sábado, 21 de abril de 2012

EL REY NO PIDIÓ PERDÓN. (Ni era necesario)



“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir” Dos frases. Once palabras. Apenas cincuenta y seis caracteres, (incluyendo espacios) pero en ningún momento el Rey utiliza la palabra perdón, ni siquiera la de disculpas.
Todos hemos podido ver la imagen patética de su majestad recitando estas once palabras que sin duda había memorizado antes de salir de su habitación del hospital, para no decir ni una más ni una menos. Once palabras que pronunció después de otras palabras de agradecimiento a los médicos que le habían atendido y a los periodistas que habían cubierto la noticia, y después un punto y aparte para separar lo que iba a decir a continuación.
“Lo siento mucho”. Punto. ¿Qué es lo que siente? ¿Haberse roto la cadera? ¿Que su nieto se diese un tiro en el pié? ¿Que la Reina no volviese de Grecia al enterarse de su accidente? o ¿Que todo el mundo se haya enterado de lo de su viaje para matar elefantes?
Y después la segunda frase: “Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Y punto final.
¿En qué se ha equivocado el rey y promete no repetirlo? ¿En no ser consecuente con su propio mensaje de las últimas Navidades? ¿En no ser lo suficientemente discreto para evitar que todo saliese a la luz? o ¿En no acostarse a una hora adecuada para un anciano que ya no está para muchos trotes?
A mí, cuando lo vi por primera vez me recordaba a los niños a los que se les sorprende cuando han roto un plato y, mas o menos les dices: “¿No sabes que los platos no son para jugar?” y ellos con cara de soberano cogido “in fraganti”, te sueltan: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”; aunque tu sabes que, tarde o temprano, seguirán rompiendo platos.
Aunque pensándolo bien, no había motivo para pedir perdón a nadie, porque sólo se había hecho daño a sí mismo, y como mucho a la monarquía.

