sábado, 30 de julio de 2011

FAUSTINO: UN CUENTO EN TRES ENTREGAS. I

Llegan las vacaciones, un buen tiempo para dedicar a la lectura. Yo os voy a proponer este cuentecito en tres entregas, para que llenéis unos ratos en las tardes largas que no queráis echaros una buena siesta. Lo he titulado 

FAUSTINO:

- I -

Muchos años atrás había repetido cada domingo, casi como un ritual, todas y cada una de las tareas que hoy tenía que realizar.  Era otra época, antes aún del tiempo de silencio y de soledad, cuando los dias se desgranaban frenéticos y apenas si se podía distinguir el devenir de las tardes plácidas después de las mañanas cargadas de órdenes rutinarias y de tensiones agobiantes, cuando cualquier acontecimiento se vivía con fruicción en el entorno familiar.
Acaba de sonar el despertador, aunque él llevaba despierto ya tres larguísimas horas. Desde hacía varios meses no podía alejar de su cabeza aquel día lejano, en que podía haber sellado un pacto para la eternidad.
Podía revivir, minuto a minuto, palabra a palabra aquella extraña entrevista..
Cuando sonó el timbre de la puerta pudo comprobar que estaba sólo en casa. Era ya la tecera llamada y le costó incorporarse del sofá. Con parsimonia se dirigió fastidiado a la puerta. Por la mirilla vislumbró a un hombrecillo trajeado con un portafolios en la mano derecha y pensó no abrir, pero al otro lado de la puerta, sin duda, el visitante había advertido su presencia y volvió a pulsar el timbre...
- ¿ Don Faustino...?
- Soy yo, pero le advierto que no voy a comprar nada...
- Yo no vendo,yo compro y además pago muy bien.
Ahora, con la puerta abierta ya, no le pareció tan pequeño y sus facciones irradiaban credibilidad cuando su voz, pausada y profunda, reforzaba esa extraña oferta que inmediatamente captó su interés. Sin duda no tenía más de cuarenta años, pero sus ojos encerraban una especie de luz misteriosa que denotaban demasiados años de trabajo y de lucha. Cuando le tendió la mano era suave y firme; sin duda, no había nunca realizado trabajos manuales. En el primer contacto sintió una descarga que le recorrió todo su cuerpo con una sensación entre placentera e inquietante, que contribuyó a desconcertarle un poco más aún. Su pelo, cuidado, era negro y ensortijado y contrastaba con su tez pálida pero tersa. Una barba que parecía dibujada terminaba en perilla, pero tenía afeitado el bigote, con lo que sus labios muy perfilados y carnosos atraerían toda la atención si no fuera por la fuerza magnética de sus ojos. Su traje gris marengo se conjuntaba con una camisa azul pálido, una corbata de seda natural a franjas azules, grises y una diminuta raya roja. Después observaría que unos relucientes zapatos hacian juego con un cinturón con una discrerta hebilla dorada, y los puños de su camisa se cerraban con unos gemelos de oro en los que destacaba una "M" formada por topacios.
- ¿ Pasamos, Faustino...?
No advirtió en ese momento que le había tuteado, se apartó ligeramente para dejarle pasar, cerró la puerta de entrada, y le invitó a entrar en el salón, ofreciéndole asiento en unos de los sillones del tresillo, mientras él recogía el periódico que estaba leyendo y que había dejado en el sofá cuando salió a abrir la puerta.
- Pero yo tampoco vendo nada ...
- Eso no es cierto. Todos tenemos siempre algo que vender, sobre todo si el precio que te ofrecen es lo suficientemente alto. Pero me voy a presentar...
Del portafolio había sacado una pequeña tarjeta de visita que se la ofreció...
- Soy el Gestor para esta Zona de la Empresa Multinacional  "efficacy always". Sin duda que no habrás oido hablar de nosotros hasta ahora, porque no aparecemos ni en las Páginas Amarillas ni en los Anuarios ni siquiera en la Guia de Teléfonos. Pero tenemos una amplia red de captadores que nos permite conocer a todos nuestros clientes potenciales y con las más avanzadas tecnologías de información ofrecerles al instante la respuesta a todas sus necesidades.
