sábado, 9 de noviembre de 2013

LA FÁBULA DEL BURRO Y EL REY PESCADOR.

Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, había una vez un rey que quería ir a pescar. 
Llamó a su pronosticador del tiempo y le preguntó el estado del mismo para las próximas horas. 
-¡Éste tranquilo, Majestad, no lloverá! Le dijo el asesor en materia de previsiones meteorológicas.
Como la "querida" del monarca vivía cerca de donde iba a pescar, se vistió con sus mejores galas.
Ya en camino, el Rey se encontró con un campesino montado en su burro, quien al ver al rey le dijo:
-¡Señor es mejor que vuelva, pues va a llover muchísimo!
Por supuesto el rey siguió su camino, pensando: 
“Qué sabrá este tipo si tengo un especialista muy bien pagado que me dijo lo contrario. Mejor, sigo adelante.”
Y así lo hizo… y, por supuesto, llovió torrencialmente.
El rey se empapó y la "querida" se rió de él al verle en ese estado.
Furioso volvió a palacio y despidió a su empleado meteorólogo. 
Mandó llamar al campesino y le ofreció el puesto pero éste le dijo:
-“Señor, yo no entiendo nada de eso, pero si las orejas de mi borrico están caídas quiere decir que lloverá”


Entonces el rey contrató al burro
MORALEJA:Y de esta guisa comenzó la costumbre de contratar burros como asesores, que desde entonces tienen los puestos más remunerados en el gobierno.

Nota: La fábula no es mía. Me la ha enviado un amigo. Yo, sólo, la he retocado un poco, la he ilustrado y la publico porque me ha parecido graciosa. ¿O no?

viernes, 8 de noviembre de 2013

DIÓGENES.


Cuentan que cuando Alejandro Magno conquistó a sus 18 años toda Grecia, que era una formación de Ciudades-Estado unidas por una Liga Panhelénica, pero  que unificó bajo su mando,  sabedor en Atenas de la fama de Diógenes el Cínico, que vivía dentro de un tonel, fue a verle y le dijo: 
"Soy el dueño del mundo; bebo el Chipre en copas de oro,  pídeme lo que quieras y te lo concederé".
A lo que el filósofo contestó de tal guisa. 
"Yo no soy dueño de nada, pero solo te pido que te apartes un poco para que no me quites el sol"

jueves, 7 de noviembre de 2013

10 DE ENERO DE 2045.


Hoy cumplo cien años. Yo no quería que esto ocurriese, pero no he tenido valor para remediarlo, y eso que ahora lo de la eutanasia ya está bien visto. Es más, casi es obligatorio. La doctrina oficial es que es inmoral vivir tanto tiempo, consumiendo los bienes que tanto necesitan los más jóvenes.
Hace ya cerca de cuarenta años, la sociedad empezó a reclamar el derecho a morir dignamente. Las autoridades civiles tantearon la opinión para promulgar una ley que lo pudiese regular, pero las religiosas mostraron su más profunda oposición.
Años después, cuando, por fin, se llegó a una real separación de iglesia-estado, y ante la situación de longevidad de la población y la disminución de los nacimientos, la situación económica se iba haciendo insostenible de día en día.
A pesar de las medidas de protección a la infancia y las grandes subvenciones que se ofrecían a los padres cuando tenían un hijo, la natalidad había descendido alarmantemente y mucho más cuando ya no quedaba ningún inmigrante en nuestro país.
Las pensiones se retocaron a la baja; eso dicho eufemísticamente. La verdad es que no había dinero para los viejos y se redujeron a menos de la mitad, alegando que las necesidades de los mayores eran menores, y que sus gastos en comida y vestido eran reducidos, y que tampoco necesitaban los antiguos viajes de vacaciones que antaño organizaba el Imserso; es decir, que “con sopitas y buen vino”, era más que suficiente.


Cuando la famosa crisis de 2010 llegó a su mayor virulencia, las autoridades europeas aconsejaron que la única solución al excesivo endeudamiento de España, era prorratear esa deuda entre todos los contribuyentes y se acordó hacer una quita del 10% de los ahorros de todos los habitantes. Como es lógico, de esta quita solo se libraron los que tuvieron una información privilegiada y pusieron a buen recaudo sus inversiones en paraísos fiscales; es decir, los ricos de siempre. Todos los demás vimos cómo una parte de nuestros ahorros que habíamos logrado con tanto trabajo y privaciones, desaparecía de nuestras cuentas, cada vez más famélicas por la disminución de los ingresos.
Nuestros hijos se hicieron también mayores y nuestros nietos, en muchas ocasiones, se veían abocados a emigrar, por lo que las familias tenían que ir trampeando para sobrevivir, malvendiendo lo que se había comprado en los tiempos de abundancia. Durante un largo periodo de tiempo, fueron llegando lo que se llamó “inversión extranjera” ante el alborozo del gobierno de turno, y que no era otra cosa que una manada de buitres ávidos de aprovecharse de los pobres desahuciados que tenían que sobrevivir como fuera.
La verdad es que en la mayoría de las ocasiones no era necesario recurrir a la eutanasia, sólo había que dirigirse a lo que ha quedado de la sanidad pública, donde ya solo se receta a los viejos, medicamentos paliativos para eliminar los síntomas y ha desaparecido totalmente la medicina preventiva.


