sábado, 19 de septiembre de 2015
viernes, 18 de septiembre de 2015
"PALABRAS TRAMPA" DE CHELO SIERRA LÓPEZ, FINALISTA DEL CONCURSO DE ARTÍCULOS DE OPINION "ENRIQUE SEGOVIA ROCABERTI"
Hay palabras que son como el azúcar: endulzan hasta los conceptos más amargos. Palabras trampa que alimentan nuestra hipocresía, desvirtúan la realidad para que no nos cueste digerirla y convierten al mundo en un inmenso baile de disfraces en el que el lobo feroz, para no asustarnos, siempre se viste de Caperucita.
Ahora que lo políticamente
correcto parece ser una doctrina que gana adeptos cada día, los eufemismos se
han hecho fuertes y se han instalado en nuestro lenguaje para apoyar y
reafirmar ese rechazo social a los términos que nos resultan duros, malsonantes
u ofensivos. Pero por mucho que quieran suavizar las cosas, a mí me da la
sensación de que lo único que hacen es ridiculizarlas.
Yo no tengo dudas: me gustan
mucho más los negros que las personas de color, me caen mejor los cojos que los
individuos con movilidad reducida, prefiero que me despidan del trabajo que
acogerme a un ERE, hablar de víctimas civiles que de daños colaterales, ser
pobre que estar en peligro de exclusión y, ya puestos a elegir, también
prefiero morir de cáncer que de una larga y penosa enfermedad.
No sé qué manía nos ha entrado
a todos con eso de no llamar a las cosas por su nombre, tal cual, de una forma
clara y descriptiva. Tantos escrúpulos lingüísticos solo pueden llevarnos a una
sociedad cobarde y esperpéntica, desemantizada como sus palabras. En la
película Algunos hombres buenos, Jack Nicholson le decía a Tom Cruise: "Tú
no puedes asimilar la verdad". Pues me parece que nosotros tampoco
podemos. Y, si es así, estamos ante un problema muy gordo.
¿O debería decir
rellenito?
jueves, 17 de septiembre de 2015
LA CORRUPCIÓN SILENCIOSA
LA CORRUPCIÓN SILENCIOSA es un artículo de Opinión de Juan Luis Camacho, que presentó al Concurso de este año de Enrique Segovia Rocaberti. Por su interés, he considerado que debía publicarlo para el conocimiento de todos vosotros.
"Aquello que mejor refleja nuestra
confusa situación actual, como individuos organizados por una democracia en
revisión, es lo que yo llamaría "la corrupción silenciosa". Estamos
acostumbrados a que nos bombardeen con noticias sobre corrupción política que
siempre identificamos directamente con meter la mano en la caja común, dando
por descontado que esta actitud siempre ha formado parte del ser humano.
Consuela enterarse de que algunos de estos nuevos delincuentes han construido como antaño cárceles, mucho más lujosas, eso sí, previamente a su ingreso en prisión, incluso inaugurándolas. Este tipo de delincuentes no existirían sin aquellos individuos que les justifican y que, de un modo u otro, participan de esa corrupción de una forma silenciosa, que hace que cada vez que necesitamos algo se nos argumente siempre la complejidad de lo requerido, sea un servicio, un documento o cualquier objetivo, obteniendo además el encarecimiento de nuestra vida y la pérdida de aquello que aún vale más, nuestro tiempo. De esta forma, acabamos pagando más tasas, impuestos y tributos, para garantizar sueldos a trabajadores que puede que ya no sean necesarios, si es que algún día lo fueron.
