sábado, 16 de junio de 2012

¿QUÉ PASA CON LA IGLESIA?


La otra noche, en una reunión de amigos, como suele ocurrir en estos casos, terminamos comentando lo mal que anda todo. Nos metimos con la economía, con los partidos políticos, con los bancos y las cajas, con el gobierno, con la oposición, con la falta de valores, con la burbuja inmobiliaria, en fin, con todo. Y cada uno iba aportando su opinión y descalificando lo que no le parecía bien. A la salida, uno de mis amigos me comentó:
- Que mal debe estar la iglesia, que ya nadie se ha metido con ella.
Y es verdad; antes se hablaba mal de los políticos, de los banqueros, de los ricos... y de los curas. Ahora ya casi nadie habla ya mal de los curas. Bueno, ni bien ni mal. Han dejado de tener presencia en la sociedad, y ya se sabe que lo importante es que se hable de uno, aunque sea mal.  No hay que hacer nada más que darnos una vuelta por las misas de diario de nuestras iglesias, para constatar de que algo realmente ha cambiado.


Y hoy me ha sorprendido la noticia de que el Cardenal Rouco ha propuesto a la Conferencia Episcopal una nueva campaña de evangelización en España y he leído este artículo firmado por Margarita Pintos de Cea-Naharro que es teóloga y presidenta de la Asociación para el Diálogo Interreligioso de Madrid y que publica el diario El Pais. Por si os interesa, lo trascribo a continuación. Se titula:
Los ‘pastores’ se comportan como lobos.
“En los años sesenta, cuando vivíamos en una dictadura, la Iglesia católica decidió en un concilio abrir sus puertas y ventanas a los dolores, gozos y esperanzas de la humanidad. Los obispos eran los pastores que, junto a las comunidades de base, iban a orientar la puesta en marcha del nuevo paradigma con una profunda transformación de las estructuras eclesiásticas. Los valores evangélicos a poner en marcha eran el trabajo por la paz, la justicia, la igualdad, la opción por los pobres y el fomento del diálogo con la modernidad, con las otras religiones y en el seno de la propia Iglesia.
Han pasado algunos años, y nos encontramos con una jerarquía preocupada por poner en marcha una nueva evangelización, mientras el panorama socioeconómico en España no puede ser más desolador. Han dado la espalda al Concilio Vaticano II y proponen “una hermenéutica de la reforma” en palabras del cardenal Rouco, para una renovación en la continuidad, pero no del concilio, sino de la restauración.


Los pastores, deslumbrados por las alianzas con el poder y el dinero, se han convertido en lobos. En las comunidades cristianas hay teólogos y teólogas que orientan las prácticas liberadoras aunque se les niegue la comunión y la palabra. Hay mujeres que quieren acceder a los ministerios ordenados y se los niegan en función de su sexo. Hay hombres y mujeres que viven el amor conyugal fuera del sacramento del matrimonio, otras con personas de su mismo sexo, otras con divorciados, y se les vitupera por conducta “desordenada y pecaminosa”.
Millones de personas no oyen de los obispos palabras contra quienes les quitan la casa, el trabajo, las ganas de vivir. Peor aún, cuando colectivos cristianos alzan su voz para denunciar la situación económica que causa la fuerte crisis social, la jerarquía los amordaza o desprestigia. Pero el presidente de la Conferencia Episcopal sí se atreve a pedir “espíritu de sacrificio” para afrontar las reformas necesarias.
El Vaticano II nos legó una herencia cuya gestión no podemos dejar en manos de esta jerarquía, pese a valorar muy positivamente gestos como los de los curas de la diócesis de Segovia que comparten su sueldo con los parados, de las comunidades que gestionan comedores, bancos de alimentos, asesoramientos a colectivos marginados, etcétera, y de todas las personas que saben escuchar y acompañar con entrañas de misericordia. Es por ahí por donde debe empezar la nueva evangelización para que la Iglesia pueda ser creíble".