jueves, 24 de agosto de 2017

SEMBLANZAS DE CHINCHÓN XXIX. TERTULIAS DE INVIERNO EN CHINCHÓN.

29.- “Las tertulias de invierno en Chinchón” de Antonio Valladares Sotomayor. (Cultura)

Me sorprendió encontrarme, en la Enciclopedia Universal Interactiva de la Editorial Collier, con la existencia de esta publicación. Allí, en el epígrafe Valladares Sotomayor, Antonio, decía: Escritor español, gran ilustrado, cuya obra principal es la edición del Semanario Erudito (1787-1791) que Floridablanca mandó suspender, continuando en 1816 con el Nuevo Semanario Erudito. Es notable también su Almacén de frutos literarios (1804). Es autor de obras de teatro, de la novela La Leandra (1797-1807), de obras históricas: Vida interior de Felipe II (1788); Fragmentos históricos de la vida de José Patiño (1796), y de las Tertulias de Invierno en Chinchón (1815), interesante documento de la época.
A la sorpresa le siguió la curiosidad. Entré en internet, y posiblemente por mi poca pericia en el medio, mi búsqueda fue infructuosa. El siguiente paso fue dirigirme a la Biblioteca Nacional, donde me informaron que el libro no estaba en sus fondos, pero me facilitaron datos concretos de su existencia en la Biblioteca de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Posteriormente, encontré en internet la existencia de otros ejemplares en la Biblioteca del Mosteiro de Poio en Galicia.
Como en la Enciclopedia se decía que las “Tertulias” era un interesante documento de la época, pensé que allí podría encontrar datos interesantes de la vida política, social y cultural de Chinchón referidos al primer tercio del siglo XIX, me dirigí al C.S.I.C. donde la directora de la biblioteca me dio toda clase de facilidades y se ofreció personalmente a localizar los libros, que aunque están catalogados, estaban pendientes de colocación definitiva en los fondos de la biblioteca.
“Tertulias de Invierno en Chinchón” es una obra que consta de cuatro tomos. Su tamaño es de 16 centímetros de alto por 10 de ancho y cada uno tiene unas 220 páginas. Los dos primeros están editados en el año 1815, el primero, por la imprenta de D. Francisco de la Parte, y el segundo, por la imprenta de la Viuda de Vallín.
En los tomos 3.º y 4.º el título es Tertulias de Chinchón, están editados en el año 1820 e impresos en la imprenta de la Viuda de Aznar y se pusieron a la venta en las Librerías Vizcaíno, en la calle Concepción Gerónima y en la plazuela de Santo Domingo.
Los cuatro tomos están algo deteriorados, con tapas de cartón de color azul claro y lomos también de cartón marrón con el nombre del autor y el tomo en números romanos, con una especie de pegatina de cuero en que está grabado el título.
Estos ejemplares pertenecieron al académico gallego D. Armando Cotarelo Valledor, que nació en Vegadeo-Asturias en el año 1879 y murió en Madrid en el año 1950.
En el tomo primero aparece un sello del librero-anticuario Luis Bardón.
El autor, Antonio Valladares de Sotomayor, dedica esta obra a D. Cayetano Miguel Manchón, al que agradece sus desvelos y sus enseñanzas, en recuerdo del miedo que pasaron juntos en Madrid los días 2 y 3 de mayo de 1808.
En la presentación de la obra nos cuenta que doña Elvira Samaniego, que por entonces contaba con 50 años, mujer que aún conservaba parte de la belleza de cuando tenía 20, enviudó de Don Segismundo -no indica apellido-que había profesado con éxito la jurisprudencia.
Decía don Segismundo que el letrado que perdiese un juicio debería quedar obligado a satisfacer al cliente los daños y perjuicios que le causasen, pues de este modo ni habría tantos litigios, ni tan malos abogados; y es que él jamás admitió la defensa de ningún litigio si no le canonizaba por justo la razón, por lo mismo, habiendo defendido tantos, no perdió ninguno.
