jueves, 14 de mayo de 2020

4º CONDE DE CHINCHÓN: DON LUIS JERÓNIMO FERNANDEZ DE CABRERA Y BOBADILLA.



Luis Jerónimo de Cabrera y Bobadilla (Nació en Madrid el 20 de Octubre de 1589 y murió en Madrid el 28 de octubre de 1647) IV Conde de Chinchón. Fue tesorero general del Consejo de Aragón entre 1612 y 1627[1] y virrey del Perú durante diez años, desde 1629 hasta 1639.
Sus padres fueron Diego Fernández de Cabrera y Mendoza, tercer conde de Chinchón, e Inés Pacheco.
Al concluir su mandato como virrey en 1639, Cabrera regresó a España, donde llegó a ser consejero de estado y acompañó al rey Felipe IV en la campaña de Navarra, Aragón y Valencia.
Contrajo matrimonio dos veces: la primera con Ana Osorio Manrique, hija de los Marqueses de Astorga, con quien no tuvo sucesión y la segunda con Francisca Enríquez de Rivera, hija de Afán de Rivera, con quien tuvo un único hijo, Francisco Fausto, que le sucedió en sus títulos nobiliarios.
EL IV Conde de Chinchón fue el que, sin duda, alcanzó el puesto de mayor rango, al ser nombrado Virrey del Perú.
El año 1628 iba a ser de gran importancia para el IV conde de Chinchón. El día 18 de febrero de ese año, S.M. el Rey de España, Felipe IV, nombra Virrey del Perú a don Luís Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla de la Cerda y Mendoza, conde de Chinchón. Tenía 39 años.
Durante los años que permaneció fuera de España, delegó el gobierno de su Casa y Estado a don José Carvajal, que era también Consejero de Estado, y su secretario y lugarteniente como Tesorero General de la Corona de Aragón; a este lo sustituyó después don Juan de Olavarría.
Embarcan en Cadiz el 7 de mayo de 1628, en la armada de galeones al mando de don Fadrique de Toledo, con rumbo a America, y después de treinta y tres días de navegación, arribaron al puerto de Cartagena de Indias, el día 19 de junio.
El Virrey tomó una embarcación y navegó sin novedad hasta el Callao. Sin embargo decidió que su esposa hiciese el viaje por tierra por estar embarazada, teniendo que soportar una larga marcha hasta llegar a Lima. Antes de llegar, en Lambayeque, del Obispado de Trujillo, dio a luz a su hijo, el 4 de enero de 1629, que fue bautizado por el licenciado don Fernando de Contreras, capellán y tesorero del Conde, con los nombres de Francisco, Fausto, Antonio y Melchor. 
El Conde de Chinchón no fue una figura excepcional en la historia de la civilización española en América. Era un hombre cristiano, leal, recto y prudente, uno de tantos españoles que dejaron su patria y marcharon a aquellas tierras lejanas con el afán de servir a su Patria y a su Rey, y sin perder de vista la obligación de ayudar desde sus puestos a los encargados de cristianizar el nuevo mundo.
Ruben Vargas Ugarte, en su introducción al “Diario de Lima” dice que “el período del Conde no se señaló por ningún hecho sobresaliente, pero sin ser autor de grandes reformas y haberse significado como impulsor de obras de capital importancia, fue un gobernante discreto y acertado, celoso del cumplimiento de sus deberes e inclinado siempre a hacer justicia y mirar por el bien de sus subordinados. No puede atribuírsele mejor elogio. Agobiada la Monarquía por las continuas guerras y el despilfarro introducido por validos y favoritos, corría a su ruina y, para detenerla se hacía preciso demandar continuos auxilios pecuniarios.... El Conde de Chinchón hubo de plegarse a esta política egoísta que empequeñecía su labor, reduciéndola a la categoría de administrador de un hidalgo manirroto”.

Según su criado Diego Pérez Gallego, el Conde de Chinchón era un hombre minucioso y ordenado que “pasaba un día como los demás y refiriendo el exercicio de uno está dicho el que tuvo en los doce años que vivió en las Yndias”. 
Según escribe Luís Hernández Alonso en su “Virreinato del Perú”, no admitía camarillas. 
En cuanto a sus virtudes, se puede reseñar que supo aunar la valentía con la prudencia, la energía con la comprensión, habiendo que destacar su sentido de la justicia, su caballerosidad y su discreción.
Su prudencia se manifestó en el cuidado de guardar las leyes y ordenanzas antiguas, pues consideraba que la novedad trae consigo generalmente odios y crea quejas y disgustos. No se dejaba llevar por la pasión en la toma de decisiones. Su criado dejó escrito: “Nunca pensó lo que no era, ni dixo lo que no sabía ni creía; dezia lo que no tenía, ni jamás dixo todo lo que sabía, ni creyó todo lo que oía. Qué buenas propiedades de Virrey, y más de tierra tan dilatada donde los informes son varios y contrarios muchas veces”.
Era el Conde de Chinchón muy riguroso en cosas tocantes a la moral y a los deberes y prácticas religiosas. Daba órdenes para que la tropa y las personas que iban a viajar por mar se confesasen y comulgasen, como en aquel tiempo de largas navegaciones se acostumbraba. Prohibió se reuniesen ambos sexos en las distribuciones devotas que se hacían por cuaresma en diferentes templos: así mismo mandó en 1630, que en el Teatro estuviesen siempre separados los hombres y las mujeres; que las de la plebe no usasen ropas de seda y otros artículos de lujo: y dictó frecuentes providencias, intentando extinguir el hábito de cubrirse aquéllas el rostro. Favoreció el proyecto de establecer una casa particularmente destinada para huérfanas en Lima; y contribuyó al acrecentamiento de las rentas del hospicio de niños expósitos.

Pero sin duda el hecho que ha marcado su historia es el no probado históricamente descubrimiento de la quina como remedio para el paludismo, que se atribuye a la curación de la Virreina con este tratamiento.

Como digo, es un hecho no suficientemente probado históricamente, y bien pudo ser una leyenda inventada con fines comerciales; pero la realidad es que el naturalista sueco Linneo dio el nombre científico de “Chinchona” a la quina, en honor y recuerdo de doña Francisca Enríquez de Rivera, Virreina del Peru y Condesa de Chinchón, y eso si ha quedado en la historia.

Aunque la fecha oficial de la terminación de su mandato en Peru fue el día 18 de diciembre de 1939, fecha en que tomó el mando su sucesor don Pedro Álvarez de Toledo y Leiva, Marqués de Mancera, el Conde de Chinchón no salió de Perú hasta el día 2 de junio de 1640. Durante varios meses estuvieron recorriendo varios países de América hasta que llegaron a Colombia para embarcar hacia España en Cartagena de Indias. Allí murió Doña Francisca Enríquez de Rivera, condesa consorte de Chinchón, el 14 de enero de 1641 cuando iban a iniciar el viaje de regreso a España y allí recibió cristiana sepultura. En su tumba se colocó una estatua de alabastro con la efigie de la Virreina.
Don Luís Jerónimo acompañado por su hijo y todo su séquito embarcó con rumbo a España para seguir desempeñando los otros altos cargos que ostentaba.