jueves, 7 de noviembre de 2013

10 DE ENERO DE 2045.


Hoy cumplo cien años. Yo no quería que esto ocurriese, pero no he tenido valor para remediarlo, y eso que ahora lo de la eutanasia ya está bien visto. Es más, casi es obligatorio. La doctrina oficial es que es inmoral vivir tanto tiempo, consumiendo los bienes que tanto necesitan los más jóvenes.
Hace ya cerca de cuarenta años, la sociedad empezó a reclamar el derecho a morir dignamente. Las autoridades civiles tantearon la opinión para promulgar una ley que lo pudiese regular, pero las religiosas mostraron su más profunda oposición.
Años después, cuando, por fin, se llegó a una real separación de iglesia-estado, y ante la situación de longevidad de la población y la disminución de los nacimientos, la situación económica se iba haciendo insostenible de día en día.
A pesar de las medidas de protección a la infancia y las grandes subvenciones que se ofrecían a los padres cuando tenían un hijo, la natalidad había descendido alarmantemente y mucho más cuando ya no quedaba ningún inmigrante en nuestro país.
Las pensiones se retocaron a la baja; eso dicho eufemísticamente. La verdad es que no había dinero para los viejos y se redujeron a menos de la mitad, alegando que las necesidades de los mayores eran menores, y que sus gastos en comida y vestido eran reducidos, y que tampoco necesitaban los antiguos viajes de vacaciones que antaño organizaba el Imserso; es decir, que “con sopitas y buen vino”, era más que suficiente.


Cuando la famosa crisis de 2010 llegó a su mayor virulencia, las autoridades europeas aconsejaron que la única solución al excesivo endeudamiento de España, era prorratear esa deuda entre todos los contribuyentes y se acordó hacer una quita del 10% de los ahorros de todos los habitantes. Como es lógico, de esta quita solo se libraron los que tuvieron una información privilegiada y pusieron a buen recaudo sus inversiones en paraísos fiscales; es decir, los ricos de siempre. Todos los demás vimos cómo una parte de nuestros ahorros que habíamos logrado con tanto trabajo y privaciones, desaparecía de nuestras cuentas, cada vez más famélicas por la disminución de los ingresos.
Nuestros hijos se hicieron también mayores y nuestros nietos, en muchas ocasiones, se veían abocados a emigrar, por lo que las familias tenían que ir trampeando para sobrevivir, malvendiendo lo que se había comprado en los tiempos de abundancia. Durante un largo periodo de tiempo, fueron llegando lo que se llamó “inversión extranjera” ante el alborozo del gobierno de turno, y que no era otra cosa que una manada de buitres ávidos de aprovecharse de los pobres desahuciados que tenían que sobrevivir como fuera.
La verdad es que en la mayoría de las ocasiones no era necesario recurrir a la eutanasia, sólo había que dirigirse a lo que ha quedado de la sanidad pública, donde ya solo se receta a los viejos, medicamentos paliativos para eliminar los síntomas y ha desaparecido totalmente la medicina preventiva.


A mí hace tiempo que sólo me recetan paracetamol y que me retiraron la pastillas de la tensión y del colesterol. Por lo que parece, no los necesitaba, sobre todo las últimas, porque con una dieta pobre en grasas como la que llevamos en casa, se han solucionado todos mis males.
Ahora ya no salgo de casa. Ya no me quedan amigos y lo que veo por la televisión no me gusta nada. Aún recuerdo aquellos programas de tertulias tan entretenidos, tan comedidos y tan respetuosos. Ahora ya no se puede ver ninguno, ya sea de política, de fútbol o de Sociedad, aunque es posible que todo sea porque yo voy estando ya un poco viejo.
Vivo mucho de los recuerdos. Veo mis fotos, leo mis libros, que todavía los conservo en las estanterías de mi salón; de vez en cuando, enchufo mi viejo ordenador, que todavía funciona, y en alguna ocasión, como hoy, me da por escribir algo para recordar los viejos tiempos.

Y es que no todos los días se cumplen cien años.