Se nos obliga a buscar asesoramientos externos para aquello que necesitamos, y si no, pretenden darnos ese asesoramiento creando o transformando departamentos, para que, cuando menos, se justifiquen esos puestos de trabajo inventados. Hace pocos años, no sentíamos esta corrupción silenciosa, soportábamos todo tipo de gasto o al menos ya se encargaba alguien de financiarlo. Rebosaba la actividad y nuestras administraciones fagocitaban todo lo recaudado, malgastándolo por doquier, incluso construyendo megaedificios carísimos, dudosamente justificables por aquellos que nunca se jugaban su propio dinero, llevándose incluso alguna que otra mordida. La crisis ha provocado ajustes sangrantes en toda nuestra vida, mas no de igual forma en todos los sectores. Se mantienen, e incluso crecen de forma considerable, aquellos sectores vinculados con necesidades de bajo coste o tecnologías de la comunicación, no así la industria, construcción, servicios, turismo, agricultura ni incluso el reflotado sector financiero. Todos ellos se vieron muy afectados, reduciendo drásticamente ingresos e infraestructuras, o desapareciendo totalmente, provocando enormes daños a los trabajadores y empresarios, perdiendo incluso las ayudas - comprometidas muchas de por vida- para cumplir sus sueños, suministradas por ese sector financiero que nunca dudó de aquellos, siendo "el más fuerte del mundo", a la postre salvado por todos nosotros sin apenas condiciones. Quien ha podido subsistir sin cambios en su estructura y organización ha sido nuestro sector público, gracias a esa corrupción silenciosa incrustada en su ADN. Para el resto, no ha sido posible por la durísima competencia al que están sometidos -nada evidente en el sector financiero-.
El sector público no tiene ni se rige por parámetros de competencia, y quienes lo dirigen ni lo pretenden siquiera. Cualquier administración desde los comienzos de la crisis, sin verla llegar ni posteriormente reconocer, ha tenido que reducir gastos sólo porque sus proveedores han dejado de "fiarle", y nuevamente sacan leyes para regular plazos de pago que sistemáticamente vuelven a incumplir. No ha cambiado nada, siguen manteniendo sin necesidad puestos de trabajo creados con oposiciones simuladas o sin ellas, garantizados muchos de por vida para que los gobernantes puedan conservar también sus propios privilegios. No hay ninguna intención de eliminar esos servicios ni de hacer que sean más eficientes, como ha hecho toda empresa o autónomo que ha sobrevivido, permaneciendo en lucha frente a la crisis. Simplemente, se dedican a crear leyes, decretos o nuevas ordenanzas como licenciados en derecho que son en el mejor de los casos, sin una reconocida trayectoria profesional salvo en el arte del regateo dentro del partido correspondiente donde son consumados expertos. Los falsos políticos, sin oficio ni beneficio y en número realmente indecente, buscan su propia supervivencia en este artificial sistema.
¿Dónde si no irían muchos de ellos? Inventan nuevos requisitos para depender más aún de la administración y de sus trabajadores inventados, justifican la mayor dificultad de los servicios, abandonando toda posibilidad de eficiencia, si no económica, antes poco importante, sí al menos satisfactoria para los ciudadanos, y buscan, consciente o inconscientemente, hacerse imprescindibles en el engranaje que les paga y les mantiene. No podemos olvidar que los trabajadores públicos fueron los únicos que sufrieron una bajada controlada de sus emolumentos -curiosamente ahora devueltos o en devolución-, indignante para ellos pero insignificante para aquellos del sector privado. Los gobernantes ponen las ideas, los trabajadores la cara.
Este sistema se retroalimenta a sí mismo mediante la complicidad silenciosa de unos trabajadores que perpetúa la corrupción, oculta o descarada, de nuestros dirigentes sin ningún conocimiento de dirección ni gestión de personal. De seguir así, no habrá garantías para que el sector privado pueda resurgir con fuerza y volver a afianzar un regenerado sector público, bien estructurado y sin gastos innecesarios. Para que esto ocurra hará falta la colaboración de todos. Lo que enseñamos a nuestros hijos, en casa o en los colegios, sobre cómo hacer más sostenible nuestro entorno, debemos practicarlo entre nosotros para que ellos puedan conseguirlo algún día. Tenemos que practicar la eficiencia ciudadana frente a la corrupción silenciosa".