viernes, 20 de abril de 2012

EL AMO. CAPITULO IV


El señorito era de su misma edad, uno de los mejores partidos de Recondo y el pretendiente ideal para todas jovencitas, o al menos para todas las madres, no solo del pueblo sino de toda la comarca. Aunque no se podría decir que fuese guapo, sí tenía un buen tipo, era simpático y además era rico. Muy rico. Su padre, don Esteban Gómez Fominaya era, posiblemente, el mayor contribuyente del pueblo y uno de los más importantes de la comarca. Aunque no venía de una familia hacendada, con su boda con doña Elvira Carretero Hidalgo, que aportó una buena dote al matrimonio, formaron una pequeña fortuna que les sirvió como base para ampliar sus posesiones, gracias a la oportunidad que les brindó la desamortización de las tierras que había pertenecido a los frailes agustinos y las de los condes del lugar, a las que pudo acceder gracias a la buena información que le proporcionaron sus contactos en la capital y los espléndidos regalos que hizo llegar a los responsables de las plicas.
Desde que a mediados de siglo había comenzado el proceso desamortizador iniciado por Mendizábal y continuado por Madoz, el matrimonio Gómez Carretero supo ir seleccionando las mejores tierras que salían a subasta  y terminó por hacerse con un patrimonio envidiable y envidiado por todos sus convecinos, que no disponían de efectivo suficiente para poder acceder a las antiguas propiedades del clero y de la nobleza que se ponían a disposición del mejor postor para intentar llenar las menguadas arcas del país. 
Fue una práctica normal entre todos los terratenientes del pueblo. Aunque don Esteban fue el que mejores tierras consiguió también su cuñado Enrique supo moverse con astucia para conseguir buenos lotes de tierras. Las normas de la desamortización determinaban que sólo se podía acceder a la compra de tierras con dinero en metálico. Así, sólo los más ricos tenían la oportunidad de hacerse con ellas. Al no permitirse el fraccionamiento del pago, los agricultores que estaban labrando estas tierras en aparcería no tuvieron ninguna opción de hacerse con ellas. La justificación era que la situación de auténtica bancarrota de la hacienda pública motivada por las guerras y el despilfarro de los políticos y la realeza necesitaba urgentemente una inyección de efectivo. De esta forma, los que tenían buenos contactos y liquidez suficiente, consiguieron verdaderas gangas que les sirvieron para alcanzar o mantener su situación privilegiada en la sociedad.    
Pero además don Esteban y doña Elvira también habían sabido aprovechar las oportunidades que se le presentaban cuando algún rico venido a menos tenía que malvender sus tierras o sus casas para subsistir. Así, además de su gran patrimonio en tierras de labor, reunieron un importantísimo patrimonio urbano. Aunque tenían a su disposición las casas familiares de los dos cónyuges, se hicieron con otras tres mansiones en Recondo, que habían pertenecido a familias de abolengo y varias casas pequeñas que tenían arrendadas y que les daban unos buenos réditos a lo largo del año.
También habían ido adquiriendo, como inversión, algunos inmuebles en la capital situados en zonas céntricas y con previsibles plusvalías a medio plazo. Uno de ellos, el de la calle Leganitos, era el que habían decidido que ocupase la Rosa, cuando su hijo la dejó preñada.
Se casaron algo mayores y estuvieron varios años sin descendencia. Nicomedes llegó cuando estaban apunto de perder las esperanzas. El tenía treinta y siete años y ella los treinta y cinco, y cuando llegó el niño supuso la culminación de todos sus anhelos y ambiciones porque ya tenían el heredero de todo su gran patrimonio y la perduración de sus apellidos.
Y, como no podía ser de otra forma, el pequeño Nicomedes creció con todos los cuidados y con todos los caprichos imaginables. Hablaron con don Ceferino, el señor cura Párroco para que se encargase personalmente de la educación de su primogénito y con don Anselmo el maestro que se encargaría de enseñarle todos los conocimientos necesarios para poder desenvolverse en la vida de los negocios y en la administración de su hacienda.
Cuando el muchacho llegó a la pubertad se negó en redondo a continuar con las charlas del señor cura, que por otra parte comunicó a sus progenitores, que era incapaz de domeñar el caprichoso carácter de su discípulo. En cambio don Anselmo estaba muy satisfecho de los progresos de su alumno que estaba bien dotado para las matemáticas y sobre todo para comprender los rudimentos de la economía, porque decía que estos conocimientos sí le podrían ser útiles en la vida real.
Nicomedes, que había heredado el nombre de un tío abuelo materno que había destacado por sus aficiones literarias; como por su rango y alcurnia no podía dedicarse a ningún trabajo manual, y como no había heredado de su antepasado su afición a las letras, no tenía más ocupación que comer, dormir, holgar y pasar largas horas en el casino, haciendo solitarios con las cartas y participando en las tertulias, en las que siempre tenía un destacado protagonismo, por su facilidad de palabra y los conocimientos de la retórica que había sido lo único que había aprendido con el bueno de don Ceferino.
Él tenía bien claro cual era el principal valor que presidiría su vida: Hacer siempre su santa voluntad. Gozar de la vida y darse todas las satisfacciones que pudiese, que para eso Dios había querido que naciese en una casa de alcurnia y con un gran patrimonio.
