miércoles, 31 de agosto de 2016

CHINCHÓN EN LA POSGUERRA. VII (MEMORIA HISTÓRICA)

CAPITULO VI. LOS AMIGOS.



Dicen que el que tiene un amigo, tiene un tesoro; si esto es verdad, nosotros entonces éramos afortunados, porque teníamos muchos y buenos amigos.
Los amigos de entonces eran para toda la vida. Los amigos se hacían en las calles de tu barrio, se continuaban en el colegio, seguían cuando ibas a buscar novia y después se conservaban durante toda la vida, reuniéndose todos los domingos para jugar al tute y al mus y para tomar unas “alcahueses” que habían comprado en la plaza, entre trago y trago de limonada.


Entonces la amistad era un bien duradero que se mantenía durante toda la vida.
En aquellos años el concepto de amistad tenía una gran importancia para los niños.
Desde muy pequeños nuestros padres nos daban una gran libertad. Nada comparable con la situación actual. Entonces la sensación de inseguridad no existía y lo único que se podía temer era algún que otro pequeño accidente mientras perpetrabas las travesuras propias de la edad.
La única norma inflexible de los padres es que tenías que estar de vuelta a casa, cuando “venía la luz”, es decir, cuando se encendía la iluminación de las calles. Y pensándolo bien era una norma concisa pero flexible, que además no era necesario cambiar dependiendo de la estación meteorológica, porque siempre iba marcada por la hora en que se hacía de noche.
Por eso era muy importante lo de tener amigos con quienes compartir tantas horas de libertad. Bien es verdad que antes de salir había que hacer los pocos deberes que te mandaban en la escuela, y ayudar en las tareas de la casa, de las que ya os hablaré más despacio.
En esos años los amigos eran, propiamente, los compañeros de juegos, que sobre todo en verano, llenaban gran parte de nuestra actividad. Y casi todos los juegos de entonces eran de participación, porque no existían ni las “tabletas”, ni los “comecocos”, ni la televisión. Como mucho sólo los tebeos, pero que también se compartían y cambiaban porque nuestro poder adquisitivo era pequeño para comprar todos los que salían a la venta. También escuchábamos por las tardes las novelas de la radio. Yo lo hacía cuando iba a merendar a casa de mi abuela y mientras me comía el cantero de pan con una onza de chocolate, escuchaba “Diego Valor” o “Tres hombres buenos”, que mucho después supe que estaba escrita por José Mallorquí Figuerola.
Aunque había pandillas de amigos por todos los barrios, al final casi todos terminábamos jugando en la plaza, que era, como si dijéramos, el gran estadio de toda clase de competiciones.
Desde la pídola al “rescatao”, desde el peón a los güitos, desde las “bastas” a la “chita”, de los niños; desde los “alfileres” al “aparato”, o desde los “cinturones” a la comba, de las niñas, la plaza ofrecía cobijo a todos los juegos conocidos o los que se nos podían ocurrir, porque otra de nuestras cualidades era la inventiva.
No teníamos juguetes, pero con un cajón y unos rodamientos creábamos unos bólidos que no tendrían nada que envidiar a un fórmula uno de ahora, sobre todo bajando por las empinadas cuestas de Chinchón. El aro, el “guá” la “tornija”… y las “dreas”.
Por si alguno desconoce qué es eso de las “dreas” os lo voy a explicar. Eran sencilla y llanamente un lucha tirando piedras de verdad a los del bando contrario. Aquí era muy importante contar con un buen grupo de amigos que te secundasen porque si estaban en inferioridad numérica, existía un riesgo evidente. A fuer de sinceros, estas salvajadas no se prodigaban demasiado y además, por aquel entonces, los ángeles de la guarda debían estar muy atentos, porque los daños nunca fueron demasiado graves, a pesar del peligro evidente de aquella práctica. En estas luchas era donde se ponía de manifiesto la rivalidad que existía entre los distintos barrios.
También se podían organizar “guerras” o batallas en las que se formaban dos bandos, que podían ser determinados por los barrios de residencia, quienes armados con espadas de madera y escudos fabricados con cartones y tablas se lanzaban al campo de batalla –normalmente la plaza- desde su “cuarteles”; uno en la plazuelilla del Rosario y otro en la Plaza Galaz. Se hicieron famosos en aquel tiempo dos “caudillos”: Jesusito “El de Sepu” y Pepe “Trastornos”, que por su gran arrojo y valentía conducían a sus huestes generalmente a la victoria. Fue famosa la célebre “Batalla del Vertedero” celebrada en un día de finales de un otoño frío y lluvioso en la que “El de Sepu” perdió en el barro uno de sus zapatos, motivo por el que su madre le obligó a abandonar su incipiente y prometedora carrera militar.
Este grupo de amigos se iba manteniendo en el tiempo. Después de los juegos de niños, se pasaba a la edad de merecer y entonces también era importante contar con algún amigo que te acompañase para cortejar a la moza que te gustaba, que también siempre, iba acompañada por una amiga.
Esta práctica de acompañamiento se mantenía aún después de haber formalizado el noviazgo, es decir, después de haber pedido permiso al padre para “hablar” formalmente con la joven. Y es que entonces no estaba bien visto que una joven, sobre todo si era de la Congregación de Hijas de María, saliese sola con el novio, sin llevar carabina.

