sábado, 17 de abril de 2010

"LOS VELOS DE LA MEMORIA"

“LOS VELOS DE LA MEMORIA”.

“Los velos de la memoria” es una novela inédita que narra la vida de doña Margara Pastrana de las Olivas y su familia, desde el año 1931 hasta nuestros días. Una novela que arranca con la proclamación de la II República y termina en la democracia, centrándose en la guerra civil y el franquismo.
“Los velos de la memoria” es una novela en la que no hay buenos y malos. Una novela por la que se van apareciendo distintos personajes con sus grandezas y sus miserias, con sus ambiciones y sus frustraciones, con sus odios y con sus amores.
“Los velos de la memoria” es la novela en la que el pueblo de Recondo es testigo de las venganzas de los protagonistas y también de la venganza que el destino tenía preparada para ellos.
“Los velos de la memoria” es una novela, en la que, como decía Juan Gelman “Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego... ”.
“Los velos de la memoria” es una novela, en fin, en la que se narran hecho ficticios porque sólo así se puede contar lo que realmente ocurrió. Una novela, pero, como dice Javier Marías: “Los novelistas somos los únicos que podemos contar sin atenernos a nada y sin objeciones ni cortapisas, o sin que nadie nunca nos enmiende la plana ni nos llame la atención y nos diga: "No, esto no fue así".
“Los velos de la memoria” es una novela de 25 capítulos y un epílogo que os iré publicando durante las próximas semanas.
En breve, el calendario de la publicación.
Próximamente, en este blog:
“LOS VELOS DE LA MEMORIA”.


NOTA:
Aunque la novela se empezó a publicar en el mes de septiembre de 2009, publicando un capítulo cada semana, he reorganizado todos los capítulos consecutivamente, para que sea más fácil leerlos ahora, por orden cronológico.

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAP. I

I
Diez y veinte de la mañana del 15 de abril de 1931.
- ! Que te quites las bragas, coño... o ¿quieres que te las arranque yo mismo...?
- ¡Por Dios, señorito, .. que todavía soy... mocita...!
- ¿Mocita?... ¿No hablas con el hijo de la Genuina...? ¿Qué pasa, que además de vago, también es maricón? ¡Déjate de ñoñerías y ven aquí que hoy vas a saber lo que es un hombre de verdad... y no se te ocurra gritar que te pongo de patitas en la calle...!
Se había bajado los pantalones dejando sus vergüenzas al descubierto, pero ella sólo veía sus labios lujuriosos que bajo su bigote cano relucían por una baba viscosa, opaca y blanquecina que apenas si se llegaba a escapar por las comisuras de su boca.... Se agachó y se bajó las bragas hasta los pies. Las pisó con el pie derecho para sacar el izquierdo; después, de nuevo con el derecho, las apartó hacia detrás de la puerta.
-¡Ahora quítate la bata... y deprisa... que no tenemos todo el día!
De pie, en el centro de la habitación, tiritando, no sabía si de frío, vergüenza o repugnancia, tuvo que ahogar un sollozo que le llegaba a la garganta para que nadie la oyese y así evitar que el señorito la despidiese... Era una habitación grande, demasiado grande para ser un dormitorio; con un techo alto de bovedillas con maderas pintadas en betún de judea y aceite de linaza. El suelo ajedrezado de losetas blancas y negras, limpias y relucientes, en las que se reflejaba su cuerpo medio desnudo. Dos balcones que daban a la fachada principal de la casa, con unos visillos de encaje y unas pesadas contraventanas de madera medio entornadas, que dejaban pasar la radiante luz de esta mañana ya primaveral. Una cómoda muy antigua, la única herencia que le había quedado a doña Margara de sus antepasados; con amplias cajoneras donde guardaba su ajuar y sobre la que había formado un pequeño altar con una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y dos violeteros con unas flores de tela. Una silla descalzadora, un palanganero, dos mesillas a juego con la cómoda, sobre las que había una palmatoria con la vela casi gastada y un cenicero con los restos de un puro ya apagado, a medio terminar, que solía fumar todas las noches don Nicomedes antes de dormirse.
La cama muy alta, con un grueso colchón de lana; con el cabecero y los pies de barrotes de forja negros y adornos dorados de latón que siempre estaban relucientes. En la pared, encima del cabecero un crucifijo de bronce con la cruz de madera. En el centro del techo una lámpara de cristal de cuatro brazos, con tulipas de pergamino y bombillas empavonadas, que ahora estaban apagadas. La luz que entraba por los ventanales iluminaba el cuerpo frágil y semidesnudo de la joven que apenas aparentaba los quince años.
Él la miró complacido. Su cuerpo menudo, ahora blanco y trémulo, contrastaba con el rubor que le había subido a la cara. Una leve camisa de franela apenas si cubría su pubis que intentaba ocultar con sus manos. El viejo se acercó hasta ella. Con un gesto enérgico rasgó la camisa por el cuello dejando al descubierto sus dos pequeños pechos que palpitaban estremecidos.
Acercó sus labios al pecho de la joven y empezó a mordisquear los pequeños pezones que se pusieron tensos y apretados. Ella sintió cómo su baba empezaba a resbalar hacia su vientre.
-Por favor, don Nicomedes, no me haga daño, que soy virgen, ¡de verdad!
La cogió por el brazo y la tendió sobre la cama en la que todas las noches se acostaba con su esposa. Pero eso para él no tenía demasiada importancia, y desde luego no era la primera vez que lo hacía. Sus manos resecas y arrugadas empezaron a recorrer todo su cuerpo, primero con una cierta parsimonia que alguien que no le conociese podría interpretar erróneamente como delicadeza. Después con torpe ansiedad que llegaba a lastimarla.
Ella fijó los ojos en el techo y se quedó inmóvil, como si todos los músculos de su cuerpo hubiesen quedados paralizados por el miedo. Ahora recordó lo que le había advertido su madre. No debía quedarse nunca sola con el señor. Hacía dos meses que había entrado a servir en el "Solar" y hasta hoy lo había conseguido. Esta mañana, cuando se ha querido dar cuenta ya no tenía remedio. Doña Margara, la señora, y sus dos hijas se habían ido a la iglesia; el señorito Nicolás y José el marido de Sacramento estaban en el campo; Tomasa, la criada vieja, había ido a la compra como todos los días. Mientras él desayunaba en el saloncito, ella quiso aprovechar para arreglar la habitación de los señores, que era lo que siempre le mandaba el ama. "Estando la cama hecha, toda la casa está arreglada", solía decir doña Margara. Había entreabierto la puerta de uno de los balcones para ventilar la habitación. Por la mañana siempre olía a orín y a humedad. Luego olía a lavanda porque la señora ponía un ramito en un jarrón de cristal sobre la cómoda. Había barrido y limpiado el polvo, había sacado el orinal, y había entrado de nuevo a la habitación para hacer la cama; pero él sabía que se habían quedado los dos solos en la casa y para un depredador como él, era una oportunidad que no iba a dejar pasar. Subió sigilosamente la escalera para no ser oído. Durante unos minutos se detuvo en el quicio de la puerta mirando cómo su bata dejaba al descubierto parte de sus piernas cuando se estiraba para retirar la colcha y las mantas de la cama.
Ella se volvió sobresaltada al intuir su presencia. Ya era demasiado tarde. Había entrado en la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Ahora, estaba allí tendida sobre las sábanas de la cama, con su camisa hecha jirones, dejando al descubierto todo su cuerpo que en vano quería tapar con sus manos, no sabía muy bien si para que él no la viese o por sentirse desnuda ante la imagen del Corazón de Jesús.
- Me gustan tus tetas... son pequeñitas, pero están duras y suaves... tienes tetas de putita joven...
Los dedos llegaron a su vientre que estaba húmedo por un sudor frío que bañaba todo su cuerpo. Ella había cerrado los ojos pero seguía intuyendo sus labios húmedos rezumando baba y concupiscencia. Pensó que iba a vomitar.
-No tengas miedo, joder, ya verás cómo te va a gustar....
La había cogido por el brazo para darle la vuelta sobre la cama dejándola boca abajo. Ahora sentía su mano recorriendo sus nalgas que ella apretó con fuerza para impedir que sus dedos entrasen entre sus piernas. Así boca abajo, colocó la cara sobre la almohada para que sofocase su llanto. Su cuerpo temblaba mientras seguía sintiendo las manos que cada vez se hacían más torpes y más bruscas; las manos del viejo que, de pronto, se habían quedado quietas y habían dejado de tocarla. No podría decir cuánto tiempo permaneció así, ni se atrevía a volverse para ver lo que hacía; pero sabía, lo sentía, que seguía allí a su lado, jadeando y respirando entrecortadamente, como si estuviera masturbándose.
¡Así te mueras, viejo cabrón! pensó ella.
En realidad, don Nicomedes no era tan viejo. Tenía poco más de cincuenta y tres años, aunque su vida de crápula le hacía aparentar algunos más. De carácter adusto y serio, era enjuto como un sarmiento retorcido, pero con un vientre prominente harto de comilonas y excesos. De sombría expresión y de mirar torvo nunca miraba a nadie directamente a los ojos. Alguien podría pensar que era indicio de una cierta timidez, pero nada más lejos de la realidad, era más bien el ardid de un taimado depredador para coger desprevenido a sus presas y la expresión de su voracidad insaciable.
Sintió como las manos asían bruscamente sus brazos para voltearla de nuevo sobre la cama. Cuando abrió los ojos él estaba allí, medio desnudo, con los ojos rojos de ira y su boca entreabierta dejando escapar un hilillo de baba blanquecina, y con su sexo flácido y encogido, medio escondido entre la pelambre cana de su bajo vientre. ¡Chúpamela!, gritó, mientras la cogía del pelo para atraerla hacía él.
Ahora ya no lo pudo evitar. El vómito salpicó las piernas y los pies descalzos del hombre que se retiró instintivamente hacia atrás mientras sacudía una tremenda bofetada a la joven.
- ¡So puta, esto me lo vas pagar!... ¿Pero qué piensas?... ¡Trae inmediatamente agua y unas toallas, y lávame a mí y limpia todo esto!.... ¿Qué haces ahora?... ¡No te vistas.... sigue así desnuda... que esto no ha terminado....
Cogió la jofaina del palanganero, vertió un poco de agua de la jarra, cogió dos toallas de la cómoda y se arrodilló delante de él para limpiarle.
Dos fuertes aldabonazos retumbaron en toda la casa. Durante unos segundos todo quedó de nuevo en silencio. El hombre de pié, desnudo desde la cintura, ella también desnuda y arrodillada con una toalla que había mojada en el agua. Ahora fueron tres los golpes secos de la aldaba.
-No hagas caso, ya se cansarán de llamar... tú a lo tuyo...
Quien fuera debía tener prisa o el asunto debía ser importante, porque les llamadas se hacían más insistentes.
-Ponte la bata y sal a ver quién llama con tanta prisa....Él mismo terminó de limpiarse, se colocó los calzoncillos y los pantalones que estaban sobre una silla, se puso las zapatillas y se llegó hasta donde estaban las bragas de la criada, las cogió del suelo y se las acercó a la nariz...
-¡Voy... ya voy....!Sólo entonces cesaron las llamadas....
-Hola, Juanita, ¿está el señor? Ella procuró taparse la cara, como pudo, para que no se notasen los efectos del bofetón que había recibido.-Buenos días, señor alcalde, pase... ahora mismo le digo que es usted....
-Señorito, es el señor alcalde... le espera abajo... y dice que es urgente, añadió ella por su cuenta. Había subido corriendo las escaleras... pero respiró aliviada porque pensaba que había terminado su pesadilla... al menos por ahora....
- No te creas que esto va a quedar así, hija de puta... ya hablaremos más tarde.... y deja todo esto limpio como si nada hubiera pasado....
-Hola, Enrique, ¿qué asunto tan importante te trae por aquí tan temprano?


-Nicomedes, ha ocurrido algo muy grave.... En la capital han proclamado la República, el Rey ha tenido que abdicar y se ha marchado de España.
FIN DEL CAPÍTULO.
El segundo capítulo el próximo sábado, día 10 de octubre.
¡No te lo puedes perder!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAP. II


II

Sólo unas horas después.