Y a eso había dedicado su, hasta ahora, corta vida. Le había iniciado en los placeres de la carne la Eloisa, criada de la casa desde ya hacía varios años, que además de las tareas de limpieza atendía las demandas del señor en necesidades más personales, tareas para las que estaba mejor dotada y más predispuesta. El chico por entonces posiblemente no habría cumplido aún los doce años. Eloisa era la encargada de hacerle el aseo personal y una mañana que le estaba enjabonando, empezó a hacerle bromas con sus atributos masculinos mientras los manipulaba con habilidad y desparpajo. El niño reaccionó ostensiblemente y ella, que estaba sentada en un asiento bajo, junto al barreño donde le hacía el aseo, se desabrochó la blusa y acercó sus pechos al muchacho hasta que la naturaleza terminó de culminar su excitación fisiológica, con gran satisfacción para Nicomedes y con el alborozo de la criada que rió a carcajadas su ocurrencia.
- Esto no se lo debes decir a nadie, o no lo repetiremos nunca más.
Y como no se lo dijo a nadie, periódicamente la criada buscaba la oportunidad para satisfacer al joven amo, iniciándole en nuevas prácticas que también a ella le reportase alguna gratificación. El hecho es que el jovencito Nicomedes, en unos años, se fue convirtiendo en un experto en las artes amatorias que pronto quiso experimentar con otras mujeres, empezando, lógicamente, por las que tenía más a mano en su propia casa.
Don Esteban adivinó lo que estaba ocurriendo, pero pensó que no era malo que su hijo disfrutase de los placeres que le brindaba la naturaleza y era mejor que lo tuviese en casa a tener que buscarlo fuera, donde podría ser peligroso y coger alguna infección. Sólo recomendó a la Eloisa que no le enviciase demasiado, no fuese a ser que se volviese tontito, porque había escuchado en el casino que un exceso en la actividad sexual podría disminuir el seso a los niños. Ella le aseguró que sabría dosificarse y que le garantizaba que el muchacho tendría una juventud placentera, como correspondía a un jovencito de su rango y categoría. Doña Elvira nunca se llegó a enterar, porque de haberlo hecho se habría opuesto enérgicamente, porque su esmerada y estricta formación religiosa no podía transigir con esta clase de prácticas libidinosas contrarias al buen gusto y a una formada conciencia cristiana, como la que se podía esperar de la Presidenta de las “Damas del Sacratísimo Corazón de Jesús.
En realidad el sexo era su único vicio. No era demasiado comilón ni aficionado al juego. Se sabía controlar en la bebida y como el sexo lo tenía en casa y era un secreto para la mayoría, su fama en el pueblo era el de un joven educado, instruido, amable y poco dado al jolgorio y a la diversión. Es decir, que poco a poco se fue labrando esa fama que le hizo ser el soltero más codiciado entre las familias de la élite de Recondo.
Sin embargo, su condición de sátiro sí era suficientemente conocido por el personal del servicio. En la casa servían, Justina, que ejercía como ama de llaves, la Eloisa, la más antigua de las criadas que no había querido atender a las demandas de matrimonio que había recibido de un mozo del pueblo, porque decía que ella vivía mucho mejor en la casa de los señores, donde no le faltaba de nada. Otras dos criadas jóvenes, encargadas de la plancha y de ayudar en la limpieza, que ahora eran Rosita y Mercedes; Ramona, la cocinera, y dos o tres sirvientas que trabajaban a tiempo parcial, cuando las necesidades de trabajo así lo requerían. El ama de llaves, la cocinera y las dos criadas vivían en la casa, y tenían sus habitaciones en la planta baja, junto a la cocina, el cuarto de la plancha y las alacenas. También vivía en la casa Eugenio, el mayordomo y administrador que tenía su habitación en la primera planta. Debía tener ya cerca de los cincuenta años, permanecía soltero y no se le conocía ninguna relación femenina. Permanecía en la casa durante todos los días de la semana, a excepción de sábados y domingos, que eran sus días libres, y que indefectiblemente se trasladaba a la capital. Por último, el mozo de mulas ocupaba una habitación junto a las cuadras.
Los señores y el señorito, ocupaban los dormitorios con vistas a la calle en la primera planta donde también estaba el salón, el gabinete donde la señora recibía las visitas y el despacho de don Esteban que tenía entrada desde el corredor, con un gran ventanal al patio de la casa.
La casa tenía un zaguán de entrada que daba acceso a un patio cuadrado con columnas de piedra que lo rodeaban, formando un corredor inferior en la planta baja y otro superior desde el que se accedía a las habitaciones principales. Desde el zaguán también partía una amplia escalera con peldaños de madera y pasamanos de hierro fundido, con dos tramos y un gran descansillo intermedio por la que se accedía al piso principal.
En la segunda planta estaban las cámaras, las trojes y el pajar, aunque el acceso a estas dependencias se hacía por una empinada escalera desde la corraliza que estaba en la parte posterior de la casona.
En el centro del patio había un pozo con brocal de piedra sobre el que había una garrucha de hierro que se utilizaba para sacar el agua con cubos atados a una gruesa maroma. Era una casa similar a la mayoría de las grandes mansiones que había en Recondo, casi todas ellas construidas a mediados del siglo pasado, por los allegados a los Condes que se fueron asentando en el pueblo, y que con el tiempo pasaron a manos de los terratenientes, cuando los nobles se fueron trasladando a la capital.
Estaba en la calle llamada del Convento porque, antiguamente, allí estuvo el antiguo monasterio de las monjas franciscanas descalzas antes de que en el siglo XVII lo trasladasen a su nueva ubicación.

