miércoles, 2 de marzo de 2011

CARLITOS EL JARDINERO II


II


Así que Aris pensó que ya había pensado demasiada gente en la religión y decidió pensar en otras cosas.
Y le dio entonces por pensar en el gobierno de los pueblos; eso que llaman política y estudio cuidadosamente la evolución histórica de las distintas formas de gobierno que se habían dado los pueblos desde el principio de los tiempos.
Y quedó casi convencido de que la democracia era el menos malo de los sistemas. El poder emana del pueblo y es la mayoría de ese pueblo el que designa a sus gobernantes. Al principio le pareció bien lo de un hombre un voto... aunque pensándolo mejor...¿debería valer lo mismo el voto meditado, consciente e informado de un ciudadano responsable que el voto facilmente manipulable de una persona inculta? Y ya no estaba tan seguro. Porque, además, le dió en pensar que eso no era realmente así, ya que alguien se había dedicado también a pensar y había ingeniado unas leyes matemáticas complicadísimas para beneficiar a la mayoría de los que pensaban igual aunque se perjudicase a los pocos que tenían otra opinión. Además alguien listísimo, que sin duda también pensaba mucho, había inventado los partidos políticos y entonces el pueblo no podía elegir a las personas que quería sino a los que querían los partidos.
El que podía ser sobrino del genial filósofo español don José Ortega, o sea, Aris, pensó entonces que, posiblemente, era mejor cuando pensaban que el poder emanaba de Dios y era el Altísimo quien lo depositaba en dinastias de prohombres que se denominaron monarquías. Una rápida ojeada por la historia casi le hizo desistir de inmediato por los grandes desmanes que históricamente se habían cometido por los monarcas que llegaron a decir aquello de "todo para el pueblo pero sin el pueblo"... y así les fueron las cosas. Iba a pasar página en busca de otros sistemas de gobierno cuando su vista se tropezó con una nueva acepción de la palabra monarquía cuando iba acompañada por el adjetivo parlamentaria.
Eso, pensó, puede que sea la solución. Nos fiamos del buen sentido de Dios pero, por si acaso, las asambleas de hombres normales que escoge el pueblo sirven para ejercer de contrapeso y la figura del monarca queda ahí como símbolo del poder, venga de Dios o de los hombres. ¡Hombre, si hasta a lo mejor funciona!
Y se esmeró en conocer cuales eran los derechos y los deberes que tenían esos monarcas parlamentarios. Y se fijó en la Gran Bretaña que tenía sin el menor género de dudas, la mayor tradición real en todo el orbe, y daba la casualidad que allí había una monarquía parlamentaria. La longevidad de la reina, tradicional en su familia, casi estaba desesperando al príncipe heredero de la corona que pensó casarse por aquello de perpetuar el linaje y proveer de sucesores a su dinastía. La tradición era buscar alguna princesa de las casas reales amigas para no enturbiar la pureza de la sangre real. Pero resultaba que las que estaban disponibles eran más bien feuchas y se dijo que un príncipe se merecía algo mejor y se fijó en una chica muy mona que trabajaba en una guardería y que aunque parecía un poco sosa, la verdad es que estaba muy buena. Y se casó. Pero cuando ya la línea de sucesión estaba asegurada no le preocupó que ella se enterase de sus continuas infidelidades que se habían iniciado al poco de la boda, y entonces, ella pensó que por muy príncipe que fuera también podía ser un cabrón y se afanó en ello. La cosa terminó francamente mal y si la monarquía no terminó como la cosa es porque allí en las islas británicas los reyes son los dueños de casi todo y no era cosa de enfadar a los mayores contribuyentes del reino.
Ante el mal antecedente británico le dió en pensar si algo por el estilo podría pasar en su pais, y aunque la moderna tradición patria era mucho más reciente y hasta ahora no había habido motivos de escándalo, vio con estupor que en la opinión pública se estaba planteando unas cuestiones que le llegaron a asustar.
Resulta que el príncipe heredero, ante el requerimiento de solucionar la obligada sucesión, pensó que a los treinta y pico años ya era hora de hacer los deberes, y como por otra parte ya había completado su esmerada formación, sugirió que se le debería proveer de una modesta vivienda para poder formar una familia tradicional. Los padres de la patria estimaron que la vivienda no debía de ser tan modesta ya que una de las obligaciones del príncipe era el de representar dignamente a sus súbditos y no iba a resultar adecuado invitar a sus amigos príncipes a tomar café en un pisito de tres dormitorios en un barrio periférico de la capital. Y no se escatimaron gastos en preparar un palacete cerca de la casa de los papás, acorde con el ilustre futuro inquilino. Echó una ojeada a las princesas casaderas y no quedó demasiado entusiasmado porque había conocido a una chica extranjera que se dedicaba a promocionar lencería fina que además era muy simpática - para él - estaba buenísima y era amiga de la novia de un príncipe amigo suyo.


Alguien muy mal pensado dijo que no estaba bien que la futura reina figurase retratada en paños menores en las cabinas de los camioneros. Y digo yo - dijo Aris - ¿por qué hay que poner como excusa a los pobres camioneros que bastante tienen ya con los franceses que les tiran la fruta de sus camiones y con los inmigrantes que se les cuelan entre su carga? A lo que estamos. Que todos los medios de comunicación se dedicaron a crear polémica porque ya se sabe lo que pasa cuando rio va revuelto, y se hicieron encuestas oficiosas de las que se podía colegir que a la mayoría de los súbditos no les gustaba demasiado la decisión de su príncipe.
Nuestro pensador creía tener muy claras las ideas; se decía: Si el príncipe tiene el privilegio de recibir una formación imposible de conseguir por otra persona, si se le provee de todo lo que necesita y todo además acorde con su categoría, si tiene solucionada toda su vida sólo a cambio de representar a todos los habitantes de su reino, y desde luego representarlos dignamente, además de dar herederos a la corona que deben ser educados de acuerdo con el alto cometido a que están llamados y en esta educación debe colaborar la esposa... es muy importante que ésta tenga una formación adecuada a los cometidos que de ella se esperan. Y si hay un peligro evidente de que una persona que no ha recibido la conveniente preparación para estos cometidos pueda no estar a la altura de las circunstancias, parecería lo más recomendable no hacer experimentos que pueden ser demasiado peligrosos para el futuro de todo un país. Y digo yo, se dijo ¿ por qué puñetas va el príncipe a poner en peligro todo el montaje que tanto tiempo y esfuerzo ha costado consolidar a su familia ? Y ya para sí, se prometió que si el príncipe, haciendo caso omiso a todas las consideraciones que desde todos los ambientes le estaban indicando lo contrario, decidiía casarse con la mujer que le daba la gana, como nuestro pensador no podía dejar de pagar sus impuestos, de los que saldrían los gastos reales, ni tenía posibilidad de hacerle llegar al príncipe su disconformidad, simplemente, se haría republicano. Y a partir de ese momento también dejó de pensar en política.