Consuela enterarse de que algunos de estos nuevos delincuentes han construido como antaño cárceles, mucho más lujosas, eso sí, previamente a su ingreso en prisión, incluso inaugurándolas. Este tipo de delincuentes no existirían sin aquellos individuos que les justifican y que, de un modo u otro, participan de esa corrupción de una forma silenciosa, que hace que cada vez que necesitamos algo se nos argumente siempre la complejidad de lo requerido, sea un servicio, un documento o cualquier objetivo, obteniendo además el encarecimiento de nuestra vida y la pérdida de aquello que aún vale más, nuestro tiempo. De esta forma, acabamos pagando más tasas, impuestos y tributos, para garantizar sueldos a trabajadores que puede que ya no sean necesarios, si es que algún día lo fueron.
Se nos obliga a buscar asesoramientos externos para aquello que necesitamos, y si no, pretenden darnos ese asesoramiento creando o transformando departamentos, para que, cuando menos, se justifiquen esos puestos de trabajo inventados. Hace pocos años, no sentíamos esta corrupción silenciosa, soportábamos todo tipo de gasto o al menos ya se encargaba alguien de financiarlo. Rebosaba la actividad y nuestras administraciones fagocitaban todo lo recaudado, malgastándolo por doquier, incluso construyendo megaedificios carísimos, dudosamente justificables por aquellos que nunca se jugaban su propio dinero, llevándose incluso alguna que otra mordida. La crisis ha provocado ajustes sangrantes en toda nuestra vida, mas no de igual forma en todos los sectores. Se mantienen, e incluso crecen de forma considerable, aquellos sectores vinculados con necesidades de bajo coste o tecnologías de la comunicación, no así la industria, construcción, servicios, turismo, agricultura ni incluso el reflotado sector financiero. Todos ellos se vieron muy afectados, reduciendo drásticamente ingresos e infraestructuras, o desapareciendo totalmente, provocando enormes daños a los trabajadores y empresarios, perdiendo incluso las ayudas - comprometidas muchas de por vida- para cumplir sus sueños, suministradas por ese sector financiero que nunca dudó de aquellos, siendo "el más fuerte del mundo", a la postre salvado por todos nosotros sin apenas condiciones. Quien ha podido subsistir sin cambios en su estructura y organización ha sido nuestro sector público, gracias a esa corrupción silenciosa incrustada en su ADN. Para el resto, no ha sido posible por la durísima competencia al que están sometidos -nada evidente en el sector financiero-.
El sector público no tiene ni se rige por parámetros de competencia, y quienes lo dirigen ni lo pretenden siquiera. Cualquier administración desde los comienzos de la crisis, sin verla llegar ni posteriormente reconocer, ha tenido que reducir gastos sólo porque sus proveedores han dejado de "fiarle", y nuevamente sacan leyes para regular plazos de pago que sistemáticamente vuelven a incumplir. No ha cambiado nada, siguen manteniendo sin necesidad puestos de trabajo creados con oposiciones simuladas o sin ellas, garantizados muchos de por vida para que los gobernantes puedan conservar también sus propios privilegios. No hay ninguna intención de eliminar esos servicios ni de hacer que sean más eficientes, como ha hecho toda empresa o autónomo que ha sobrevivido, permaneciendo en lucha frente a la crisis. Simplemente, se dedican a crear leyes, decretos o nuevas ordenanzas como licenciados en derecho que son en el mejor de los casos, sin una reconocida trayectoria profesional salvo en el arte del regateo dentro del partido correspondiente donde son consumados expertos. Los falsos políticos, sin oficio ni beneficio y en número realmente indecente, buscan su propia supervivencia en este artificial sistema.
¿Dónde si no irían muchos de ellos? Inventan nuevos requisitos para depender más aún de la administración y de sus trabajadores inventados, justifican la mayor dificultad de los servicios, abandonando toda posibilidad de eficiencia, si no económica, antes poco importante, sí al menos satisfactoria para los ciudadanos, y buscan, consciente o inconscientemente, hacerse imprescindibles en el engranaje que les paga y les mantiene. No podemos olvidar que los trabajadores públicos fueron los únicos que sufrieron una bajada controlada de sus emolumentos -curiosamente ahora devueltos o en devolución-, indignante para ellos pero insignificante para aquellos del sector privado. Los gobernantes ponen las ideas, los trabajadores la cara.
