lunes, 9 de noviembre de 2015

Y HERMENEGILDO SE HIZO ATEO.



A Hermenegildo le bautizaron a los pocos días de nacer, como entonces era la costumbre. Después, en el colegio le enseñaron las oraciones elementales, pero el solo recordó de mayor el "Jesusito de mi vida" y "Cuatro esquinitas tiene mi cama" que le había enseñado su abuelita cuando era muy pequeño.
Y es que Hermenegildo, poco a poco, casi sin darse cuenta fue perdiendo la fe y sin saber muy bien como, un día decidió que era ateo. Pero como eso de ser ateo no se nota en casi nada, y como no se lo dijo a nadie, todos pensaban que seguía siendo muy creyente, aunque "no practicante" como tantos otros. 
Claro esta que se casó por la iglesia porque su novia si era creyente y sus suegros le habían amenazado con desheredarlos si solo se casaban por lo civil.
Después bautizo a su unigénito, quien a los diez años hizo su primera comunión, y el ateísmo de Hermenegildo nunca llegó a ser de dominio público. 
Pasaron los años, sin practicar y sin creer, y un mal día le llegó su hora. El médico certificó que había sido una muerte natural y su viuda decidió que debían hacerse las exequias pertinentes a un buen cristiano, porque ni ella misma era conocedora del ateísmo de su esposo.
El caso es que cuando murió pudo comprobar que lo de la luz al final del túnel era verdad; que aunque su cuerpo permanecía inerte mientras se oficiaba el funeral de "corpóre insepulto", su alma continuaba viva y, efectivamente había otra vida, después de la muerte.
Y, ¡vaya sorpresa! lo de San Pedro era cierto. Unos ángeles muy amables le invitaron a presentarse delante del mismísimo Dios, quién, muy simpático, le recriminó que se hubiera pasado gran parte de su vida sin creer en el.
Y como resulta que Hermenegildo aunque no era creyente ni practicante, había sido buena persona, pues ahora está en el séptimo cielo, tan feliz el, y diciéndose una y mil veces como había sido tan obtuso de haberse hecho ateo, sin ton ni son.
Y lo malo es que, desde allí no puede decir a nadie que estaba equivocado, claro que tampoco nadie sabía que durante casi toda su vida había sido ateo.