Sísifo Ildefonso Manso y García nació en una familia acomodada, fue el quinto de diez hermanos, y a su padre, que tenía un raro sentido del humor, se le ocurrió ponerle el nombre de Sísifo, aunque su madre intercedió para que por lo menos le pusiese Ildefonso de segundo nombre, porque así se llamaba un tío abuelo muy rico, sin duda con la esperanza de que el viejo se acordarse de su sobrino homónimo en su testamento.
Aunque su padre se empeñaba en llamarle Sísifo, al final prevaleció el nombre de Fonsi que era una especie de mezcla de los dos, y así fue conocido siempre nuestro protagonista.
Tuvo una vida que podríamos considerar como normal, entre valle de lágrimas y jardín del edén; se casó con una buena mujer y tuvo dos hijos a los que no quiso ponerles su primer nombre; tuvo varios trabajos y hasta probó en la política de la que tuvo que salir por un feo asunto de malversación que pudo vadear sin llegar a pisar la cárcel.
A los ochenta años le llegó la hora de dar cuenta de sus actos ante la Corte Celestial, donde no pasaron desapercibidos aquellos asuntillos de sus aventuras políticas y el Juez Supremo le comunicó su veredicto: Tendrás que volver a vivir de nuevo la vida hasta que hayas aprendido la lección!
A Sísifo no le disgustó la sentencia y unos días después inició su nueva vida.
Una familia similar, ahora con solo dos hermanos, pero con un padre un poco raro que también se empeñó en que tenía que llamarse Sísifo.
Y vuelta a empezar...
Al principio no era consciente de su situación. Poco a poco iba descubriendo que reconocía lo que le estaba pasando hasta que se cercioraba de su situación.
Pero seguía teniendo los malos hábitos de su vida anterior y caía irremediablemente en las viejas tentaciones.
Y esta es ya su séptima vida, que rogaba al Sumo Hacedor que fuese la última como les pasaba a los gatos.
Porque ya se le hacía muy cuesta arriba tener que emular a su homónimo el griego Sísifo y subir una y otra vez la montaña cargado con el insoportable peso de su piedra, una vida cada vez más pesada.
Hizo propósito de la enmienda y ante la incredulidad de todos sus conocidos se hizo eremita y se retiró al desierto lejos de las tentaciones, porque llegó a la conclusión de que el castigo más cruel era volver y volver a tener que repetir la vida, con lo apacible que era morir en paz cuando te había llegado la hora.
Y allí en su desierto espera esperanzado que ahora si, terminen por fin sus días y no tenga que volver de nuevo a la vida.