Este sistema se retroalimenta a sí mismo mediante la complicidad silenciosa de unos trabajadores que perpetúa la corrupción, oculta o descarada, de nuestros dirigentes sin ningún conocimiento de dirección ni gestión de personal. De seguir así, no habrá garantías para que el sector privado pueda resurgir con fuerza y volver a afianzar un regenerado sector público, bien estructurado y sin gastos innecesarios. Para que esto ocurra hará falta la colaboración de todos. Lo que enseñamos a nuestros hijos, en casa o en los colegios, sobre cómo hacer más sostenible nuestro entorno, debemos practicarlo entre nosotros para que ellos puedan conseguirlo algún día. Tenemos que practicar la eficiencia ciudadana frente a la corrupción silenciosa".
miércoles, 16 de septiembre de 2015
EL TORO DE LA VEGA
Yo creo que no se debería prohibir el toro de la Vega. Lo del toro de la Vega, como otras muchas demostraciones llamadas festivas que se "celebran" por nuestras Españas son, sencillamente, una verdadera salvajada. Pero no se debería prohibir.
El dejar suelto un toro bravo por el campo, acosado por cientos de personas, a pie y a caballo, con lanzas y ante la mirada de otras miles que asisten complacidos al espectáculo, además de una irresponsabilidad por el peligro que entraña para los asistentes, es un "espectáculo" en el que es difícil determinar cuál es el irracional y cuáles los animales racionales; pero el toro de la Vega no debería ser prohibido.
Si todas esas personas que se arman con una lanza para acribillar al toro, y todas esas otras que se regodean en las imágenes sangrientas que están viendo, se humanizasen un poco y adquiriesen un poco de sensibilidad, decidirían que no volverían a protagonizar un acto tan irracional, tan sangriento y tan inhumano. Entonces, sin necesidad de que nadie lo prohibiese, en Tordesillas no se volverían a ver esas imágenes sangrientas que a la mayoría de la raza humana produce desazón, repulsa e indignación.
Pero no, el toro de la Vega no debería ser prohibido en Tordesillas; si todos fuésemos un poco más humanos, ya no se volvería a correr, nunca mas, el toro de la Vega, aunque nadie lo hubiese prohibido.
martes, 15 de septiembre de 2015
TONTUNAS
Todos tenemos derecho a decir tontunas. En Chinchón se
dice tontuna en vez de tontería, pero viene a ser lo mismo. Pues eso, que
todos, de vez en cuando decimos cosas que se acercan bastante a lo que podemos
entender por tontuna o tontería. Pero si lo decimos los que no tenemos ninguna
influencia mediática, la cosa se queda ahí y solamente nos deja en evidencia a
nosotros mismos, y no tiene demasiada trascendencia, por no decir ninguna.
Otra cosa
distinta es cuando eso mismo lo dicen personas con presencia mediática, como
pueden ser deportistas, artistas, periodistas o políticos. Entonces la tontuna
traspasa la mera opinión para convertirse en polémica, e incluso, en motivos de
enfrentamientos, por lo general innecesarios.
Me estoy
acordando de Piqué con sus tontunas u ocurrencias, con las que, de vez en
cuando, nos deleita. Y es que ese chico, que además de jugar muy bien al
fútbol, enamoró a una diva de la canción, como es un poco gamberro y parece
padecer un marcado síndrome de infantilismo, no se conforma con esa fama y
quiere además dar la nota, casi siempre. Por supuesto es muy libre de expresar
lo que piensa, hacer los chistes que le parezcan, y sacar, de vez en cuando,
los pies del tiesto, y por supuesto que no tiene por qué arrepentirse de su forma
de ser. Pero él, debe ser consciente de lo que dice y de lo que hace, y debe
saber que "sus cosas" van a trascender a la opinión pública, y que
los demás también van a demostrarle su adhesión o su rechazo. ¡Faltaría
más!