- Entonces, Vd. me está engañando, porque lo que quiere es venderme sus servicios...
- No exactamente, nosotros no queremos vender nada a nadie, queremos comprar lo que tu estés dispuesto a verder si te pagamos el precio que tu has puesto...
- No lo entiendo. Que yo sepa yo no he puesto precio a nada...
- Yo sé que a tí te preocupa mucho la supervivencia, la soledad a la que puedes llegar cuando seas más mayor y no te valgas por tí mismo...
- Efectivamente, el otro dia comentaba con unos amigos que me gustaría vivir mientras los mios me necesitasen y tener la elegancia de morir antes de tener que depender de ellos... ¿ Cual de mis amigos trabaja para vosotros ?
- No, no te confundas, ninguno de ellos trabaja para nuestra Empresa; ya te he dicho que disponemos de las más sofisticadas tecnologías y somos capaces no sólo de escuchar lo que se dice sino también de captar que lo que se dice es cierto, y nosotros sabemos que tu eras sincero cuando hacías esta aseveración. Así que nosotros estamos dispuesto a pagar el precio de tus deseos siempre que tengas algo que ofrecernos. Dicho de otra forma: ofrécenos algo que para tí tenga el valor suficiente para nosotros pagarte el precio de solucionarte tus temores.
- Ya entiendo, vosotros me ofreceis una especie de Residencia hasta mi muerte, para garantizarme que no tendré que depender de mis hijos ni de mis nietos y a cambio yo os firmo una escritura ante notario de que este piso, por ejemplo, pasa a vuestra propiedad.
- No realmente. La segunda parte podría aceptarse, pero nosotros te ofrecemos la solución que tu proponías, digamos que... ¡ literalmente !
De nuevo el despertador le hizo abandonar sus recuerdos. Hoy era viernes y la verdad es que no tenía nada que hacer obligatoriamente, pero desde hacía años se había impuesto una rutina que mantenía invariable sin permitirse trasgresiones, y esta férrea organización le había mantenido lúcido y en forma. 
Sin distinción de dias ni estaciones el despertador sonaba a las siete de la mañana. Cuando trabajaba regateaba minutos al reloj a la hora de levantarse y los fines de semana aprovechaba para desquitarse y no se levantaba nunca antes de las diez. Desde que se quedó sólo esta organización le había ayudado a sobrevivir.
Lo primero era ventilar la habitación mientras se hacía el aseo. Después un desayuno con café y algo de dulce - lo único que había conservado de su época laboral - y ponía la televisión para escuchar las primeras noticias de la mañana. Después el ritual de hacer la cama, estirando primorosamente las sábanas, la manta y el edredón. Siempre recordaba cómo se había ejercitado en hacer la cama desde los lejanos dias de la Academia Militar. Doblaba el pijama y colocaba los dos cojines sobre la almohada y cerraba la ventana después de haber pasado la aspiradora - los lunes, miércoles y viernes por el salón y los martes, jueves y sábados por el dormitorio - y de haber recogido el tazón del desayuno y el plato de la cena de la noche anterior.
Por prescripción facultativa tenía que andar todos los dias tres kilómetros y esa era su tarea de nueve a once, cuando aprovechaba para comprar el periódico y la cena para la noche. El almuerzo lo hacía diariamente en el Bar de Hipólito que le preparaba unos menús variados al precio previamente convenido.
Cuando hacía buen tiempo el periódico lo leía en un banco del parque, cuando el tiempo no lo permitía, volvia rápidamente a casa y allí alternaba las páginas del diario con los álbumes de las viejas fotografias que le hacian recordar tantas cosas...