Las reuniones. Los amigos de toda la vida se reunían los domingos por la tarde en casa de uno de ellos, rotativamente, para jugar al mus, al tute y al julepe, mientras tomaban los frutos secos y la limonada que había preparado el anfitrión.

Y estos grupos de amigos llegaban a desembocar en las “reuniones”. Y es que los hombres, en Chinchón, formaban las "reuniones".
Ese grupo de amigos, de los de toda la vida, se reunían aún después de casados, todos los domingos por la tarde, rotativamente, en casa de cada uno de ellos.
Antes de llegar a la casa donde se iban a reunir, uno de ellos se pasaba por la plaza.
Allí en el centro de la plaza se colocaban el Ariza y el tío Eustaquio “El cachigordo”, con sus puestos de frutos secos. Las "alcagüeses", las chufas, los garbanzos tostados, las pasas en sacos de lona blanca y las aceitunas que tenían puestas en agua en un pequeño tonelito de madera y que sacaban con un cazo con agujeros en el fondo.

Eustaquio, el tío “Cachigordo”, en su puesto de frutos secos en medio de la plaza. Visita obligada todos los domingos antes de acercarse por las “reuniónes” donde los hombres acudían para pasar la tarde con los amigos.


- Ariza, ponme un surtido que voy "pa" la "regunión".
En un cucurucho de papel de estraza colocado en uno de los platos dorados de la balanza iba echando, cuidadosamente, con un cacillo de hojalata un poco de cada producto, hasta que vencía el peso del otro plato en el que unas pesas negras y redondas marcaban la cantidad de la compra.
- Son dos reales.
El hombre, después de pagar los cincuenta céntimos, guardaba la compra en uno de los grandes bolsillos de su blusa negra, sacaba de su faja la petaca y un librillo de papel "Dominó" y liaba, con parsimonia, uno de "caldo de gallina", que para eso era domingo y estaba en la plaza. Sacudía con la palma de su mano izquierda la ruedecilla que rascaba la piedra de su mechero hasta que una chispa lograba prender la mecha, ayudada por la fina brisa que entraba por la Puerta de la Villa.
Mientras, los demás preparaban una limonada, y con los frutos secos se iban tomando un "reo" y otro y mientras jugaban a las cartas -generalmente al mus, al tute y al julepe - comentaban los acontecimientos y "discutían" de todo lo divino y de los humano. Las mujeres no participaban en estas reuniones, y como mucho, llegaban acompañadas de los niños, a la caída de la tarde, para volver con su marido a casa al finalizar la reunión. En ocasiones muy señaladas se reunían también para comer.
Una de estas ocasiones podía ser cuando había que celebrar un alboroque.
La palabra "alboroque" procede de la palabra árabe "albaraca" que significa dádiva, y se define como el agasajo que hacen el comprador o el vendedor o ambos a los que intervienen en una venta. En Chinchón tenía un significado más lúdico, y era el agasajo que alguien daba a sus amigos para celebrar cualquier acontecimiento gratificante.
Así, el mozo tenía que pagar el alboroque a sus amigos cuando formalizaba las relaciones con su novia. Aunque en este caso parece que no existe el factor de agradecimiento que aparece en la definición, debemos convenir que, en la mayoría de las ocasiones, los amigos tenían un papel fundamental y muchas veces decisivo en conseguir que la moza aceptase "hablar" con su pretendiente. Por eso se puede considerar como acertado emplear este término cuando pedían al novio que se pagase el alboroque, teniendo en cuenta que en toda relación amorosa existe un cierto contrato comercial. Y más en tiempos pasados, cuando los padres concertaban la boda de sus hijos pensando en ampliar sus tierras de labor y el mozo podía llegar a adquirir un atractivo especial en función de las viñas y los olivos de la familia.
También había que pagar el alboroque cuando se compraba una "muleta" -mula joven- nueva, se construía una casa o te llegaba una herencia imprevista.
Y el convite solía ser proporcional al acontecimiento que se celebraba. El compromiso, por ejemplo, de un mozo con la hija de un rico terrateniente - lo que hoy conocemos como un buen braguetazo - requería una celebración por todo lo alto, no menos que un cordero asado, al breve o cochifrito.

Tampoco faltaba una buena comida preparada en el campo. Era lo que entonces se llamaba una “juerga” y una buen guiso de patatas era el complemento ideal.

Estas celebraciones tenían lugar, por lo general, en la casa del anfitrión. Pero también había la costumbre de hacerlas en el campo. Entonces se decía que “se iba de juerga”. Aun hoy se va “de juerga” para celebrar la terminación de una casa, para organizar la fiesta de cualquier cofradía, para agradecer los favores que alguien te ha hecho, o para montar una fiestecilla con los amigos, para lo que no es necesario buscar demasiadas excusas.
Una costumbre de entonces, cuando no había televisión, eran las tertulias que se formaban a la puerta de las casas en verano. Al anochecer, cuando ya empezaba a refrescar, los vecinos sacaban sus sillas a la puerta y allí se comentaban las noticias que cada uno había sabido.

Sin duda un precedente de los programas de cotilleo, mezclados con el telediario de la noche, que ahora podemos ver en televisión.
Continuará....