Especioso Salvatierra e Hinojosa, era oriundo de las tierras de Salamanca donde la afición taurina había calado en los jóvenes de aquel pequeño pueblo de apenas ciento veinte habitantes, la mayoría dedicados a la labranza de las tierras, por cierto, de una excelente calidad para el cultivo del garbanzo.
El joven Especioso no es que estuviese ufano por su nombre, es que maldecía a diario la mala fortuna de haber tenido un abuelo que fue así bautizado por un cura anciano, que llegó al pueblo y era muy devoto de aquel santo romano, y que estuvo dudando si poner ese nombre al pequeño o decidirse por el de Usuardo o Garonio que eran los que preferían los padres, muy letrados en el Martirologio Católico.
Cuando creció el joven Especioso y se inició en las letras, supo también que su nombre tenía un significado poco apropiado para un joven de tan buena familia, pues el diccionario lo describía como artificioso y engañoso.
Era, sin embargo, nuestro protagonista de facciones gráciles, es esbelta figura y de elegantes ademanes que, según el decir de sus menguados convecinos, no se correspondían con un nombre tan poco habitual e inapropiado para el pobre adolescente, que ya por entonces mostraba una inusitada afición por el arte del toreo y hasta se había atrevido a practicar con una vaquilla en el tentadero de una ganadería del pueblo de al lado al que había sido invitado por un tío abuelo de su mejor amigo.
Aunque el muchacho mostró valor, buenas maneras y un donaire poco habitual en un principiante, le aconsejaron que si quería triunfar en este difícil arte de Cuchares, debería cambiarse el nombre, porque no había memoria de que antes hubiese triunfado nadie con un nombre tan raro que más parecía identificarse con el de un vendedor de productos culinarios.
Decidió que a partir de entonces se llamaría "Pochocho", que no es que fuese tampoco muy taurino pero, al menos, era sonoro y era como le conocían sus amigos que muy pocos sabían su verdadero nombre.
El caso es que no llegó nunca a vestir el traje de luces y tuvo que contentarse con presumir, cuando venía al caso, de su etapa de maletilla; pero en cambio conservo el apodo para toda la vida, y nadie recordó nunca más su casi desconocido nombre.