Su novia, en la intimidad, le llamaba "Riki" y solo cuando llego a director, los desconocidos le llamaban don Secundino.
Tuvo una carrera laboral plena de éxito y su vida social se enmarcó en la elite local y siempre era de los primeros invitados a todas las fiestas que se preciasen de cosmopolitas; aunque aquí hay que reconocer, que además de los méritos de Riquelme, también contaban los innegables atractivos de su esposa, la que siendo novios y en la intimidad, le solía llamar con el diminutivo de su apellido.
Aunque durante su ajetreada y exitosa vida laboral tuvo que emigrar en varias ocasiones a otros lugares, cuando le llego su jubilación regreso al pueblo que le viera nacer y con su esposa, que aún conservaba gran parte del atractivo de sus buenos tiempos, acondicionó la casa familiar y decidió que allí terminarían sus días.
Y se le veía pasear al clarear el día y a la caída de la tarde por la alameda; siempre con su bastón con empuñadura de plata, siempre con los zapatos relucientes y siempre tocado de su sombrero, de fieltro en invierno y de paja en verano, con el saludo pronto a todos los que se se cruzaban con el. Un paseo que no se alargaba mas de media hora, pero que le permitía mantener su figura estilizada y su aspecto saludable. En alguna ocasión, y solo por las tardes de la primavera y del otoño, le acompañaba doña Rosita, su esposa, que no compartía totalmente con Riquelme aquella decisión de terminar sus días en el pueblo, porque para ella tenia muchos más atractivos la capital, donde, además estaban casi todas sus amigas.
Riquelme siempre tuvo también una salud envidiable. Presumía de no haber faltado nunca al trabajo ni por un mal resfriado, y ahora solo tomaba por las mañanas una pastillita para la tensión y unas gominolas de menta porque se le resecaba un poco la garganta.
Eso si, antes de marcharse mando que en la lápida de su tumba pusieran, en letras doradas, esta inscripción: RIQUELME, TU ROSITA NO TE OLVIDARA NUNCA. Y es que prefirió que lo de "Riki" siguiera quedando en su intimidad.