viernes, 9 de septiembre de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.XI (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPÍTULO X. ALGUNOS ACONTECIMIENTOS QUE RECORDAR.


Chinchón siempre fue un pueblo donde nunca pasaba nada, y menos aún en aquellos años.
Sin embargo, durante estos años de la Posguerra si hubo algunos acontecimientos que marcaron unas fechas importantes para todos nosotros.
Desde la celebración del día de la Provincia hasta la inauguración del nuevo Grupo Escolar por el mismísimo Francisco Franco. Fueron acontecimientos que marcaron nuestra memoria y, pasados los años, ahora es difícil hacer una valoración de la importancia que entonces se les dio en Chinchón.


En Chinchón, casi nunca pasa nada; y entonces mucho menos. Sin embargo, durante los años de la posguerra si hubo acontecimientos importantes que de alguna forma iban marcando nuestros recuerdos y que han llegado a formar parte de nuestro acervo histórico, aunque alguno de ellos pueda haber sido olvidado por la mayoría.
En este sentido, quedó grabado en mi memoria una procesión que, seguro, casi ya nadie debe recordar.
Era el mes de octubre del año 1956; don Ramón nos cuenta en clase que en Hungría, un país del centro de Europa, se ha producido un alzamiento popular contra el poder comunista. En Budapest, la capital húngara, la multitud derriba una estatua de Stalin de 7 metros de altura, que había sido erigida tras la victoria rusa en el año 1945. La destrucción del monumento constituye para los húngaros todo un símbolo del alzamiento. Y nos cuenta, también que unos días después se produce una terrible represión a cargo de las tropas rusas, que a primeros de noviembre arrasan la capital y aplastan la insurrección húngara.
Como es lógico, ninguno de nosotros entendió nada de lo que nos contaba el maestro, y apenas si supimos siquiera donde estaba Hungría en el mapa. Tampoco era lógico que una noticia de esta índole trascendiese en Chinchón.
Sin embargo, las autoridades civiles y eclesiásticas organizan rogativas por las víctimas del comunismo. Al día siguiente no hay colegio y se hace una procesión por todo el pueblo para rogar a Dios, con cánticos y plegarias, por el pobre pueblo húngaro, que estaba sufriendo las calamidades que acarrea del comunismo, del que en España habíamos sido liberados por el Alzamiento Nacional.
Y así, una procesión como tantas a las que asistimos durante aquellos años de posguerra, quedó en mi recuerdo; porque ya se sabe que la memoria tiene sus caprichos y selecciona, por causas que desconocemos, lo que debe trascender en el tiempo.
El día 3 de octubre de 1954 se celebró en la Plaza de Chinchón “El día de la Provincia” en honor del Partido Judicial de Chinchón. Las autoridades de todos los pueblos del Partido y los grupos folklóricos se dieron cita en nuestra plaza para ofrecernos una muestra de lo más escogido del repertorio en “jotas” y “mayos”.

Otro acontecimiento que iba a quedar en nuestros recuerdos fue la celebración del “Día de la Provincia” que organizó la Excelentísima Diputación Provincial de Madrid, en honor y exaltación del Partido Judicial de Chinchón, y que se celebró el día 3 de octubre de 1954.
Ese día se reunieron en la plaza de Chinchón las distintas representaciones de todos los pueblos que formaban el Partido Judicial, con la asistencia de sus autoridades y la representación de sus “Coros y Danzas” que hicieron una exhibición en un tablado montado al efecto en la plaza.

Una de las actuaciones en el tablado que se colocó al efecto en la plaza el Día de la Provincia.