jueves, 19 de abril de 2012

DEUDADEMOCRACIA

He recibido este artículo en mi correo electrónico, y como no es lo que se viene leyendo en los periódicos, me ha parecido interesante publicarlo.




"Un fantasma recorre el planeta: la banalización de la sociedad norteamericana y europea, consecuencia de la amenaza constante y profusa contra los valores progresistas que deben alentar, por su propia seguridad, las sociedades libres".

Esta síntesis del libro “LAS 3-D: DESARROLLO, DEMOCRACIA, DEUDA”, pretende contribuir al análisis tertuliano del reconocimiento de la crisis que nos  afecta.

Una crisis prolongada degenera en desorden político y social
El adecuado enfrentamiento con la actual crisis exige:
1º, Sensibilización de la opinión pública española de la distribución de responsabilidades entre todos los ciudadanos.
2º, Cambiar la estructura sectorial y elevar la productividad de forma que optimicemos nuestros propios recursos.
3º, Abrir las instituciones públicas y privadas a una fiscalización democrática que separe con justicia la paja del trigo en el mundo de la administración y gerencia.

En estas condiciones será factible una política económica que responda a las inevitables restricciones externas sin aplicar la receta habitual: equilibrar la economía descargando el ajuste exclusivamente sobre los trabajadores. De esta forma se protege la decisiva iniciativa personal y se refuerzan -además. las conquistas democráticas ya adquiridas.
Es conocida la definición de Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La DEUDA engarza con un axioma menos famoso del mismo Clausewitz: la guerra es un acto de violencia cuyo objetivo es forzar al adversario a hacer nuestra voluntad.
Hoy ningún país rico quiere expandirse. Hemos visto que el control político logrado a través de un ejército de ocupación es costoso y extremadamente peligroso. Los ejércitos de ocupación drenan la economía del ocupante y atraen una terrible publicidad en todo el mundo. Hay muchos mejores medios para lograr sus fines y la DEUDA los proporciona casi todos. La DEUDA es la herramienta perfecta para forzar al adversario a hacer nuestra voluntad, exactamente como dijo Clausewitz. La DEUDA también es útil para controlar la infraestructura de los países. Es lo que se denomina el canje de la deuda por los activos del país.
Sabemos que la DEUDA lleva a la violencia contra personas que protestan frente a medidas que amenazan su propia supervivencia ... pero son el ejército y la policía de los deudores los que sofocan las protestas. Es lo que se denomina conflicto de baja intensidad (CBI) en la terminología estratégica. "Los Estados conquistados... pueden ser mantenidos por el conquistador en tres diferentes maneras. La primera es arruinándolos. La segunda es que el conquistador se vaya a vivir allí en persona. La tercera es permitirles continuar viviendo bajo sus propias leyes, sujetos a un tributo regular, y crear en ellos un gobierno de algunos que mantenga el país como amigo del conquistador.." Esto fue excrito por Nicola Macchiavelli en su Tratado “El Príncipe”. Es verdad en 2012 como lo fue en 1513.