-Debemos tomar medidas inmediatamente. En la capital habrán proclamado la República, pero aquí seguimos mandando nosotros. Lo primero, es impedir que a nadie se le ocurra alterar el orden. Cada uno de nosotros debe dejar bien claro a su gente y a sus criados que no ha cambiado nada. Ahora más que nunca debemos estar unidos.
En la sala de juntas del Ayuntamiento el señor alcalde recibió con estas palabras a los reunidos. Allí estaban los otros diez ediles, el señor cura, el notario, el secretario del Ayuntamiento y los quince mayores contribuyentes de Recondo.
Entre ellos, don Nicomedes, que tomó inmediatamente la palabra. Su voz sonaba enérgica y airada; todos pensaron que era por la indignación que le había producido la proclamación de la república, pero esta no era la causa principal; lo que verdaderamente le enervaba era la contrariedad de no haber podido terminar la aventura con su criada. Aunque se quería centrar en la reunión, no lograba apartar de su mente la imagen desnuda de la Juanita tumbada sobre la cama, y sintió que ahora se estaba excitando, mientras que, cuando la tenía delante, apenas lo había conseguido.
- Es importante, señor cura, que usted desde el púlpito deje bien claro que los republicanos son los verdaderos enemigos de Dios. Cuente cómo en la capital están quemando las iglesias, cómo desprecian los mandamientos de Dios y de la Santa Madre Iglesia... usted sabe mejor que yo lo que tiene que decir, pero que todo el mundo sepa que el que apoye a la República irá directamente al infierno y que nosotros lo monárquicos somos los que defendimos antes, defendemos ahora y defenderemos siempre las leyes divinas. Seguro que a usted le hacen caso...
Nadie salía de su asombro. Aquí en Recondo, como en el resto de España, se habían celebrado las elecciones municipales. De las once circunscripciones del pueblo, todas habían sido ganadas por los monárquicos. De los mil doscientos treinta y seis votos escrutados sólo cuarenta y ocho habían sido para los republicanos. Y allí todos sabían quiénes eran.
Otro de los mayores contribuyentes era don Indalecio. Hombre de pocas palabras, pero de ideas muy claras, que le gustaba ser pragmático y directo:
-Hay que vigilarlos. Sobre todo a Fermín el Zapatones. Es el más peligroso. Hay que saber con quién habla, a quién visita, cuándo sale del pueblo. Todos deben saber que no es una persona de fiar y que puede ser peligroso ser su amigo... y que sería mejor que llevasen su calzado a reparar a otro zapatero...
Posiblemente el más joven de los allí reunidos era Pedrito Rodríguez; al morir su padre tuvo que hacerse cargo de la hacienda familiar. Como joven, era también impulsivo y vehemente, y siempre partidario de la acción directa.
-Debemos tener cuidado, también, con don Gregorio, el maestro. Ha colgado una bandera de la república en su ventana y seguro que aprovecha las clases para envenenar las mentes de los pobres niños... Por cierto, ¿no podríamos obligarle a quitar esa bandera?
- No, es mejor no tomar medidas precipitadas... dejemos que pasen unos días, para ver qué ocurre... Don Enrique, el alcalde pretendía que la situación no se desmandase, mantener la calma y dar sensación de normalidad.
-Pero, ¿no pensaréis ponerla aquí en el balcón del ayuntamiento? Apostilló Pedrito, aunque sus palabras se perdieron entre el murmullo de las diversas conversaciones de los reunidos. Recondo tenía censados mil ciento setenta y cuatro vecinos, lo que suponía una población de derecho de unos tres mil quinientos habitantes.
En la época de la vendimia y de la recolección de la aceituna llegaban unos doscientos cincuenta jornaleros de los alrededores, que permanecían en el pueblo durante toda la campaña, alojados en los grandes caserones de los terratenientes que les contrataban. Había siempre también un cierto trasiego de transeúntes que llegaban al pueblo por ser cabeza de partido y centro comercial de la zona. Había dos posadas, la de los Carrasco en la plaza y la del tío Comendador, junto a la fuente del abrevadero, donde se alojaban los tratantes de ganado, los charlatanes de feria, los mieleros de las Alcarria, los traperos, los sacamuelas, los choriceros de Candelario, los feriantes, los afiladores, los anticuarios y ese variopinto retablo de personajes que eran los que visitaban periódicamente el pueblo. En la calle Grande, estaba la tienda de ultramarinos "La Colonial", propiedad de don Ildefonso Herrero, que tenía un gran surtido de comestibles y conservas de gran calidad. Antes tenía que hacer un viaje al mes para traer las mercancías con carros desde la capital, ahora, desde que a principios de siglo se inauguró el ferrocarril, las recibía cada quince días en el tren. El primero y tercer lunes de cada mes, subía con su carro a la estación para recoger el pedido que había hecho por teléfono al almacén mayorista "La Transcontinental" que era su principal proveedor.
En la Plaza Mayor estaba la mercería "Paquita"; la barbería de Paco el de "La Higiénica", la carnicería de Clemente, que tenía un rótulo sobre la puerta en el que se podía leer: "Carnecería y embutidos"; la taberna de la tía Feliciana y el "Café Moderno". El casino de los ricos estaba en la calle Grande, y también estaba el "Bar de Toni" junto a la Puerta de la Villa, que era conocido como "El Casinillo". Además del vino y del aceite, Recondo tenía una buena huerta en las que se cultivaban hortalizas de excelente calidad y en su secano se recolectaba gran cantidad de trigo, cebada y centeno. A unos diez kilómetros estaba la vega con cultivos de regadío y árboles frutales, regada por un pequeño rió, subafluente del río Tajo, que casi todos los años llegaba a secarse en los calurosos estíos, a pesar de tener una excelente red de caces y caceras que decían podía datar de los tiempos de los visigodos.
Recondo se fundó en tiempos de la reconquista. Aquí se fueron reuniendo los distintos asentamientos que existían diseminados por la vega y que habían tenido que huir de las razias que organizaban los moros por haber estado durante más de cincuenta años en las fronteras con las taifas del centro de la península. Hasta aquí habían llegado los caballeros quiñoneros que pertenecían a la Municipalidad de Segovia y hasta aquí trajeron sus mesnadas y vasallos para repoblar la zona. Poco a poco fue creciendo hasta que recibió del rey el título de villa y llegó a ser uno de los más importantes concejos de los sexmos de Segovia. Después de haber pertenecido al Condado del mismo nombre, las tierras de los señores y de las órdenes religiosas que se habían asentado en su territorio, fueron vendidas a los grandes terratenientes cuando se fueron concretando las distintas y sucesivas desamortizaciones que tuvieron lugar en el siglo anterior. El nombre de Recondo le vino por la deformación de la palabra "recóndito" que se atribuía a estos parajes lejanos y de difícil acceso desde la civilización.
Como solía ocurrir en la mayoría de los pueblos, aquí también unas cuantas familias habían ido acaparando, desde hacía ya mucho tiempo, la mayoría de las posesiones. Con los matrimonios entre sus descendientes, habían logrado monopolizar prácticamente toda la red productiva del pueblo y un control efectivo de toda la producción, impidiendo la llegada de industrias para garantizarse una mano de obra barata y sin conflictividad. Seguían funcionando los viejos molinos harineros, las antiguas alquitaras y las prensas aceiteras, que también eran controladas por los mismos terratenientes. Tan solo quedaban algunos restos de las fábricas de jabón que habían alcanzado una notable pujanza en siglos anteriores, llegando a exportar sus productos hasta el nuevo mundo y un pequeño batán que aún fabricaba paños. Cada vez eran menos los alambiques destinados a filtrar los excedentes del vino para convertirlo en un aguardiente muy apreciado en la zona. Aunque la propiedad de la mayoría del término municipal estaba en las manos de unos pocos, en Recondo casi todos eran propietarios, pequeños, muchos de ellos insignificantes, pero propietarios. No se sabía de quién había sido la idea, pero era costumbre antigua en el pueblo que los señores cediesen una pequeña finca a los criados de la casa cuando se casaban. Nunca solía ser mayor de una fanega y casi siempre en terreno de secano. Con esta medida se conseguían dos efectos; el primero, la gratitud de por vida del obsequiado hacia sus amos y la segunda que a partir de ese momento, al ser propietario, se hacía conservador, porque tenía algo que conservar. Esta era una de las causas que habían influido en los resultados de las pasadas elecciones municipales.
Y esta era una de las causas de la paz social que se vivía en el pueblo. Una paz social que se basaba en el miedo a perder lo poco que tenían y en asegurarse un trabajo en la casa del señor que, de alguna forma, era la garantía de la supervivencia de su familia. Es verdad que, en ocasiones, había que doblegar el orgullo y aguantar alguna que otra humillación, pero eso estaba ya en sus genes y había que admitir que eran más llevaderos los caprichos de sus amos actuales que la prepotencia de los antiguos señores a los que habían servidos sus padres.
Recondo tiene una Iglesia antigua de estilo románico, muy pequeña y casi en ruinas; un convento de madres franciscanas de Santa Clara, construido a principios del siglo XVII; la ermita de Santa Ana, junto al cementerio, la ermita de San Roque, el patrón del pueblo, y la Iglesia catedral que mandó construir el señor conde a finales del siglo XVI. Había otra iglesia, de la que sólo quedaba la torre que fue quemada por los franceses en la guerra de la independencia. Recondo está construido en las estribaciones de tres colinas que confluyen en un valle central donde se encuentra la plaza, una amplia explanada que es, además del centro geográfico del pueblo, su centro comercial y su centro social y político porque allí está ubicado el Ayuntamiento. Allí se instalaban los mercados de ganado que se celebraban cada mes y los mercadillos agrícolas en los que se podían encontrar todos los productos de la zona. Y en la plaza, también se celebran sus corridas de toros, que tienen merecida fama no solo en la comarca, sino también en la mismísima capital. Por lo escarpado de su orografía, sus calles tienen grandes pendientes y algunas de ellas estaban escalonadas para salvar el desnivel. La mayoría eran estrechas y recientemente habían tenido que ensanchar algunas de las esquinas para facilitar el paso de los carruajes y de los primeros automóviles y camiones que ya empiezan a circular por el pueblo. En el Ayuntamiento, la reunión estaba llegando a su fin, y a don Indalecio le gustaba decir siempre la última palabra:-Entonces, estamos todos de acuerdo. Es imprescindible que nos mantengamos todos unidos y formemos un frente común para afrontar esta nueva situación política.
-Yo me comprometo, a teneros a todos informados de lo que vaya ocurriendo en la capital y os pido, como alcalde, que estéis todos a mi lado en esta difícil situación.
Esta mañana, había en la plaza más gente que de costumbre. Se había corrido la voz de que estaban celebrando una reunión las fuerzas vivas del pueblo y esperaban impacientes para saber lo que habían acordado. La mañana soleada animaba a que se hubiesen ido formando distintos corrillos, donde se procuraba no levantar demasiado la voz, porque nadie sabía lo que realmente representaba aquello de la república y era mejor enterarse de lo que habían dicho los señores para saber a qué atenerse. Apenas si había algunas nubes en el cielo y la temperatura era agradable. Las mujeres cruzaban camino de las tiendas ralentizando el paso para intentar enterarse de lo que comentaban los hombres.
Doña Margara después de salir de misa, mandó a sus dos hijas a casa, y aprovechó para pasarse a saludar a doña Clotilde, la mujer del alcalde. El saludo era una mera excusa; su intención era enterarse de lo que ocurría, porque lo que habían oído en la iglesia, no aclaraba demasiado la situación.
-Don Filomeno debe haber estado en la reunión del ayuntamiento, porque la misa la ha dicho el curita joven, que no ha dicho nada, por cierto, por eso vengo a que tú me cuentes...
En el gabinete, junto al amplio mirador desde el que se divisaba una extensa panorámica del pueblo y dominaba la calle Grande, la anfitriona había mandado traer dos tazas de achicoria con leche, unas pastas de manteca y unos bollitos de aceite hechos en casa. Ella prefería la achicoria porque el café le provocaba sofocos. Las dos mujeres eran amigas desde hacía muchos años, cuando las dos aún estaban solteras. Incluso compartieron algunos pretendientes. Pero nunca hubo problemas entre ellas porque las dos tenían muy claro lo que cada una quería. Clotilde a Enrique de las Olivas Rodríguez, primogénito y heredero del mayor contribuyente de Recondo y primo segundo de Margara, que se había decidido por Nicomedes Gómez Carretero, que no tenía ascendientes de alcurnia pero poseía unas de las mayores fortunas de la comarca.
Aunque todos la conocían como Margara, su nombre no provenía como muchos pensaban de Margarita, sino de María de la Amargura. Nunca perdonó a su abuela, que era la responsable de haber escogido para ella este nombre tan poco apropiado para una niña. De pequeña la llamaron Margarita pero desde que se casó con don Nicomedes, ya todos la llamaron ya Doña Margara.
-Dicen que con la república llegará el amor libre... ¡qué poca vergüenza! Además dicen que han matado a varios curas y que han asaltado los conventos.... ¡No sé a dónde vamos a llegar!
-Mi marido ha sabido la noticia esta misma mañana. Ha recibido un informe de la dirección del partido. No podíamos creerlo. Parece ser que las cosas por ahí no están como en Recondo. Dicen que había mucho descontento, sobre todo en las capitales. En casi todos los pueblos hemos ganado los monárquicos, pero los republicanos han obtenido mayoría en las ciudades. Aunque había igualdad en los resultados globales, en la capital han proclamado la república y han tomado el poder. El Rey se ha tenido que marchar de España.
-¿Y qué va a pasar ahora?
-Enrique dice que no hay que preocuparse... aquí todos nos respetan y harán lo que nosotros digamos... aquí estamos tranquilos....
-Dios te oiga, Clotilde, Dios te oiga... porque a mí me dan mucho miedo todas estas cosas... Tengo que hablar con don Filomeno para que organice unas misas rogativas para pedir a Dios que todo vuelva a su cauce....
-Que no te preocupes, Margara, que aquí nunca pasa nada... Ya verás...
Clotilde era de su edad; para ser más preciso había nacido seis meses antes, pero desde que eran pequeñas habían sido amigas y compañeras de juegos y colegio. Ella también venía de una familia de alcurnia que siempre había formado parte de la mejor sociedad de Recondo. Desde que su marido llegó a la alcaldía le gustaba que se dirigiesen a ella como "señora alcaldesa", y presumía de estar siempre muy bien informada de todo lo que pasaba en el pueblo. Margara, quizás porque era su amiga, no pensaba que fuese justa la fama de cotilla que tenía entre sus amistades.
- Por cierto, Margara, hace mucho tiempo que no veo a Sacra, ¿No le viene familia todavía?
-Ahora mismo se iba a casa con Petronilita, que me han acompañado a Misa... y no, no dice nada de embarazos... Aunque son ya dos años desde la boda, dice don Marcial, el médico, que todavía son jóvenes y que no se deben preocupar....
-¿Y cómo le va en el matrimonio?
- José es muy buen muchacho. Ya sabes que nosotros, al principio no estábamos muy de acuerdo con la boda, porque, como ya sabes, su familia... muy trabajadora, sí, pero no era de los nuestros... Pero la niña se encaprichó y ya se sabe... lo que te piden los hijos... Pero los veo muy contentos y él es muy simpático y muy servicial.... En el campo está, con mi hijo Nicolás... entre los dos se encargan de supervisar todo....
- Por cierto, Nicolás está guapísimo. Da gusto verle… a mí me parece que se parece más a ti que a Nicomedes... Se ha convertido ya en un bueno mozo… He oído por ahí que le gusta Adelita, la hija de los Herrero. Harían una pareja estupenda…
- Pues, hija, no sé qué decirte… él es muy callado, y no habla de estas cosas en casa… a mí también me parecería bien que hablase con Adelita… pero ya sabes como son los chicos de ahora… No se les puede decir nada…
- Y la pequeña, ¿cuantos años tiene ya?
-Veintitrés acaba de cumplir... Pero no dice nada de pretendientes.... ni falta que hace, porque como dice Nicomedes ¿dónde va a estar mejor que en su casa y con sus padres...?
Cada una conocía casi todos los secretos de la otra y muchas tardes se reunían junto al mirador de Clotilde para recordar los buenos tiempos y reírse de sus aventuras juveniles y de las mañas que tuvieron que idear para conquistar a sus maridos.
Pero eso era por las tardes, y ahora había que volver a casa para preparar la comida.
FIN DEL CAPÍTULO.El tercer capítulo el próximo sábado, día 17 de octubre.
¡No te lo puedes perder!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAP. III

