Que una anciana venerable se quiera casar a los 85 años, no deja de ser anecdótico y, por supuesto, está en todo su derecho. Que esa anciana, además, sea grande de España y tenga todos los título imaginables, puede facilitarle el camino para hacer lo que le venga en gana. Que sea también la vigésima Marquesa de Moya, nos hace pensar lo que diría su antepasada doña Beatriz de Bobadilla, primera marquesa de Moya y señora de Chinchón, de la boda de la actual marquesa que ostenta el título familiar.
Si le hubiesen contado entonces, a la esposa de don Andrés de Cabrera, - del que el pasado día 4 celebramos el 500 aniversario de su muerte - y amiga de Isabel la Católica, que una descendiente suya se iba a casar por tercera vez a los 85 años, seguro que no se lo creería, porque en aquellos tiempos era impensable alcanzar esta longevidad. Pero lo que seguro que no entendería es que se “prestase” a ser el admerreir de cronistas y gacetilleros que han aprovechado la ocasión para mofarse de esta buena mujer, en programas y reportajes del corazón, que con este motivo están haciendo su agosto.
Nuestra duquesa se puede casar no tres, ni siete, sino setenta veces siete, y tendría todo su derecho, y en todo caso Dios nos dice que se le debería perdonar esta falta, si es que lo fuese. Pero hay algo que se llama elegancia, saber estar y sentido del ridículo que muchos, en este caso, parecen haberlo perdido.