Las pruebas fueron demasiado duras; muchos años de estudio y una competencia atroz entre gente muy bien preparada. Gilberto Álvarez de Iniestrillas y Gómez de Salazar tuvo que esforzarse al máximo, porque era su vocación de toda la vida y solo había una plaza que cubrir.
Bien es verdad que el sueldo no era muy alto, pero eso a él no le importaba demasiado porque la hacienda le venía de alcurnia y lo que verdaderamente le atraía era la espaciada jornada laboral, que le permitía dedicarse a otros menesteres o simplemente a holgar, porque realmente era bastante vago.
Y consiguió la plaza, lo que llenó de orgullo a toda la familia que siempre había pensado que Gilberto no valía para nada.
Y pasaron los meses y por fin le avisaron que tenía que hacer su primer servicio. Sería el lunes de la semana siguiente y se requería su presencia dos horas antes de la actuación que estaba prevista para las ocho en punto de la mañana.
- Lo siento, mamá, pero yo no puedo hacerlo... yo no puedo matar a un hombre.. aduciré objeción de conciencia....
- Pero, hijo mío, ¿Eres tonto, o qué? ¡Las oposiciones eran para verdugo!