sábado, 17 de abril de 2010

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAP. V

V

Poco más de un año y medio más tarde.

El miedo casi se podía respirar. Nunca, en toda la vida, se había hecho una huelga en Recondo. Los medidores, acogiéndose a las nuevas leyes laborales de la República, habían comunicado a las Autoridades Municipales y a sus patronos que durante la semana del 16 al 22 de mayo harían huelga para reclamar el cumplimiento del compromiso de aumento de un diez por ciento de su salario que les prometieron el año anterior y que hasta la fecha no se había concretado. Todos los trabajadores temporeros del campo, los de las fábricas de jabón y los del batán, los de los molinos aceiteros y los maestros, animados por don Gregorio, habían comunicado que se unirían a la huelga en señal de protesta contra los patronos.
Los medidores eran los encargados de medir y pesar el vino, el vinagre, el aguardiente y el aceite. Dependían de la Sociedad de Propietarios y Cosecheros que encuadraba a los principales terratenientes de Recondo. Había dos cuadrillas compuestas por cinco mozos, un suplente y un capataz; dos fieles de medida y un interventor. Eran pues, sólo diecisiete personas, pero desempeñaban uno de los trabajos más apreciados en el pueblo, para el que siempre había candidatos. Nunca se habían atrevido a tomar una postura de fuerza contra los amos, porque sabían que sería muy fácil encontrar quienes les sustituyesen. Además si les despedían de este trabajo difícilmente iban a encontrar otro en el pueblo. Fermín y don Gregorio les habían animado a dar este paso y les ofrecieron el respaldo del Sindicato para organizarlo todo de acuerdo con la Ley.
Fermín García de la Cruz, era más conocido en el pueblo como "Zapatones", por su oficio de zapatero remendón. Con este trabajo se ganaba bien la vida o, al menos, no aspiraba a conseguir ningún ascenso en la escala social de Recondo. De su padre que había trabajado en un taller de la capital, donde había aprendido el oficio, había heredado además del negocio, un espíritu crítico y un carácter contestatario que siempre le había creado no pocos inconvenientes, sobre todo con las personas principales del pueblo que no podían admitir su falta de respeto y la poca consideración con la que se atrevía a responderlos cuando no estaba de acuerdo con lo que le decían. A pesar de todo ello, nunca le faltaba trabajo porque a la hora de arreglar los zapatos era, sin ninguna duda, el mejor del pueblo. Desde muy joven se afilió al partido comunista y era muy considerado por sus camaradas que valoraban su buen criterio a la hora de analizar los acontecimientos. Desde que se había proclamado la República era considerado tanto por su camaradas como por sus enemigos el único que podía capitalizar el liderazgo de la izquierda republicana. Ahora, con la ayuda de don Gregorio, el maestro, había tenido varias reuniones con los medidores para asesorarles en la mejor forma de plantear la huelga.
Por otra parte, don Enrique de las Olivas, el señor Alcalde, había citado a los responsables de la Sociedad de Propietarios y Cosecheros a una reunión urgente en el salón de plenos del Ayuntamiento. Previamente se habían reunido todos los miembros del Consistorio y habían llegado a la conclusión que era fundamental evitar, a toda costa, la celebración de la huelga.
-No podemos consentir que se lleve a término esta huelga. Nunca, en ninguna circunstancia se ha llegado a una huelga en Recondo, y ahora no lo podemos consentir; porque si los medidores convocan la huelga, todos los obreros se van a unir a ellos, y eso supondría sentar un precedente demasiado peligroso para nosotros, que hasta ahora hemos podido controlar toda la actividad laboral.
Los concejales asentían a las palabras del alcalde. Todos estaban de acuerdo en buscar una solución para evitar la huelga a cualquier precio.
- Hay que convencer a los cosecheros para que se avengan a negociar. Pueden ceder y pagarles algo de lo que les piden y así contentarlos por ahora.
Hipólito Martínez, el herrero, sabía muy bien cómo estaban los ánimos. Él era el teniente de alcalde y estaba en contacto con todos los agricultores porque acudían con frecuencia a su fragua para arreglar los aperos de labranza. Les había escuchado y por eso quería también que se encontrase una solución pacífica a la situación, aunque a él no le afectaba directamente el problema, ya que no tenía obreros y en su herrería sólo trabajaban sus dos hijos y él.
Don Enrique, el señor alcalde, concluyó:
- Si os parece, podemos presionarles para que acepten la negociación. Si no se quieren avenir a esta solución, no tendremos más remedio que retirarles la concesión que tienes desde el siglo pasado.
El servicio de pesos y medidas era un derecho municipal que desde mediados del siglo anterior había sido cedido por el Ayuntamiento a esta Sociedad a cambio del pago de una participación en los beneficios. De esta manera los propietarios, además de garantizarse un buen servicio, obtenían unas ganancias, que fundamentalmente servían para pagar los impuestos, los generales de la sociedad y los individuales de cada uno, al Ayuntamiento. De esta forma, todos salían beneficiados y los responsables municipales se libraban del engorroso trabajo de coordinar y controlar el servicio.
