sábado, 17 de abril de 2010

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XXIII.

XXIII


Y la heredera cumplió los quince años.

Había tenido razón Julio. El proceso se estaba dilatando demasiado. Unas veces parecía que el Juez se inclinaba de uno u otro lado, pero seguía pidiendo más y más pruebas para tomar una decisión definitiva. Luego llegaron los sucesivos recursos a los tribunales superiores. La situación estaba ahora pendiente de la decisión del Tribunal Superior de Justicia de la Capital, ante la cual solo cabría el recurso ante el Tribunal Supremo. Después de tantos años, todos se habían acostumbrado a vivir con esta incertidumbre y sólo doña Margara, posiblemente por su edad, parecía tan afectada que se había convertido en su única obsesión.
A sus ochenta y dos años seguía disfrutando de una buena salud. Comía de todo y todo le sentaba bien. Sus hijas tenían que estar atentas para evitar que comiese todo lo que quería, porque lo que a ella le apetecía eran las comidas fuertes. Para cenar, cuando sus hijas no estaban atentas, solía sacar una buena longaniza de las hechas en casa por la matanza, y se la comía con una libreta de pan y unos buenos tragos de vino. En verano, se podía comer para la merienda un melón entero, y siempre tenía a mano unos bollitos de aceite para picar entre horas. Ella que siempre había sido morigerada en el comer, ahora comía con gula, y sin embargo, no engordaba. Los médicos decían que no era posible que sin hacer ejercicio quemara tantas calorías. Ellos no sabían que su agitada vida interior era la mejor gimnasia para consumir toda la energía que pudiese recibir por los alimentos.
Sus hijas ya habían optado por no hacerla demasiado caso y vivían un poco al margen de lo que su madre decía. Y es que también Petronila vivía de nuevo en el Solar. Fue hace dos años. Un cáncer fulminante de pulmón se llevó a Julio en poco más de dos meses. Le dejó enterrado en su pueblo y con la pensión de viudedad y su hijo volvió a Recondo con su madre, su hija y con Sacra y su marido.
Y de nuevo doña Margara reunía a su alrededor a sus hijas, y el Solar se convertía en un reducto en el que las mujeres formaban el núcleo de poder. José era una figura poco menos que decorativa que se limitaba a cumplir lo que ellas le ordenaban. Desde hacía unos años había empeorado de su reuma que se había complicado con unas dolencias respiratorias y apenas si se atrevía a dar su opinión, que de todas formas nunca tendría ninguna influencia en la tomas de decisiones.
El pequeño Julio José, a sus casi diez años, era un niño tranquilo y taciturno al que se le podía ver, sentado por los rincones, leyendo tebeos o pintarrajeando en los papeles de estraza en el que venían envueltas los embutidos o en los márgenes de los periódicos que llegaban a la casa, porque su madre no le dejaba utilizar los cuadernos del colegio para hacer sus dibujos. Tenía una gran admiración por su hermana a la que adoraba y, cuando nadie le veía, le gustaba ponerse sus vestidos y sus zapatos, sobre todo, los que tenían algo de tacón.
Por otra parte, su hermana Nicolasa se había convertido en el centro de atención de las mujeres del Solar. Su abuela aprovechaba cualquier oportunidad para educarla en los valores que debían prevalecer en una señorita de gente bien. Todas las tardes, después de rezar el rosario en familia, tenía que leer en voz alta la vida del santo del día, en el devocionario que regaló a doña Margara don Pablo, el párroco, como agradecimiento al donativo que hizo cuando la reconstrucción de la iglesia, poco después de terminada la guerra civil.
Tenía, sin duda alguna, el vestuario más completo de todas las jóvenes de Recondo y era el mejor partido para todas las madres que la consideraban como la novia ideal para sus hijos. Afortunadamente para ella, en el físico no había salido a la familia materna y a sus indudables cualidades económicas y sociales unía un físico agraciado y un carácter alegre. Y posiblemente por este carácter podía sobrellevar la presión agobiante de su familia, quienes no paraban de recriminarla lo que para ellos era una desenvoltura impropia de su posición y no adecuada al decoro que se debía exigir a una joven que pertenecía a la congregación de las "Hijas de María".
Su abuela le había aconsejado que se fijara en el nieto de su primo Enrique, el que fue alcalde de Recondo antes de de la guerra, que era poco más o menos de su edad, y era también el único heredero de toda su hacienda. Pero a ella no le gustaba y decía que prefería divertirse ahora que era joven y que tiempo tendría para pensar en noviazgos. Y decía esto, porque a ella le gustaba más Juanjo, un chico muy simpático pero que no disponía de más patrimonio que sus manos y más porvenir que el que pudiese labrarse, y que había empezado a trabajar como aprendiz con un tío suyo que era el fontanero y el electricista de Recondo.
Cuando se enteró doña Margara, la castigó sin salir de casa durante toda una semana. Durante esos días, también su tía y su madre intentaron hacerla capacitar para que depusiese su actitud de rebeldía, e intentaron hacerla entrar en razón, argumentando que ese era un chico que no le convenía. Ella se encerró en su habitación y se negó a comer. Su hermano, su único aliado, le traía a escondidas algunas frutas, con lo que ella se mantenía. Las mujeres llegaron a preocuparse creyendo que estaba llevando a rajatabla su huelga de hambre.