Previamente se había celebrado unos “Juegos florales” como se llamaban entonces, que no era otra cosa que un concurso de poesía de exaltación de Chinchón. El primer premio lo obtuvo el poeta Lope Mateo, periodista y poeta nacido en Salamanca el 5 de junio de 1898 y fallecido el 6 de junio de 1970.
El premio lo obtuvo con estos versos:
! Oh Plaza de Chinchón, gaya ventana/ De la ibérica sangre aventurera./ Corre por tus alegres galerías/ El ímpetu del viento, erguido toro/ Sobre el perfil de tu labriego ceño./ Y en la azul revolera de tus días/  El cielo pone, entre cristiano y moro,/ Banderillas de sol para tu ensueño.
Ese día llegaron hasta Chinchón las Autoridades Provinciales a las que esperaba una nutrida representación de nuestro Ayuntamiento con don Juan Rodríguez Ortiz de Zárate, su alcalde, a la cabeza.
También allí nos dimos cita todos los niños y niñas, que ese día no habíamos tenido que ir al colegio. Un cómico, delante de un cartel, cantaba las aleluyas al viejo estilo de los juglares medievales. Después del pregón oficial de la fiesta, los grupos de coros y danzas fueron subiendo al tablado para hacernos una demostración de las jotas y “mayos” de los distintos pueblos. Allí los representantes de Chinchón nos cantaron y bailaron nuestra jota, con el lanzamiento del pelele, sus seguidillas, para terminar con su “Viva Chinchón, porque tiene la fama del aguardiente…”
Un año después, en el mes de agosto de 1955, también se llenó la plaza de Chinchón; pero esta vez de cámaras de cine, grandes focos y personas muy extrañas, la mayoría extranjeras, a las que apenas si entendíamos.
Nos dijeron que iban a hacer una película y que se iba a llamar “La vuelta al mundo en 80 días”.

“La vuelta al mundo en 80 días” Con David Niven, Mario Moreno “Cantinflas” y Luis Miguel Dominguín, fue, sin ninguna duda, la que di0 a conocer nuestro pueblo en todo el mundo y convirtió la plaza de Chinchón en su imagen y emblema.

Y eso sí que fueron fiestas. Un grupo de unos quince niños nos habíamos ido a un campamento que organizaron en los Grupos, y que estaba en Ávila. Allí estuvimos durante dos semanas en lo que llamaban “La casa del Botijo”. El día que volvimos todas las calles del pueblo estaban cortadas y el coche de viajeros, como entonces llamábamos al autocar de línea, nos dejó enfrente de las monjas. Desde allí cargados con nuestras maletas, tuvimos que llegar a nuestras casas, sin poder pasar por la plaza que estaba cerrada, porque ese día estaban rodando las escenas de la corrida y no se podía pasar.
Pero al día siguiente ya estábamos en los balcones disfrutando del espectáculo y aplaudiendo cuando nos mandaban y con los ojos muy abiertos porque no entendíamos muy bien que era aquello de rodar una película.
Algunos de nuestros padres se apuntaron y cobraban 50 pesetas cada día, también nuestras hermanas mayores y las madres de algunos de mis amigos. Aquello fue una novedad para todos, y además pudimos conocer de cerca a Luis Miguel Dominguín y, sobre todo, a Mario Moreno “Cantinflas” a los que veíamos subir por el Barranco, camino de la casa de don Pedro del Nero, donde a veces les invitaban a comer.
Aunque la película fue un éxito y al año siguiente consiguió todo un Óscar, nosotros no la vimos hasta años después y nos llamó mucho la atención que de tanto tiempo como habían estado rodando, saliese tan poco de Chinchón; aunque hay que reconocer que estaba muy bonito.
Pero desde luego, el acontecimiento más importante de todos aquellos años fue, sin ninguna duda, la llegada de Franco a Chinchón.

El día 18 de julio de 1951 Chinchón tuvo protagonismo en la prensa nacional. El periódico Arriba, al día siguiente, le dedicó la portada y un amplísimo reportaje de todos los actos que se celebraron en nuestro pueblo, con motivo de la inauguración del Grupo Escolar “Hnos. Ortiz de Zárate” con la presencia del Generalísimo Franco, que fue aclamado en la plaza y en las calles de Chinchón.