Para los países que tenemos problemas estructurales, el aumento del crecimiento a largo plazo exige aplicar políticas de ajuste, orientadas a la reforma institucional y a la reasignación de los recursos. A diferencia de las medidas de estabilización, que dependen a menudo de un ajuste rápido y tajante, la reestructuración económica requiere además planificación a largo plazo. El régimen de intercambio comercial, el sector financiero y la estructura normativa interna son elementos decisivos de esta tarea. Además, es esencial la adopción de medidas consecuentes que convenzan al sector privado de que la orientación de la política económica se mantendrá.
Los organismos financieros multilaterales, por su parte, no están desempeñando el papel que cabría esperar de instituciones cuya razón de ser es la de preservar la estabilidad y armonía en las relaciones económicas de sus países miembros. El Fondo Monetario Internacional se ha covertido en una especie de “director de orquesta” que dicta el sentido y dirección de las medidas que deben soportar los países deudores y los compromisos que debe asumir la banca privada internacional. La insistencia del FMI en políticas de corte recesivo ha conducido al descrédito en los países deudores y a la negativa a suscribir acuerdos de estabilización ortodoxos y poco flexibles, perdiendo así su función catalizadora. Por su parte el Banco Mundial, en sus intentos por sustituir al FMI como el gran estratega en materia de DEUDA, lo único significativo que ha hecho es adoptar su condicionalidad para préstamos de carácter estructural a los mismos principios del FMI. Es su segura garantía de fracaso.
Igualmente limitada está siendo la contribución del Banco Central Europeo, sometido a fuertes presiones de la ortodoxia teutona.


La estrategia tradicional está contribuyendo más bien a exacerbar las dificultades de los países deudores y a agravar los problemas sociales al recaer las políticas de ajuste sobre los segmentos más pobres de la población al estar asociadas con una caída de los salarios, elevados niveles de desempleo y recortes del gasto público en los sectores de educación, salud, vivienda y seguridad social.
Como resultado de las medidas de ajuste los recursos se están yendo a los acreedores más ricos bajo la forma de emigración forzada, superávits comerciales y fuga de capitales forzada. Los niveles de vida españoles se desploman.
Los esfuerzos de austeridad detienen la inversión interna y alimentan la fuga de capitales mientras que los préstamos sirven para financiar pagos de deuda y no para reavivar el crecimiento económico.
Cuando la banca internacional se encontró con una situación de gran liquidez y necesitaba imperiosamente colocar sus activos aparecieron los teóricos del endeudamiento fácil que, sin reparar en ningún tipo de preocupación, abogaron por obtener créditos externos, “más fáciles y más baratos”, que los créditos internos, ampliando las bases del financiamiento local. No hubo ningún organismo financiero que alertara sobre tamaño despropósito. Al contrario. Por su parte, la banca privada descubrió o redescubrió en los deudores institucionales, en las Autonomías encarnadas en sus Gobiernos y en los Ayuntamientos, unos magníficos y sensacionales clientes con los que operar en gran escala, mediante grandes o enormes operaciones con mínimos gastos generales. Clientes que -a menudo- no discutían excesivamente las condiciones a que las operaciones se pactaban, especialmente cuando alguna oportuna comisión venía a engrasar los goznes burocráticos. Clientes, en fin, de los que se decía que “no podían quebrar”.
En su afán por la realización de lucrativos negocios, la banca internacional no reparó en nada. La cuestión era prestar que ya se encargarían ellos de cobrar de algún modo.
Y así se facilitaron créditos a administraciones corruptas participando en proyectos que no tenían un elemental grado de recuperación. Resulta evidente la corresponsabilidad tanto de los gobiernos autonómicos y locales por haberse endeudado alegremente, como de la banca por no ajustarse a su función de intermediación financiera.
Otra veta activada por la banca transnacional es la profundización de la desnacionalización de importantes sectores económicos lanzando ofensivas privatizadoras de manos de capitalización de la DEUDA, con el riesgo de inflación por la expansión monetaria. Asociado a la capitalización de la DEUDA se plantea la repatriación de los capitales fugados garantizando la impunidad por la evasión efectuada. Es lo que se denomina el blanqueo impositivo.
Una crisis prolongada de la DEUDA y el crecimiento degenera en desorden político y social. Esta alternativa justifica los esfuerzos necesarios para realizar reformas estructurales.
Para el país deudor, una transferencia al exterior tiene un coste económico: absorbe ahorro interno que se detrae de la inversión, impone restricciones a las importaciones y al consumo, limita la expansión y la transformación socioeconómica de la economía. Esto significa estancar o reducir los niveles de vida y, además, se producen estrangulamientos en los procesos de producción. Esto tiene un efecto sobre los países acreedoras en forma de pérdidas de sus exportaciones.
En un plano general, un ajuste socialmente eficiente y con reestructuración debe necesariamente ser dinámico y basarse en el crecimiento. Para lograrlo sería necesario un cambio de estrategia: la transferencia de recursos financieros al exterior tendría que ajustarse a la capacidad de pago de los países deudores, definida en términos de niveles mínimos aceptables de inversión y ritmos adecuados de crecimiento económico. En otras palabras, la inversión y el crecimiento económico no pueden concebirse como subproductos sino como objetivos explícitos para el control de la DEUDA. Inversión y crecimiento claves para el control de la deuda.