Unos años antes de aquella visita, cuando acababa de pasar a la reserva con el grado de coronel, y aún vivía su mujer, habian hecho planes para viajar por toda España para volver a ver todas las ciudades en las que él había servido. Toledo, Zaragoza, Teruel, Jaca, Melilla, Santander... 
Pero no habian contado con los "elementos"...
Genuina, su mujer, era la menor de tres hermanas y por aquellas fechas tuvo que hacerse cargo de su madre que por entonces contaba con noventa y cinco años. Sus hermanas, después de haber conseguido que repartieses todos sus bienes decideron que la madre estaría "por meses" con las tres hijas. No fué nada más que una burda estratajema ya que siempre encontraban alguna excusa para dilatar su estancia con ellos, y al cabo de los seis meses habian asumido que tenían que afrontar el problema.
Doña Petra había sido hasta entonces una viejecita dulce y dócil que llegaba a confundirse con el mobiliario del salón. Pero, poco a poco, fué perdiendo la cabeza. Empezó cambiando las épocas y los nombres, y fué haciéndose cada dia más intransigente hasta no poder dejarla sóla ni un sólo minuto. 
Un dia, al principio, aprovechando un descuido de su hija, cogió las cerillas de la cocina y prendió fuego el sofá del salón. Afortunadamente lograron sofocarlo pero desde ese momento se les terminó su tranquilidad. Faustino tenía entonces sesenta y un año, se encontraba en plena forma física y su capacidad mental estaba intacta. Genuina, dos años más jóven, tan sólo se quejaba en ocasiones de rehuma en las piernas, pero a partir de ese día no volvieron a salir juntos de su casa. 
Sus dos hijos que se habian casado unos años antes, se ofrecian para quedarse con la abuela, pero Genuina se negó siempre porque decía que era sólo obligación suya.
El timbre del teléfono le sacó de sus tristes pensamientos.
- Abuelo, dice mamá que te vengas mañana a comer con nosotros.
- Dile que no. Ya sabeis que no me gusta salir de casa; y además cada vez me cuesta más trabajo subir al autobús.
- Por eso no te preocupes, yo me acerco a recogerte con el coche a eso de las doce, así que no se admiten excusas. Mañana nos vemos, un beso abuelo.
Estas llamadas eran frecuentes, sobre todo por parte de su hija Ernestina. Era farmaceutica y él le había ayudado para traspasar una farmacia muy bien situada que le había permitido vivir con holgura sobre todo cuando se casó con Manolo al que había conocido en la Facultad y que había hecho una buena carrera en los laboratorios de una empresa multinacional.Su hijo Manolito era el que le acababa de llamar y tenía que reconocer que, quizás por ser el primero, era su nieto preferido.
Su hijo Fausto, como su abuelo, había seguido la tradición familiar y era militar. Tenía ahora cincuenta años y era Teniente Coronel en la Academia de Suboficiales. Se había casado con Adelita, hija del General Godofredo Mantilla, tenian tres hijas y vivian en un piso de 120 metros cuadrados, con tres habitaciones, salón, cuarto de baño y aseo, y una terraza amplia con vistas a la Casa de Campo.
Adelita, la quinta de diez hermanos, sólo había heredado del General su mala leche y la casa donde vivian, con una hipoteca incluida por cinco millones de pesetas, que tuvieron que terminar de pagar ellos.
Nunca llegó a congeniar con ella. Pero como los dos eran inteligentes consiguieron "firmar" un tratado de  "no agresión" que perduró en el tiempo pero en el que había claúsulas no escritas para evitar la convivencia más allá de las visitas protocolarias siempre justificadas por motivos de celebraciones familiares y otros eventos no eludibles. 


Su hijo, que nunca había destacado por su espíritu marcial, fué subiendo por el escalafón más por las ayudas de su suegro y de su padre que por sus propios méritos, y aunque en el Cuartel procuraba mantener la compostura, en su casa, sus cuatro mujeres habian conseguido anular cualquier conato de influencia paterna. 
La vida social de Faustino era prácticamente nula. Todos sus antiguos compañeros o se habia muerto o se habian trasladado a sus pueblos de origen. En sus paseos matinales tan sólo cruzaba unas palabras con Pepe el del kiosco, y durante la comida sólo Julián, el camarero, le solía contar el último chiste de moda. Luego, por la tarde, echaba una cabezadita en el sofá  y  se  sentaba a ver los documentales de la 2 que era la única alternativa en toda la programación de sobremesa llena de tertulias chabacanas y de chismorreos inaguantables que eran las opciones de mayor aceptación de la audiencia.
Después, a media tarde, se sentaba delante del ordenador y se pasaba las horas muertas escribiendo el tercer tomo de sus memorias y conectándose con Internet donde había descubierto un mundo increible que le mantenía informado y al dia en todas las areas del conocimiento, habiendo conseguido ser un hábil internauta, experto en encontrar las más exóticas informaciones.