III

Seis meses más tarde.
Tenía razón doña Clotilde, y en este pequeño pueblo, donde nunca pasaba nada, todo continuó sin ningún cambio apreciable en la vida cotidiana de aquellas gentes. Al menos aparentemente. Los trabajos de recolección de los cereales; la siega y la trilla, había absorbido el quehacer de todos, que se mostraban ajenos a los avatares políticos que se estaban produciendo en el resto del país. Los sermones desde el púlpito de don Filomeno habían sido menos impetuosos de los que muchos hubieran deseado y el viejo cura procuró mantenerse al margen de las luchas políticas del pueblo. Su relación con el maestro siempre había sido cordial y aunque últimamente se habían distanciado sus encuentros, se tenían que seguir viendo cuando participaban en el Consejo Local de Primera Enseñanza, creado por las directrices de política educativa de la República, al que pertenecían ambos, junto con un representante del Ayuntamiento, el médico y tres padres de familia. Por estos encuentros, y muy a su pesar, se estaba convirtiendo en el coordinador de las fuerzas republicanas de Recondo y, guardando las oportunas precauciones, la sacristía era el lugar donde se intercambiaban consignas e informaciones. Aunque no siempre sus opciones políticas habían sido tan progresistas.
Había llegado al pueblo hacía casi seis lustros, después de ser coadjutor tres años en una parroquia de la capital. Tenía entonces veintiocho años y no tardó demasiado tiempo en darse cuenta de lo que su nueva feligresía esperaba de él. Durante los primeros meses de estancia en el pueblo tuvo que aceptar las invitaciones de las principales familias de Recondo que pugnaban por sentar a su mesa al curita joven para hacerle ver la honda religiosidad del pueblo, gracias al esfuerzo y buen ejemplo de las familias principales que siempre habían estado al lado de la Iglesia y de sus sacerdotes. Él pertenecía a una familia de aparceros agrícolas, pero de una honda y sentida religiosidad, donde siempre habían presumido de haber tenido un tío sacerdote, que había llegado a ser canónigo en la catedral.
El pequeño Filomeno era un niño dócil y obediente aunque algo enclenque y poco dotado para los esfuerzos físicos. Sin embargo tenía grandes aptitudes para aprender en el colegio y era siempre al que preguntaba el maestro, cuando quería presumir de lo bien formados que estaban los niños que iban a su escuela. Con estas características no fue raro que don Escolapio, el señor cura, hablara con sus padres para que fuese a estudiar al Seminario. Los padres de Filomeno, que también eran conscientes de las cualidades del niño, se sintieron alagados por la propuesta del cura pero adujeron que no disponían de posibles para darle estudios. Gracias a las influencias del párroco, la señora viuda de un piadoso terrateniente del pueblo se comprometió a sufragar los gastos de la carrera eclesiástica de tan prometedor aspirante. Marchó al Seminario de la capital donde no defraudó las expectativas de su mentor, de sus padres ni de su benefactora. Todos los veranos volvía a su pueblo serrano donde ayudaba a su padre en los trabajos de recolección, hasta que a los veinticuatro años fue ordenado sacerdote por el señor obispo en una solemne ceremonia en la que ofició como madrina su benefactora, a la que agradeció públicamente su ayuda para haber podido conseguir su sueño de ser sacerdote. Aquel niño dócil y obediente, se había convertido en un joven amable y poco dado a la confrontación, y siempre dispuesto a ser condescendiente con las faltas de sus feligreses y a comprender las debilidades de la condición humana.Siempre mantuvo una estricta rectitud de conciencia y era inflexible a la hora de enjuiciar su propio comportamiento, muy al contrario de cuando tenía que juzgar los actos de sus semejantes con los que se mostraba comprensivo y predispuesto a justificarlos.
Cuando todavía era joven, apenas unos años después de su llegada a Recondo, tuvo una grave crisis de fe motivada por las tentaciones con el maligno puso a prueba su castidad. Una joven que frecuentaba la iglesia y que colaboraba asiduamente en la catequesis de la parroquia, se había ido convirtiendo en una obsesión que le llegó a perturbar de tal manera que tuvo que acudir al vicario para desahogar su alma y su conciencia. Solo así, después de unos largos ejercicios espirituales y de mortificar su cuerpo con ayunos y cilicios, logró echar fuera de sí la imagen pecaminosa de aquella joven, totalmente ajena a su drama, de la que se había valido el demonio para poner a prueba su vocación.Antes, había tenido que poner en práctica todas sus dotes diplomáticas, para no ofender a dos de las más importantes familias del pueblo. Resulta que el hijo de los Gómez Pastrana había dejado embarazada a una joven de buena familia y querían celebrar la boda con toda la pompa que correspondía a una familia de tan alta posición económica y social. Ello suponía romper con la tradición no escrita de que esas bodas se debían celebrar en la intimidad y sin hacer ostentación del motivo de la urgencia de los esponsales. Logró convencer a los padres con más facilidad de lo que había previsto, gracias a la colaboración de la familia de la joven que siempre demostró una especial predisposición para colaborar. Pasaron los años y, aunque siempre estuvo predispuesto a mostrar su agradecimiento a los señores que siempre se habían portado tan bien con él, no podía olvidar el origen de su familia y cómo le era difícil compaginar las enseñanzas del evangelio que apostaba por el amor y ayuda a los pobres, con las prácticas de opresión y desprecio de los derechos de los trabajadores que eran las que regían en el pueblo. Por eso, iba procurando espaciar lo más posible las invitaciones de los señores principales de Recondo, con la enérgica oposición de su hermana que se había acostumbrado a la favorable acogida que había tenido en la alta sociedad del pueblo. Eloisa, su hermana, era dos años menor que él y su familia había decidido que debería quedarse soltera para ser el ama de su hermano el cura. Cuando llegaron a Recondo, no le faltaron pretendientes, pero ella había asumido su papel y desestimó todas las peticiones que le fueron llegando, aunque nunca renunció al estatus social que le brindaba ser la hermana del párroco.
Don Filomeno pronto se había dado cuenta de la doble moral que reinaba entre sus feligreses, que tenían perfectamente deslindado lo que era la vida pública que no admitía ni el más mínimo reproche, y la vida privada, totalmente ajena a la fiscalización de los demás. Dicho de otra forma; lo verdaderamente importante era cumplir con los mandamientos de la Santa Madre Iglesia: como oír misa los domingos y comulgar por Pascual Florida, que cumplían escrupulosamente, porque eran mandamientos sociales que delimitaban claramente donde estaban los verdaderos hijos de la Iglesia.
Lo de cumplir los mandamientos de la ley de Dios, como lo de no robar, mentir y desear la mujer del prójimo, eran preceptos que sólo obligaban a título personal y, por tanto, no importaba tanto su cumplimiento, siempre que los demás no se enterasen... más que nada por no escandalizar a sus deudos y subordinados que ya se sabe no tienen la formación suficiente para saber distinguir las sutilezas de las leyes divinas. No obstante, él no podía tener ninguna queja, porque todos le demostraban su afecto y generosidad. Nunca faltaban en la casa del señor cura el aceite, el vino, los huevos, las frutas y las verduras de la temporada, ni los chorizos, el tocino y morcillas en tiempos de las matanzas, que él procuraba compartir con los más necesitados del pueblo sin que se enterasen los donantes, que no verían con buenos ojos que los mejores productos que habían seleccionado para el párroco fuesen a parar a esos muertos de hambre.
Con el paso de los años, el bueno de don Filomeno había conseguido eso tan difícil de caer bien a casi todo el mundo, aunque ahora, ya a sus años, se había vuelto un poco cascarrabias y solía ser más severo a la hora de poner las penitencias en las confesiones, aunque nunca pasaban de los dos padrenuestros y las tres avemarías.
Pero vamos a dejar al señor cura confesando a sus feligresas, para volver a nuestros protagonistas. En casa de doña Margara todo continuaba con la rutinaria placidez de costumbre, ahora con más tranquilidad, si cabe, por las calores del verano, que hacían a todos un poco más perezosos. Todas las tardes, cuando la sombra llegaba al corredor del patio, la madre, sus dos hijas y las criadas, se sentaban con sus labores. La pequeña Petronila estaba haciendo el ajuar de su dote; ahora una preciosa mantelería con bordados de Lagartera. Sacramento se afanaba en terminar unos nuevos visillos, de encaje de bolillos. A doña Margara le gustaba el ganchillo y preparaba unos pañitos para encima de las mesillas de noche. A ella le hubiera gustado hacer un gabancito para el bebé de su hija, pero no lo decía para no hacerla daño. Las criadas se encargaban de zurcir la ropa vieja.
-Anda, Tomasa, sube la jarra de limonada que he dejado en la escalera de la cueva, que ya estará fresca. Hay que atajar como sea este calor...
-Madre, tengo que comprar más hilo azul, porque con lo que me queda no voy a tener para terminar la mantelería...
- Doña Margara, ¿Sabe ya por qué se marcho la Juanita? Parecía tan contenta en la casa y se marchó sin decir nada... ¡Qué raro! ¿Verdad?
- Pues no lo sé, Jacinta, no lo sé. Mandé recado a su madre y sólo me dijo que la necesitaba en su casa porque ella no se encontraba bien... A mí también me pareció raro que se marchase así...
- Señorita Sacra, ¿ha visto las nuevas enaguas que hay en el escaparate de la mercería de la Paquita? Con esas sí que le iba a gustar al Señorito José... Seguro que traían ya al heredero....
-No seas descarada, niña... un poco de respeto...
- No se preocupe, madre... no pasa nada.... Pues sí, Emilita, si he visto las enaguas del escaparate... y no las necesito para gustar al señorito...
Y así iban transcurriendo las tardes enfrascadas en una charla animada en la que se iban repasando todos los chismes que se oían en el pueblo.
- ¿A que no sabéis a quien ha dejado preñada su novio?
- Cuenta, cuenta…
- No sé, me tenéis que prometer que no se lo vais a decir a nadie… porque a mí me lo han contado en secreto…
- Lo juramos… ¿verdad? No se lo diremos a nadie…
- A la Estrella, la de la tía Felisa…
- Pero si no tendrá más de dieciséis años…
- No, todavía no los ha cumplido… y dicen que su padre está dispuesto a echarla de casa…
- No será para tanto, seguro que terminan casándose, porque Miguelito, su novio, trabaja en la tenería, y gana un buen sueldo para mantener a una familia.
- ¡Cómo está la juventud de ahora!, ¿verdad, doña Margara?
- Tienes razón Tomasa, no sé donde vamos a llegar…
- Pues no es la primera ni será la última que se case por las prisas…
- Eso pasa hasta en las mejores familias… - Bueno, basta ya… vamos a dejar los chismes y vamos a rezar el rosario, que falta os hace rezar un poco más, en vez de contar guarradas…
Las muchachas no tuvieron más remedio que hacer caso a doña Margara, que sacó su rosario de palo de santo que le habían traído de Roma, bendecido por el mismo Papa, dejó a un lado la costura, se santiguó y empezó:
- Misterios gozosos del Santísimo Rosario, primer misterio…
A doña Margara le gustaba rezar el rosario, porque mientras repetían rutinariamente las avemarías, podía dejar volar su imaginación para pensar en sus cosas y sobre todo en su casa. Siempre, cuando rezaba el rosario, se recreaba recorriendo cada rincón de esa casa que ella siempre llamó "El Solar" Y ahora así la conocen todos en el pueblo.
Es el símbolo del poder de los Gómez Pastrana. Doña Margara siempre presumía de que era una casa blasonada. Perteneció, allá por los últimos años del siglo XVIII, a la familia de los Mendoza. En ella vivió don Genaro Mendoza y López del Villar que fue secretario particular del señor conde y ejerció de Alcalde ordinario de la villa. El esplendor de la mansión llegó hasta la guerra de la independencia, cuando la brigada polaca, al mando del Mariscal Víctor, arrasó casi todo el pueblo. La casa quedó maltrecha, aunque el escudo de su portada resultó milagrosamente intacto. Luego pasó la propiedad a los antepasados de doña Margara, quienes tuvieron que desprenderse de ella cuando su declive económico les obligó a venderla.
Ella todavía recordaba cuando, de pequeña, su abuela le enseñaba a bordar, allí sentada en el corredor, como ahora estaban, mientras le contaba las historias gloriosas de sus antepasados que habían llegado a ser validos del mismísimo rey y le decía que algún día ella sería la heredera de todo aquello. Entonces era demasiado niña y no llegaba a comprender por qué habían tenido que dejar aquella casa para marcharse a vivir a otra mucho más fea y más pequeña y recordaba cómo su abuela no dejó de llorar desde entonces hasta que murió un año después. Cuando creció supo que su abuelo había sido un jugador y había ido despilfarrando toda su hacienda. Aunque nunca llegó a confesarlo, aquel día, cuando salió de la casa, de la mano de su madre, se prometió que algún día volvería como dueña de la que, desde aquel momento ella empezó a llamar "El Solar"; porque había oído a alguien decir que esa casa había sido siempre el "solar patrio".