TERTULIAELBOTÁNICO

miércoles, 18 de abril de 2012

UN VIAJE EN AUTOCAR CAMINO DE PALENCIA


Hoy en día se puede viajar por España en avión, en coche particular, en tren y en autocar. Este último es posiblemente el medio de transporte más lento. Pero es el medio que te ofrece mayores posibilidades de contemplar el paisaje. 
Ya os he contado en otras ocasiones que cuando hago un viaje en autocar me gusta hacer fotos, lo que representa una cierta dificultad. En esta ocasión, además del paisaje de los campos que presentaban una muestra muy variada de los verdes de los sembrados y los ocres de los barbechos, encendidos por las lluvias caídas en los últimos días, teníamos unos cielos cuajados de nubes que los hacían muy variados.
Esta es la muestra de las fotografías que he tomado camino de Palencia para visitar distintas muestras del arte románico, que os iré mostrando en los próximos días. Pienso que os van a gustar.

martes, 17 de abril de 2012

lunes, 16 de abril de 2012

EL AMO. CAPITULO III


Nicomedes llegó tarde a casa. El viaje desde la capital era largo y ese día no había coche directo a Recondo. Tuvo que coger el tren hasta Aranjuez y desde allí el coche de viajeros que le llevó hasta el pueblo. No había dicho a sus padres que se marchaba a Madrid, pero ellos se lo habían imaginado, porque sabían que la Rosa ya se había trasladado al nuevo pisito, y era lógico que el chico quisiera hacerla una visita. La madre dijo que para ver cómo había quedado todo organizado; el padre sabía que eran otras las motivaciones de su hijo.
Cuando se enteraron que había dejado preñada a la criada se negaron en redondo a que se casase con ella. Él era demasiado joven, sólo tenía veinte años, y ella era pobre. Hacía dos años que trabajaba en casa como criada y planchadora y era una chica alegre y bien parecida. En los últimos meses se había hecho más mujer y hasta el amo viejo se había fijado en ella. Pero a quien no pasó desapercibida fue al señorito Nicomedes. De todos era conocido que desde que cumplió los diecisiete años no había habido ninguna criada que no hubiese pasado por su cama o por el pajar. Pero Rosita se resistía y eso enervó más al joven depredador. La primera vez fue realmente una violación.
Era el día de la matanza del cerdo y ese día todo estaba en desorden. En Recondo, como en casi todos los pueblos de la comarca, hay costumbre de criar uno o dos cerdos en cada casa para garantizarse la carne durante todo el año. Ese día, era día de fiesta y se invita a familiares y amigos, que a la vez de ayudar en la matanza, participan en la comida que se prepara. Una comida abundante a base de los productos del animal que se había sacrificado.
El plato principal son las gachas, que aquí se llaman puches. Se hacen con harina de almortas y el hígado del cerdo cocido y después rayado, a lo que se añaden distintas especias, como pimentón dulce, alcarabea, canela,  ajo machacado y orégano. Se cocinan en una gran sartén que después se pone en el centro del círculo formado por todos los comensales que, de pié, se van acercando a mojar los trozos de pan pinchados en el tenedor o en la navaja. También se fríen los torreznos que son trozos de la falda del cerdo y la sangre que ha sobrado de hacer las morcillas y que se ha dejado coagular. El postre suele ser los últimos melones que aún quedaban colgados en las cámaras. Los mayores se van pasando el porrón de vino tinto que es el complemento ideal para una comida tan fuerte. 
