jueves, 20 de diciembre de 2018

DIOS, PATRIA Y FAMILIA. IV CONCLUSIONES.



CONCLUSIONES:

El corolario de todo lo dicho anteriormente podría ser que estas tres ideas fundamentales, sobre las que se ha basado la civilización occidental, son faltas. Y esto no es cierto. Estas son tres ideas importantes, y posiblemente fundamentales, pero que han sido impuestas la mayoría de las veces por la fuerza y con engaños y que no se han sabido actualizar a unas realidades totalmente distintas en el transcurso de los tiempos.

El problema es que estas tres ideas se han supeditado a los intereses de los poderosos y se han empleado para limitar los derechos de los más débiles. El problema está en que se han impuesto por la fuerza y se han basado en teorías que el tiempo y la razón han ido desmontando. El problema ha estado en que se ha intentado retrasar lo más posible la capacidad de los hombres a pensar y tomar conciencia de las realidades, limitando el acceso a los conocimientos y controlando la información. El problema es que durante mucho tiempo no se utilizaron argumentos para justificar las órdenes y ahora ya no sirva decir que esto se hace, porque sí.

Hemos llegado a la crisis del poder porque se ha perdido la autoridad. Sobre todo la autoridad moral que nace de la justificación reflexiva de las razones para sustentar el poder. Se puede discrepar de una argumentación, pero siempre se respetará al que la formula; lo que no se puede aceptar es una orden basada en el engaño, en la ocultación de la verdad o en la tergiversación de la información. Estos planteamientos eran los que se utilizaban cuando la mayoría era analfabeta e ignorante y además no disponía de medios para su formación ni capacidad para conseguir información. Ahora es muy distinto porque la mayoría tiene acceso a la formación y además es prácticamente imposible que nadie sea capaz de dominar todos los medios de comunicación, y en estas circunstancias es imprescindible utilizar la argumentación para que se sustenten las normas que se tratan de imponer.

Estamos asistiendo a la lucha denodada de los distintos grupos de poder por controlar la información. La guerra de los medios es el campo de batalla en el que se lucha para hacer llegar a la “opinión pública” las “verdades” que cada uno defiende, porque entienden que así podrán mantener o conseguir el poder, que es lo que verdaderamente interesa. Y es que el poder político trae consigo el poder económico, o al revés; el que tiene el poder económico puede conseguir los medios que a la larga les facilitará el poder político. Lo que realmente interesa a los ciudadanos es un tema secundario. Y así asistimos a grandes debates políticos sobre cuestiones teóricas que realmente inciden sólo tangencialmente en la vida y bienestar de los ciudadanos, pero que los “líderes” quieren mantener vigentes para justificar su existencia. Y en demasiadas ocasiones se utiliza el concepto “patria” como argumento para sus fines, porque saben que es un concepto de valoración absoluta que llevamos grabado en nuestro subconsciente y que pude justificar por sí solo afirmaciones que de otra forma tendría muy difícil justificación. 

Con la llegada de la democracia, se consagró una norma novedosa a la hora de determinar lo que se puede o no se puede hacer: la decisión de las mayorías. Y esta norma es la que en la actualidad decide todas las leyes civiles. Ahora es legal muchas de las cosas que antes estaban prohibidas. Y esta circunstancia ha modificado significativamente las relaciones entre los ciudadanos con su patria y entre los componentes de las familias. Se derogó el servicio militar que era la base del concepto de subordinación a la “patria” y se autorizó el matrimonio homosexual que rompía el concepto tradicional de “familia”. Algo muy importante estaba ocurriendo, que socavaba los cimientos mismos de dos de los pilares fundamentales de la civilización.

No ocurre lo mismo con las religiones. Aquí la opinión de la mayoría no se tiene en cuenta porque las verdades o dogmas están dictadas por dios y son inalterables. No obstante si se han ido modificando distintas normas morales por la evolución de las costumbres y se han abandonado posiciones dogmáticas cuando la ciencia ha demostrado que eran erróneas.

Y el problema es que muchas personas, al estar acostumbrados a aceptar todo lo que les decían sin cuestionarse prácticamente nada, están aceptando ahora, también sin cuestionarlo, todo lo que dicen otros pseudo científicos o intelectuales, en sentido contrario.

Un hecho que pone de manifiesto lo anterior es lo ocurrido con la publicación de “El código da Vinci”. Es una novela de intriga muy bien construida, con una prosa fluida y sin demasiadas pretensiones literarias. La trama se basa en diversas teorías sin base real y con evidentes errores históricos tanto a la hora de hablar de obras de arte como de ubicaciones geográficas. Pero estos errores no tienen demasiada importancia a la hora del desarrollo de la acción que es lo importante de la novela. El problema es que muchas personas han aceptado las arriesgadas teorías del autor como “verdades” o “dogmas de fe” y se han basado en ellas para plantear una descalificación global del cristianismo.

