestras compañeras y compañeros perdidos; y a todos
vosotros, en fin, que con tanta atención y paciencia me habéis escuchado.
Muchas
gracias.
Chinchón, 9 de Abril de 2017.
(J.L. Magallares Ruiz.)