Habitualmente se hace cuando llega el invierno, alrededor de la festividad de San Martín. Ese día, muy temprano se empieza a preparar todo lo necesario. Llega el matachín y los hombres abren la corte para sacar al cerdo. En el patio se ha colocado un banco tocinero y entre cuatro o cinco hombres se inmoviliza al cerdo cogiéndole por las patas y las orejas, mientras el pobre animal inicia sus gruñidos lastimeros, y se le tiende en el banco de costado. El matarife está preparado con un gran cuchillo que le clava en la papada iniciándose una de las escenas más crueles que se pueden presenciar, en la que se mezclan los alaridos y las convulsiones del animal con los gritos de los hombres que tienen que hacer acopio de todas sus fuerzas para evitar que el pobre guarro se zafe de su presa, hasta que se desangra totalmente en un cubo de zinc que se ha colocado junto al banco.
Después, en el centro del patio se hace una gran hoguera con gavillas de esparto sobre la que se tiende al cerdo para quemar sus gruesos pelos y ayudándose con unos tejones se va rascando toda su piel hasta dejarla totalmente limpia de pelo y suciedad. Después, se le cuelga cabeza abajo en una viga del portal, introduciendo una soga por los huesos del culo y se procede a abrirlo en canal para sacar todos los intestinos.
En ese momento se inicia la participación de las mujeres con la poca agradable tarea de limpiar las entrañas del animal con el agua que previamente se ha calentado en grandes barreños, ya que todo se va a aprovechar para hacer las distintas conservas.
El matarife ha preparado varias muestras - un trozo de lengua y otro de las costillas - que se llevan a las dependencias del Ayuntamiento para que sean analizadas por los servicios sanitarios municipales y hasta que no llegan los "consumeros", que así se les llama a los funcionario de la oficina de abastos,  para pesarlo y poner un sello redondo con tinta azul en diversas partes del cerdo como muestra visible de que la carne del animal es apta para el consumo humano, el cerdo permanece colgado abierto en canal.
Cuando, a eso del mediodía, se recibe el visto bueno municipal, se procede a descuartizar el animal y a la preparación de la comida que es el acto social más importante del día: reunirse a comer con todos los amigos y vecinos que de una u otra forma han participado en el rito de la matanza.
Doña Elvira, la señora, no paraba de dar órdenes. Don Esteban, el señor, se mantenía al margen vigilando que cada uno cumpliese con su cometido. Las criadas picaban la cebolla para hacer las morcillas, los criados preparaban los sarmientos y los espartos para después quemar todos los pelos del cerdo. Rosa era la encargada de encender el hogar y poner el caldero grande de cobre para calentar agua. Lo tenía que hacer en la cocina del servicio, junto a las cuadras para no ensuciar la cocina de la casa. Agachada en cuclillas para atizar el fuego, su rostro se iluminaba con los tonos rojizos y amarillos que reflejaban las llamas. Se había quitado la pañoleta porque allí hacía mucho calor y sus brazos se mostraban sonrosados y su piel que era blanca aparecía de color del bronce y textura del terciopelo. Durante unos segundos el señorito, que no tenía asignado ningún cometido y siempre estaba al acecho, llegó a la cocina donde estaba la criada y se quedó en el quicio de la puerta contemplándola. Después vio que nadie estaba por los alrededores y se acercó sigiloso por su espalda. Con la mano derecha tapó su boca y con la izquierda levantó su falda, la puso de rodillas, se abrió los pantalones y la desfloró con torpeza. Ella no sabía lo que estaba ocurriendo, casi no podía respirar, sintió un fuerte dolor en el bajo vientre y un calor sofocante en el rostro, porque su cara había quedado demasiado cerca de la lumbre; cuando pudo darse cuenta de lo que estaba ocurriendo sintió humedad en sus muslos.


