martes, 14 de abril de 2015

LA OTRA TARDE SE ME APARECIÓ LA VIRGEN.


Lo recogieron todos los periódicos; incluso algunos en la portada. “Un viejo ha visto a la Virgen sobre una encina”. Yo era el viejo, y es verdad que la otra tarde, cuando la luz empezaba a oscurecer, vi a la virgen que se me aparecíó sobre la encina que hay en el recodo del camino, antes de llegar a la primera casona del pueblo.
Yo se que esto es increíble; que la Virgen sólo se aparece a los niños inocentes y que ya hace mucho tiempo que lo hizo por última vez; pero es totalmente cierto. Os cuento.
Esa tarde, como suelo hacer desde que el tiempo ha mejorado, cogí mi garrota y mi boina y salí a dar un paseo como todas las tardes. Pero ese día me dije: hoy voy a irme camino del Llano; cosa por otra parte bastante extraña porque solo para llegar hay que cruzar todo el pueblo. No me encontré con nadie y me tuve que conformar con ir pensando en mis cosas, que no son otras que mis recuerdos de joven, porque de lo actual, apenas si mi acuerdo de lo que comí ayer.
Iba yo recordando mis tiempos de la mili, que fue cuando salí por primera vez de casa, y cuando quise darme cuenta me había alejado más de lo habitual. El sol estaba ya escondiéndose tras los cerros de “Las Cabezas” y las sombras de los árboles empezaban a estirarse a lo largo del camino. Los vencejos, que habían llegado solo hace unas semanas, volaban muy bajos, y empezaba a levantarse un ligero relente que me hizo acelerar el paso. Cuando me estaba acercando el pueblo, y ya se divisaba la casona del tío Adrián, en la encina que hay un poco antes de llegar, me pareció ver a una mujer encaramada sobre las ramas. Tengo que confesar que necesito gafas para ver de lejos, aunque nunca las llevo para ir de paseo y pensé que debía ser una de sus hijas que se había subido a coger bellotas.
Según me iba acercando pude comprobar que la mujer de la encina era bastante más guapa que las hijas del Adrián, que las pobres no son demasiado agraciadas y por eso parece que van todas para solteronas.
Cuando ya estaba cerca, a no más de diez pasos, la mujer se quedó inmóvil como en actitud de rezar, pero no me dijo nada. Entonces fue cuando pensé que podía ser la Virgen, aunque me choco mucho que no me dijese nada, porque en ocasiones como esta, dicen que suele mandar algún mensaje divino. Yo no vi a nadie más por allí, aunque no puedo asegurar que no hubiese nadie bajo el árbol, escondido entre unos matorrales que lindan con la casona. Los últimos rayos del sol se reflejaban en sus ropas blancas y solo puedo decir que la joven era bastante guapa, o por lo menos a mí me lo pareció teniendo en cuenta mi avanzada miopía.
Salí corriendo, dentro de lo que cabe y llegué a mi casa con una sofocación como no recordaba; mi mujer se asustó y le conté lo que había visto. Ella no tuvo ninguna duda:
- Se te ha aparecido la Virgen, porque tú, aunque ya no eres un niño, eres muy buena persona y más inocente que un cubo.
Y se lo contó a la vecina. A la media hora ya había tenido que repetir mi encuentro por lo menos quince veces.
Después de cenar vino a casa el señor cura y dijo que era imposible que fuese la Virgen.
Al día siguiente el señor alcalde y el concejal de Cultura y Turismo, quisieron conocer de primera mano lo sucedido y pensaron que podía ser un buen reclamo para la promoción del pueblo.


A la semana siguiente, el Fulgencio, el hijo del tío Cándido, que trabaja en un periódico de la capital, escribió un relato precioso que fue el que apareció en la mayoría de los periódicos. Vino con un fotógrafo que me hizo una fotografía debajo de la parra del patio y otra delante de la encina, en la que ya no estaba la joven que vi la otra tarde cuando estaba anocheciendo.
Desde luego, yo les aseguro que, por lo joven que era, la chica todavía debía ser virgen.