Al morir su esposo le quedaron tres hijas, en edad de merecer, Nicasia, Dorotea y Polonia, y las cuatro mujeres guardaron luto en la Corte durante un año, llorando a tan ilustre marido y progenitor.
Nos cuenta el autor que la educación que don Segismundo dio a sus hijas fue correspondiente a la delicadeza de su conciencia, hizo que aprendieran a leer y a escribir, aquello con sentido y esto con buena ortografía, porque sin estas cualidades, es lo primero gruñir y lo segundo, pintar. Aprendieron gramática, historia sagrada y de la patria, mitología y los idiomas francés e italiano. Estudiaron música, tocando varios instrumentos y cantando con primor.
Pasado este año, la madre pensó que era ya hora de ofrecer a sus hijas una vida menos recluida y les propuso trasladarse a una casa que tenían en Chinchón, donde con su marido habían pasado tantos veranos. Las hijas aceptaron muy complacidas y las cuatro se trasladaron a esa casa, tan querida para doña Elvira, de la que su difunto esposo había sido el único arquitecto y director de la fábrica y que tenía una bella disposición y repartimiento de sus habitaciones y una preciosa distribución del terreno de un dilatado y frondoso jardín que tenía.
Cuando llegan al pueblo, a finales del otoño del año 1813, reciben numerosas visitas de sus familiares y amigos de la Corte, pero, sobre todo, son calurosamente acogidas por los vecinos, antiguos conocidos de sus estancias veraniegas.
Cuando ya están instaladas, a primeros del año 1814, reciben la visita del Señor Cura Párroco Selbor con su sobrino Baltasar, acompañados de D. Paulino que era joven, rico y filósofo, otro joven llama-do Agustín y por don Gabriel Yer y doña Juliana Mezgo, que también era viuda.
El señor cura les propone celebrar, para hacer más llevaderas las largas noches de aquel invierno, unas tertulias para lo que encarga a cada uno de ellos preparen temas de interés, puesto que los acontecimientos del pueblo eran de escasa importancia.
La obra narra las intervenciones de todos los contertulios durante doce jornadas, desde el lunes 3 de enero al sábado 14 de enero de 1814, que se celebraron en la casa de doña Elvira, puntualmente a las 8 de la noche, con excepción de la del domingo 8 de enero que se celebra una pequeña fiesta en la casa del párroco. Todas las tertulias suelen terminar con breves conciertos que ofrecen las tres hermanas, con Nicasia, la mayor, al pianoforte.
A través de estas tertulias se van formando las parejas de Nicasia con Agustín, Dorotea con Paulino y la pequeña Polonia con Baltasar, el sobrino del cura.
El planteamiento de la obra no es más que una excusa para que el autor escriba sobre diversidad de temas en los que pone de manifiesto su erudición y su amplia cultura, así como su sentido del humor. Cuentan historias como “La virtud premiada” una romántica narración de la que es protagonista el Conde Fabricio de Ferrara.
Habla de los siete sabios de Grecia, de Mitología, de Historia de las Herejías, -que él llama secta- desde la “Simonía” de Simón el Mago, hasta Lutero y Calvino pasando por Mahoma, al que llama monstruo del siglo VII.
Hace un tratado de las distintas formas de gobierno, intercala fábulas en las que los animales son los protagonistas, cuentan anécdotas, pensamientos de personajes famosos, intercalando versos satíricos, como el de aquel personaje que estaba sojuzgado por su esposa, y al morir ésta, escribe:

Murió mi esposa este invierno y mi gozo fue notorio
porque ella fue al purgatorio y yo salí del infierno.
O lo que escribe un hombre pobre, enfermo de gota:
Aunque pobre y en pelota mal de ricos me importuna
porque al mar de mi fortuna no le falta una gota.

Llega, incluso, a dedicar un amplio tratado a la “Importancia del uso de los anillos” a través de la historia, para terminar con dos pequeñas obras de teatro, en las que se indica expresamente que su autor es Antonio Valladares de Sotomayor; la primera en verso titula-da “Los Criados embusteros”, y la segunda que la presenta así:
“Comedia sin fama en prosa e intitulada “La Maleta” en tres actos. Su autor: Antonio Valladares de Sotomayor.”
Es, pues, una obra que en la actualidad no tiene más interés que conocer someramente cuál era la forma de pensar a primeros del siglo XIX, pero su estilo está desfasado y los temas obsoletos. El que el autor sitúe la acción en Chinchón es una incógnita por ahora. En un principio consideré que era imposible intentar ubicar históricamente en Chinchón a los personajes del libro, ya que el autor da muy pocos datos. Después pensé que era posible que, incluso, caso de ser reales, llegase a cambiar los nombres para que nadie los pudiese reconocer, y como no existe acción y no se hace referencia a ningún hecho concreto del pueblo, sería aventurado atreverse a identificarles. No obstante, siguiendo con esta hipótesis, empecé a hacer cambios con las letras de los nombres y me encontré que Selbor leído al revés es Robles y que el párroco de Chinchón en aquellos años era don José Robles, como se recoge en la página 73 de la historia de Chinchón de Narciso del Nero, con motivo de la jura de la Constitución de las Cortes de Cádiz el día 29 de septiembre de 1812 que tuvo lugar en el convento de los Agustinos de Chinchón, en la que hizo una sentida homilía el referido cura párroco.

Este descubrimiento me animó y pude comprobar que por aquellos años era notario en Chinchón don Gabriel González Rey, que aparece en el libro como Gabriel Yer -Rey al revés- omitiendo también el primer apellido para hacerlo más irreconocible. El dato está tomado del testamento efectuado por Camilo de Goya con fecha 6 de diciembre de 1825 ante este notario. Asimismo existe en el archivo parroquial un testimonio notarial de los hechos acaecidos en el año 1808 en Chinchón, firmados por este mismo notario, por lo que podemos deducir que ejerció este cargo en Chinchón, por lo menos, desde 1808 a 1825.
De los otros personajes, doña Juliana Mezgo, que bien podría ser doña Juliana Gómez, de Agustín, Baltasar y Paulino, así como de la señora de don Segismundo, doña Elvira Samaniego, y sus tres hijas, Nicasia, Dorotea y Polonia no he podido deducir su existencia por los datos históricos de que dispongo, pero por los antecedentes, podríamos colegir que eran personas reales que existieron en Chinchón y que el autor, Antonio Valladares Sotomayor, debió haber estado viviendo en Chinchón, aunque sólo fuese temporalmente.
Después he podido comprobar en el censo de población que existe en el Archivo Histórico de Chinchón, correspondiente al año 1814 que el cura párroco, D. José Robles vivía en el número 14 de la calle del Convento, que el notario D. Gabriel González Rey, vivía en el número 9 de la calle Grande y que en la calle del Paje vivía un tal Paulino Montes, que era liquidador y que bien podía ser otro de los personajes del libro.
Lo que sí pueden indicarnos estos libros es que por aquellos años en Chinchón debería de existir un cierto nivel cultural en algunos círculos de personas que vivían total o parcialmente en el pueblo.
El autor dice en el tercer tomo, que se publica cinco años después que los dos primeros, que este retraso se ha debido a problemas personales, sin especificar ninguno, y que su publicación se ha debido a la gran aceptación que tuvieron en la Corte la transcripción de las tertulias. Es muy posible que sólo sea una argucia literaria y que las tertulias, realmente, nunca se llegasen a celebrar. No obstante, la tradición de las veladas musicales en Chinchón, que enlazaron con las representaciones teatrales por grupos de aficionados, ha llegado hasta nuestros días, así como las tertulias literarias y poéticas que llegaron a plasmarse, incluso, en publicaciones que han ido apareciendo en diversas épocas con distintos nombres y que también han llegado hasta hoy.
Posiblemente, este libro no sea más que una anécdota en la importantísima vida que se desarrolló en Chinchón durante el siglo XIX.
Casi doscientos años después, se reproduce en Chinchón una situación cultural interesante, dado que diversos personajes de las letras, de las artes y del espectáculo han ido fijando aquí su residencia, además de movimientos culturales autóctonos que van desde agrupaciones teatrales de aficionados hasta asociaciones con fines netamente culturales, cuya labor por la cultura en Chinchón es digna de encomio.
Podría ser la ocasión de hacer revivir, ahora de verdad, una tradición tan interesante como la de tertulias literarias, artísticas, políticas y musicales, puesto que hay en nuestro pueblo personas con sobradas dotes para dar realce a las tertulias que sobre cualquiera de estos temas se podrían organizar.




El Eremita.
Relator independiente.