El desgarrador gruñido del cerdo anunció que no tardarían mucho en llegar para recoger el agua caliente. Él la soltó, ella se volvió y vio cómo se subía los pantalones.
- No se te ocurra decir a nadie lo que ha pasado, si no quieres que hoy mismo te despida mi madre.
Se secó las lágrimas y simuló que continuaba con la tarea de calentar el agua. No tardaron en llegar las otras criadas a por el agua, pero ninguna notó nada y ella permaneció en silencio. Cuando después pudo lavarse en su cuarto y dejó limpio de sangre el trapo que había utilizado, se sentó en la silla, se tapó la cara con las manos y lloró durante un largo rato, sin atreverse a pensar en lo que había ocurrido. Cuando se calmó un poco, se lavó la cara,  se atusó el pelo, recompuso el semblante y se acercó donde las demás seguían haciendo los preparativos de la matanza.
- Vaya, Rosita, por fin apareces. ¿No sabes que hoy hay mucho que hacer?
Al día siguiente Nicomedes se las arreglo para poder hablar con ella a solas.
- Rosita, me gustas mucho. Te pido perdón por lo de ayer. Pero es que no me pude reprimir, estabas tan guapa a la luz de la lumbre… Me gustaría demostrarte que me gustas de verdad… Otro día nos tenemos que ver a solas de nuevo y te lo voy a demostrar. Tú eres especial y representas algo importante para mí.
Ella sabía que era mentira. Había oído contar que lo mismo había ocurrido con otras criadas jóvenes en los últimos años. Pero no se atrevió a decírselo a nadie, por vergüenza y por el miedo a que la pudiesen despedir y quedarse sin el jornal que tanto necesitaba la familia.
- Por favor, déjeme en paz, señorito. Yo no soy de esas… y si no lo hace más, yo no se lo diré a nadie… si insiste, se lo diré a la señora.
La amenaza pareció hacer sus efectos y en las semanas siguientes el joven Nicomedes no se volvió a acercar a la criada; bien es verdad que ella estaba muy atenta y evitaba cualquier oportunidad de poderse quedar a solas con él.


Y llegaron las Navidades. El día de Reyes encima de la silla de su cuarto encontró un paquetito pequeño en el que ponía con letras mayúsculas: Para Rosita. En principio no se atrevió a abrirlo; después se decidió, y muy nerviosa, rompió el papel que lo envolvía y abrió la caja de cartón: Un frasco de agua de colonia imperial de “Perfumería inglesa S. Romero Vicente”, con otra notita, también con letras mayúsculas que se veía que habían sido escritas apresuradamente: “Sólo es una muestra de mi aprecio”.
Desde el día de la matanza se había negado a pensar en aquello. Así parecía que nunca había ocurrido, sin embargo su madre debió notar algo.
-¿Qué te pasa, Rosa, te noto algo rara; te ha ocurrido algo?
- No, madre, no es nada; debe ser que estoy un poco constipada, pero no me pasa nada.
- Tú no eres así; desde hace unas semanas te noto como algo triste, ¿no te habrá hecho algo el señorito?
- ¡Qué cosas tienes, madre, de verdad, no me pasa nada!
Cuando marchó su madre y se quedó sola, como era de lágrima fácil, empezó a llorar. No era por el daño que sintió entonces; no era porque no iba saber qué decir al Julián, si se enteraba de algo; no era por el qué podría decir la gente, ni siquiera por el disgusto que sabía que se iba a llevar su padre; era que, sin querer, había llegado a pensar que realmente le gustaba al señorito, y que ella no iba a ser como las demás criadas. Pero fue un pensamiento que quiso quitarse inmediatamente de la cabeza. Ella sabía que se estaba engañando y que él sólo quería aprovecharse de ella.
Ahora, con la cajita de colonia en la mano, sintió como un escalofrío y corrió a esconderlo en la mesilla donde ella guardaba sus pocas pertenencias, sin atreverse a abrir el frasquito, no fuesen a descubrirlo por el olor.