El 18 de julio de 1951, XV Aniversario del glorioso Alzamiento Nacional, en Chinchón se va a vivir un día muy especial. Se levantaron arcos de ramas y flores a la entrada del pueblo y una gran pancarta: “CHINCHÓN saluda a FRANCO”.
Desde días atrás se había estado acicalando las calles. En todos los balcones de las calles por donde pasará la comitiva se han colocado colchas de encaje y banderas nacionales, como era costumbre hacer en la festividad del Corpus Cristi.
Efectivamente, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo Victorioso de España, va a visitar por primera vez nuestro pueblo para inaugurar el Grupo Escolar “Hermanos Ortiz de Zárate” símbolo de la restauración y progreso que está consiguiendo con la merecida paz alcanzada en la Santa Cruzada librada contra el nefasto comunismo. (Esto, más o menos era lo que oíamos decir a los mayores, aunque nosotros, entonces, no entendíamos muy bien lo que significaba.
Desde horas muy tempranas no habían parado de llegar camiones con falangistas de todos los pueblos de alrededor. Los viejos camaradas que habían luchado en la guerra habían rescatado sus viejos uniformes para lucirlos, quizás por última vez, delante de su caudillo. También los niños, “flechas”, de las Escuadras de la Organización Juvenil Española, con sus camisas nuevas azules, sus boinas rojas, sus pantalones grises, sus medias blancas hasta debajo de las rodillas, sus botas negras y sus relucientes correajes, buscaban una sombra en que cobijarse del sol de justicia que en julio cae sobre Chinchón.
A las once y media de la mañana, las autoridades locales y provinciales bullían nerviosas viendo que se acercaba la llegada de la comitiva oficial. Don Juan Rodríguez, el alcalde, junto al Gobernador Civil don Carlos Ruiz García, y el resto de la Corporación Municipal esperaban en la puerta del Ayuntamiento hasta que les llegase el aviso de la proximidad del cortejo.
A eso de las doce menos cinco empezaron a llegar los primeros coches. En primer lugar la policía secreta que, aunque les habían asegurado desde el pueblo que no había ningún riesgo de posibles atentados, no querían dejar ni el menor resquicio a un posible incidente.
A continuación llegó el cortejo oficial, seguido por el séquito de costumbre. Franco viajaba en su coche blindado, que utilizaba para todos sus desplazamientos.
La acogida fue espectacular. La plaza, con sus mejores galas, fue un clamor. Los vítores, los gritos de adhesión, los “vivas” a España y al Caudillo eran constantes. Franco, después de corresponder al saludo de las autoridades, contemplaba complacido el espectáculo multicolor que ofrecía la Plaza Mayor de Chinchón. Había oído comentar la belleza de esta plaza, incluso había visto algunas fotografías, pero el espectáculo que tenía ante sus ojos le podría haber emocionado si no estuviese acostumbrado ya a manifestaciones como esta.

Franco llega al balcón del Ayuntamiento para saludar al público.

La guardia personal de Franco y el Servicio de Orden montado por las Autoridades locales se veía impotente para contener los deseos de la gente que, a toda costa, quería tocar al Caudillo. Así, cuando Franco tomó la decisión de trasladarse a pie desde la plaza al Grupo Escolar, entró mayor nerviosismo, si eso era posible, a los responsables de la seguridad; pero este gesto fue valorado muy positivamente por la mayoría de los vecinos de Chinchón que vivieron ese día con la emoción de poder agradecer todo lo que el invicto caudillo había hecho por su patria.

Franco, acompañado por don Juan Rodríguez Ortiz de Zárate, alcalde de Chinchón y don Carlos Ruiz García, Gobernador Civil de la Provincia, por la calle Grande, entonces llamada de José Antonio.

Yo, aquel día anduve perdido entre la multitud de la plaza, al dejar la mano de mi madre. Terminé llorando y saliéndome sangre por la nariz por la calor que estaba pasando, hasta que me encontró mi tía Rosario que me llevó a la Fuente Arriba para limpiarme la sangre y me acompañó hasta que encontramos a mis padres, que ya andaban preocupados por mi desaparición.
Después toda la comitiva llegó al Grupo Escolar para proceder oficialmente a su inauguración Un acto que tuvo gran repercusión a nivel nacional y del que se hicieron eco la prensa escrita donde el periódico Arriba le dedicó la portada y también el No-do que hizo un amplio reportaje, que muchos años después recogió el director Antonio Mercero en su película “Espérame en el Cielo” del año 1988.
Después, el Pleno del Ayuntamiento, acordó conceder la Medalla de Oro de la Ciudad a Franco y le nombró Hijo Adoptivo de Chinchón; dando también este mismo nombramiento al Gobernador Civil.
La guerra había terminado quince años antes, pero en Chinchón había seguido muy presente en nuestros años de niños, porque nuestros padres y abuelos nos contaban los hechos trágicos que ocurrieron y que en nuestras mentes inocentes iban marcando una idea de un cierto maniqueísmo, en la que siempre se llegaba a la conclusión de que los “malos” eran los otros.
Continuará....

miércoles, 7 de septiembre de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA.X (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPITULO IX. LOS ANIMALES DOMÉSTICOS.