Don Esteban Pelayo era, desde hacía más de diez años, el presidente de los Cosecheros, y estaba francamente contrariado. Siempre había presumido de la ingente labor social que había desarrollado la Sociedad, colaborando con el Ayuntamiento para modernizar el pueblo y ayudar en todos los proyectos que se habían promovido durante los últimos setenta y cinco años.
-Tú, Enrique, puedes decir lo que quieras, pero nosotros no podemos asumir el incremento en los costes. Si les pagamos lo que quieren el servicio será deficitario y vosotros tampoco recibiréis vuestra parte en los beneficios.
Don Atenodoro, además de Administrador de Correos, era un pequeño propietario y cosechero, pero formaba parte de la junta directiva por su formación y capacidad organizativa. Era vehemente y frecuentemente se exaltaba cuando alguien se atrevía a llevarle la contraria.
- Además no se puede tolerar que nos amenacen con un huelga… ¡Hasta ahí podíamos llegar! Ahora empiezan con esto y después no sabemos lo que nos pueden llegar a pedir….
El Alcalde procuraba mostrarse conciliador:
-Lo que no se puede consentir es que vayan a una huelga que sabemos que va a ser secundada por la mayoría de los trabajadores del pueblo…. Al menos, si estuvieseis dispuestos a negociar… a llegar al acuerdo de un aumento de, por ejemplo… el ocho por ciento…
Pedrito Rodríguez, como solía ser su costumbre, no pudo contenerse:
-Ni una perra chica… Nada… esos tienen que enterarse de una vez quién manda aquí…
Los ánimos se estaban exaltando por momentos. Aquellos hombres no podían creer que unos muertos de hambre, a los que habían dado de comer durante toda su vida, se atreviesen a plantearles ahora un ultimátum.
Fuera del salón, en los pasillos del Consistorio se estaban concentrando varios convocantes de la huelga y algunos de los pocos que se habían empezado a interesar por la política. Al principio se mantuvieron tranquilos y callados. Después, al oír lo que se decía dentro, empezaron a sonar voces de repulsa. Varios de los medidores habían logrado acercarse a la puerta del salón de sesiones y no podían admitir lo que allí dentro estaban diciendo sus patrones.
- ¡Queremos entrar, y exponer nuestra opinión. No hay derecho a que sólo se les escuche a ellos ..!
- Esto no va a cambiar nunca, ¡la única solución es la huelga!…
Las voces se podían oír claramente dentro del salón y el alcalde mandó desalojar el Ayuntamiento. Los guardias, a duras penas, lograron expulsar a los cada vez más exaltados obreros. Dos de los guardias se mantuvieron junto a la puerta del ayuntamiento para evitar que nadie se acercase, pero cada vez eran más los que llegaban a la plaza a esperar el resultado de la reunión.
- Ya veis lo que está pasando. O accedéis al aumento que piden o, sintiéndolo mucho, ¿verdad? -y miró a los concejales- tendremos que retiraros la concesión y administrar nosotros mismos desde el Ayuntamiento el servicio de medidas…
También esta vez, fue don Indalecio quien tuvo que decir la última palabra:
-¡Por mí, podéis meteros el servicio de medidas por donde os quepa…! ¡Vámonos, que aquí no hay nada más que cobardes! No esperaba esto de ti, Enrique…. No esperaba esto de ti….
El alcalde mandó llamar a los representantes de los medidores y les comunicó que a partir de ese momento el servicio de medidas pasaba a depender únicamente del Ayuntamiento. Al día siguiente se iniciarían conversaciones para tratar el problema de los salarios y que esperaba su colaboración para buscar una solución viable que fuese satisfactoria para ambas partes….Se comprometieron a desconvocar la huelga en reconocimiento a la actitud negociadora demostrada por las autoridades y garantizaron que no se alteraría el orden.
Al salir del salón de sesiones no les pasaron desapercibidas las miradas de odio contenido que se podía adivinar en los rostros de los cosecheros. Sabían que esto no había hecho nada más que empezar y debían estar dispuestos a aguantar la contraofensiva de los poderosos propietarios de Recondo que por primera vez en la historia encontraban una oposición real y efectiva a su voluntad.
Fermín "el Zapatones" fue el primero en salir a la plaza y se erigió en portavoz de los medidores:
-¡Hemos ganado! El Ayuntamiento nos garantiza una solución y ya no dependemos de los Propietarios y Cosecheros. ¡Se desconvoca la huelga! ¡Hemos ganado!
A los pocos minutos la plaza se había quedado prácticamente desierta. Sólo entonces salieron los cosecheros. El alcalde les había pedido que se esperasen para evitar enfrentamientos.
En silencio, cariacontecidos, contrariados y con rabia contenida esperaron sentados en el salón de sesiones. Se despidieron en la plaza y quedaron en reunirse todos al día siguiente en la sede de la Sociedad.
Cuando llegó a casa, Margara notó en su cara que algo había pasado…
- Esto es grave, Margara, esto es grave….
FIN DEL CAPÍTULO.
El sexto capítulo el próximo sábado, día 7 de noviembre.
¡No te lo puedes perder!