Por otra parte, algunos sectores de la iglesia han visto en esta novela un ataque frontal a su doctrina y no han dudado en demonizarla y ver en ello un paso más de la campaña orquestada por sus “enemigos” que cada vez son más poderosos.

Y no se dan, o no se quieren dar cuenta, que el problema está dentro de la misma iglesia. No se pueden seguir manteniendo postulados ridículos aceptando literalmente “relatos” de los evangelios y más aún del Antiguo Testamento, que repugnan a la inteligencia, en vez de centrarse en la verdadera doctrina de Jesús. Nadie, en ningún lugar del mundo ni desde ningún planteamiento filosófico, discute la ingente labor de la iglesia en favor de los desfavorecidos que están llevando a cabo órdenes religiosas y particulares, cuyas cabezas visibles podrían ser la madre Teresa de Calcuta o el padre Vicente Ferrer. Lo que sí es discutible son las cuestiones bizantinas que se plantean para mantener cuestiones morales totalmente superadas por la sociedad, sobre todo en lo referido a la sexualidad.

Lo que llama la atención es el afán de muchos “fieles” de querer imponer su forma de entender la vida a los demás. Los preceptos religiosos “sólo” se pueden aceptar desde una posición de “fe”. Los que “creen” tienen todo el derecho a que se respeten sus creencias, pero no pueden pretender que los que no tienen esa fe, las deban acatar también. Y ya hemos dicho que ahora es muy difícil basar la argumentación en una fe ciega, con el apoyo del castigo eterno para los pecadores.

Con frecuencia las personas “bien pensantes” se lamentan de la pérdida de los valores tradicionales entre la juventud y se tiende a comparar la docilidad de la juventud de antaño con las posiciones actuales en las que se llegan a ridiculizar los valores tradicionales, dejando en entredicho la obediencia a los padres, la virginidad, el sacrificio, el compromiso y el esfuerzo necesario para conseguir objetivos. Si analizamos las causas de la pérdida de estos valores, posiblemente la podamos encontrar en que nadie se ha preocupado de argumentar los beneficios de la virginidad, del esfuerzo e incluso del sacrificio imprescindible para conseguir objetivos deseables, ante los que es necesario sacrificar otros objetivos menores, y hacerles ver a los jóvenes que en la mayoría de las ocasiones es imprescindible renunciar a algo, porque nunca se puede tener todo. El sacrificio y la renuncia no son buenos en sí mismos, pero será bueno irse entrenando en ellos para hacernos fuertes para afrontar la vida adulta. Y a partir de estos planteamientos que cada cual decida cual es su opción. Es posible que los jóvenes puedan entender estas argumentaciones mejor que si les decimos que esto o aquello es pecado o que no está bien visto por la sociedad.

Nos encontramos, pues, en una época de cambios profundos en las sociedades, sobre todo occidentales con una tradición judeo cristiana, en la que se ha producido una evolución basada en una mayor formación y en una mundo de la información de fácil acceso y difícil de controlar. No ocurre lo mismo en otras civilizaciones como las orientales y sobre todo la musulmana, en la que se han cuidado de evitar estos dos fenómenos de la educación y de la información.

En estas civilizaciones, se ha producido una evolución diametralmente opuesta a la occidental. Mientras en occidente se iba produciendo un real distanciamiento entre los poderes políticos y religiosos y las leyes civiles tenían menos influencia de los dogmas y moral religiosa, en la civilización musulmana los poderes religiosos se han logrado adueñar del poder político y sus leyes civiles están dictadas por la filosofía religiosa. Y como hemos indicado anteriormente, en las religiones no se tiene en cuenta la opinión de las mayorías porque los dogmas y mandatos emanan directamente de dios.

Esto es la raíz del integrismo cuyos resultados están a la vista en todos los países bajo la influencia del Islam. Lógicamente, esta concepción de la vida proporciona a estas naciones una aparente “paz” interna, dado que nadie se atreve a manifestar su oposición, y puede llegar a que algunos nostálgicos añoren la tranquilidad que proporcionaba un régimen dictatorial en el que todo estaba reglamentado, atado y bien atado, donde cada cual “sabía” lo que tenía que hacer y era mucho más fácil controlar a los ciudadanos, a los fieles y a los hijos.

Es posible que el problema no esté en el relativismo, sino más bien en la intolerancia. Si las personas fuese más tolerantes y no se intentase imponer a los demás sus creencias y convicciones, si de vez en cuando, se cuestionasen los propios planteamientos y se admitiese la posibilidad de no estar en posesión de la “única” verdad, y se relativizasen algunas de esas verdades inamovibles, entonces, posiblemente, sería más fácil la convivencia y se pudiesen aceptar por parte de la mayoría unos valores en los que cimentar la convivencia social, religiosa y familiar, pero nunca basados en el engaño, la tergiversación y, sobre todo, en la opresión del más débil.


FIN