Los animales en los tiempos de la posguerra eran imprescindibles para la vida económica de los agricultores, y a su alrededor se organizaba la vida de toda la familia. En su cuidado participaban todos, incluso los niños que eran los encargados de su alimentación y limpieza.
Los hombres se encargaban del trabajo, aunque también en eso era necesaria la participación de los más jóvenes.
En esta fotografía vemos a un agricultor arando en el campo con una mula uncida al arado. Pero al fondo, podemos ver a un niño que deambula sin hacer nada. Ha ido al campo para llevar el botijo del agua a su padre. Pero ese día no había podido ir al colegio. Eran también unas de las circunstancias de aquellos años que tuvimos que vivir.

La presencia de los animales en la vida laboral y económica del pueblo tenía suma importancia. Si el ganado vacuno, porcino, ovino y avícola eran la base de la alimentación y con importante influencia en la economía familiar, los caballos, las mulas y los burros eran los elementos de carga y tracción fundamentales para la mayoría de las tareas agrícolas y elementos insustituibles para el transporte.

Y es que los trabajos del campo ocupaban a casi todos los hombres de Chinchón


Podríamos decir que la vida familiar de un agricultor giraba en torno a los animales. Su cuidado y alimentación eran tareas prioritarias a la hora de organizar la actividad y los niños eran los encargados, como hemos comentado, de preparar sus comidas y de la limpieza de cuadras, corrales y apriscos.

Por otro lado, los animales de compañía tenían más funciones que las propiamente de acompañamiento. Los perros eran imprescindibles como guardianes de las casas que tenían grandes espacios abiertos, apenas guardados por tapias fácilmente superables, y como grandes colaboradores en la caza que también representaba una apreciable ayuda en el suministro de víveres.

Los gatos, por su parte, eran el mejor remedio contra la invasión de roedores que acudían a las trojes repletas de grano y a las cámaras en las que se almacenaban las legumbres y las frutas. Las deficientes infraestructuras higiénico-sanitarias contribuían a la proliferación de estos repugnantes animales que había que combatir con todos los medios disponibles, entre los que el gato era el más eficaz.

Por eso, en aquellos tiempos era muy importante la festividad de San Antón, patrono de los animales. El día de la fiesta, se engalanaba a los animales y se acudía a su ermita para que recibieran la bendición del Santo. Era lo que se llamaba "dar vueltas a San Antón".

La festividad de San Antón coincide con la época de la matanza que, por su gran importancia desde el punto de vista gastronómico, ha tenido un capítulo aparte.

En este día se confeccionaba un dulce típico en Chinchón: los tostones. Más que postre era una golosina para los niños y estaba hecho con cañamones tostados y miel. Se mezclaban en una bandeja dando un espesor de medio centímetro y cuando se solidificaban se cortaban en trozos cuadrados de cinco a siete centímetros.
Una estampa que podría ser típica de aquellos años. Es la calle del Convento. Los hombres vuelven por la tarde con sus carros cargados de cubetos repletos de uvas camino de las bodegas. Mientras, las mujeres sentadas a la puerta de la casa se afanan en alguna labor doméstica. Los carros están aparcados en el paseo del castillo. Es otoño en Chinchón.

Los medios de transporte para la agricultura, eran los carros, tirados por mulas y burros, menos, por caballos; aunque ya se utilizaban los camiones para los trasportes de largo recorrido. En Chinchón no se utilizaban los bueyes como animales de trabajo. En cuanto al transporte de personas, ya entonces existían los automóviles, que nosotros llamábamos coches. Tan sólo se utilizaban los tílburis tirados por un caballo, como transporte de paseo y sólo por los señoritos.

