martes, 30 de abril de 2019

MILITANCIA


En la etimología de militancia nos encontramos con el concepto de milicia, lo que nos da el sentido militar que encierra la palabra. El militante es el soldado que está dispuesto a cumplir las órdenes que emanan de la superioridad, a la que debe total adhesión, subordinación y acatamiento. Y eso es precisamente lo que buscan los partidos políticos en su militancia. 
Sin embargo, hay una sutil diferencia, los militares suelen recibir una “soldada” o sueldo por sus servicios, en cambio los militantes están dispuestos incluso a pagar una cuota por la pertenencia a ese ejército o partido, al que se entregan con fervor y total adhesión, incluso acatando ciegamente las órdenes como buenos militares que también son.
Yo en su día también milité en un partido político; asistía a las reuniones a que nos convocaban, fui interventor en una mesa electoral, pero nunca fui candidato en ninguna convocatoria electoral. Entonces, el coordinador del grupo, una especie de suboficial con mando en plaza, nos daba las consignas que nosotros debíamos compartir en nuestros centros de trabajo y en nuestro entorno familiar. Allí se nos decía con que militantes de otros partidos podías confraternizar y quienes eran nuestros enemigos; indicaciones que iban cambiando en función de los acuerdos que iban alcanzando “nuestros generales” con “aliados” o “enemigos”. Había, lógicamente, también compañeros que buscaban una compensación que solía venir de su inclusión en las listas electorales, aunque la mayoría se tenían que contentar con entrar en unos puestos en los que era muy difícil salir elegidos.
Con el tiempo llegué a la conclusión de que me estaban manipulando y el viejo carnet debe estar en algún cajón de los recuerdos perdidos.
Por eso, hoy día, posiblemente porque ya soy mayor y empiezo a estar ya de vuelta de muchas cosas, me dan un poco de ternura esos militantes que defienden a ultranza los postulados de sus “generales”, aunque estoy convencido de que serían incapaces de argumentar las causas de esa adhesión, como no sea la fe ciega que les confiere su cualidad de militante.
Pero también debo confesar que siento un poco de vergüenza ajena cuando veo esas caras arrobadas en fervor patriótico en cualquier mitin político, al compás de los himnos y entre banderas y pancartas que ondean alegremente alrededor del líder y “capitán general” de este ejército entregado, que es el partido político.