Los compradores, así lo quiso el destino, fueron los padres de Nicomedes y ella pudo cumplir su sueño cuando se caso con él. Ahora es una casa señorial de recia construcción, con un zaguán de entrada y un patio porticado de gruesas columnas de piedra. En el centro, un granado centenario que cubre con su sombra todo el patio. Una escalera de piedra, ancha y tendida, con un pasamanos de hierro forjado terminado en una lustrosa bola dorada, da acceso a un corredor abierto, orientado al poniente, donde tomar el sol en las tardes soleadas de finales de la primavera y formar la tertulia en las noches de los ardientes veranos. Varias puertas de cuarterones de madera cierran la gran sala y las habitaciones nobles de la casa. Las dependencias de los servicios de cocina, las caballerizas, las leñeras y las habitaciones del servicio están en la planta baja, donde los señores también se han reservado un amplio salón con una gran ventana enrejada a la calle que les sirve de comedor y sala de estar y donde don Nicomedes recibe a los aparceros cuando tiene que ajustar las cuentas de los distintos esquilmos, y doña Margara organiza las tertulias con sus amigas en invierno. En este salón hay un aparador de nogal en el que se guarda una vajilla de la Real fábrica de La Granja, de doce servicios, que perteneció a su abuela y una cristalería de Bohemia que fue el regalo de boda de un notario amigo de sus suegros. Una sillería estilo imperio de madera de cerezo tapizada en crespón granate, con un sofá y dos sillones y la mesa de comedor con seis sillas que son también de madera de nogal haciendo juego a una vitrina donde están expuestas las piezas más valiosas de su colección de platería.
En la pared, sobre el sofá de la sillería, están los retratos de los señores, en dos marcos iguales de madera de caoba que miden cerca de un metro de alto. Son dos fotografías realizadas por un fotógrafo de la capital que se desplazó expresamente hasta Recondo porque doña Margara estaba convaleciente del parto de la pequeña Petronila.
El señor, aparece sentado en uno de los sillones del salón, con un terno de color claro, y con su bastón en la mano; ella con una mantilla negra de blonda, con un broche de brillantes en el cuello para recoger la mantilla y una gran medalla de la Virgen de la Amargura colgando de una cadena de oro. A ella le gusta mirarse en el retrato porque dice que el fotógrafo había sabido captar la seriedad y la bondad que eran los principales rasgos de su carácter. Pero lo que el fotógrafo, como casi nadie, no había captado, era su altanería y su capacidad de manipular a todos los que tenía a su alrededor ni, mucho menos, su capacidad de odio hacia los que ella declaraba sus enemigos.
En la parte trasera de la casa, una amplia corraliza con acceso directo por unas grandes puertas a una calle posterior, con una morera, una higuera y dos manzanos. Las cuadras para las cuatro mulas, los dos burros y los tres caballos. En un rincón de la misma cuadra, dos cortes o pocilgas en las que siempre había dos o tres cerdos que suministraban carne suficiente para todo el año. Allí están los corrales para las gallinas, una conejera y un pequeño palomar con los nichos de teja para los nidos y varios orificios redondos por donde entran y salen las palomas. El palomar no estaba antes. Lo había hecho construir doña Margara porque siempre le habían gustado las palomas, que aunque era verdad que ensuciaban los patios, eran la imagen del mismísimo Espíritu Santo. En el centro de la corraliza, un profundo pozo con brocal de piedra labrada que proporciona agua suficiente para abastecer todas las necesidades de la casa. Sobre el brocal hay una reja redonda de forja que le tapa totalmente y contaban que estaba allí puesta desde hacía mucho tiempo porque el hijo de una criada cayó al pozo y allí murió ahogado; de eso se acordaba doña Margara aunque había ocurrido cuando ella era muy pequeña. También hay un amplio porche donde se cobijan un carro y el tílburi que utiliza el señor para recorrer sus fincas. Toda la casa había sido totalmente rehabilitada y ya no quedan vestigios de los destrozos que ocasionaron los franceses a finales del año 1808.
A la izquierda, según entras al patio, está la bajada de la cueva. Tiene escalones altos y empinados, por lo que, para bajarlos, es necesario agarrarse al pasamanos de madera que hay en la pared de la derecha. Cuando has bajado los doce primeros peldaños, hay un pequeño descansillo donde la escalera cambia de dirección. Bajas ocho más y ya estás en la cueva. Es una galería abovedada de más de cincuenta metros de larga, tres de ancha y cerca de dos metros de alta. Aunque está horadada en la piedra, cada tres metros hay arcos de ladrillos rojos que actúan de contrafuertes. A los lados de la galería principal hay varias oquedades con pequeñas tinajas de barro, algunas de las cuales están rotas y todas ellas sin utilidad desde ya hace muchos años; cuentan que desde que se eliminó la alquitara, quedó en desuso la bodega y se abandonó la elaboración de vino en la casa. Ahora se utiliza como fresquera; allí se almacenan las patatas y las frutas, y en las escaleras de la entrada se colocan en verano las botellas de vino y el botijo del agua, para que la bebida esté siempre fresca. Algunas de las tinajas se usan como silo para guardar la cebada de las caballerías. La escalera de la cueva siempre había sido el lugar de castigo para los niños, cuando desobedecían las órdenes de sus mayores o hacían alguna trastada de cierta consideración; y allí se había pasado tardes enteras el pequeño Nicolás que había llegado a coger la costumbre de esconderse en la cueva aunque no estuviese castigado. Ahora la casa es también la residencia de Sacramento y su marido. José Galán, había sido mozo de mulas de la casa. Muy bien parecido y simpático, aunque un poco bobalicón. La niña se encaprichó de él y aunque los padres se opusieron en principio terminaron por acceder, porque a pesar de su hacienda no había demasiados pretendientes para sus hijas. Y como decía doña Margara… "El dinero ya lo tenemos nosotros"
En el pueblo supuso una noticia que acaparó los comentarios en las tertulias durante varios meses, por lo que suponía de ruptura en las costumbres de los ricos que únicamente emparentaban con los de su mismo rango o capital. Todos consideraron que él había dado un buen braguetazo y desde su matrimonio ascendió a la categoría de capataz ocupándose de los asuntos agrícolas con su cuñado. Habían pasado ya dos años desde entonces; ella debía andar por los treinta y uno y él había cumplido los treinta, pero no llegaba el deseado heredero del "Solar".Mientras las mujeres terminaban el día haciendo labores, los hombres pasaban las horas en el casino. Don Nicomedes salía de casa después de la siesta, para tomar el café y la copita de anís, echar la partida de dominó y preparar la tertulia con don Marcial, el médico, don Mariano el boticario y don Atenodoro, el administrador de Correos. Luego se unía el señor Alcalde y, a veces, también el señor cura. Nicolás y José lo hacían cuando terminaban la jornada, a eso de la caída de la tarde, pero ellos no solían participar en la tertulia, sino en jugar unas partidas de mus o de tute.
Todos volvían a las diez de la noche en verano y a las ocho en invierno, que eran las horas fijadas para la cena. Después se formaba la charla familiar hasta que llegaba la hora de ir a la cama. Desde lo de la república, las tertulias del casino habían tenido un tema monográfico. Ya se habían barajado todas las posibilidades políticas posibles. La mayoría pensaba que esto no podía durar demasiado porque el Ejército no iba a permitir el desorden, que según decían los periódicos que llegaban a Recondo, se estaba adueñando de todo el país. Luego, poco a poco, se fueron dejando estos asuntos para volver a los temas cotidianos de la vida social y económica o a los simples rumores que siempre corrían por el pueblo.
Una de aquellas tardes, don Nicomedes tuvo que aceptar dos invitaciones de don Andrés Segovia y de don Emilio Torres, que estaban celebrando la compraventa de una finca. Fueron dos copitas más de anís, que añadidas a las tres que se solía tomar todas las tardes, hicieron que su lengua se desatase más de lo que la compostura y el buen gusto podrían aconsejar. No se percató de la presencia del nuevo camarero y fanfarroneó delante de sus amigotes:
-No veáis cómo está la Juanita... la que habla con el chico de la Genuina... Parece poquita cosa pero tiene unas tetitas que están para comérselas...
- ¡Cuente, cuente...don Nicomedes...!
Y ante el ánimo que recibía de su entusiasta auditorio fue contando la que era su última "hazaña" erótica, cuidándose de adornarla con los detalles más escabrosos y omitiendo las partes que hubieran dejado en entredicho su virilidad.
- Y es que ella no sabía lo que era estar con un hombre de verdad... Ya le dije yo: "Pequeña, ya verás como te gusta"... y claro que le gustó... aunque ella no lo iba a reconocer... Pero yo sé que le gustó... porque lo vi. en su cara... Lo malo es que luego llegó mi mujer, se enteró de todo y la tuvo que despedir... porque esta juventud de ahora va por ahí provocando... y luego pasa lo que pasa...
Así, empezó a ser de dominio público la causa por la que doña Margara había tenido que despedir a la chica de los "Melitones", aunque la realidad es que aquel día la joven, cuando se quedó sola, recogió las pocas cosas que tenía en el "Solar" y se fue a su casa para no volver más, a pesar de lo bien que venía a la familia el pequeño sueldo que le pagaban.
Llegó llorando a su casa, y con un gran moratón en el ojo izquierdo. No tuvo más remedio que contar a su madre todo lo ocurrido. A causa de los efectos del bofetón del viejo, también se enteró el novio que, en principio, tuvo serias dudas en admitir que ella no había tenido la culpa de que se propasase el señor.
- Me tienes que contar todo lo que pasó. A saber lo que tú habrás hecho, porque todas las mujeres sois unas putas.
- Te lo juro, Felipe. Yo no hice nada. Ya sabes lo que cuentan de él. Es un cerdo, que me cogió desprevenida mientras hacía la cama de su alcoba... Yo no hice nada para provocarle... además no pasó nada... llegó el señor Alcalde y no pasó nada... mira el moratón de mi ojo... me pegó porque no pudo hacer nada...
- No sé, no sé... si tú lo dices... pero no me quedaré tranquilo hasta que no te examine la señora Petra, la partera... A ver si no has querido hacer nada conmigo... y ahora él te ha desvirgado... y si no eres virgen, yo no me caso contigo... Hasta ahí podíamos llegar...
Y Juanita tuvo que visitar a la señora Petra, para que certificase que todavía seguía siendo virgen, sólo así se quedó tranquilo Felipe y consintió en seguir la relación.
A la tarde siguiente, cuando las mujeres habían formado la tertulia mientras cosían en el corredor, fue Tomasa, la que se atrevió a contárselo a doña Margara.
- Señora, ayer en el casino, don Nicomedes dijo que usted había tenido que despedir a Juanita porque ella había provocado a su marido...
- ¿Cómo va a decir eso el señor? Seguro que tú no te has enterado bien, que estás ya un poco sorda...
- Que no, doña Margara, que lo estaba contando en la carnicería la mujer del camarero del casino, que se lo había contado su marido, y que el señor dio detalles para demostrarlo... dijo que la Juanita tenía un lunar debajo de uno de los pechos... y parece que es verdad...
Doña Margara, hasta entonces, no había llegado a saber a ciencia cierta, aunque podía presumirlo, por qué se había marchado de casa Juanita.
Esa noche no dirigió la palabra a su marido durante la cena, y se fue a la cama quejándose de un inoportuno dolor de cabeza. Entró en su dormitorio y cerró por dentro el cerrojo de la puerta. Los hijos, barruntando las previsibles consecuencias, también se retiraron a sus habitaciones sin que esa noche se llegase a formar la tertulia. Don Nicomedes se figuró la causa de la desbandada general y dedujo que su familia ya conocía sus fanfarronadas del casino; pero no tenía ganas de polémica y como la noche era agradable cogió la botella de aguardiente y un plato con pestiños que había en la alacena y se acomodó en la banca del corredor. A eso de las once y media había dado buena cuenta de los pestiños y ni el más optimista se atrevería a decir que la botella de aguardiente estaba ya medio llena. Con la mente en la nebulosa de su semiinconsciencia decidió que era la hora de acostarse, porque pensó que su mujer debía estar ya durmiendo. Pero la puerta estaba cerrada.
-¡Abre, Margara, que te has dejado echado el cerrojo!
Pero nadie contestó.
-Ya estás abriendo la puerta inmediatamente, o la tiro a patadas…
Su mujer no estaba dormida pero no tenía ninguna intención de abrir la puerta, así que optó por no dar señales de vida. Las voces aumentaron en volumen y los golpes en la puerta se sucedieron hasta que se hizo daño en la mano derecha.
- Me voy a cagar en "to" lo divino... ¡Abre de una puta vez!
Los hijos tampoco se habían dormido esperando el desenlace, pero ninguno de ellos se atrevió a salir por temor a pagar las consecuencias.
Diez minutos después, los golpes en la puerta y las imprecaciones fueron bajando en volumen y en frecuencia y a la media hora el sopor del sueño y los vapores del aguardiente le aconsejaron que debía desistir de sus deseos.
Como aún hacía buen tiempo, decidió acostarse en la banca del salón de la planta baja, y al día siguiente, muy de mañana, preparó su maleta y se marchó a la capital; al pisito que desde hacía ya casi treinta años había puesto a Rosa, su amante de toda la vida, a la que solía visitar de cuando en cuando.
FIN DEL CAPÍTULO.El cuarto capítulo el próximo sábado, día 24de octubre.
¡No te lo puedes perder!