Sin embargo hasta entrados los años cincuenta, los agricultores llevaban los melones hasta el mercado de Legazpi en los carros, que hacían el camino por la noche, saliendo de la vega al atardecer para llegar lo antes posible que les facilitase la venta de su mercancía. Después estos viajes se hacían en camiones, lo que acortaba en gran manera el tiempo de llegada.

Los perros eran entonces, sin ninguna duda, los mejores amigos del hombre. Cazadores, cuidadores y compañía, y además no requerían demasiada atención. Ellos mismos se procuraban el sustento, si bien siempre estaban junto a la mesa a la hora de comer, para “arrebañar” los platos, en los que entonces no solía quedar demasiada comida.

Yo quiero ahora recordar a “Cantinflas” el perro de mi tía Paula, que durante nuestra niñez siempre jugaba con los niños, compitiendo con nosotros ya jugásemos a la pelota, o al “rescatao”. Murió de viejo y ese día yo creo que alguna lagrimilla se nos llegó a escapar, disimulando para que no se diesen cuenta los mayores.
Continuará....

lunes, 5 de septiembre de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. IX (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPITULO VIII. LOS TRABAJOS DE LA CASA.


Si la agricultura era la base económica de Chinchón, la casa era el principal centro de trabajo; porque aunque hubiese que ir todos los días al campo, en la casa se tenía que preparar todo lo que era necesario para la supervivencia diaria.
Desde el cuidado de los animales, a la preparación de los alimentos, a los arreglos de los vestidos y la limpieza, eran el cometido diario de las mujeres y de los niños de entonces.

Nuestras casas no tenían las comodidades que ahora consideramos imprescindibles para vivir. Lo primero que hay que decir es que en casi ninguna había cuarto de aseo. Tan solo un palanganero, con su jofaina y su jarrón, en un rincón del dormitorio, en un mueble que tenía un espejo en el frente y debajo se colocaba un recipiente para las aguas ya utilizadas. El retrete no existía y se utilizaba el orinal o bacín, para cuando las urgencias eran mayores por la noche; por el día se utilizaba el corral. En algunas casas, anexo al corral había un pequeño cuarto con una tabla con un agujero redondo en el centro, que servía de excusado.
Eran frecuentes los grandes caserones donde vivían varios vecinos, generalmente con lazos familiares, que son el antecedente de las actuales comunidades de vecinos, aunque con una organización más entrañable y menos normalizada, donde se repartían los trabajos de mantenimiento de los sitios comunes. El patio, era el centro de convivencia y donde cada uno de los vecinos tenía asignado su sitio donde colocar el carro y los aperos de labranza. En uno de los rincones siempre había un pozo que surtía de agua fresca para bebida de las caballerías y para el aseo de las personas. También había ya entonces una fuente de agua potable que cada vecino tenía que llevar hasta su vivienda.

Nuestras casas solían ser compartidas con otros familiares.

