domingo, 15 de marzo de 2015

UNA VISITA SIN AVISAR

mi me gusta visitar a los amigos sin avisarles. Ya sé que es una mala costumbre, pero es que yo soy así, y así me va.
Esto viene a cuento porque el otro día, creo que fue un viernes del pasado mes de noviembre, estaba yo aburrido en casa y me pensé: “Podía ir a ver a mi amigo Sigfredo”. Y ni corto ni perezoso me planté en su casa de la playa.
Cualquier persona sensata sabe que presentarse en la casa de alguien sin previo aviso y sobre todo si es donde él se suele ver con su amante, es muy arriesgado y se expone uno a perder para siempre las amistades. Pero eso yo no lo pensé aquel día y ahí estaba yo llamando insistentemente al timbre de la puerta.
Tardó un buen rato en abrir; yo creo que algo más de lo que sería lógico esperar, aunque fuese la hora de la siesta.
Antes de abrir vi cómo se iluminaba la mirilla y sólo un rato después se entreabrió definitivamente la puerta y Sigfredo, con cara no sé si de asombro o estupor, apenas si era capaz de articular alguna palabra coherente.
¿Cómo lo has sabido?
Al fondo, a través de una puerta medio abierta, y reflejándose en el espejo del dormitorio creí descubrir el cuerpo semidesnudo de mi Adelita a la que ahora recuerdo con un cierto afecto y añoro los buenos tiempos en que fuimos novios, hasta aquel fatídico viernes de noviembre en el que se me ocurrió ir a visitar a mi amigo Sigfredo en su casa de la playa, sin avisarle previamente.