Entonces la abuela tomó personalmente las riendas del asunto y le dejó muy claro cuál era su posición y lo único que iba a conseguir si se mantenía en su actitud: Sería desheredada fulminantemente a favor de su hermano.
Este nuevo disgusto afectó a doña Margara más de lo que ella había pensado. Los días siguientes empezó a tener dificultades para conciliar el sueño, y el médico tuvo que recetar unas pastillas que le ayudasen a dormir. Con ellas dormía casi toda la noche pero tenía pesadillas que la despertaban sobresaltada. Primero soñaba que era pequeña y que salía del Solar de la mano de su abuela; luego que toda la casa se caía y unas máquinas terminaban de tirar las paredes que habían quedado en pie. Después era la entrada de la cueva la que se abría y entonces ella se despertaba. El sueño se iba repitiendo noche tras noche y según iban pasando los días el sueño se iba alargando y veía cómo sus hijas primero, sus vecinos después, y todas las gentes del pueblo llegaban a su casa y entraban en la cueva. Entonces ella se despertaba sudorosa y asustada. El médico aconsejó a sus hijas que aumentasen la dosis y durante unas semanas cesaron las pesadillas.
La nieta se sintió culpable de lo que pasaba a su abuela y la prometió que no se volvería a ver con su amigo Juanjo. Aunque ella no quería reconocerlo, también influyó el temor a ser desheredada y perder el "Solar". Pero no por ello se terminaron los sueños de la abuela.
Mientras duró el castigo, Nicolasa sólo hablaba con su hermano pequeño. A él le contaba todo. Le hablaba sobre todo de lo que haría cuando fuera mayor.
- Yo voy a ser la heredera de todo esto. Cuando se mueran la abuela y los tíos y madre sea muy vieja, ya nadie me dirá lo que tengo que hacer. Entonces me casaré con Juanjo y viviremos aquí en el Solar. También tendré el piso de los tíos en la capital y la mitad del piso de Plasencia que será de nosotros dos. Tú tienes que ahorrar mucho dinero para comprarme mi parte y así puede ser para ti solo. Si quieres, puedes vivir también aquí hasta que te cases. Me gusta hablar contigo, porque tú escuchas muy bien...
Él la escuchaba, pero no decía nada. No entendía muy bien lo que era eso de la herencia y mucho menos lo de que tenía que ahorrar mucho dinero para comprar una casa que era de su madre y que después sería de él solo. A él también le gustaba el Solar. Aquí había muchos sitios donde esconderse y donde no tener que hablar con nadie. Aquí él podía pasar días y días sin hablar, solo escuchando lo que decían, aunque muchas veces no lograba entender a los mayores.
Habían dado ya las vacaciones en los colegios. Nicolasa se había negado a ir a estudiar a la capital y estaba haciendo el bachillerato en el Colegio de Cristo Rey, aunque tenía que ir a un instituto oficial para examinarse por libre, porque el Colegio de Recondo no podía dar el título homologado. Se había tomado los estudios con mucha parsimonia y ya era el segundo año que repetía el cuarto curso y no había aprobado nada más que dos asignaturas. En cambio su hermano era mucho más estudioso y sus maestros aseguraban que podría hacer la carrera universitaria que eligiera porque tenía grandes aptitudes.
En el Solar, a pesar de que había cuatro mujeres y la economía ya no era demasiado boyante, entre otras causas por los gastos que estaban ocasionando los juicios por la demanda sobre la herencia del abuelo, no se habían desprendido de las dos criadas de toda la vida que se encargaban de hacer todos los trabajos de la casa, por lo que Sacra, Petronila y, sobre todo, Nicolasita tenían todo el tiempo para no hacer nada.
Las hermanas ocupaban las tardes en visitar a sus amistades, o escuchar la radio mientras se turnaban para que doña Margara no quedase sola en casa. Nicolasa había llegado a odiar los estudios, sin embargo, se había aficionado a las novelas. Todas las tardes se iba a la nueva biblioteca que habían abierto en Recondo, y allí leía las revistas de sociedad y todas las novelas de amor que iban llegando. Había empezado con las de doña Emilia Pardo Bazán, las de Fernán Caballero y las de Benito Pérez Galdós. A ella la que más le había gustado era la de "Fortunata y Jacinta" que tuvo que leer a hurtadillas, sin que su madre se enterase, porque decía que la protagonista tenía un comportamiento demasiado licencioso. También le gustó mucho "La Regenta" de Clarín, y la Tía Tula, de Miguel de Unamuno, porque le recordaba un poco, no sabía por qué, sus propias vivencias en el Solar. Después se aficionó a las de una nueva escritora llamada Corín Tellado, que era mucho más realista y que sabía plasmar los verdaderos problemas de la juventud. Así que, las tardes se las pasaba en la biblioteca y paseando por la plaza con las amigas, y las mañanas tumbada en su cama leyendo novelas de amor, que colocaba dentro de un libro de texto por si entraban de improviso su madre o su tía.
FIN DEL CAPITULO XXIII
El sábado día 3 de abril, el capítulo siguiente.
¡SOLO FALTAN DOS CAPÍTULOS!