Al fondo, a la derecha del patio, salía una escalera que nos llevaba a un piso superior donde estaba nuestra vivienda. Una puerta grande, pintada de color marrón oscuro, nos franqueaba el paso a una cocina pequeña, con su fogón alto con una chimenea, y con la poca luz que entraba por una pequeña ventana casi en el techo. De allí se pasaba al cuarto de estar, donde había una mesa camilla y una cama turca, con un ventanal desde donde se divisaba todo el patio. Una puerta pequeña nos llevaba al dormitorio, que era la habitación más grande con la cama de matrimonio y donde, pasados los años, se fueron instalando las camas donde dormían los pequeños. Yo, cuando fui un poco mayor, dormía en la cama turca del cuarto de estar.
La vivienda se completaba con otra habitación que era el comedor y que solo se usaba en las grandes solemnidades y un cuarto que se utilizaba como despensa y trastero y donde se trasladó después el palanganero para hacernos el aseo diario.
Luego estaban las cámaras, con sus trojes para el grano, su zafra para el aceite, donde se colgaban los melones y las uvas para que durasen hasta el invierno y donde estaban depositadas todas las cosas inservibles que ya no se utilizaban, pero que nadie se atrevía a tirar.
Pese a que no abundaban las comodidades, mi madre se las ingenió para arreglar la vivienda de forma que ofreciesen una cierta sensación de confort. Con ayuda de la máquina de coser, que ya era una herramienta imprescindible para el ama de casa, había forrado una de las paredes con la misma tela que la colcha de la cama turca y las faldas de la mesa camilla.
Porque las mujeres de entonces, además de ser amas de casa, ayudar en las tareas del campo si era necesario, cuidar a los niños, hacer las conservas y el jabón, y colaborar con las vecinas en el mantenimiento de los lugares comunes de la casa, también tenían que ser buenas costureras. Sólo se compraban los vestidos y trajes imprescindibles para los hijos, que después iban pasando a los hermanos más pequeños. Los jerséis de punto y los vestiditos de las niñas se hacían en casa; también había que zurcir los rotos en los pantalones y sobre todo en los calcetines, y como he dicho antes, allí no se tiraba nada.
En invierno se instalaba en el cuarto de estar, una estufa de paja que era suficiente para calentar toda la vivienda y que había que llenar todas las mañanas; se ponían dos palos de unos tres centímetros de diámetro, que se introducían uno por la parte superior de forma vertical y otro por un agujero que había en la parte inferior de uno de los laterales, de forma horizontal; se iba llenando la estufa con la paja y se iba prensando, de forma que cuando se sacaban los dos palos, quedaba formada una especie de chimenea interior que facilitaba su combustión. Posteriormente se introducían trozos de leña para que durase más la lumbre. La estufa, además de dar calefacción, se utilizaba para calentar agua, calentar la comida y secar la ropa, sobre todo cuando había niños pequeños, para lo que se ponía alrededor de la estufa una especie de biombo de palos de madera y alambrera metálica, que además servía para que los niños no se pudiesen acercar la estufa. También se empleaba el serrín como combustible, si bien la paja era más utilizada en las casas de los agricultores, porque se había recolectado también para alimento de las caballerías.
También existía el carolo que era una estufa redonda de hierro fundido en el que se utilizaba la leña como combustible. En ambos casos tenían unos tubos a modo de chimenea, que sacaban los humos de la combustión al exterior.
Entonces todo se hacía en casa. Como he dicho, desde las conservas a la cría de animales, la preparación del combustible y, por supuesto, las tareas domésticas… pero sin la ayuda de electrodomésticos.
Y en todos estos quehaceres era muy importante la participación y la ayuda de los más pequeños.
Teníamos asignada la preparación de los sarmientos o recortillos para encender la lumbre del fogón. También subir la leña que habían cortado nuestro padre hasta la cocina, procurando que nunca faltase en la pequeña leñera que había debajo del hogar.
También teníamos que subir desde la fuente del patio el agua que se ponía en unos cántaros de la cocina o en una pequeña tinaja de donde se usaba el agua para fregar. Había que sacar del pozo el agua para las caballerías y también para ponerlo en el tinajón del patio donde lavar la ropa.
Éramos los responsables de que la pajera de la cuadra siempre estuviese llena y que no faltase la cebada para la comida de las caballerías. Cuando se terminaba la trilla de la mies y se recogía el grano, la paja también había que recogerla para su utilización como alimento del ganado. Se llevaba a las casas desde las eras para ponerlo en las cámaras o pajares donde se almacenaba para todo el año, y de allí había que trasportarlo hasta las pajeras de las cuadras.
También había que recoger, aproximadamente una vez por semana, el estiércol de la cuadra para depositarlo en el corral de las gallinas, de donde se sacaba una vez al año para ponerlo como abono en las tierras de labranza.
Los ajos, posiblemente con el anís, es el producto que más renombre ha dado a Chinchón; y los ajos eran la base de la economía del pueblo. Los agricultores sembraban cereales, tenían viñas y olivos, y cultivaban remolacha, maíz y otros esquilmos, que vendían para conseguir el sustento de todo el año. El ajo era un producto especulativo. El ajo blanco fino de Chinchón, el que le dio fama, era un producto que duraba todo un año, y cuando los demás ajos del mercado ya no eran aptos para el consumo, sólo quedaba el ajo fino de Chinchón. Esto suponía, que en función de la producción y demanda, el ajo de aquí podía llegar a alcanzar precios muy altos, o tenerlos que tirar si al final no se lograban vender.
Si se vendían bien, los agricultores conseguían un ahorro que era la base para posibles inversiones, o simplemente para vivir más desahogadamente el año siguiente. Luego, con la llegada de las cámaras frigoríficas y las importaciones desde otras latitudes, el ajo de Chinchón dejó de tener el valor estratégico de entonces, aunque permaneciese su valor culinario.
Pero el ajo es un producto que requiere mucha mano de obra y entonces toda la familia tenía que colaborar. Había que deshacer las cabezas del ajo para preparar la semilla. Por la noche, en el cuarto de estar, porque era el único lugar donde hacía calor, se iban desgranando y poniendo la simiente en los costales para al día siguiente ir a sembrar. La siembra del ajo, que se hace en invierno, era muy trabajosa, porque había que ir agachado todo el día cuidando de que los dientes de ajo quedasen hacia arriba; teniendo que soportar los fríos del invierno de la Vega del Tajuña.
Luego, la recogida del ajo se hacía en pleno verano, y también suponía un trabajo duro, pero ahora soportando un tórrido calor. Los ajos, atados en manojos se cargaban en el carro para trasportarlos hasta la casa. Allí había que dejarlos extendidos en los patios y corralizas para secarlos, y en eso era fundamental la ayuda de los niños, cuidando de que no se mojasen si había tormenta, cosa que era demasiado frecuente.