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAP. IV

IV

Dos o tres días después.

- Pues sí Clotilde, se ha marchado a Madrid. Me figuro que te habrás enterado, porque debe ser la comidilla de todo el pueblo. ¡Qué vergüenza! Pero yo no pienso consentirlo más. Hasta ahora había procurado hacer la vista gorda… Pero esto ya no se puede permitir. Por la noche no le dejé entrar en la habitación y durmió en la banca de la salita, y a la mañana siguiente se marchó a Madrid. Lo suele hacer de vez en cuando, sobre todo cuando aquí no tiene con quién satisfacer sus bajas pasiones.
Y a mí, ¿qué quieres que te diga?, ya ni me molesta. Si tengo que serte sincera, no sé el tiempo que hace que no me reclama el débito conyugal. Don Filomeno me dice que estoy obligada, porque el acto carnal es santo dentro del matrimonio, pero la verdad es que él ya no quiere saber nada de mí, ni yo tampoco quiero saber nada de él. Perdona que haya venido sin avisar, pero es que tenía que desahogarme con alguien y contigo es con quien más confianza tengo… Tú conoces bien todo lo nuestro… y ya sabes que no siempre fue así.
Al principio todo era distinto. Es verdad que siempre ha sido un obseso sexual, y como entonces yo estaba bastante bien, ¿te acuerdas?, lo tenía a todas horas detrás de mí. Yo tenía entonces ya veinticinco año y él sólo veintitrés. Aunque antes tuve varios pretendientes, ninguno estaba en posición de solucionar la situación económica de mi familia. Entonces sólo nos quedaba ya el prestigio de nuestros apellidos y los recuerdos de los tiempos pasados. ¡Qué te voy a decir que tú no sepas!
Mi madre tenía que hacer malabarismos para aparentar una posición que no teníamos y mi padre tuvo que fingir una enfermedad para no tener que hacer vida social. Entonces llegó Nicomedes... cuando tú empezaste a salir con mi primo Enrique. Mucho después me enteré que ya tenía una amante en la capital. Esto no sé si tú lo sabes. Era una antigua criada de la casa de sus padres a la que dejó preñada, y como él era demasiado joven y ella pobre, mis suegros acordaron ponerla un pisito para ella y para lo que viniese, y dar un par de tierras a los padres, con lo que consiguieron que la noticia no trascendiese en el pueblo.
Sí, entonces tuvo una hija y luego otro niño más. La mayor debe tener ahora unos treinta y tres años y el niño poco más de veintiuno; ella dos más que mi hija mayor y él tres menos que mi pequeña... Pero ya le dije cuando me enteré... De reconocer a esos bastardos, ¡ni hablar...! Me lo juró por Dios... Yo sé que les manda dinero todos los meses, pero no me importa porque a nosotros nos sobra... pero no, no les conozco; creo que la mayor trabaja con una modista y el chico en una cerería, pero que yo sepa nunca han venido por Recondo, ni siquiera cuando murieron sus abuelos... Pero, por Dios, no se lo vayas a contar a nadie… que es un secreto que no saben ni mis propios hijos. Al final, voy a terminar yo también aficionándome a la achicoria... y los bollitos de aceite cada día te salen mejor...
Oye, mira... ¿No es aquel don Gregorio el maestro...? Parece que va hacia la Iglesia... últimamente se le ve mucho entrar a la Sacristía y antes apenas si iba a misa los domingos... Este mirador tuyo es un lujo... desde aquí te enteras de todo lo que pasa en el pueblo....
Pues como te decía, cuando Nicomedes empezó a cortejarme, mi madre me lo dijo bien claro. ¡Hija, esta oportunidad no la podemos perder! Y en estos casos, lo más efectivo era que me dejase embarazada… Me da vergüenza contarte esto… Solo lo sabía mi madre y se lo llevó con ella a la tumba… Pero bueno, tú eres mi mejor amiga… mucho más que una hermana….
Su familia era visita de casa y él empezó a acompañar a sus padres cuando iban a visitarnos. Yo me las arreglaba para salir al jardín haciendo que cuidaba las plantas para que él se acercase y poder hablar a solas. Mi madre aprovechaba cualquier ocasión para decir que hacíamos muy buena pareja.
Una tarde se me torció un tobillo y él tuvo que levantarme, otra me pinché con la espina de una rosa y él me "curó" con un beso… en la mano, claro. Un día le "dejé" que descubriese un pequeño lunar que tengo en el cuello y que, desde entonces, quería ver todos los días...
Al mes siguiente me dijo que podíamos hablar... y dos más tarde ya me visitaba en casa él solo todas las tardes. Fue entonces cuando mi madre me aleccionó y trazamos el plan… ¡No te fastidia que me estoy poniendo colorada...!
Había llegado el otoño, pero aún no se habían terminado los calores. Cuando vimos que él se acercaba a la casa, yo entré en mi cuarto mientras mi madre salía a abrir la puerta. Le pasó a la sala y le dijo que se sentase en una silla que estaba frente a la puerta de mi habitación que, "sin darme cuenta", yo había dejado entornada.
Ella le dijo que yo estaba terminando de arreglarme y le dejó solo con la excusa de que estaba terminando de hacer algo en la cocina. Yo me había desnudado y empecé a vestirme delante del espejo por el que le veía a él sentado en la salita. Ya habíamos comprobado mi madre y yo que desde esa silla, por la rendija de la puerta, la visión del espejo del armario era perfecta…
¡Que, si Cloti, que es verdad...! Pero la cosa no quedó aquí…
Aquella primera vez la exhibición fue rápida y cuando salí le pedí mil excusas por no estar arreglada cuando él llegó. Sólo hasta un mes después no se volvió a repetir el espectáculo y esta vez con la excusa de que me tenía que cambiar porque se me cayó una taza de café en el vestido... No me mires con esa cara… ¡te juro que es verdad todo lo que te estoy contando...
!Él tenía que hacer grandes esfuerzos para contenerse y le era casi imposible disimular su excitación, de la que yo, por otra parte, nunca demostré que me enteraba…
No sé si seguir, porque me estás mirando con una cara…
Vale, de acuerdo, voy a terminar de contártelo…
Estimamos que había llegado el momento oportuno. Era domingo y estaba cerca la Navidad. Mis padres se habían ido a misa de doce. Habíamos quedado para salir a tomar el aperitivo en el casino, como hacíamos todos los domingos. Cuando él llegó, yo le dije que estaba sola, que mis padres estaban en la iglesia y que no estaba bien que él entrase en casa; que era mejor que diese una vuelta y volviese un poco después. Su excitación fue instantánea. Torpemente arguyó algo sobre que tenía que confiar en él y entramos en la salita. ¿No te irás a escandalizar ahora, a tus años...? Bueno, pues sigo…
Yo tenía puesto una bata para tener necesariamente que cambiarme de ropa. El ocupó "su" silla y a mí se me "olvidó" cerrar del todo la puerta. Simulé que me aseaba en el palanganero que no se veía desde su puesto de observación. Todo estaba en silencio. Me acerqué a la puerta sin que él me viese y pude escuchar su respirar entrecortado.
Yo estaba desnuda, fui hasta la cama donde había dejado mi ropa interior. Comprobé que él me veía y con parsimonia cogí la camisa…
¡Échame un poco de limonada que se me está quedando la boca seca… Gracias...!
Él no pudo resistir más. Le vi entrar en mi alcoba y yo me cubrí el pecho con la camisa que aún no me había puesto. Me tumbó en la cama, se desabrochó la bragueta de sus pantalones y se echó sobre mí. Yo era virgen. Me hizo mucho daño pero fingí que me gustaba. Cuando terminó tenía los pantalones manchados de sangre y tuvo que quitárselos para que yo los limpiase.
Yo me puse a llorar desconsoladamente y le recriminé compungida lo que había hecho. ¿Y si me he quedado embarazada...? ¿Qué vamos a hacer? … No te preocupes, me dijo él. Por hacerlo una vez no va a pasar nada…Pues en los ejercicios espirituales del año pasado, dijo el señor cura que con solo hacerlo una vez podías quedarte embarazada... le dije yo… lo que no le quise decir entonces es que las probabilidades eran mucho mayores si estabas con la ovulación…
Dos meses después ya estábamos preparando la boda. Mi madre dejó muy claro que no habíamos sabido responder a la libertad que ella nos había dado y que habíamos defraudado la confianza que mi padre y ella habían puesto en nosotros. En su casa llegaron a la conclusión de que era mejor que se casase a ver si así sentaba la cabeza y que, por otra parte, aunque nuestra familia no tenía dinero, siempre habíamos pertenecido a lo más selecto de la sociedad...
Entonces yo puse mi condición. Si quería casarse conmigo tendríamos que vivir en el "Solar". Como ya sabes, era necesario hacer algunas reformas; pero las más imprescindibles estaban terminadas en poco más de dos meses.
Don Filomeno, que hacía poco que había llegado al pueblo, dijo que era mejor hacer una ceremonia íntima antes del amanecer. A mi madre le pareció bien, porque así nos evitábamos los gastos de la celebración, y a mí no me importó renunciar a la fiesta si había conseguido lo que yo quería. Ser el ama del "Solar".
¿Nicomedes?... Volverá en una semana. Como vendrá satisfecho, me pedirá perdón, me prometerá que no volverá a ocurrir y todo seguirá como antes... Ha pasado ya tantas veces que estoy acostumbrada...
FIN DEL CAPÍTULO.El quinto capítulo el próximo sábado, día 31 de octubre.
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LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAP. V