Y desde luego,
que el público le pite en un campo de fútbol, puede gustar o no, pero nunca
puede ser una cuestión de estado, y si alguien pretende hacer de ello un drama
nacional, no dejara de ser otra tontería, y de grandes dimensiones.
Pero a mi me
parece una tontuna mas grande que los políticos, y ahora estoy pensando en don
Felipe González, se dediquen a propalar tontunas oportunistas, sobre la
"nación catalana", posiblemente para emular las tontunas de los otros
políticos, que en este caso parece que compiten en una carrera de despropósitos,
en vez de aportar ideas sensatas de consenso y de cohesión.
Lo dicho, que en estos tiempos se escuchan
demasiadas tontunas, y no vendría mal un poco de cordura y sensatez, y dejar
las tontunas para los tontos.
lunes, 14 de septiembre de 2015
"LA COMUNIDAD INTERNACIONAL" PRIMER PREMIO DEL CONCURSO DE ARTICULOS DE OPINION “ENRIQUE SEGOVIA ROCABERTI”
DESPUÉS DEL DOLOROSO PARÉNTESIS DE ESTOS DÍAS VOY A REANUDAR LAS PUBLICACIONES DEL EREMITA, CON ENTRADAS QUE TENÍA YA PREVIAMENTE PROGRAMADAS. EN PRIMER LUGAR SERÁN UNA SERIE DE ARTÍCULOS DE OPINIÓN PRESENTADOS AL CONCURSO DE "ENRIQUE SEGOVIA ROCABERTI" CONVOCADO POR LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA BIBLIOTECA Y DEL ARCHIVO HISTÓRICO DE CHINCHON. PARA COMENZAR, EL ARTÍCULO QUE OBTUVO EL PRIMER PREMIO:
SALVADOR DÍAZ MARTÍNEZ es Autor también de los relatos El Ángulo Muerto y El Alumno, premios Accésit del Jurado en los certámenes del Premio Galileo 2012 y 2014, respectivamente. Ingeniero Industrial y Profesor Titular de Escuela Universitaria en la Universidad Politécnica de Cartagena desde 1990. Funcionario de carrera del Cuerpo Superior Facultativo, Dirección General de Industria y Energía de la CA de Murcia. En excedencia desde 1990.
SALVADOR DÍAZ MARTÍNEZ es Autor también de los relatos El Ángulo Muerto y El Alumno, premios Accésit del Jurado en los certámenes del Premio Galileo 2012 y 2014, respectivamente. Ingeniero Industrial y Profesor Titular de Escuela Universitaria en la Universidad Politécnica de Cartagena desde 1990. Funcionario de carrera del Cuerpo Superior Facultativo, Dirección General de Industria y Energía de la CA de Murcia. En excedencia desde 1990.
“Hubo un tiempo en que los
conflictos internacionales terminaban conduciendo a la guerra. Cuando al
supuesto país agredido se le calentaba la boca política, le declaraba la guerra
al supuesto país agresor, y asunto resuelto por el método tradicional. En el
presente, ese procedimiento tan humano y expeditivo está cayendo en desuso.
Hoy
en día surgen continuamente nuevos conflictos pero, ya sea por el mal cuerpo o
por el desagradable sabor de boca que dejan la pólvora o la radiactividad, las
cosas están cambiando hacia nuevos escenarios de confrontación. Ahora agredidos
y agresores siguen intentando lo mismo que antes, pero prefieren matarse de
miedo disparando misiles económicos que no matan pero atontan, voceando su
poderío militar que no mata pero asusta, o recurriendo al viejo anatema
infantil de “vas a ir a la seño”, que no hiere pero castiga.