Unas mujeres tienden las ristras de ajos para que terminen de secarse antes de hacer la “encina”.

Una vez secos, había que enristrarlos. Las mujeres, sentadas en los soportales de los patios se afanaban en hacer esas vistosas ristras de ajos, que después se iban colocando unas sobre otras en unos montones, que aquí llamábamos encinas, en las cámaras hasta que llegaba el momento de la venta. Y también los niños participábamos en todos estos trabajos.
Una de las tareas que menos nos gustaba era la de atender al cerdo. Pero el cerdo era la fuente principal de la alimentación de toda la familia durante todo el año y por tanto era una de las principales tareas para todos los componentes de la familia. Pero además, una vez al año, la matanza del cerdo era la fiesta más importante en nuestras casas.
Cuando llegaba el invierno, alrededor de la festividad de San Martín, los vecinos se ponían de acuerdo para hacer, correlativamente, la matanza del marrano. Ese día, muy temprano se empezaba a preparar todo lo necesario. Llegaba el matachín y los hombres abrían la corte para sacar al cerdo. En el patio se había colocado un banco tocinero y entre cuatro o cinco hombres se inmovilizaba al cerdo cogiéndole por las patas y las orejas, mientras el pobre animal iniciaba sus gruñidos lastimeros, y se le tendía en el banco de costado. El matarife estaba preparado con un gran cuchillo que le clavaba en la papada, iniciándose la más cruel escena que yo he presenciado hasta ahora, en la que se mezclan los alaridos y las convulsiones del animal con los gritos de los hombres que tienen que hacer acopio de todas sus fuerzas para evitar que el pobre guarro se zafe de su presa, hasta que se desangraba totalmente en un cubo de zinc que se había colocado junto al banco.
Siendo muy pequeño me despertaron los gruñidos del cerdo y pude observar desde la ventana de mi habitación, todo lo que les he contado Me quedé entre sobrecogido, asustado, inmóvil y aterrado. Mi madre me tuvo que consolar y explicarme que eso era normal, pero yo, desde entonces, todos los años me levantaba ese día más temprano y me marchaba a la plaza hasta que había terminado todo. Se me ha olvidado decir que el día de la matanza se hacía fiesta “oficial” y los niños no íbamos al colegio.
Después, en el centro del patio se hacía una gran hoguera con gavillas de esparto sobre la que se tendía al cerdo para quemar sus gruesos pelos y ayudándose con unos tejones se iba rascando toda su piel hasta dejarla totalmente limpia de pelo y suciedad. Después, se le colgaba cabeza abajo en una viga del portal, introduciendo una soga por los huesos del culo y se procedía a abrirlo en canal para sacar todos los intestinos.
En ese momento se iniciaba la participación de las mujeres con la poco agradable tarea de limpiar las entrañas del animal, ya que todo se iba a aprovechar para hacer las distintas conservas.
El matarife había preparado varias muestras - un trozo de lengua y otro de las costillas - que se llevaban a las dependencias del Ayuntamiento para que fueran analizadas por los servicios sanitarios municipales y hasta que no llegan los "consumeros" para pesarlo y poner un sello redondo con tinta azul en diversas partes del cerdo como muestra visible de que la carne del animal es apta para el consumo humano, el cerdo permanecía colgado abierto en canal. A los niños nos asustaba acercarnos a él, aunque ninguno nos atrevamos a decirlo.
Dicen que del cerdo se aprovecha todo, y debe ser verdad. Lo primero que se utiliza es la vejiga que una vez limpiada se nos daba a los niños que la hinchamos, introduciendo una pequeña caña, como si fuese un globo y la usamos como improvisado balón de fútbol, aunque no resistía mucho tiempo a una utilización tan agresiva.
Cuando, a eso del mediodía, se recibía el visto bueno municipal, se procedía a descuartizar el animal y a la preparación de la comida que era el acto social más importante del día, porque nos reuníamos a comer todos los vecinos que de una u otra forma habíamos participado en el rito de la matanza.
El plato principal eran las puches. En algunos sitios lo llaman gachas. Se hacen con harina de almortas y el hígado del cerdo cocido y después rayado. Se cocinan en una gran sartén que después se pone en el centro del círculo formado por todos los comensales que de pié se van acercando a mojar los trozos de pan pinchados en el tenedor o en la navaja. También se fríen los torreznos que son trozos de la falda del cerdo y la sangre que ha sobrado de hacer las morcillas y que se ha dejado coagular. El postre suele ser los últimos melones que aún quedaban colgados en las cámaras. Los mayores se van pasando el porrón de vino tinto que es el complemento ideal para una comida tan fuerte. Los niños sólo agua, claro está.