V

Poco más de un año y medio más tarde.

El miedo casi se podía respirar. Nunca, en toda la vida, se había hecho una huelga en Recondo. Los medidores, acogiéndose a las nuevas leyes laborales de la República, habían comunicado a las Autoridades Municipales y a sus patronos que durante la semana del 16 al 22 de mayo harían huelga para reclamar el cumplimiento del compromiso de aumento de un diez por ciento de su salario que les prometieron el año anterior y que hasta la fecha no se había concretado. Todos los trabajadores temporeros del campo, los de las fábricas de jabón y los del batán, los de los molinos aceiteros y los maestros, animados por don Gregorio, habían comunicado que se unirían a la huelga en señal de protesta contra los patronos.
Los medidores eran los encargados de medir y pesar el vino, el vinagre, el aguardiente y el aceite. Dependían de la Sociedad de Propietarios y Cosecheros que encuadraba a los principales terratenientes de Recondo. Había dos cuadrillas compuestas por cinco mozos, un suplente y un capataz; dos fieles de medida y un interventor. Eran pues, sólo diecisiete personas, pero desempeñaban uno de los trabajos más apreciados en el pueblo, para el que siempre había candidatos. Nunca se habían atrevido a tomar una postura de fuerza contra los amos, porque sabían que sería muy fácil encontrar quienes les sustituyesen. Además si les despedían de este trabajo difícilmente iban a encontrar otro en el pueblo. Fermín y don Gregorio les habían animado a dar este paso y les ofrecieron el respaldo del Sindicato para organizarlo todo de acuerdo con la Ley.
Fermín García de la Cruz, era más conocido en el pueblo como "Zapatones", por su oficio de zapatero remendón. Con este trabajo se ganaba bien la vida o, al menos, no aspiraba a conseguir ningún ascenso en la escala social de Recondo. De su padre que había trabajado en un taller de la capital, donde había aprendido el oficio, había heredado además del negocio, un espíritu crítico y un carácter contestatario que siempre le había creado no pocos inconvenientes, sobre todo con las personas principales del pueblo que no podían admitir su falta de respeto y la poca consideración con la que se atrevía a responderlos cuando no estaba de acuerdo con lo que le decían. A pesar de todo ello, nunca le faltaba trabajo porque a la hora de arreglar los zapatos era, sin ninguna duda, el mejor del pueblo. Desde muy joven se afilió al partido comunista y era muy considerado por sus camaradas que valoraban su buen criterio a la hora de analizar los acontecimientos. Desde que se había proclamado la República era considerado tanto por su camaradas como por sus enemigos el único que podía capitalizar el liderazgo de la izquierda republicana. Ahora, con la ayuda de don Gregorio, el maestro, había tenido varias reuniones con los medidores para asesorarles en la mejor forma de plantear la huelga.
Por otra parte, don Enrique de las Olivas, el señor Alcalde, había citado a los responsables de la Sociedad de Propietarios y Cosecheros a una reunión urgente en el salón de plenos del Ayuntamiento. Previamente se habían reunido todos los miembros del Consistorio y habían llegado a la conclusión que era fundamental evitar, a toda costa, la celebración de la huelga.
-No podemos consentir que se lleve a término esta huelga. Nunca, en ninguna circunstancia se ha llegado a una huelga en Recondo, y ahora no lo podemos consentir; porque si los medidores convocan la huelga, todos los obreros se van a unir a ellos, y eso supondría sentar un precedente demasiado peligroso para nosotros, que hasta ahora hemos podido controlar toda la actividad laboral.
Los concejales asentían a las palabras del alcalde. Todos estaban de acuerdo en buscar una solución para evitar la huelga a cualquier precio.
- Hay que convencer a los cosecheros para que se avengan a negociar. Pueden ceder y pagarles algo de lo que les piden y así contentarlos por ahora.
Hipólito Martínez, el herrero, sabía muy bien cómo estaban los ánimos. Él era el teniente de alcalde y estaba en contacto con todos los agricultores porque acudían con frecuencia a su fragua para arreglar los aperos de labranza. Les había escuchado y por eso quería también que se encontrase una solución pacífica a la situación, aunque a él no le afectaba directamente el problema, ya que no tenía obreros y en su herrería sólo trabajaban sus dos hijos y él.
Don Enrique, el señor alcalde, concluyó:
- Si os parece, podemos presionarles para que acepten la negociación. Si no se quieren avenir a esta solución, no tendremos más remedio que retirarles la concesión que tienes desde el siglo pasado.
El servicio de pesos y medidas era un derecho municipal que desde mediados del siglo anterior había sido cedido por el Ayuntamiento a esta Sociedad a cambio del pago de una participación en los beneficios. De esta manera los propietarios, además de garantizarse un buen servicio, obtenían unas ganancias, que fundamentalmente servían para pagar los impuestos, los generales de la sociedad y los individuales de cada uno, al Ayuntamiento. De esta forma, todos salían beneficiados y los responsables municipales se libraban del engorroso trabajo de coordinar y controlar el servicio.
Don Esteban Pelayo era, desde hacía más de diez años, el presidente de los Cosecheros, y estaba francamente contrariado. Siempre había presumido de la ingente labor social que había desarrollado la Sociedad, colaborando con el Ayuntamiento para modernizar el pueblo y ayudar en todos los proyectos que se habían promovido durante los últimos setenta y cinco años.
-Tú, Enrique, puedes decir lo que quieras, pero nosotros no podemos asumir el incremento en los costes. Si les pagamos lo que quieren el servicio será deficitario y vosotros tampoco recibiréis vuestra parte en los beneficios.
Don Atenodoro, además de Administrador de Correos, era un pequeño propietario y cosechero, pero formaba parte de la junta directiva por su formación y capacidad organizativa. Era vehemente y frecuentemente se exaltaba cuando alguien se atrevía a llevarle la contraria.
- Además no se puede tolerar que nos amenacen con un huelga… ¡Hasta ahí podíamos llegar! Ahora empiezan con esto y después no sabemos lo que nos pueden llegar a pedir….
El Alcalde procuraba mostrarse conciliador:
-Lo que no se puede consentir es que vayan a una huelga que sabemos que va a ser secundada por la mayoría de los trabajadores del pueblo…. Al menos, si estuvieseis dispuestos a negociar… a llegar al acuerdo de un aumento de, por ejemplo… el ocho por ciento…
Pedrito Rodríguez, como solía ser su costumbre, no pudo contenerse:
-Ni una perra chica… Nada… esos tienen que enterarse de una vez quién manda aquí…
Los ánimos se estaban exaltando por momentos. Aquellos hombres no podían creer que unos muertos de hambre, a los que habían dado de comer durante toda su vida, se atreviesen a plantearles ahora un ultimátum.
Fuera del salón, en los pasillos del Consistorio se estaban concentrando varios convocantes de la huelga y algunos de los pocos que se habían empezado a interesar por la política. Al principio se mantuvieron tranquilos y callados. Después, al oír lo que se decía dentro, empezaron a sonar voces de repulsa. Varios de los medidores habían logrado acercarse a la puerta del salón de sesiones y no podían admitir lo que allí dentro estaban diciendo sus patrones.
- ¡Queremos entrar, y exponer nuestra opinión. No hay derecho a que sólo se les escuche a ellos ..!
- Esto no va a cambiar nunca, ¡la única solución es la huelga!…
Las voces se podían oír claramente dentro del salón y el alcalde mandó desalojar el Ayuntamiento. Los guardias, a duras penas, lograron expulsar a los cada vez más exaltados obreros. Dos de los guardias se mantuvieron junto a la puerta del ayuntamiento para evitar que nadie se acercase, pero cada vez eran más los que llegaban a la plaza a esperar el resultado de la reunión.
- Ya veis lo que está pasando. O accedéis al aumento que piden o, sintiéndolo mucho, ¿verdad? -y miró a los concejales- tendremos que retiraros la concesión y administrar nosotros mismos desde el Ayuntamiento el servicio de medidas…
También esta vez, fue don Indalecio quien tuvo que decir la última palabra:
-¡Por mí, podéis meteros el servicio de medidas por donde os quepa…! ¡Vámonos, que aquí no hay nada más que cobardes! No esperaba esto de ti, Enrique…. No esperaba esto de ti….
El alcalde mandó llamar a los representantes de los medidores y les comunicó que a partir de ese momento el servicio de medidas pasaba a depender únicamente del Ayuntamiento. Al día siguiente se iniciarían conversaciones para tratar el problema de los salarios y que esperaba su colaboración para buscar una solución viable que fuese satisfactoria para ambas partes….Se comprometieron a desconvocar la huelga en reconocimiento a la actitud negociadora demostrada por las autoridades y garantizaron que no se alteraría el orden.
Al salir del salón de sesiones no les pasaron desapercibidas las miradas de odio contenido que se podía adivinar en los rostros de los cosecheros. Sabían que esto no había hecho nada más que empezar y debían estar dispuestos a aguantar la contraofensiva de los poderosos propietarios de Recondo que por primera vez en la historia encontraban una oposición real y efectiva a su voluntad.
Fermín "el Zapatones" fue el primero en salir a la plaza y se erigió en portavoz de los medidores:
-¡Hemos ganado! El Ayuntamiento nos garantiza una solución y ya no dependemos de los Propietarios y Cosecheros. ¡Se desconvoca la huelga! ¡Hemos ganado!
A los pocos minutos la plaza se había quedado prácticamente desierta. Sólo entonces salieron los cosecheros. El alcalde les había pedido que se esperasen para evitar enfrentamientos.
En silencio, cariacontecidos, contrariados y con rabia contenida esperaron sentados en el salón de sesiones. Se despidieron en la plaza y quedaron en reunirse todos al día siguiente en la sede de la Sociedad.
Cuando llegó a casa, Margara notó en su cara que algo había pasado…
- Esto es grave, Margara, esto es grave….
FIN DEL CAPÍTULO.
El sexto capítulo el próximo sábado, día 7 de noviembre.
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LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPITULO VI

VI

Y pasaron casi diez meses.

