martes, 20 de octubre de 2015

SIEMPRE ES RECÍPROCO.



La antipatía, el desprecio, incluso el odio, siempre son recíprocos. Yo siempre pienso que cuando alguien me cae gordo es que yo también le caigo mal a él. No sé si será la química, la genética o las hormonas, pero todos estos sentimientos suelen ser recíprocos. No así el amor, que muchas veces suele no ser correspondido.
Y todo este exordio viene a cuento porque te encuentras a diario, tanto en los medios de comunicación y entre los políticos como en la vida real, a muchas personas que se quejan de que son odiadas o despreciadas, y achacan este sentimiento de los demás a sus creencias, a su género, a su condición o a sus ideas. Y si te detienes un poco para analizarlo, te encuentras que efectivamente, esa persona suscita en los demás esa animadversión; pero si profundizas en el análisis, llegas a la conclusión de que no es por las causas que él aduce, sino porque él odia y desprecia a todos los que no piensan como él, a los que son de distinto género o condición y, sobre todo, los que tienen ideas diferentes o no tienen sus mismas creencias.
Estas suelen ser personas que rezuman bilis en sus palabras y en sus escritos, que van repartiendo odio y menosprecio hacia los que ellos estiman inferiores, y es que se consideran poseedores de la verdad absoluta.
Un poco de todo esto se puede asignar a los nacionalistas y a los nacionalismos. Cuanto más se desprecia al otro, más desprecio se recibe. A lo mejor se empezaba a solucionar todo si nos esforzásemos un poco en demostrar un poco de aprecio y comprensión hacia los que no son o piensan como nosotros y entonces ellos también empezarían a entendernos a nosotros; porque todo, en el fondo, suele ser recíproco.