A mí hace tiempo que sólo me recetan paracetamol y que me retiraron la pastillas de la tensión y del colesterol. Por lo que parece, no los necesitaba, sobre todo las últimas, porque con una dieta pobre en grasas como la que llevamos en casa, se han solucionado todos mis males.
Ahora ya no salgo de casa. Ya no me quedan amigos y lo que veo por la televisión no me gusta nada. Aún recuerdo aquellos programas de tertulias tan entretenidos, tan comedidos y tan respetuosos. Ahora ya no se puede ver ninguno, ya sea de política, de fútbol o de Sociedad, aunque es posible que todo sea porque yo voy estando ya un poco viejo.
Vivo mucho de los recuerdos. Veo mis fotos, leo mis libros, que todavía los conservo en las estanterías de mi salón; de vez en cuando, enchufo mi viejo ordenador, que todavía funciona, y en alguna ocasión, como hoy, me da por escribir algo para recordar los viejos tiempos.

Y es que no todos los días se cumplen cien años.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

LOS ANIMALES Y LA VIDA COTIDIANA DE ANTAÑO EN CHINCHÓN.

Cuando apenas si se empieza a notar que las horas de sol comienzan su carrera de persecución con la noche, se celebra la fiesta de San Antonio Abad, más conocido por San Antón. Es el patrón de los animales y por tanto era, antiguamente, una fiesta muy importante en Chinchón. La presencia de los animales en la vida laboral y económica del pueblo tenía suma importancia.


Si el ganado vacuno, porcino, ovino y avícola eran la base de la alimentación y con importante influencia en la economía familiar, los caballos, las mulas y los burros eran los elementos de carga y tracción fundamentales para la mayoría de las tareas agrícolas y elementos insustituibles para el transporte. Podríamos decir que la vida familiar de un agricultor giraba en torno a los animales. Su cuidado y alimentación eran tareas prioritarias a la hora de organizar la actividad y los niños eran los encargados de preparar sus comidas y de la limpieza de cuadras, corrales y apriscos. 


Por otro lado, los animales de compañía tenían más funciones que las propiamente de acompañamiento. Los perros eran imprescindibles como guardianes de las casas que tenían grandes espacios abiertos, apenas guardados por tapias fácilmente superables, y como grandes colaboradores en la caza que también representaba una apreciable ayuda en el suministro de víveres. Los gatos, por su parte, eran el mejor remedio contra la invasión de roedores que acudían a las trojes repletas de grano y a las cámaras en las que se almacenaban las legumbres y las frutas. Las deficientes infraestructuras higiénico-sanitarias contribuían a la proliferación de estos repugnantes animales que había que combatir con todos los medios disponibles, entre los que el gato era el más eficaz.


El día de la fiesta, se engalanaba a los animales y se acudía a su ermita para que recibieran la bendición del Santo. Era lo que se llamaba "dar vueltas a San Antón". 

martes, 5 de noviembre de 2013

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Viñeta de Alfons López

en Público.es de 5-11-2013

"1898-1965: TIEMPOS DE AMARGURA". LA VERSIÓN ÍNTEGRA (SIN CENSURA) DE "LOS VELOS DE LA MEMORIA"

¡¡SE PUBLICA LA "NUEVA" NOVELA 
DE MANUEL CARRASCO!!
- en formato digital -
"1898-1965: TIEMPOS DE AMARGURAS"

Hoy quiero compartir con todos vosotros esta nueva versión íntegra y sin censura de "Los Velos de la Memoria".