No era la primera vez que Nicolás se metía en problemas. Había heredado el carácter de su padre y el orgullo de la familia materna. Además era un chico atractivo y, al contrario que su padre, tenía una mirada franca que infundía confianza. Pero esta era también un arma que él sabía manejar. Con treinta años era uno de los solteros más codiciados de la comarca.
Ya todos habían olvidado sus antiguas correrías juveniles. En los pueblos y aldeas de los alrededores muchas de las mozas habían dado algún paseo en el tílburi del señorito Nicolás, como era conocido; pero ninguna hasta ahora había logrado sacarle no ya una promesa, ni siquiera una palabra que le pudiese comprometer. En Recondo todas sabían que sólo unas pocas, podían tener alguna opción de hacerle pasar por el altar. En realidad sólo una. Adela Herrero del Pino.
Adelita era tres años menor que él. Su padre, Ildefonso Herrero, era también un hacendado influyente que había llegado a Recondo hacía treinta años y se había establecido allí como comerciante de ultramarinos. Dos años después se casó con una señorita de la ciudad que pasaba los veranos en Recondo y que según se dijo era la heredera de un importante capital invertido en bonos de la Deuda del Estado. La familia era respetada en el pueblo y cuando su hija llegó a la juventud, todos asumieron que era la pareja ideal para el hijo de doña Margara. La chica era atractiva, sus padres tenían dinero, y hubiera sido un partido ansiado por cualquier familia del pueblo. Pero Nicolás nunca mostró un interés especial por ella; principalmente porque era de unas convicciones morales inalterables y siempre le dejó muy claro que si quería algo sería después de casarse. Y él no estaba dispuesto a esperar teniendo, como tenía, todas las chicas que pudiese desear.
Pero ahora se había pasado de la raya. Todo empezó la otra tarde en el bar de la Feliciana. Se había sentado a echar una partida con su amigo Antonio, de compañero, contra Cipriano el "Pelos" y Eulalio el "Meagolpes", a los que conocía desde pequeños, pero con los que normalmente no alternaba. Jugaban al tute y empezaron tomando aguardiente. Nicolás, que nunca había destacado como buen estudiante en el colegio, tenía la habilidad de contar mentalmente todas las cartas que iban saliendo en la partida, lo que le daba una apreciable ventaja en ese juego. Cuando jugaba por primera vez con unos contrincantes que no le conocían, solía dejarse ganar alguna de las primeras partidas para hacerles coger confianza. El aguardiente fue animando a los jugadores y los envites fueron creciendo desde el pago de las consumiciones hasta las diez pesetas que estaban ahora encima de la mesa. Hasta ese momento había una cierta paridad en las partidas ganadas por cada pareja, aunque las últimas habían sido todas a favor del hijo de doña Margara y su amigo Antonio, y la apuesta de esta última partida era el resto para sus contrincantes y su jornal de una semana.
Se habían repartido las cartas y Nicolás, que iba de mano, arrastró con el as de espadas y cantó veinte en copas. Siguió arrastrando con el tres y le quitó las cuarenta al "Pelos". Lo demás ya todo fue coser y cantar. Con las diez del monte se cerraba el juego y la partida.
-Cuenta, cuenta si quieres, pero no habéis pasado de los treinta puntos…
Antonio recogió las monedas de encima de la mesa. Nicolás hizo intención de levantarse.
-Nos tenéis que dar la revancha…
-Otro día, ahora es ya tarde… además ya no tenéis dinero….
-Juguemos de fiado… yo te firmo un vale o lo que haga falta…. pero vamos a jugar la última…
- Tengo una idea mejor, si quieres nos jugamos todas nuestras ganancias contra un revolcón con vuestras novias… O todo, o nada….
- Conmigo no contéis, yo no entro en esta apuesta, dijo Antonio.
-Esas son cosas más serias, continuó el Cipriano, dejaos de tontunas y vamos a terminar esto de una vez….
-Por mí, de acuerdo… terció el "Meagolpes", esto es un asunto entre Nicolás y yo. Si ganamos nosotros nos llevamos todo lo que hemos jugado en la noche, si ganáis vosotros, os quedáis con el dinero y esta noche te puedes tirar a mi novia…
Los pocos que todavía quedaban en el bar se arremolinaron en torno a la mesa donde se había vuelto a sentar los cuatro. La tía Feliciana les dijo que era tarde y que mejor lo dejasen para otro día. Pero ya nadie la hizo caso.
La partida se convino al mejor de tres manos. La primera fue para Nicolás y Antonio. La segunda estuvieron a punto de ganarla también, pero Antonio arrastró y dejó sin triunfos a su compañero. Habían empatado y había que jugar la buena. Pidieron otra media de aguardiente. Los ceniceros estaban llenos y a todos les sudaban las manos. Pero el juego no tuvo historia. Las cartas eran demasiado buenas y ganaron sin oposición.
-Cuando quieras vamos a ver a tu novia…
Antonio intentó disuadir a su amigo. Los que habían asistido de espectadores a la partida se fueron marchando, sin esperar a ver en qué terminaba todo aquello, para no verse involucrados, mientras los jugadores terminaban de tomarse las últimas copas de aguardiente. La tía Feliciana cerró la puerta en cuanto los cuatro jóvenes salieron a la calle. Allí se despidieron. Antonio y Cipriano se fueron cada uno hacia su casa. Se quedaron los dos solos.
-Nicolás, si quieres yo te voy pagando poco a poco la deuda… son diez pesetas, ¿no?
-De eso nada. Tú te has jugado a tu novia y yo me lo voy a cobrar. Así que, ¡vamos a su casa!... Claro que si tú no eres hombre para que tu novia haga lo que tú mandes…. Se lo tendré que decir yo mañana y que ella decida…
-¡No te preocupes… Déjame que yo entre primero para prepararla. Tú espera aquí, junto a la puerta falsa…
Pasó más de un cuarto de hora. Nicolás había visto cómo se encendía la luz en una de las ventanas del piso de arriba. Desde la calle se podía divisar cómo dos personas parecían discutir haciendo grandes aspavientos. Se apagó la luz. Al poco se entreabría la puerta y una mano le animaba a entrar.
Le acompañó hasta las cuadras. Allí estaba la muchacha. Tenía los ojos llorosos y al principio intentó resistirse, pero su novio se acercó a ella y susurró algo a su oído. Ya nadie habló. Nicolás se bajó los pantalones y se tumbó sobre ella en la pajera, levantándola el camisón que llevaba puesto. Eulalio, de pie junto a un pesebre, miraba de soslayo, intentando mostrarse imperturbable. Los efectos del alcohol, la presencia del novio y la pasividad de la muchacha retardaron un poco más de lo acostumbrado la culminación de su ardor. Tampoco ayudaba el agrio olor de la basura y el continuo ajetreo de las caballerías que no paraban de moverse extrañando, sin duda, tanto alboroto a su alrededor.
Cuando iba a terminar, Nicolás se retiró bruscamente de la muchacha y eyaculó sobre su vientre. Era, posiblemente, el único de los consejos de su padre que solía tener en cuenta. Así evitaba que una cualquiera se pudiera quedar embarazada y que a él le ocurriese lo que a su padre cuando era joven. Se levantó, se subió los pantalones y sin mediar ninguna palabra salió de la cuadra, cruzó la corraliza y salió de nuevo por la puerta falsa.
Dos días después llegó al "Solar" un oficial del juzgado comarcal con una citación para Nicolás. Los padres de la muchacha habían presentado una denuncia contra él por violación y otra a Eulalio como cómplice. Se tenía que presentar esa misma tarde a las dieciséis horas en las dependencias judiciales. Se iba a celebrar un careo con todos los implicados, delante del juez.
El padre se había ido a la capital y no se le esperaba hasta la semana siguiente. Era imposible que pudiese llegar antes de la vista. Nicolás, llorando, suplicó a su madre que hiciese algo. Prometió, como tantas veces había hecho, que no volvería a ocurrir y doña Margara, como acostumbraba, decidió que sólo ella podía solucionar el problema.
Mandó a su fiel Tomasa a casa de la chica. El recado era muy simple. "Que dice doña Margara que bajen los dos por el "Solar", que ella lo solucionará".
Quinientas pesetas. Tapar el asunto para que no se llegase a saber en el pueblo y así evitar la vergüenza a la chica. Lo del novio lo debían solucionar entre ellos. Y al fin y al cabo no habría consecuencias porque su hijo había tomado precauciones… Los padres se miraron sin decir nada. Ella con los ojos le dijo que sí, y él asintió. Doña Margara ya tenía preparado el dinero; lo sacó de la faldriquera y se lo entregó a la mujer que lo guardó en el bolsillo sin atreverse a contarlo. Salieron de la sala y doña Margara dijo a Tomasa que les acompañase hasta la puerta. Desde allí se pasarían por el juzgado para retirar la denuncia. Margara pensó que se estaba haciendo mayor; que ya le faltaba esa decisión que había tenido siempre para conseguir todo lo que se había propuesto. Ahora había solucionado este problema pero se encontraba cansada y asqueada. Empezaba a preguntarse si había compensado todo lo que había tenido que hacer para conseguir una situación económica desahogada, una casa como el "Solar", un prestigio social y el respeto de todo Recondo.
Ahora sentía que había fracasado en su matrimonio. Su marido nunca había llegado a quererla. Sólo, al principio, quiso acostarse con ella y si se casó fue porque ella fue más lista. Sus hijas eran poco agraciadas y no eran capaces de valerse por ellas mismas. La mayor atada a un don nadie que se había conformado con ser el capataz de sus suegros; la pequeña sin nadie que la quisiera y sólo interesada por terminar su ajuar que posiblemente nunca llegase a necesitar… y Nicolás…. Su hijo le recordaba a su padre. Conocía la fama que tenía en el pueblo, aunque no permitiría nunca que nadie le dijese lo más mínimo de él. Siempre había tenido que solucionarle todos los problemas, porque cuando se metía en alguno sólo sabía llorar, como un niño… Pero era su niño. Ahora pensaba que nunca había sido feliz, que siempre había estado bajo la opresión de su marido y supeditada al qué dirán de los demás… Sólo en una ocasión se atrevió a romper los moldes.
Debía tener, por entonces, alrededor de los cuarenta y cinco años. En el Solar, además del mayordomo, el mozo de cuadras, el capataz, y los cinco criados, había una cocinera, el ama de llaves, una planchadora, tres criadas y la que fue niñera de sus hijos que ahora no tenía un cometido definido, pero que seguía al servicio de la casa… y estaba también Romualdo.
Romualdo era el chico para todo; era un año mayor que Nicolás y su acompañante habitual. Como además era propenso a engordar le llamaban "Sancho Panza" y ciertamente le iba bien el apelativo porque era siempre el fiel escudero de su joven amo y en el que éste descargaba la mayoría de las veces las consecuencias de sus equivocaciones y maldades.
Nicolás había asistido al colegio del pueblo y a clases particulares con don Senén, un dómine que se declaró impotente para hacer que el niño mostrase el más mínimo progreso en el estudio de las humanidades.
Doña Margara contrató entonces los servicios como instructor de Benito Segovia, auxiliar del Secretario del Ayuntamiento que diariamente visitaba la casa para ayudar a su díscolo vástago que siempre se las arregló para no hacer el más mínimo esfuerzo para aprender lo que él consideraba cosas inútiles. Para que Nicolás tuviese un estímulo, don Nicomedes pensó que a las clases le podía acompañar el hijo de un antiguo mozo de la casa de sus padres, y así fue como Romualdo se convirtió en condiscípulo, acompañante, confidente y amigo del joven amo del "Solar".
