sábado, 17 de abril de 2010

LOS VELOS DE LA MEMORIA. CAPÍTULO XIX


XIX


Dos años más tarde.

Petronila y Julio se casaron. Llegaron desde Cuacos los familiares del novio y quedaron admirados de la buena boda que había hecho. Los recién casados se quedaron a vivir en el "Solar", para lo que doña Margara hizo arreglar unas habitaciones en las que se instaló el dormitorio y una pequeña salita donde tuviesen más intimidad y pudiesen recibir a sus amistades. Pasados unos meses, el destino de esta habitación cambió radicalmente porque el día 15 de junio de 1942 la señora de Esteban Galindo, dio a luz una preciosa niña que pesó al nacer más de tres kilos. El parto se produjo sin ningún contratiempo a pesar de la edad de la madre que para ser primeriza, el médico consideraba demasiado elevado. Fue bautizada por el señor cura párroco al día siguiente de nacer, y doña Margara pensó que se debía llamar Nicolasa en recuerdo de su tío, asesinado por las hordas marxistas.
Ahora la niña tenía catorce meses y se había convertido en el centro de atención de toda la familia. Doña Margara veía en ella la continuación de su propia sangre, aunque le hubieses gustado que fuese niño para conservar el apellido familiar. Sacra y José, que habían sido sus padrinos, volcaron en ella todos sus anhelos de padres frustrados y Petronila vivía complacida, viendo cómo su hija había conseguido lo que ella no había podido en toda su existencia, ser importante para todos. Julio también disfrutaba de esta situación y desde su matrimonio empezó a ser aceptado en las reuniónes del casino y ser considerado como uno más en la cerrada sociedad de Recondo.
Fue entonces, cuando todo había vuelto a la plácida normalidad y todo era felicidad en el "Solar", cuando volvió la inquietud a sobresaltar sus vidas.
Había llegado al pueblo un hombrecillo que hacía demasiadas preguntas. Estaba interesado por la situación de las fincas de don Nicomedes Gómez, quien las cultivaba y si alguien había oído que hubiesen sido vendidas. Decían que era investigador privado y traía muchos planos y documentos del Registro de la Propiedad.
Afortunadamente, pensó doña Margara, los padres de José ya habían muerto los dos, el año anterior y debía ser cierto que no habían comentado con nadie la confidencia de su hijo, porque a los pocos días aquel hombre desapareció del pueblo, y decían que no había logrado conseguir ninguna información.
Esto tranquilizó a doña Margara, porque la única posibilidad de poder demostrar la compra venta de las fincas era la existencia de las monedas de oro, y ella sabía que las personas, que habían visto el oro fuera de la familia, ya no existían. Julián, el que era entonces el alguacil, había muerto en el frente; ella se había ocupado de que tanto el antiguo Secretario del Ayuntamiento como el concejal que acompañaron a los funcionarios de la República, pagaran sus crímenes, y aunque lo pudieran haber comentado a alguien, el testimonio de éstos sólo sería circunstancial sin base probatoria. Por otra parte era prácticamente imposible que se pudiese localizar a los funcionarios, que posiblemente también habrían sido depurados por su pertenencia a los cuerpos de represión de la República y ahora estarían desterrados, si es que no habían muerto. Por otra parte, aunque habían tenido que vender algunas monedas para conseguir dinero en efectivo cuando terminó la guerra, había sido en muy pequeñas cantidades y era fácilmente justificable que provenían de los ahorros familiares. Ahora sólo era necesario no desprenderse del resto hasta que pasaran unos años.
Sin embargo, unos días después, se recibió un oficio de un Juzgado de la Capital en el que se citaba a doña Margara sobre una demanda interpuesta por la Sociedad "Inversiones Agrícolas S.L." contra los herederos de don Nicomedes Gómez Carretero. Y a vista se fijaba para el mes siguiente.
Reunida la familia se acordó no recurrir a Romualdo para no involucrarle en el asunto, dado que era su bufete quien representaba a los demandantes. Por otra parte no consideraron oportuno que el asunto lo llevase ningún abogado relacionado con el pueblo y, por fin, decidieron que deberían contratar a un abogado de la Capital que había sido compañero de Julio, el marido de Petronila y que tenía, según él, una impecable trayectoria y era de total confianza.
Hechas las primeras consultas, la estrategia era sencilla. No admitir nada. Ni doña Margara ni sus hijas conocían la existencia de la compraventa y no habían visto el dinero recibido. Era muy importante que de ninguna de las maneras se hiciese referencia a las monedas de oro, porque ellas desconocían la forma en que se había hecho el pago si es que realmente se hizo.
Ellas dirían que en el caso hipotético de que don Nicomedes hubiese firmado la venta, lo había mantenido en secreto o pudo decírselo a su hijo, pero no informó a su mujer ni a sus hijas que desconocían absolutamente nada al respecto.
Doña Margara indicó al abogado que era importante que sólo ella tuviese que declarar y que evitase por todos los medios que lo hicieran sus hijas.
El día de la vista, doña Margara se presentó en el Juzgado vestida con el hábito de la Virgen de la Amargura. Aunque ya en Recondo solía ponerse algunas blusas blancas y tenía algunos vestidos de los llamados "alivio de luto", ese día recuperó el hábito morado que ya había dejado hacía casi un año y se cubrió la cabeza con un velo negro. El único adorno que se permitió fue un crucifijo de plata al que se aferró durante todo el tiempo que duró su declaración.
Estuvo firme a la hora de negar todo conocimiento de los hechos y durante su deposición, entre suspiros y algunas lágrimas que parecía querer evitar, dejó bien claro que era viuda y madre de dos mártires que habían caído por Dios y por la Patria. Que se encontraba totalmente desvalida y que ella y sus hijas habían logrado sobrevivir durante la guerra, gracias a la caridad de familiares y vecinos, ya que la República les había arrebatado todo lo que tenían.
Mientras ella bajaba del estrado de los testigos con visibles muestras de total abatimiento, su abogado rogó al señor juez que evitase más dolor a la pobre mujer impidiendo la declaración de sus hijas que tampoco tenían ningún conocimiento de los hechos y puesto que nadie había podido mostrar ninguna prueba de que la supuesta venta se hubiese realizado, sobreseyese el caso y rechazase la demanda por improcedente.
La vista quedó lista para sentencia y poco más de un mes y medio después, el tribunal desestimó la demanda interpuesta por "Inversiones Agrícolas S.L." contra los herederos de don Nicomedes Gómez Carretero por falta de pruebas.
Aprovechando su estancia en la capital, doña Margara compró una preciosa muñeca "Gisela" para su nieta Nicolasita que ya recorría sola todas las estancias del "Solar", del que sería, sin duda alguna, su única heredera.

FIN DEL CAPÍTULO XIX.
El sábado, día 6 de marzo, el siguiente capítulo.
¡ESTO EMPIEZA A TERMINARSE!