La “seño” de la
política universal y también de la guerra fría mundial, es conocida con el
sugestivo nombre de Comunidad Internacional. Este ente imaginariamente
mediático y políticamente imaginario, tiene como principal y casi única función
colocarse del lado de uno de los contendientes para aplicarle cariñosas
palmadas en la espalda, mientras da voces airadas al otro. Así es cómo la
Comunidad Internacional se ha convertido por arte del tiempo, de magia tal vez,
en la juez partidista de cualquier contienda, puesto que a ella termina
recurriendo siempre el agresor o el agredido. La vieja Europa, hoy atiborrada
de implantes botulínicos que no le dan juventud pero sí cierta modernidad, va
por el mundo ofreciendo su particular paraíso a corto plazo y antes o después
regresa con algún nuevo cliente. Seducido por la imagen nocturna de la torre
Eiffel o la de Londres, o tal vez por la elocuencia de la puerta de
Brandemburgo, algún tranquilo lugar del Este comienza a soñar con el Oeste.
Colocado el insípido caramelo al final de la cuerda, solo queda tirar de ella.
El color intenso, el olor dulzón, y la refulgente transparencia del celofán,
hacen el resto. Las gentes del Este comienzan su carrera enloquecida hacia el
Oeste, olvidándose de que hay otra cuerda aún más resistente que les mantiene
anclados a su oriente cultural. Solo cuando sienten el tirón por ambos lados
descubren horrorizados que el lazo se cierra alrededor de su cuello. Cruel
destino el nuestro, deberían plantearse los ucranianos, Europa no quiere que
seamos rusos y Rusia no nos deja ser europeos. Así era al menos hasta que el
premier ucraniano, presunto corrupto poco contestado y nunca perseguido, decide
desaparecer de la escena política de su país para reaparecer en el viejo
escenario ruso, viejo por antiguo pero no por desmemoriado. Entonces todo
cambia. Europa deja de ser solo Europa y se convierte, por obra y gracia de
alguna desconocida metamorfosis americana, en la Comunidad Internacional.
La
resurgida Comunidad se coloca inmediatamente al lado de la huérfana Ucrania
para hacer frente a la poderosa madre Rusia. La débil, pero interesantemente
estratégica Ucrania, se convierte en agredida por la máquina imperialista rusa,
y ya está. Poco más queda por decir que enumerar los castigos que la “seño”
impondrá al agresor por haber sido tan perverso. La pérfida madre Rusia ha
tensado por un lado la cuerda que, por el otro extremo, sujeta la firme mano de
Europa, y en el centro Ucrania, hermana putativa de la primera y sobrina nieta
tercera de la segunda, intenta en vano deshacer el nudo alrededor de su cuello.
La pobre sabe que la tensión de la maroma la estrangulará, pero en los extremos
nadie está dispuesto a soltar. Mientras la Comunidad Internacional dispara sus
misiles económicos hacia el corazón de la madre Rusia, otros menos metafóricos
y más ruidosos surcan a la antigua usanza los cielos ucranianos.
Ambas clases
de arma arrojadiza tienen por misión amedrentar a los sufridos espectadores de
a pie, tanto del viejo imperio como del nuevo. Pero los que estallan en el aire
o en el suelo poseen también la facultad de hacer temblar esa línea imaginaria
que alguien llamó “frontera”. La insignificante línea geográfica se estremece y
huye del ruido ensordecedor para agazaparse algo más allá, donde el fragor no
la alcance. Esa Comunidad Internacional que tiene de comuna poco más que las
manos asidas a la cuerda, y de Internacional el hecho irrefutable de estar
formada por más de dos países, ya ha diagnosticado la situación y emitido su
dictamen: habrá sanciones. Claro. Habrá duras sanciones, persevera “la seño”.
Por supuesto. Y que no tenga que repetirlo. Naturalmente; ni media palabra más.
Pero es que la madre Rusia, madrastra en realidad de sus antiguas y fidelizadas
repúblicas, ha estudiado en otro cole, en otra lengua, y ha tenido durante más
de setenta años una severa institutriz que nada tiene que envidiar a la “seño”
del oeste, y se pasa las sanciones de la señorita occidental por debajo de
todos los puentes de San Petersburgo. Como era de esperar.