Como le aconsejó su padre, Romualdo supo aprovechar la extraordinaria oportunidad y, al contrario que su irresponsable amo, se afanó en aprender todo lo que les enseñaba el bueno de Benito, que para conservar su puesto no paraba de hacer elogios de los apreciables progresos que hacía el heredero de la casa. Nicolás se limitaba a copiar los deberes que había hecho su escudero y con ello justificaba su aprendizaje.
Cuando los padres estimaron que la formación estaba completada despidieron al maestro y asignaron a su hijo la supervisión de las tareas agrícolas que desarrollaban los criados. Todos los días, a media mañana, salía acompañado de su fiel escudero, montando un precioso corcel tordo, para recorrer sus posesiones donde trabajaban los que él llamaba sus vasallos.
Claro que muchas veces este recorrido se retrasaba porque antes solía visitar con una cierta asiduidad a distintas damas que le recibían complacidas porque ya era proverbial su largueza. Largueza que sólo ejercitaba en estas ocasiones, puesto que a la hora de retribuir el trabajo de sus empleados siempre consideraba que era excesivo el pago para el esfuerzo de estos holgazanes. Romualdo se limitaba a vigilar y suministrar cobertura al joven donjuán que no era demasiado exigente a la hora de elegir sus conquistas. Ni la edad, ni la hermosura, ni la condición social eran elementos a tener en cuenta a la hora de escoger a sus amantes y esta promiscuidad impropia de la educación selectiva que había recibido en su familia pronto le pasó su dolorosa factura en forma de vergonzante enfermedad que sus progenitores no dudaron en ocultar enviándole a descansar una temporada en casa de unos parientes que vivían en la costa de levante, donde sus primos lograron que se recuperase.
Lógicamente en el pueblo nadie se creyó lo de las vacaciones y sólo había disparidad de opinión a la hora de indicar la fuente de contagio del señorito, que la mayoría estaba de acuerdo en ubicar en el vecino pueblo, donde la barragana de un hidalgo venido a menos, vendía sus favores a los jóvenes de la comarca.
Cuando el joven volvió a la casa, tuvo que aceptar, además de hacer un impuesto y poco creíble propósito de la enmienda, una drástica reducción de movilidad, bajo la vigilancia de su fiel escudero que no tuvo más remedio que aceptar que su falta de control le ocasionaría la fulminante expulsión de la casa.
- Mira, Nicolás, es que yo me juego mi puesto de trabajo… Tenías que tener un poco más de cuidado…
Nicolás no solía hacer demasiado caso a su compañero, pero pensó que era más adecuado simular que se había regenerado y pasaba la mayor parte del día encerrado en casa. Como entre sus aficiones no estaba la de la lectura, se afanó, desde entonces, en vigilar todos los movimientos de las criadas, y fue camuflando unos pequeños agujeros en las habitaciones que ellas utilizaban, para poder observarlas cuando estaban en la intimidad y creían que nadie las podía ver. Aunque lo que veía era más bien poco, era mucho más lo que él mismo se imaginaba y, al no tener compañía para calmar su excitación, no tenía más remedio que satisfacerse personalmente, como hacía en el pasado, cuando era mucho más joven, antes de iniciar su azarosa vida sexual.
Un día vigilaba desde el pasillo, medio escondido detrás de un arcón, la habitación de Sagrario, una criada muy joven que había entrado como planchadora. Sagrario tenía sólo dieciséis años, era morena, bastante delgada, pero su cuerpo empezaba a ir mostrando unas formas que le hacían parecer mayor de lo que era en realidad. Era además bastante desenvuelta y alegre, y un poco descarada. Era la hora de la siesta y la joven había terminado su tarea y pensó descansar un rato. Hacía calor y se quitó el vestido, quedándose con unas enaguas que le estaban algo grandes y dejaban gran parte de su cuerpo al descubierto. Debajo no tenía ropa interior. Cuando se tumbó encima de la cama, una visión prodigiosa se ofreció al espía furtivo que vigilaba desde su escondido agujero. Aunque la ventana de la habitación estaba entornada, la claridad de las primeras horas de la tarde era suficiente para envolver como en un halo mágico las suaves formas de la joven que emergían entre la liviana tela de su mínima vestimenta. Nicolás, corrió a buscar a su amigo Romualdo para hacerle partícipe de la extraordinaria visión. Los dos jóvenes se disputaban el turno para utilizar la mirilla horadada en la pared, entre risitas y exclamaciones en voz baja que, no obstante, no pasaron desapercibidas a doña Margara que esa tarde no había podido conciliar el sueño y se había levantado para tomar un vaso de agua fresca. Durante unos segundos estuvo observando a los dos jóvenes, hasta que Romualdo advirtió su presencia. Nicolás, avisado por su amigo, se levantó sobresaltado e intentó disimular, pero ya era demasiado tarde. Doña Margara se acercó y pudo comprobar personalmente la visión que se podía admirar del interior de la habitación.
- Ha sido Romualdo. Yo estaba durmiendo y ha venido a llamarme para que viese cómo dormía Sagrario.
Doña Margara no le creyó, pero tampoco era el caso de quitarle la razón delante de un criado.
- Parece mentira, Romualdo. Después de todo lo que hemos hecho por ti… ¿Así nos lo pagas?... ¡Qué vergüenza! Esto lo van a saber tus padres… Ya hablaremos más tarde…
Después se lo contaba a la criada vieja.
- Tomasa, ¿te has enterado? Es que no sé a dónde vamos a llegar… Acostarse casi desnuda… y es que luego pasa lo que pasa…
- Tiene usted razón, doña Margara, además ya le dije que no era muy trabajadora…
A doña Margara le afectó lo ocurrido más de lo que ella misma había pensado. Aquella tarde descubrió que el que había sido fiel acompañante de su hijo se había convertido en todo un hombre. No había podido evitar que sus ojos se le escapasen hacia sus atributos, que habían alcanzado una notable excitación por la visión de la criada semidesnuda, y mientras le recriminaba y amenazaba, iba sintiendo un desconocido desasosiego que le embargó durante toda la noche. Al día siguiente no dudó en ordenar el despido de la pobre Sagrario por su falta de recato, comida por unos celos irracionales y vengativos.
Como ya hemos visto, la vida íntima de doña Margara nunca había sido demasiado satisfactoria. Su marido, se consolaba con su amante y las distintas aventuras con las criadas. Ella, siendo más joven, tuvo algunas fantasías con algunos que fueron amigos de juventud, pero nunca le había permitido traspasar la línea de un pensamiento apenas consentido. Pasados los años, los esporádicos acercamientos de su marido sólo le reportaban la satisfacción de su rápida finalización.
Unos días después, mandó llamar a Romualdo. Se las había ingeniado para que no quedase ningún criado en casa. Su marido estaba de viaje, su hijo se había ido al campo y las hijas habían ido de excursión con las amigas. Ninguno llegaría hasta la noche.- Pasa Romualdo, no tengas miedo.
- Diga, señora.
- Ven, siéntate aquí… Ya, ya sé que de lo que ocurrió el otro día no tuviste tú la culpa… Fue el sinvergüenza de mi hijo… No me había fijado… Estás ya hecho todo un hombre… Me figuro que no te habrá importado que haya despedido a la guarra de la Sagrario… Pero, ven acércate un poco más…
Doña Margara se había dejado sin abrochar varios botones de la blusa y el muchacho supo captar enseguida la voluntad de su ama.
- Hace mucho calor… ven, déjame quitarte la camisa… Tienes la piel muy suave… y estas fuerte… tus brazos parecen de acero… ¿puedo acariciarte?
Él no contestó y la dejó hacer. Al roce de su mano sobre su pecho, todos los pelos de su cuerpo se le erizaron y aunque al principio intentó reprimir su instinto, no pudo evitar que su excitación se hiciera patente.
- Eres ya todo un hombre… acércate más a mí, déjame sentir tu calor…
Él se atrevió a desabrocharle otro botón de su blusa y como ella no se resistió, fue acercando los dedos a su pecho que palpitaba anhelante. Mientras, las manos de ella se acercaron a su cintura para quitarle la correa, abrirle el pantalón y dejar libre toda su enorme virilidad. Ella le contemplo complacida en su provocadora desnudez y le atrajo a su lado. Estaban sentados, uno junto al otro, en la cama turca de la salita. Él la animó a tenderse, apoyando su cabeza sobre uno de los cojines que había sobre la cama. Entonces, mientras acariciaba sus piernas pudo comprobar que no tenía ropa interior. Se tumbó sobre ella y ella le apretó contra su pecho. El joven no tenía demasiada experiencia, pero sí la suficiente como para saber cuando ella quedó satisfecha; entonces se apartó a un lado y así, tendidos, permanecieron los dos durante un tiempo indeterminado que a él le pareció demasiado largo, pero que no se atrevía a cortar, y a ella demasiado corto, porque le hubiese gustado que durase toda la vida.
Ella se incorporó, le besó en la frente y le indicó que podía marcharse.
El se vistió apresuradamente y salió de la salita sin volverse para ver cómo ella volvía a tenderse en la cama con la vista perdida en el techo de sus voluptuosos pensamientos. El sabía que no podría decírselo a nadie y que posiblemente nunca se volvería a repetir, y no sabía si al día siguiente se atrevería a mirar la cara de la señora.
Ella no estaba arrepentida. También ella tenía derecho a saber lo que era de verdad el amor. Eso que nunca había tenido con su marido, lo acababa de saborear ahora. Pero sabía que esto no se podría repetir. Sabía que había sido una debilidad y ella no podía ser débil. Pero estaba tranquila porque también sabía que Romualdo nunca lo diría y que este momento maravilloso quedaría sólo para ella, porque nunca lo olvidaría y él no tardaría en olvidarlo. Unos días después, comentó a su marido que era una lástima que un chico tan inteligente como Romualdo se desaprovechase en el campo. Los dos pensaron que debían ayudarle para que se forjase un buen provenir en la capital.
Aquello ya estaba totalmente olvidado. Nadie se había enterado y Romualdo nunca lo contaría porque, ahora sí estaba totalmente segura, estaba demasiado agradecido a su ama. Pero de eso habían pasado ya casi quince años y ahora había un problema que acaparaba la atención de todos: la situación política.
Doña Margara nunca había visto a Nicomedes tan preocupado. Decía que si no lo solucionaban los militares esto iba a terminar muy mal. Estaba convencido que les podían quitar todas sus propiedades. Lo creía de verdad y no paraba de decir que había que buscar una solución. Había ido a consultar al asesor que tenía en la Capital y le había aconsejado vender todas las fincas y comprar oro. El oro, decía, se podía esconder fácilmente y llevárselo si tenían que salir de Recondo. Ella no estaba convencida, porque siempre había pensado que la tierra era el verdadero patrimonio. Y ella podía dar fe de ello. Su familia llegó a la ruina cuando empezaron a vender las fincas en vez de hacerlas productivas. Pero a lo mejor, ahora era distinto…
Desde luego, lo que no permitiría nunca es que vendiese la casa. El "Solar" era mucho más. El "Solar" era parte de su ser… era un trozo de su alma.
FIN DEL CAPÍTULO.El séptimo capítulo el próximo sábado, día 14 de noviembre.
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