lunes, 4 de mayo de 2015

UN NIÑO CONSENTIDO, DE VERDAD.



Fue un niño consentido y sin sentido práctico de la vida. Se empeño en estudiar filosofía cuando sus padres le sugerían que hiciese una ingeniería, aunque fuese agrícola; pero como no eran capaces de quitarle ningún capricho, terminó estudiando a Platón, Aristóteles y a don Inmanuel Kant, que era un coñazo, pero a él, por su particular sentido, le parecía de lo más entretenido.

Después, ya de mocito, se alistó en una organización juvenil para el desarrollo del ornitorrinco doméstico y en sus ratos de solaz se dedicó a la cría de gusanos de manzanas de reineta, que llegaban a alcanzar extraordinarias proporciones dada su dedicación y esmero a la hora de cuidarlos y,  sobre todo, de alimentarlos. No digo más que consiguió tres Guinness World Records, en los apartados de tamaño, peso y voracidad y llegó a conseguir un cierto renombre y reconocimiento mundial en el mundillo de los gusanos de las manzanas de reineta.



Haciendo gala de su ya proverbial poco sentido de la realidad decidió dedicarse profesionalmente a la política cuántica para estudiar los comportamientos aleatorios de las masas informes de adolescentes sin derecho a voto e intentó con poco fortuna, dígase de paso, vender sus conclusiones a los partidos políticos de la oposición que, como también es sabido, por no tener, no tienen ni contabilidad A, y mucho menos la B, que es donde se suelen sacar fondos para estos estudios tan poco prácticos y casi tan inútiles como sus autores, solo válidos para justificar inversiones en el partido del gobierno.

Con todo ello consiguió despilfarrar la muy considerable fortuna familiar, ante la mirada desolada de sus progenitores que siempre se lamentaron de no haber sabido infundir a su vástago un poco de sentido común y consentirle menos en sus demenciales iniciativas.


Ahora, vaga errante por caminos ignotos, ante la mirada displicente de antiguos amigos y conocidos que otrora se habían solazado con las cosas tan extravagantes que se le ocurrían a Elviro. Porque Elviro era aquel niño consentido del que les acabo de contar su historia.