lunes, 11 de enero de 2016

EL CAMINO DE DAMASCO DE SANT ARTUR.


Iba un día, posiblemente de la primavera, don Arturo Mas, camino de la Sabadell de sus antepasados, y viajaba en una moto “vespa”, tranquilamente por su derecha y al atardecer, porque él siempre había sido respetuoso con las normas, que para eso sus padres eran da la élite de la sociedad catalana; iba, digo, despacio y por la derecha, cuando algo le sobresaltó de tal manera que le hizo caer de su cabalgadura. Fue una aparición, o posiblemente el deslumbramiento de unos faros que circulaban en sentido contrario,  el caso es que se cayó, pero como era aún joven y bien preparado físicamente, apenas si se le descompuso ese su tupé característico que le hacía reconocible en todos los ámbitos de la política.
Para él esta caída de la moto fue equivalente a aquella otra caída de Saulo camino de Damasco. En el ya no tan joven Arturo se produjo una conversión al nacionalismo, similar a la conversión de aquel  judío perseguidor de los cristianos. Y entonces pensó que era muy posible que esta bendita caída también le concediese a él el título de Santo, para lo cual era necesario cambiar su nombre por el de Artur, como cambió el otro el de Saulo por el de Pablo.
Y así empezó su andadura secesionista ante el asombro de todos los que le habían conocido. Se unió a compañeros a los que nunca hubiera ni pensado saludar y se propuso ser el Santo fundador de la Nación Catalana.


Pero las cosas no iban como él había pensado. Después de varios intentos de conseguir mayorías amplias para llevar a cabo sus propósitos, y después de varias consultas, no tuvo más remedio que renunciar a ser el guía que llevase a los catalanes hacia su ansiada patria independiente.

Y entonces pensó que era el momento del sacrificio. Era el momento del martirio. Y como Saulo llegó a la santidad después de morir por la causa que había abrazado, él pensó que su inmolación en aras de conseguir los ansiados apoyos para alcanzar la mayoría, sería suficiente para él también conseguir el título de Sant Artur, que después sería siempre recordado como el Patrono de la Nación catalana, muchísimo más importante, ¡donde va a dar! que el  título de “Molt Honorable”, de presidente de la Generalitat.