lunes, 14 de septiembre de 2015

"LA COMUNIDAD INTERNACIONAL" PRIMER PREMIO DEL CONCURSO DE ARTICULOS DE OPINION “ENRIQUE SEGOVIA ROCABERTI”

DESPUÉS DEL DOLOROSO PARÉNTESIS DE ESTOS DÍAS VOY A REANUDAR LAS PUBLICACIONES DEL EREMITA, CON ENTRADAS QUE TENÍA YA PREVIAMENTE PROGRAMADAS. EN PRIMER LUGAR SERÁN UNA SERIE DE ARTÍCULOS DE OPINIÓN PRESENTADOS AL CONCURSO DE "ENRIQUE SEGOVIA ROCABERTI" CONVOCADO POR LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LA BIBLIOTECA Y DEL ARCHIVO HISTÓRICO DE CHINCHON. PARA COMENZAR, EL ARTÍCULO QUE OBTUVO EL PRIMER PREMIO:

SALVADOR DÍAZ MARTÍNEZ  es Autor también de los relatos El Ángulo Muerto y El Alumno, premios Accésit del Jurado en los certámenes del Premio Galileo 2012 y 2014, respectivamente. Ingeniero Industrial y Profesor Titular de Escuela Universitaria en la Universidad Politécnica de Cartagena desde 1990. Funcionario de carrera del Cuerpo Superior Facultativo, Dirección General de Industria y Energía de la CA de Murcia. En excedencia desde 1990.



“Hubo un tiempo en que los conflictos internacionales terminaban conduciendo a la guerra. Cuando al supuesto país agredido se le calentaba la boca política, le declaraba la guerra al supuesto país agresor, y asunto resuelto por el método tradicional. En el presente, ese procedimiento tan humano y expeditivo está cayendo en desuso. 
Hoy en día surgen continuamente nuevos conflictos pero, ya sea por el mal cuerpo o por el desagradable sabor de boca que dejan la pólvora o la radiactividad, las cosas están cambiando hacia nuevos escenarios de confrontación. Ahora agredidos y agresores siguen intentando lo mismo que antes, pero prefieren matarse de miedo disparando misiles económicos que no matan pero atontan, voceando su poderío militar que no mata pero asusta, o recurriendo al viejo anatema infantil de “vas a ir a la seño”, que no hiere pero castiga.
La “seño” de la política universal y también de la guerra fría mundial, es conocida con el sugestivo nombre de Comunidad Internacional. Este ente imaginariamente mediático y políticamente imaginario, tiene como principal y casi única función colocarse del lado de uno de los contendientes para aplicarle cariñosas palmadas en la espalda, mientras da voces airadas al otro. Así es cómo la Comunidad Internacional se ha convertido por arte del tiempo, de magia tal vez, en la juez partidista de cualquier contienda, puesto que a ella termina recurriendo siempre el agresor o el agredido. La vieja Europa, hoy atiborrada de implantes botulínicos que no le dan juventud pero sí cierta modernidad, va por el mundo ofreciendo su particular paraíso a corto plazo y antes o después regresa con algún nuevo cliente. Seducido por la imagen nocturna de la torre Eiffel o la de Londres, o tal vez por la elocuencia de la puerta de Brandemburgo, algún tranquilo lugar del Este comienza a soñar con el Oeste. 
Colocado el insípido caramelo al final de la cuerda, solo queda tirar de ella. El color intenso, el olor dulzón, y la refulgente transparencia del celofán, hacen el resto. Las gentes del Este comienzan su carrera enloquecida hacia el Oeste, olvidándose de que hay otra cuerda aún más resistente que les mantiene anclados a su oriente cultural. Solo cuando sienten el tirón por ambos lados descubren horrorizados que el lazo se cierra alrededor de su cuello. Cruel destino el nuestro, deberían plantearse los ucranianos, Europa no quiere que seamos rusos y Rusia no nos deja ser europeos. Así era al menos hasta que el premier ucraniano, presunto corrupto poco contestado y nunca perseguido, decide desaparecer de la escena política de su país para reaparecer en el viejo escenario ruso, viejo por antiguo pero no por desmemoriado. Entonces todo cambia. Europa deja de ser solo Europa y se convierte, por obra y gracia de alguna desconocida metamorfosis americana, en la Comunidad Internacional. 
La resurgida Comunidad se coloca inmediatamente al lado de la huérfana Ucrania para hacer frente a la poderosa madre Rusia. La débil, pero interesantemente estratégica Ucrania, se convierte en agredida por la máquina imperialista rusa, y ya está. Poco más queda por decir que enumerar los castigos que la “seño” impondrá al agresor por haber sido tan perverso. La pérfida madre Rusia ha tensado por un lado la cuerda que, por el otro extremo, sujeta la firme mano de Europa, y en el centro Ucrania, hermana putativa de la primera y sobrina nieta tercera de la segunda, intenta en vano deshacer el nudo alrededor de su cuello. La pobre sabe que la tensión de la maroma la estrangulará, pero en los extremos nadie está dispuesto a soltar. Mientras la Comunidad Internacional dispara sus misiles económicos hacia el corazón de la madre Rusia, otros menos metafóricos y más ruidosos surcan a la antigua usanza los cielos ucranianos. 
Ambas clases de arma arrojadiza tienen por misión amedrentar a los sufridos espectadores de a pie, tanto del viejo imperio como del nuevo. Pero los que estallan en el aire o en el suelo poseen también la facultad de hacer temblar esa línea imaginaria que alguien llamó “frontera”. La insignificante línea geográfica se estremece y huye del ruido ensordecedor para agazaparse algo más allá, donde el fragor no la alcance. Esa Comunidad Internacional que tiene de comuna poco más que las manos asidas a la cuerda, y de Internacional el hecho irrefutable de estar formada por más de dos países, ya ha diagnosticado la situación y emitido su dictamen: habrá sanciones. Claro. Habrá duras sanciones, persevera “la seño”. 
Por supuesto. Y que no tenga que repetirlo. Naturalmente; ni media palabra más. Pero es que la madre Rusia, madrastra en realidad de sus antiguas y fidelizadas repúblicas, ha estudiado en otro cole, en otra lengua, y ha tenido durante más de setenta años una severa institutriz que nada tiene que envidiar a la “seño” del oeste, y se pasa las sanciones de la señorita occidental por debajo de todos los puentes de San Petersburgo. Como era de esperar.