Eran los pasos de mi padre arrastrando las zapatillas por el pasillo. O, tal vez, la rendija que se encendía debajo de la puerta de mi alcoba. Posiblemente era el penetrante silvido de la cafetera con olor a pan tostado. Yo me despertaba con nada.
Primero creía que estaba soñando, luego era el timbre del despertador que enseguida se ahogaba sin apenas haber sonado. Sentía frío y entonces oía el agua correr y la maquinilla de afeitar. Después llegaba la suave caricia del olor a “Flöit” que, sólo entonces, hacía tersa la cara de mi padre. Cuando llegaba de trabajar por la noche ya era áspera y no me gustaba besarle. Era el momento de llamarle.
- Ven “papi”, estoy ya despierta.
En mi casa, muy de mañana, hacía frío, pero mis sábanas estaban cálidas y a mí me gustaba arrebujarme haciéndome un ovillo diminuto que casi desaparecía en la cama. Su silueta se dibujaba en el quicio de la puerta que ahora se hacía luminoso, agrandando su formidable figura que se acercaba para regalarme el primer beso lleno de frescor.
-Vamos, nena, que aún es muy temprano y tienes que dormir...
Pero era en vano, aunque a mis años me daba ya un poco de vergüenza, tenía que cogerme arropada con la manta y llevarme a la cocina. Me gustaba sentirme protegida por sus brazos, en mis ojos se podía leer la sensación de triunfo cuando veía a mi madre afanada preparando la mantequilla y las tostadas para el desayuno, con el pelo aún revuelto, los ojos hinchados de no haber dormido bien, la bata acolchada con el esquijama verde asomando por debajo y las zapatillas de paño. Entonces yo era la princesa y ella la reina destronada, aunque me obsequiaba solícita, con con un sonoro beso en la mejilla, mientras me preparaba la rebanada de pan untada con mantequilla y mucho azúcar como a mí me gustaba.
Mi padre se tomaba el café con prisas y la tostada casi de camino al garaje, era mi madre quien me hacía volver a la cama todos los días.
- Mira, Eduvigis, tenemos que tomar medidas con la niña, no se puede permitir el jubileo que tenemos todas las mañanas.
- Hay que tener paciencia, esto pasará en unos días. Tenemos que ser comprensivos, desde que llegó el hermanito lo está pasando muy mal; es una niña muy sensible.
Mi vida había cambiado desde que llegó el pequeñajo. Yo me tenía que acostar temprano y él se quedaba hasta que le daban el biberón de las doce. Yo dormía en mi habitación, que era muy bonita, sí, pero él dormía en la cuna en el dormitorio con mis padres. Era muy feo y no tenía pelo y, además, le vestían con unos faldones horrorosos que parecía un muñeco; pero de los feos. Me dijeron cuando llegó del hospital que me traía un regalo, pero a mí no se me compra con unos vestiditos para la “Barby”; no he jugado nunca con ellos...
Lo que tampoco puedo soportar es aquello de “pero tu eras más guapa”, “él sólo es un llorón” “tu, de pequeña, eras mucho más mona”. Yo sé disimular muy bien y estoy segura que no se dan cuenta, pero estoy muy triste porque ellos quieren más al renacuajo.
Él centra ahora toda la atención. El biberón cada tres horas, el baño, el cambio de pañales, las visitas... sobre todo las visitas... y los regalos. La verdad es que la mayoría son frascos de colonia, jabón y unos pijamitas horrendos, pero mi tía Elvira le trajo un cubierto de plata que no me dejan usar, porque lo tienen guardado en un estuche azul de terciopelo para cuando sea mayor.
Menos mal que yo tengo ya otras inquietudes. Pero han sido años de ser hija sola, de ser el centro de atención de toda la familia, de ser el ojito derecho de papá y el caprichito de mi madre. Ahora se terminarán las sesiones, largas y plácidas en las que ella me cepillaba el pelo hasta dejarlo liso y sedoso; ya no tendrá tiempo para jugar conmigo a las comiditas ni me leerá más cuentos. Papá querrá llevarle al fútbol y le comprará una bicicleta pequeña de montaña, como la suya, para salir de excursión los sábados por la mañana... Todo ha cambiado ya.
- Anita, es para ti.
- ¿Quien es?
- Espera.... dice que es José Ángel, un compañero del Instituto.
- Dile que ahora mismo me pongo...
Mañana ya no le llamaré de madrugada y mi padre, por fin, podrá respirar tranquilo porque sabrá que ya he despertado de mi niñez.