La antipatía, el desprecio, incluso el odio, siempre son recíprocos. Yo siempre pienso que cuando alguien me cae gordo es que yo también le caigo mal a él. No sé si será la química, la genética o las hormonas, pero todos estos sentimientos suelen ser recíprocos. No así el amor, que muchas veces suele no ser correspondido.
Y todo este exordio viene a cuento porque te encuentras a diario, tanto en los medios de comunicación y entre los políticos como en la vida real, a muchas personas que se quejan de que son odiadas o despreciadas, y achacan este sentimiento de los demás a sus creencias, a su género, a su condición o a sus ideas. Y si te detienes un poco para analizarlo, te encuentras que efectivamente, esa persona suscita en los demás esa animadversión; pero si profundizas en el análisis, llegas a la conclusión de que no es por las causas que él aduce, sino porque él odia y desprecia a todos los que no piensan como él, a los que son de distinto género o condición y, sobre todo, los que tienen ideas diferentes o no tienen sus mismas creencias.
Estas suelen ser personas que rezuman bilis en sus palabras y en sus escritos, que van repartiendo odio y menosprecio hacia los que ellos estiman inferiores, y es que se consideran poseedores de la verdad absoluta.
Un poco de todo esto se puede asignar a los nacionalistas y a los nacionalismos. Cuanto más se desprecia al otro, más desprecio se recibe. A lo mejor se empezaba a solucionar todo si nos esforzásemos un poco en demostrar un poco de aprecio y comprensión hacia los que no son o piensan como nosotros y entonces ellos también empezarían a entendernos a nosotros; porque todo, en el fondo, suele ser recíproco.