miércoles, 12 de diciembre de 2018

EL SUEÑO ES VIDA O EL CASO DE LA PEQUEÑA ASESINITA DEL BUS.

Lo que os voy a contar no es un cuento; aunque tampoco os puedo asegurar que sucedió realmente, y para más misterio, no sé muy bien si me lo ha contado alguien, lo he visto en televisión, lo he leído en los periódicos o si lo soñé la otra noche. 
Por eso, antes de continuar tengo que confesaros algo. Veréis, como ya sabéis muchos de vosotros, estoy jubilado, y mi vida se está volviendo cada vez más previsible, más monótona y menos estimulante. Posiblemente por eso, mi mente, de un tiempo a esta parte, se desboca por las noches y tengo unos sueños bastante raros, en los que vivo aventuras que nunca había vivido, aunque en muchas ocasiones me acompañan personas de mi entorno y se desarrollan en escenarios en los que he vivido en algún momento de mi vida. Y al día siguiente, cuando me despierto, los recuerdo con toda clase de detalles y en función de si estas aventuras han sido agradables o  se han convertido en pesadillas, siento, o no, haberme despertado.
Bueno, y voy a contaros lo que me pasó. Era otoño, o al menos ya no hacía calor. Esa mañana había amanecido nublada y amenazaba lluvia. Salí de casa, y mi mujer me dijo que no me olvidase del paraguas porque había visto en el móvil que esa mañana había un 80% de posibilidades de que lloviese. Yo no soy muy asiduo a los paseos, aunque la enfermera de la Seguridad Social, no para de darme la tabarra con que tengo que andar más, si no quiero que las transaminasas se me pongan por las nubes, o el colesterol se me dispare. El caso es que cogí mi paraguas, me puse el chubasquero, cogí la tarjeta de transportes y me eché a la calle.
La parada del autobús está justo en la puerta de casa y no tuve que ni abrir el paraguas porque le vi aparecer por la esquina cuando llegue a la marquesina. Solo había dos señoras esperando, pero cuando subimos solo quedaban dos asientos vacíos, que ocuparon ellas. Aunque estoy jubilado todavía no he alcanzado el status de anciano, ni siquiera, creo, el de viejo, porque me conservo relativamente bien y todavía no me he decidido a coger el bastón que me compré hace unos años, más por estética que por estática, y que en ocasiones como esta, es un acicate infalible para que alguien te ofrezca su asiento.
Pues andaba yo acordándome de mi bastón de madera de almendro y empuñadura dorada, cuando un joven se levantó de su asiento y me miró indicándome que me podía sentar. Yo le mentí diciendo que no era necesario, pero él me dijo que iba a bajar en la próxima parada. 
Cuando ocupe mi asiento me percaté que mi nueva compañera de viaje era una jovencita de no más de diecisiete años, que no apartó la vista de su móvil ni cuando se removió para dejarme algo más espacio para que pudiese acomodarme en mi asiento.
Así seguimos unas cuantas paradas, ella absorta en su móvil y yo fantaseando con lo que podrían ser las vidas de los que viajaban con nosotros en el autobús. Debíamos estar llegando a la siguiente parada cuando el móvil de la muchacha dio la señal de llamada. 
¿Si? Dijo ella, y quedó en silencio durante un largo rato, aunque su respiración se hacía por momentos más y más agitada.
¡Eres un cerdo! Y su voz casi se rompió en un sollozo. Luego más silencio y las lágrimas empezaron a fluir de sus ojos.
¡Os mato!
Después, algo más calmada, pero aún entre sollozos, me contó que quien había llamado era su novio; que se había enrollado con su mejor amiga y que era mejor dejarlo. Dijo que su amiga era una puta y que eso no se lo perdonaría nunca, y que si la encontraba a solas, la mataba.
Yo intenté consolarla, que eran cosas de niñas y que pronto olvidaría a su novio, y que, seguro, encontraría un chico mucho mejor, y que no merecía la pena sufrir por alguien que no se lo merecía.
Ella insistía en la puta de su amiga y no paraba de decir que la mataría.
A regañadientes aceptó que lo de matarla sólo era una forma de hablar y yo la creí. Ella se bajó en la siguiente parada y yo continué hasta el final del recorrido. 
A la mañana siguiente, por la televisión y por los periódicos, supe que lo de mi joven compañera de asiento en el autobús, no era solo una forma de hablar.