Una mujer lava en el “tinajón” del patio. Otra, con su máquina Singer, haciendo el vestido para sus hijas. 

Pero había otros muchos trabajos cotidianos en la vida de entonces. Las mujeres tenían que lavar en tinajones. (El tinajón era media tinaja cortada verticalmente y puesta hacia arriba sobre unos soportes, formando una especie de tina de tejón. La parte de abajo se había cortado para que el borde fuese más ancho de forma que se pudiese poner la tabla de lavar. También se procuraba que la espita de la tinaja quedase en la parte más honda, de forma que sirviese para desagüe.
Era entonces la alternativa a tener que ir al lavadero público del Pilar en la Plaza, donde ahora está la oficina de turismo, que a su vez era la alternativa de los lavaderos públicos de Valdezarza y de Valquejigoso, demasiado alejados del pueblo, y a donde había que desplazarse con algún medio de transporte para llevar la ropa, sobre todo a la vuelta cuando aumentaba su peso por estar mojada.
El jabón también se hacía en casa. Con los posos del aceite y sosa, añadiendo alguna planta aromática, se hacía un jabón que se colocaba en cajones de madera hasta que secaba para después cortarlo formando las típicas pastillas.
Como ya he comentado, las mujeres también tenían que ser unas buenas costureras, incluso modistas, para arreglar o confeccionar los vestidos para las niñas. También, de jóvenes, preparaban la dote de novia, haciendo primorosos bordados en sus juegos de camas y manteles. Lo de los encajes de bolillos, ya entonces, había pasado a la historia. Las niñas y jóvenes iban a aprender a bordar a casa de la Tía Nicolasa en el Barranco.
También, toda joven que se preciase debía conocer las labores de gachillo con las que se hacían preciosos pañitos de mesa y visillos para las ventanas y confeccionar los jerséis de lana, utilizando las agujas largas de distintos grosores, según lo tupidos que se querían las prendas. Ya entrados los años sesenta, empezaron a llegar a las casas las máquinas de tricotar, con las que las amas de casa, además de hacer los jerséis para la familia, podían conseguir unos ingresos extras, tan necesarios en aquellos años..
Continuará....