En la calle Costanilla segunda de Chinchón, vivió don Manuel Alvar, muy cerca de su amigo Eduardo Carretero, que fue quien le animó a venirse a vivir a nuestro pueblo. Aquí pasó sus últimos años con su esposa doña Elena Ezquerra y rodeado de sus hijos y sus nietos.
El Ayuntamiento de Chinchón inició con fecha 16 de noviembre de 1989 un expediente para nombrarle hijo adoptivo de Chinchón, siéndole entregado el nombramiento en un acto celebrado en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento el día 25 del mismo mes.
Aquel día, en su discurso explicó el porqué había llegado a nuestro pueblo:
“Y se vino a Chinchón. ¿Por qué? Desde lo alto veía muchas veces el paisaje austero y sereno de esta Castilla monacal y pobre. Si las tierras pudieran ser franciscanas, las de Chinchón lo serían. Cuando venía de Andalucía, veía estos campos en los que el hombre apenas es algo más que un pedazo de estameña, y los pueblos, la presencia serena y tranquila de las horas. Pensé que estar aquí sería vivir sin desazones. Fue entonces cuando lo conté: traté con gentes que eran personas y supe de las horas, largas, cuando los gorriones gritan o las golondrinas chían enloquecidas; cuando vi que las flores no eran efímeras, sino que duraban como un dulce canto de amor y los árboles daban lecciones de rigor y no de lujuria.”
Yo sólo le visité en una ocasión con motivo de la edición del libro “Chinchón en mi recuerdo” que recoge los poemas de don José Manuel de Lapuerta, en el que incluimos el párrafo de su discurso que he recordado antes. Allí nos recibió su esposa, y el nos mostró orgulloso su casa que era un compendio de toda su obra recogida en una espaciosa biblioteca con todos sus libros y escritos.
Con su nombre fue bautizada la Casa de Cultura de Chinchón, que se siente orgulloso de haber tenido entre sus hijos a tan ilustre personaje.