miércoles, 21 de octubre de 2015

Y DOÑA ANA, POR FIN, PUDO MORIR.



Había cumplido ya los doscientos cincuenta y seis años, y no era de las más viejas del lugar. En aquel pueblo, y nadie sabia por que, a pesar de haberlo estudiado durante años en todas las universidades del mundo, a partir de principios del siglo XX, los oriundos habían conseguido alcanzar la inmortalidad. 
Era, desde luego, un pueblo pequeño; de nos mas de cuatrocientos habitantes, pero todos ellos se habían hecho inmortales. El pueblo se llamaba Cabañuelas, pero en todo el mundo ya se le conocía como "El Paraíso". Y nada más lejos de la realidad.
Efectivamente, al principio, cuando fueron pasando los años y nadie se moría, y empezaron a llegar los periodistas, primero, y los científicos después, todos se congratulaban de ser la única excepción en toda la humanidad de tener que terminar muriendo. Luego; luego las cosas empezaron a cambiar. Y es que la vida se hacía demasiado larga. Es verdad que las enfermedades eran muy benignas; apenas ligeros constipados, algunas decimillas de fiebre, pero nada importante ni demasiado difícil de soportar. 
Y la mayoría hasta se hicieron millonarios, porque su sangre estaba muy cotizada, y los grandes potentados querían hacer acopio con el vano intento de alargar sus vidas. Aunque al principio parecía que su sangre era efectiva para alargar la vida en los otros humanos, terminaron desechando la idea y los médicos llegaron a la conclusión de que no estaba en la sangre el secreto de su longevidad. 
Aunque la decrepitud también tenía una evolución mucho mas lenta que lo que era normal en los otros humanos, la verdad es que cuando se pasaban los ciento cincuenta su aspecto ya dejaba bastante que desear. 
Lo que había crecido era el censo de población. Se construyeron muchas viviendas, de lujo la mayoría, y la vida de Cabañuelas cambió drásticamente. Las autoridades locales tuvieron que limitar el suelo edificable para evitar un crecimiento irracional y también el precio de los terrenos se puso por las nubes. Pero pronto se pudo comprobar que tampoco era el lugar la causa de este privilegio, cuando empezaron a morir los primeros que llegaron para empadronarse allí.
Y contando todo esto se me ha ido el santo al cielo y se me olvidaba contaros lo que ha pasado con la señora Ana. 
Pues nada, que la pobre ya estaba cansada de vivir y de su vida monótona y anodina, porque desde que los medios de comunicación decidieron que ya no era noticia lo de aquel pueblo, apenas si llegaba algún periodista despistado para hacerles una entrevista, y así no había quien soportase el paso de los días durante tantos y tantos años. 
Y doña Ana, como la llamaban en los periódicos, que era muy creyente, pidió a Dios que le llevase de este "valle de lágrimas" para descansar junto a sus bisabuelos que eran los últimos que habían muerto en el pueblo. Y Dios se lo ha concedido, y su deseada muerte ha sido noticia de primera página en todos los periódicos del mundo y con ella se han abierto todos los telediarios.
Yo creo que, ahora, la señora Ana, por fin, descansa en paz.