"1898-1965 TIEMPOS DE AMARGURAS" 
Es la apasionante historia de dos mujeres: doña Margara y la Rosa. Dos mujeres que nunca llegaron a cruzarse, pero que vivieron siempre unidas por un hombre despótico, egoísta e inmoral y por tiempos de amargura, de violencia, de venganzas y dolor.
Desde finales del siglo XIX a mediados del XX nos muestra la sociedad de una España fracturada y de un pueblo recóndito en el que se vivían todas las vicisitudes de unos tiempos difíciles para casi todos.
La podéis leer pinchando en la portada que está entre "Mis  libros de ficción" o a través de este enlace:


Dice el prólogo:

Esta novela que el autor ha titulado ”Tiempos de amarguras ” es realmente la compilación de las dos novelas de “Los velos de la Memoria” que en su primera parte tenía el subtítulo de “Historia del Solar” y en su segunda “El Amo”. Había pensado el autor hacer una tercera entrega que titularía “La heredera”, pero siguiendo las sugerencias de algunos lectores, decidió reescribir las dos primeras partes de la trilogía y la parte que ya tenía escrita de la tercera para formar una sola novela.

Cuando he leído esta “nueva” novela me ha parecido otra diferente. Contada la historia desde una perspectiva cronológica, los personajes adquieren una nueva dimensión y las protagonistas de las dos partes anteriores mantienen un enfrentamiento que se hace mucho más patente, mas real, y mucho más sugerente.
Pero es mejor que cada uno de los lectores hagáis vuestra propia valoración, porque siempre habrá tantas historias como lectores, porque el lector, a la postre, es el que conforma la historia que ha ideado el autor.
Yo espero que os guste.

lunes, 4 de noviembre de 2013

LA HERENCIA DE MI ABUELO MANOLO.


Yo no se si el carácter se hereda como se hereda una casa, una tierra de regadío, un olivar, la propensión a una enfermedad coronaria, o una insuficiencia renal. El caso que yo pienso que mi abuelo paterno me dejó en herencia su agorafobia.
Mi abuelo era un señor muy serio. Yo creo que nunca le vi sonreír. Vestía unos pantalones de pana siempre de color oscuro, una camisa blanca sin cuello, una faja negra a la cintura que le servía también de bolsillo donde guardaba la petaca del tabaco, el librillo de papel de fumar y el mechero; una blusa negra y una gorrilla que siempre ladeaba hacia el lado izquierdo, y siempre con ademán serio. No creo que nadie se atreviese a gastarle una broma. Era posadero, y los clientes sentían un respeto temeroso hacia él, que siempre mantenía un ademán adusto y una actitud distante.
Era alto y recio. Cuando más joven debió ser fuerte como lo fue su padre, al que apenas conoció porque murió cuando él era todavía un niño.
Mi abuela era el contrapunto. Pequeña, cariñosa y sumisa. Me daba el cariño y la atención que nunca me dio mi abuelo.
Posiblemente por la casi nula atención que nunca me prestó, decidió dejarme como herencia el rasgo más característico de su carácter.
Cuando se hizo más mayor y ya no estaba para trabajar, dejaron la posada y se recluyó en una pequeña vivienda de la casa familiar, junto a sus hermanos y sobrinos, y al lado de su hija. Allí le visitábamos los nietos de vez en cuando, no porque él agradeciese las visitas, sino porque entonces nuestros padres nos tenían muy bien educados y era obligado visitar a los abuelos.
Yo no le recuerdo enfermo, aparte de los achaques de la edad y de una vez que le tuvieron que operar de próstata en la capital y yo acompañé a mi abuela al hospital para hacerla compañía mientras duró la operación.
La vivienda en la planta baja, constaba de tres habitaciones, la cocina, la alcoba y un cuarte de estar con una ventana al patio, junto a la que él se sentaba, para fiscalizar las entradas y salidas de los vecinos, que era su única dedicación y entretenimiento.


Siempre fue de poco hablar y por lo tanto, poco erraba. Como no podía ser de otra forma, le salían las reminiscencias moras de sus ancestros y durante toda su vida, primero mi abuela y luego mi tía, le sirvieron los pensamientos.
Y en los últimos diez o quince años (no puedo precisar cuantos) de su vida no salió del cuarto de estar. Ni en invierno ni en verano; no es que no se asomase a la puerta de la calle, es que ni salía al patio buscando la sombra del verano ni el sol del invierno.
Cuando murió pienso que no fue por una enfermedad sino porque ya se había cansado de no hacer absolutamente nada.
Su recuerdo, posiblemente, no despierte muchas simpatías si es que todavía alguien le recuerda. Yo sí. Yo le recuerdo y realmente no sé si agradecerle o recriminarle su herencia, aunque es posible que mi vocación de eremita no sea más que una reminiscencia de lo que hizo mi abuelo Manolo, que ubicó su eremitorio particular en el cuarto de estar de la casa que había sido de sus antepasados.


domingo, 3 de noviembre de 2013